
Dicen que en una antigua villa europea se erigía una catedral majestuosa, tan vieja que sus columnas estaban agrietadas y sus vitrales rotos. Sin embargo, todas las mañanas, un anciano llegaba y se sentaba junto al altar. Un día le preguntaron:
—¿Por qué vienes si todo está cayendo a pedazos?
Él respondió:
—Porque aunque las paredes se caigan, el Dios al que adoro sigue en pie.
Así inicia el clamor de Moisés en el Salmo 90:
"Señor, tú nos has sido refugio de generación en generación. Antes que naciesen los montes y formases la tierra y el mundo, desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios". (Salmo 90:1-2)
Moisés, el hombre de milagros y desiertos, comprende algo esencial: no habitamos en un mundo estable, pero sí tenemos un Dios eterno.

El Salmo 90 es un contraste entre la eternidad de Dios y la fragilidad humana:
“Los haces pasar como corriente de aguas; son como sueño; como la hierba que crece en la mañana…” (Salmo 90:5)
Somos como la hierba: breves, frágiles. Pero Dios es el mismo ayer, hoy y siempre (Hebreos 13:8).
Declarar “Tú eres Dios” no es un simple título, sino reconocer Su realidad inmutable: Dios no cambia, no envejece, no pierde autoridad.
En un mundo donde los valores mutan, lo que ayer era pecado hoy se celebra, y lo sagrado se ridiculiza, este pasaje grita:

Isaías lo proclamó:
“Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestra permanece para siempre”. (Isaías 40:8)
Pedro lo reafirma siglos después:
“La palabra del Señor permanece para siempre...” (1 Pedro 1:25)


Hoy se buscan refugios fugaces: emociones, redes, causas, experiencias pasajeras. Pero cuando el alma se quiebra y el ruido cesa, solo hay un refugio verdadero: el Altísimo.
“El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente”. (Salmo 91:1)
Muchos confunden refugio con entretenimiento espiritual: cantamos sin habitar, asistimos sin permanecer, servimos sin conocer al Dios de los siglos. Dios no busca activismo sino intimidad; no templos llenos, sino corazones rendidos.

Jesús contó de dos hombres: uno edificó sobre roca, otro sobre arena (Mateo 7:24-27). Ambos enfrentaron tormentas, pero solo uno permaneció.
La diferencia no fue la fe de los labios, sino el fundamento de la vida. Hoy muchos construyen sobre la arena del ego, la fama o la religión. Solo quienes edifican sobre el Dios eterno permanecen firmes cuando todo se derrumba.


- ¿Dónde está edificado tu refugio: en lo eterno o en lo temporal?
- ¿Buscas experiencias espirituales o la presencia del Dios eterno?
- Si todo lo que tienes desapareciera mañana, ¿seguirías diciendo “Tú eres mi Dios”?

El mundo corre, las naciones tiemblan, las generaciones pasan… pero hay una voz que aún susurra:
“Yo Jehová, no cambio”. (Malaquías 3:6)

A dejar lo que envejece y correr al que es eterno y fiel.
Volver al altar, a la intimidada, al secreto donde el tiempo se detiene y el alma reencuentra a su Creador.

Señor eterno, enséñanos a contar nuestros días ya vivir con sabiduría. Despoja nuestro corazón de lo que perece y atrae nuestros pasos hacia Ti, el Dios que no cambia. Sé nuestro refugio hoy, mañana y hasta la eternidad. Amén.