Hermanos y amigos, es algo extenso, pero os aseguro que os va a ser de bendición.
Los ministros
y el propósito de Dios
Preparando la ayuda idónea
Los ministros de la Palabra no son llamados a ser figuras rutilantes en el firmamento cristiano, sino servidores por medio de los cuales la iglesia es capacitada para cumplir
“la obra del ministerio”.
Para comprender el papel que les corresponde a los ministros de la Palabra en este tiempo, es preciso revisar una vez más cuál es el propósito de Dios.
No podemos, a la vista de los pequeños objetivos, extraviarnos del objetivo general, que da sentido y coherencia a todos los demás.
A la manera como hace un ingeniero vial, cuando traza un tramo del camino, debe hacerlo a la vista de la dirección de la carretera completa, para que su tramo se acople correctamente en su inicio y en su término al de la obra mayor, así, los hijos de Dios hemos de ver, al menos cada vez que hacemos revisión de lo realizado, o al trazar las líneas de lo que vendrá, cuál es el propósito mayor, aquel que Dios se propuso desde el principio, para que nuestro tramo en la obra que realizamos conecte adecuadamente con lo que Dios ha venido haciendo, y con lo que quiere hacer en lo futuro, para que así nuestro trabajo no se pierda, y podamos, aunque sea mínimamente, colaborar en su obra.
La preeminencia del Hijo
Aunque es profusamente dicho, y sostenido, la preeminencia de Jesucristo el Hijo de Dios, es el gran propósito de Dios. Todo fue creado por Él y para Él, y todo ha de glorificarle a Él.
Alguna vez entenderemos detalladamente cómo todo fue creado por Él y para Él, tanto lo macrocósmico, como lo microcósmico; tanto el diseño de las megaestrellas como el instinto más pequeño de la más pequeña ameba. Cada aspecto y cada énfasis, cada forma y cada color, cada configuración, cada estructura, cada sistema viviente, cada dimensión de vida, cada ser por simple o por complejo que sea, todo, absolutamente todo, fue creado por Él para Él.
No podemos entender esto cabalmente, como no puede una oruga entender el complejo sistema filosófico de Aristóteles, o de Kant. No podemos entenderlo: apenas lo barruntamos.
Pero hay algunas figuras que nos ayudan. Consideremos a un rico padre terreno. Él tiene un hijo único, y posee las más grandes extensiones de tierra, la mayor cantidad de recursos y de criados, ¿no lo pone todo, acaso, a los pies de su hijo? ¿Tendrá otro norte, otro propósito que el de darlo todo en herencia al amado de su corazón?
Miremos a Abraham e Isaac. He aquí dos nombres que no pueden dejar de hablarnos del Padre y del Hijo. El amor del padre por ese hijo nacido en la vejez, acrecentado por la larga espera; las riquezas del patriarca, la rica herencia que deja en manos de su hijo, y que no acepta que sea compartida con los demás; todo ello y mucho más nos hablan de ese sólo y gran afecto que el Padre tiene: el Hijo de su amor. El gozo del Padre en su Hijo, el diseño de todo lo creado para su deleite y gozo; la herencia de todas las cosas para su Único heredero. Todo nos habla de la preeminencia del Hijo en el propósito de Dios.
No hay otro ambiente, ni persona ni cosa que Dios ame cómo a Él. Nada ni nadie goza de su favor, si no es por su Hijo; sólo en Él –y lo dejó en claro en, al menos, tres veces– encuentra contentamiento. (Mateo 3:17; 17:5; Juan 12:28). No hay forma suficientemente excelsa de expresarlo, no hay lengua humana que sea capaz de describirlo. El propósito de Dios sólo halla su explicación y sentido en Jesús, el bendito Hijo de Dios.
No es bueno que el Hombre esté solo
Adán está en el huerto. Aun no ha entrado el pecado. La belleza del entorno es esplendente. Nada puede opacar la gloria de esa creación primera. Los aires están limpios, la pureza reina.
Adán luce magnífico en el huerto que Dios puso bajo sus pies. “Le hiciste un poco menor que los ángeles, le coronaste de gloria y de honra, y le pusiste sobre las obras de tus manos; todo lo sujetaste bajo sus pies.” (Hebreos 2:7-8 a). Sin embargo, Adán está solo.
Magnífico en toda su grandeza, pero solo. Todo obedece a su deseo, todo ha sido supeditado a su designio; pero está solo. “Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él.” (Génesis 2:18). Si relacionamos el salmo 8, con Hebreos 2:5-9, Efesios 5:31-32, y el pasaje de Génesis 2:18-24, podemos hallar esta extraordinaria verdad: Adán es un tipo de Cristo, y así como no pareció bien a Dios que Adán estuviera solo, así tampoco parece bien a Dios que su amado Hijo esté solo.
De manera que el propósito de Dios no sólo tiene que ver con su Hijo amado, sino que además tiene mucho que ver con la iglesia, porque ella, lo mismo que Eva para Adán, es la ayuda idónea para Él, porque fue formada de su mismo cuerpo.
Nadie puede ser la ayuda idónea de Cristo sino la iglesia, es decir, aquello que sale de él, de su costado herido. No puede serlo una institución hecha a la medida del hombre, y con el molde de las instituciones humanas; no puede serlo una organización religiosa o filantrópica, por muy loable que sean sus objetivos. Sólo Eva fue ayuda idónea para Adán, (no un maniquí, o una caricatura de mujer), porque ella fue tomada de él mismo. Sólo Eva estaba capacitada para entenderlo y ayudarlo. Sólo ella podía comprender sus deseos más íntimos, y satisfacerlos.
Así es también la iglesia, esta Novia que suspira por su Amado todavía ausente. Sólo esta novia que hoy es también a la semejanza de su cuerpo, puede colaborar con Dios para que Cristo tenga en todo la preeminencia.
El complemento de Aquel
El capítulo 1 de Efesios es, lo mismo que Juan 1, una ventana abierta a la eternidad pasada, para ver el corazón de Dios y conocer sus designios. Pues bien, en los versículos 9 y 10 se habla de la voluntad eterna de Dios, que consiste en reunir todas las cosas en Cristo (o, como puede también traducirse, “hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza”, Biblia de Jerusalén). Pero al finalizar el capítulo, después de hablar acerca de la obra preciosa del Trino Dios a favor del hombre, la mirada recae en la iglesia, afirmando que Cristo fue dado “por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud (o “complemento”, B. De Jerusalén) de Aquel que todo lo llena en todo”.
El objetivo de Dios del versículo 10 comienza a cumplirse en el magnífico hecho referido en el versículo 22. Cristo es ahora Cabeza de la iglesia (v.22), para mañana serlo de todas las cosas (v.10). Cristo tiene hoy su cuerpo (la iglesia) en la tierra para que, por medio de ella, pueda ser posible que mañana Cristo sea Cabeza sobre todas las cosas.
De manera que tiene que cumplirse primero un objetivo básico para que mañana pueda cumplirse uno mayor. Lo primero y básico es la edificación del cuerpo de Cristo, con aquella otra serie de propósitos afines que aparecen en Efesios 4:12-16. Si los hijos de Dios trabajan en este tiempo sólo para la salvación de las almas, pero no para el cumplimiento de estos propósitos fundamentales, ¿cómo Dios
tendrá una esposa para su Hijo? ¿Cómo este Abraham podrá encontrar una esposa para su Isaac?
Sin la iglesia, Cristo está como Adán sin Eva. Magnífico en su soledad, en su vastísima herencia, pero sin una compañera idónea. Cristo precisa de este complemento que es la Iglesia.
¿Cómo la iglesia puede llegar a ser esa
ayuda idónea?
Para alcanzar la serie de objetivos de Efesios 4:12-16 es preciso que exista primero un antecedente, que es, a la vez, causa y principio: los ministros de la palabra que aparecen en el versículo inmediatamente anterior a este pasaje: el 4:11.
Los objetivos de Efesios 4:12-16 sólo se podrán cumplir en la medida que esos ministerios estén funcionando coordinadamente, en sujeción a la Cabeza.
¿Dónde están los apóstoles hoy? ¿Dónde los pro-fetas? ¿Dónde los evangelistas? ¿Dónde los pastores y maestros? Al mirar alrededor en la cristiandad actual nos cuesta identificar
ministerios que estén verdaderamente puestos al servicio de estos altos objetivos de Dios. Más bien vemos una miríada de ministerios de la más variada índole, la mayoría de los cuales tienen sus propios objetivos, sus propias metas y planes, sus propios proyectos.
Aunque hay muchos que, sin duda, Dios utiliza grandemente, también hay otros que, simplemente, quieren hacerse un nombre en el vasto universo del ‘christianity show today’. Para éstos ¿qué importancia tienen los objetivos de Dios y la gloria de su precioso Nombre?
Muchos ministerios hoy buscan introducirse en los ambientes cristianos, pero que tienen muy poco que ofrecer de parte de Dios y para la gloria de Dios. Ellos tienen para ofrecer sólo su nombre y muy poco más.
La iglesia sólo puede llegar a ser la ayuda idónea que Cristo precisa en este tiempo, si los hombres a quienes Dios ha encomendado estos ministerios tienen esta visión, están conscientes de la responsabilidad que ello significa, y la cumplen en medio del cuerpo de Cristo. No bajo banderías particulares, no como buscando medrar con la Palabra de Dios, sino teniendo en vista la necesidad de Dios y la gloria de su Santo Hijo Jesús.
No fines, sino medios
Los ministros de la Palabra son, pues, medios que Dios prepara y utiliza para bendición de todo el Cuerpo, y no un fin en sí mismos.
En el pasado, muchos ministros alcanzaron un lugar de privilegio y mucha notoriedad. Creemos que eso estuvo bien, en su momento. Sin embargo, el propósito de Dios ha avanzado desde entonces hasta acá. No es este el día de resucitar a los Moody y a los Spurgeon. Los Billy Graham no se repetirán, pese a que la masificación de las comunicaciones podrían catapultar a alguno con mayor relevancia todavía. Pero eso tal vez ya no sea posible. 1
Los nuestros son días más bien de una reversión histórica. La antorcha tiene que pasar de los pocos a los muchos. La pirámide (con sólo unas pocas súper estrellas arriba) tiene que invertirse. Ahora el lugar predominante lo han de ocupar los miles y miles de creyentes de un talento, miembros hasta ahora olvidados y desplazados, sólo espectadores del trabajo de unos pocos.
El ministerio de los “gigantes” espirituales está cediendo su lugar al servicio más modesto y silencioso de los muchos que desean servir al Señor. Las grandes figuras están desapareciendo. Y aun las que han intentado encumbrarse, han caído, muchas de ellas envueltas en escándalos o descréditos de proporciones. El perfil del tele-evangelista, del predicar masivo, se ha sido desfigurando. Las desnudeces de muchos de ellos han quedado al descubierto. Sus ministerios
están muy cercanos a la farándula circense de la televisión, con todos sus males2.
Hoy nos aproximamos a la normalidad. Hoy estamos empezando a ver que tanto los dones, como los ministerios que ellos producen, son “medios” para la edificación del Cuerpo y, sobre todo, para que se manifiesten los servicios de cada miembro. El creyente no ha de ser más un mero oyente de buenos e inspirados discursos, sino un agente activo en la obra total del ministerio. El propósito de Dios hoy es restaurar la iglesia para que ella alcance la estatura de la plenitud de Cristo, y para que desde ella, el Espíritu Santo pueda alcanzar a una humanidad dolida y sufriente, esquilmada por el Devorador.
El Espíritu de Dios está conduciendo a los que se han rendido a Él para hacer su voluntad y para servirle como Él quiere, al sacerdocio universal de cada creyente. Esta verdad, que no es nueva, porque se habló de ello ya en la Reforma del siglo XVI, ha experimentado, en la práctica, un lento avance en los siglos siguientes.
Hoy estamos, gracias a Dios, más cerca de su realización.
El propósito de los dones y los ministerios
Hay una interesante correspondencia entre 1ª Corintios 12 y Efesios 4.
En 1ª Corintios 12:4-6 se habla de dones, ministerios y operaciones. Estos tres aparecen asociados, respectivamente, con el Espíritu, con el Hijo y con el Padre. El orden, como puede verse, es ascendente. Del menor hasta el mayor. De aquí podemos derivar que ese es el orden de importancia de los dones, los ministerios y las operaciones. Los dones existen para que existan los ministerios, y los ministerios existen para que existan las operaciones.
Es importante aquí el orden y la secuencia en que ocurren, porque los dones son antes que los ministerios y los ministerios antes que las operaciones. Los dones preexisten a los ministerios y éstos preexisten a las operaciones de los miembros del Cuerpo en particular. La máxima importancia se concede, entonces, a las operaciones.
Los dones relacionados con la Palabra capacitan a unos pocos para bendecir a todo el Cuerpo. ¿Cómo?
Efesios capítulo 4 nos ayuda. En Efesios también están los dones, los ministerios y las operaciones, en ese mismo orden. Los dones son dados a los hombres (4:8), para que puedan desempeñar los ministerios (4:11), por cuya función el cuerpo recibe la capacidad de alcanzar los objetivos de Dios. Desde el versículo 12 al 16 de Efesios 4 tenemos el desglose de ellos. Pero las operaciones, a diferencia de los ministerios, no tienen que ver con sólo unos pocos especialmente dotados, sino con todos los creyentes. Dice: “Según la actividad propia de cada miembro” (4:16). 3
El objetivo principal de Dios apunta hoy a que el Cuerpo recupere su funcionamiento, porque ello representa la posibilidad de recuperar el propósito de Dios. Y el cuerpo entero recuperará el funcionamiento cuando reciba la ministración adecuada de los ministerios.
En Efesios hay una dirección muy clara. Las oraciones de Pablo en los capítulos 1 y 3 se van abriendo desde lo individual a lo colectivo, para concluir en el capítulo 4 en la actividad de cada miembro, que dará lugar a la plenitud del cuerpo.
Siguiendo este mismo desarrollo, en el capítulo 3:16-18 tenemos la plenitud en el amor, y en el capítulo 4, la plenitud por medio de las diversas operaciones de los miembros de todo el cuerpo. La primera es una cuestión subjetiva, interna; la segunda, en cambio, es una cuestión objetiva y práctica.
Ahora bien, si tomamos el capítulo 4, veremos que la línea de pensamiento no se detiene en el versículo 8, como para que nosotros nos quedemos detenidos en los dones. Tampoco se detiene en el versículo 11, como para que nos quedemos detenidos en los ministerios. La línea de pensamiento termina en el versículo 16, en que “todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.” (4:16).
¡Es por medio de “la actividad propia de cada miembro” que el cuerpo recibe su crecimiento para edificarse en amor”! Es por la pluralidad de servicios y operaciones.
Una iglesia restaurada al modelo de Dios es aquella en que todos los miembros, sujetos a la única Cabeza, realizan sus operaciones respectivas.
La atención de Dios no está centrada hoy en los dones como fines en sí mismos, y como una ocasión de alarde personal; tampoco está centrada en los grandes y solitarios ministerios, como lo fue en tiempos pasados. La atención de Dios se centra en las operaciones del cuerpo, que es la meta final de la obra de Dios para hacer posible el propósito de Dios.
Muchos cristianos añoran con volver a los tiempos de los grandes hombres, de los gigantes espirituales, y se preguntan: ¿Cuándo tendremos un Moody, o un Spurgeon? O como algunos dicen: ¿Cuál será el hombre del consenso, que sea capaz de concitar la atención de todos los cristianos, de reunir todas las voluntades y producir la unidad del pueblo de Dios? Lamentablemente no habrá un hombre (individualmente hablando); pero la solución de Dios es infinitamente mejor; sí, habrá –felizmente– un hombre colectivo, un solo y nuevo hombre, del cual Cristo mismo es la Cabeza.
Las naciones esperan un hombre individual que les solucione sus problemas, (y sabemos que eso pavimenta el camino para el Anticristo). El pueblo de Dios no busca un hombre individual (sería demasiado frágil para liderar al pueblo de Dios en los tiempos que se habrán de vivir), sino espera la restauración de la iglesia –columna y baluarte de la verdad– contra la cual no pueden prevalecer las puertas del Hades.
El pueblo de Dios se levantará, como un solo Hombre, poderoso y fuerte. Será débil en apariencia, y seguramente menospreciado, pero será totalmente efectivo en el día malo, inclaudicable, sostenido por Aquel que está sentado en el trono de los cielos.
***
Así pues, el propósito de los ministerios, entonces, es aclarar por medio de la Palabra a los hijos de Dios cuál es la esperanza a que han sido llamados, cuál es su herencia y cuál es el poder que tienen en Dios (Efesios 1:18-19), y para que, haciendo uso de estos recursos, ellos puedan funcionar cada uno en su lugar y de acuerdo a sus talentos, aclarados sus corazones acerca de cuál es el servicio que Dios les llama a prestar, y cuáles son las obras que Dios ha preparado de antemano para que anden en ellas. (Efesios 2:10). En otras palabras, es aclarar a todos cuáles son las operaciones que están llamados a hacer y darles la oportunidad de hacerlo.
Una iglesia así edificada estará en condiciones de enfrentar los desafíos que el mundo, Satanás y la carne le presenten. Una iglesia así premunida de los recursos de Dios podrá estar en condiciones de afrontar con firmeza los difíciles días que se avecinan. Pero, sobre todo, una iglesia así edificada, podrá ser la ayuda idónea que Cristo necesita, para que nuestro postrer Adán, nuestro segundo Hombre, no esté solo. (1 Corintios 15:45,47).
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1 El mismo Graham dijo, como adelantándose a ello, en el encuentro de líderes “Amsterdam 2000” que él no necesitaba un sucesor, sino muchas manos decididas a aceptar la antorcha para la nueva generación. Dijo bien, porque es preciso, no un solo hombre especialmente dotado, sino muchos cuyas manos estén dispuestas a laborar.
2 Al respecto, el libro El Síndrome de Lucifer, de Caio Fabio, (Ed. Logos, 1994) abunda en detalles.
3 La palabra “actividad” se puede traducir también como “operación”.
El camino hacia la plenitud
“... A fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. (Efesios 4:12-13).
El apóstol utiliza distintas preposiciones para definir los objetivos de la pluralidad de ministerios de Efesios 4:11. Estas preposiciones se han traducido como a fin de y para. Encabezadas por ellas aparecen tres frases coordinadas, con tres propósitos paralelos en los ministros: 1º perfeccionar a los santos; 2º la obra del servicio (diaconía); y 3º la edificación del cuerpo de Cristo.
A veces se interpreta como que la edificación del cuerpo es de exclusiva responsabilidad de los ministerios. Sin embargo, una mirada más atenta indica que, si bien el primer para (“perfeccionar a los santos”
está referido a los oficios del ministerio, el logro del tercer objetivo (“la edificación del cuerpo de Cristo”
requiere de la participación de todos los santos mediante las “diaconías” o “servicios”. Es decir, que todos los santos estén funcionando, que el cuerpo trabaje para el cuerpo.
Perfeccionar a los santos
“Perfeccionar a los santos” es la razón de ser de los ministerios de la Palabra. ¿Cómo se logra esto? La misma palabra que comparten estos ministros tiene el poder para perfeccionar y capacitar a los santos. Pablo decía que él luchaba (agonizaba) para “presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre” (Col. 1:28), y también sufría “dolores de parto” para formar la imagen de Cristo en los creyentes (Gál. 4:19). Los santos son personas renacidas, que deben aprender lecciones espirituales mediante la revelación de Jesucristo y la vida de iglesia. Deben aprender a perder para ganar, a morir para vivir, a ser débiles para ser fuertes; a menospreciar su carne y la vida natural, a negarse hasta la muerte, a vencer a Satanás con la sangre del Cordero, a experimentar el quebrantamiento del hombre exterior (el alma) y la renovación del hombre interior (el espíritu). Además, la famosa ecuación de Pablo: “Y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gál. 2:20). Esto es, la vida canjeada.
Estas son las grandes lecciones por las que los predicadores han de llevar a los santos en su crecimiento en Cristo. La naturaleza humana no está para ser perfeccionada, sino restada y reemplazada por la de Cristo en nosotros. Esto es lo que se quiere alcanzar con “perfeccionar a los santos”. El sentido de la encarnación de Cristo es comunicar su naturaleza a los hombres, para lo cual comunica sus dones a sus ministros y así perfeccionara a los santos.
Algunos maestros de la Palabra, en el intento de perfeccionar a los santos, llevan a éstos a un “bibliocentrismo”, pensando que, a mayor conocimiento bíblico, más espiritual será el creyente; pero la verdad es que se puede saber la Biblia de principio a fin sin conocer a Cristo. La Biblia es Cristocéntrica, de modo que quienes la conocen de verdad, han de seguir por su línea. El daño más grande que se les puede hacer a los santos es llevarlos a enfrascarse en un sistema doctrinal. ¿Cómo saldrán luego de allí? Los que caen en esas redes llegan a tener férreas fortalezas mentales. Nuestro ministerio ha de enfatizar la vida de Cristo.
La obra del ministerio
“Para la obra del ministerio”. A medida que el primer objetivo se va cumpliendo, los santos van siendo capacitados para llevar a cabo la obra del ministerio o diaconía. La palabra ministerio es también “servicio”. Usaremos la palabra “diaconía” por ser esta una palabra que aparece la mayoría de las veces en el Nuevo Testamento griego y se traduce normalmente como “ministerio”.1 Aparte de los diáconos que están designados para servir a las mesas en el Nuevo Testamento (Hechos 6:3), todos los creyentes son llamados “diáconos” o “siervos”. Aquí se afirma el sacerdocio universal de los creyentes; lo que implica que todos estamos llamados a participar de la obra del ministerio o diaconía.
Esta obra del ministerio es una sola y consiste en la formación de la imagen y el carácter de Cristo en la iglesia que es su cuerpo. Dios ha pensado en esto desde tiempos eternos, ha echado a andar su plan desde antes de los tiempos de los siglos. Dios se propuso en sí mismo que Cristo tuviese la preminencia en todos y sobre todo: La obra de Dios es formar a Cristo en nosotros. Nada tiene mayor interés para
Dios que consumar su obra. La iglesia ha estado experimentando la metamorfosis de conformarse a la imagen de Cristo (Romanos 8:29) por casi dos mil años, y finalmente Dios lo logrará. El diablo ha dividido la cristiandad en miles de pedazos, pero Dios sacará adelante un cuerpo unido por las coyunturas y un edificio bien unido por la trabazón de las piedras que lo componen. ¿Se da cuenta de la obra a que usted está llamado a participar? ¿Es esta su obra o tiene usted una obra aparte de esta?
“La obra del ministerio” no es muchas obras, sino una sola: esto es, Cristo en nosotros (Colosenses 1:27) y nosotros en Él. Obviamente, esta obra genera muchas otras obras: “Las buenas obras que Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.” (Efesios 2:10). En la sanidad del ciego, Jesús dijo: “... Para que las obras de Dios se manifiesten en él. Me es necesario hacer las obras del que me envió (Juan 9:3-4). Aquí las obras de Dios son muchas, pero todas estas obras son fruto de su única y gran obra.
“Esta es la obra de Dios –dijo Jesús a los judíos– que creáis en el que él ha enviado (Juan 6:29). Creer es recibir al Hijo de Dios, tenerlo internalizado. Esta es la obra de Dios, y ha de ser la misma de los santos: Cristo en nosotros. Esta es la obra que los ministerios de la Palabra han estado afirmando y consolidando en los santos. Una vez que “la obra de Dios” se realiza en los santos por la mediación de los ministerios de la palabra, éstos trabajan en la “obra del ministerio” o “diaconías”. Estas son obras de servicio y de amor, fruto de la obra de Dios en ellos. ¿Con qué fin? “Para la
edificación del cuerpo de Cristo”.
Lo que se ve aquí es una pluralidad y diversidad de obras emanadas de los “dones, los talentos y los oficios”.2 La totalidad de los santos están incluidos, esto es, el cuerpo trabajando para el cuerpo. Los que han sido formados en la imagen de Cristo sirven para la edificación del cuerpo de Cristo.
La edificación del cuerpo de Cristo
El tercer “para” es “para la edificación del cuerpo de Cristo”. En este objetivos están todos involucrados. Cada una de las piedras del edificio debe ocupar su lugar. El edificio es espiritual y cada piedra es una piedra viva. Las de abajo, que son las más fuertes, sostienen a las de arriba, las cuales son los más débiles. Los de los lados son los compañeros de labores; los de arriba no son los jerarcas eclesiásticos, sino los más débiles que son sostenidos por los más maduros. El edificio es universal, pero es también el modelo de cómo tiene que ser la edificación en la iglesia local. En este edificio, la piedra más grande y principal es el Señor Jesucristo, y se encuentra escondida en el fondo, bajo la superficie, cual sólido y firme fundamento, sosteniendo todo el edificio.
Siendo que el edificio es espiritual (cada piedra es una piedra viva), nadie se encuentra estático, como sucede en los edificios materiales de piedras muertas. Este es un edificio en
movimiento, en constante crecimiento. Ha estado creciendo por casi dos mil años y ya estamos llegando a la etapa final. Nunca ha estado más precioso que en nuestra generación.
Allí podemos ver las piedras del primer piso, que corresponden al siglo primero: los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo se encuentran ubicados en la primera hilera; en el segundo piso se encuentran los mártires de la fe que fueron muertos por causa del testimonio de nuestro Señor Jesucristo. ¡Oh, que preciosas piedras adornan el edificio de Dios! Con ellos llegamos hasta el tercer piso, correspondiente al siglo tercero.
El cuarto piso está edificado por los Antipas (“el que se opone”
(Apoc.2:13). Esta fue una clase de piedras vivas que aparecieron en el siglo cuarto, y que se oponían a todas las deformaciones en esos negros días en que la iglesia entró en casamiento con el estado. Ellos eran los únicos que resistían firmes las lluvias y vientos que daban con ímpetu contra la casa espiritual de aquel entonces. Ellos tuvieron que resistir hasta el siglo XVI; más de diez pisos fueron edificados durante esos siglos con este tipo de piedras.
Durante esos siglos se fortaleció una edificación paralela: una burda imitación del auténtico edificio espiritual. Externamente se veía brillante, pero era sólo apariencia, pues todo era, ha sido y sigue siendo un edificio tangible, de piedras muertas, diseñado por arquitectos que perdieron de vista a Dios. Sus edificadores desecharon la Piedra angular, y
pusieron como fundamento doctrinas de hombres, fundadas en tradiciones de hombres.
Durante esos siglos parecía que el edificio espiritual se venía abajo, pero venido el siglo XVI llegaron los refuerzos de las piedras reformadoras en toda Europa. Desde entonces empezó la restauración del edificio espiritual. Estas piedras se dispersaron por todas partes del mundo. Aunque por momentos parecía que el remedio era peor, sólo era una preparación del material para volver a juntarlo y ubicarlo en el edificio. Poco a poco han ido edificándose nuevos pisos. ¡Cuál de todos más precioso!
Estos últimos cuatro siglos han sido de una brillantez excepcional. Durante el siglo XIX se diseminaron piedras a todas partes del mundo, aun a las más alejadas latitudes: eran los misioneros que viajaron a los rincones más apartados del planeta. ¡Qué diremos del conocimiento que aportaron los edificadores de aquella generación en la construcción de la casa de Dios!
En las últimas décadas del siglo XX se ha estado trabajando en las terminaciones, que son las más caras y las que le van dando el toque de mayor esplendor. ¡Nunca había estado más completo el edificio! ¡Nunca ha estado tan cerca de terminarse la obra! ¡Se ve más reluciente que en todos los siglos anteriores! ¿Nos damos cuenta dónde estamos ubicados? ¿Sabemos leer los tiempos en que vivimos? ¡Salid a la azotea! El Arquitecto y Constructor ha sido Dios, y nosotros simplemente hemos sido sus colaboradores! ¡Venid y ved al que viene desde el cielo como una roca cortada y desprendida! Cual asteroide caerá sobre toda edificación humana, para derribarla (Daniel 2:34). El único edificio que estará en pie cuando Él venga será su amada iglesia; es decir, el edificio que durante siglos Él preparó para su habitación (Hebreos 12:27-28). ¡Gloria a Dios! ¡Ven, Señor Jesús!
Obviamente, aquí estamos hablando del edificio espiritual que, sin duda, Dios ve, de los millares de creyentes anónimos, cuyos ojos espirituales ven estas cosas: el cuerpo de Cristo, la unidad ya hecha por Dios, y no aceptan la división, por cuanto la Vid y los pámpanos somos una misma cosa. La Cabeza y los miembros unidos a ellas somos una misma cosa. Las grandes organizaciones eclesiásticas de la cristiandad profesante siguen su curso político-religioso tras un ecumenismo externo, que a todas luces sólo se interesa por lo terrenal. Un verdadero adorador de Jesucristo jamás se dejará impresionar por tal aparataje ceremonial. Hablamos entre cristianos que reconocen el señorío de Jesucristo, y aman la comunión de los santos.
La unidad de la fe
“Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe”. Esto parecía imposible en otro tiempo. Hoy, gracias a las modernas tecnologías, la Palabra está corriendo por todo el mundo a una velocidad impresionante. Ahora es posible llegar adonde antes era imposible. ¡Creemos que en nuestra generación llegaremos al objetivo de la unidad de la fe! Hoy podemos estar de acuerdo con creyentes a los que nunca hemos visto. No hemos tenido que pedirle permiso a las jerarquías eclesiásticas ni esperar hasta llegar a acuerdos con sus líderes para tener comunión con hermanos de todo el mundo. El Señor se está abriendo camino y cuando Él abre, ¿quién cierra?; y cuando Él cierra, ¿quién abre? (Apocalipsis 3:7). ¡Bendito sea Dios! Él preparó de antemano esta vía para
unificar la fe de los santos en todo el mundo.
El conocimiento del Hijo de Dios
“... Y del conocimiento del Hijo de Dios”. La revelación de Jesucristo está corriendo entre los creyentes como nunca antes.
En la década del 70 en Chile, confesar “¡Jesucristo es el Señor!” era toda una revolución, pues hasta entonces sólo conocíamos la verdad tocante a Jesucristo como “Salvador personal”. Hoy muchos creyentes lo proclaman con fe y denuedo.
En Chile nos sentimos, geográficamente, en el fin del mundo, pero gran consuelo hemos recibido con el testimonio proclamado con valentía por hermanos de muchos lugares que reconocen el señorío de nuestro Señor Jesucristo, y en especial por los hermanos de China, testimonio que ya está extendido por todo el mundo. Muchos de ellos pagaron (y siguen pagando en nuestra propia generación) con su propia sangre el testimonio de que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Nunca antes se han compuesto tantas canciones al Hijo de Dios. Se le adora como Dios, porque es Dios manifestado en carne; se le cree, se le sigue, se le ama.
Un varón perfecto
“... A un varón perfecto.” Aquí estamos llegando a la revelación de la iglesia, que se compara con un varón perfecto. Es algo a lo que tenemos que arribar. Es una medida de crecimiento. El varón perfecto es Cristo, pero se infiere claramente de quién se está hablando aquí: es de la iglesia, y la iglesia es Cristo en otra forma. Entonces, se espera que la iglesia tenga la estatura de Cristo.
¿Cómo es que la iglesia llegó a ser este varón? Por los dones, los talentos y los oficios que formaron a Cristo en su cuerpo. Los oficios, representados en los cuatro ministerios, suplieron de Cristo a los santos; y ellos, y todos juntos con los dones recibidos del Espíritu, más las gracias y habilidades concedidas por Dios, en el paso de los siglos han ido colaborando con Dios, el gran Arquitecto y Constructor, para formar este edificio espiritual, que tiene la estatura de un varón perfecto, diseñado conforme al modelo que es Cristo mismo. El trabajo terminará cuando venga el Señor, lo que significa que la iglesia como cuerpo de Cristo en el mundo está llegando a la estatura del varón perfecto, porque Cristo viene pronto.
La estatura de la plenitud de Cristo
“... A la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.” La plenitud de Cristo es su perfecta humanidad y su perfecta divinidad, más su obra. A estas alturas se ha operado la transformación en Su imagen y semejanza. Cada generación ha ido participando en esta gran obra. Tal vez ésta sea la última generación que plasmará la imagen de nuestro Señor Jesucristo encarnada en los que le creen y le aman. Cada día que pasa, los creyentes vamos experimentando la metamorfosis de ser transformados a su imagen y semejanza; imagen que el hombre natural no tiene, por tener su espíritu muerto, a diferencia de los que hemos creído, que tenemos la regeneración de nuestro espíritu, y a través de Él nos vamos renovando hasta “el conocimiento pleno.” (Col.3:10).
Efesios 1:23 dice, acerca de la iglesia: “La cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.” Lo declara como un hecho, porque en cada generación, la iglesia ha sido la expresión de Cristo. El objetivo de la plenitud es puesto al final, tal vez porque en el plan de Dios está el hecho de que la iglesia terminará gloriosa y plena en esta última etapa.
El problema no está en la unidad, sino
en la comunión
Los que hemos visto la unidad del cuerpo de Cristo, no vacilaremos en proclamarla, y lucharemos por expresarla en una auténtica comunión en el Espíritu Santo.
Efesios 4:14 nos advierte contra hombres astutos que preparan celadas (estratagemas) para confundir a los pequeños. El apóstol no se molesta en atacarlos, ni sugiere que los enfrentemos, lo cual sería un desgaste innecesario. Él espera que la edificación de los santos sea tal, que ningún viento de doctrina los remueva de su privilegiado sitial, en Cristo, en su cuerpo. Nosotros tampoco permitamos que estos vientos nos confundan o nos separen, más bien dispongámonos al trabajo del Espíritu Santo, y que Dios cumpla su propósito con nosotros.
No es que terminaremos todos en una sola organización mundial, sino que la unidad se expresará por la comunión en base a la vida de Cristo en los que esperan su venida. En 3:19, la plenitud está relacionada con el “conocimiento del amor de Cristo que excede a todo conocimiento.” Cada generación de cristianos ha tenido esto como una meta por alcanzar. Ha sido algo a lo que nos hemos extendido, a lo que tenemos que llegar obedeciendo a la voluntad de Dios, manifestada en estos propósitos.
A veces hemos llegado a pensar: “Nunca lo vamos a lograr en esta tierra, aunque es bueno avanzar hacia la perfección.” Sin embargo, el contexto nos dice que es posible llegar ahora. Es cierto que es una meta mientras se está en el período de crecimiento y desarrollo, pero es posible llegar ahora, dado el tiempo que nos ha tocado vivir. Todo dice que el desenlace del plan de Dios está llegando a su fin, por lo menos con respecto a la edad de la gracia y a su voluntad para con el cuerpo de Cristo.
Muchos están escépticos respecto de un futuro glorioso de la iglesia aquí en la tierra. Sin embargo, el contexto de este propósito utiliza la palabra “fe” (4:13), la cual no corresponde a la edad del reino (la fe no será necesaria allí), sino a nuestro tiempo. Es ahora cuando estamos alcanzando la unidad de la fe, la estatura del varón perfecto, la plenitud de Cristo y la unidad del cuerpo.
La gloria del ministerio
De aquí se deriva la alta misión y envergadura del ministerio de la palabra. Sobre él descansa nada menos que la responsabilidad de despertar a todos los santos para que asuman su servicio (diaconía) y así, con la actividad propia de cada miembro (Ef.4:16), el propósito de Dios respecto de la iglesia como cuerpo tenga pleno cumplimiento.
¿No valoraremos el lugar en que Dios nos puso? ¿No se esforzará nuestro corazón por ser fieles a Aquél que nos llamó? Concédanos nuestro bendito Dios la idoneidad para colaborar con Él en pro de su gloria eterna, de la exaltación de su precioso Hijo, y de su obra presente en su amado pueblo.
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1 Por ejemplo, en 1ª Timoteo 4:6: “... serás buen ministro (diácono) de Jesucristo.” 2ª Corintios 3:6: “Nos hizo ministros (diáconos) competentes de un nuevo pacto ...”. Romanos 15:16: “Para ser ministro (diácono) de Jesucristo a los gentiles.”
2 Los dones aparecen en 1ª Corintios 12; los talentos en Romanos 12; y los oficios (o ministerios) en Efesios 4.
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Tomado de la revista Aguas Vivas Nº 8 /Marzo - Abril 2001 http://aguasvivas.lawebcristiana.com
Los ministros
y el propósito de Dios
Preparando la ayuda idónea
Los ministros de la Palabra no son llamados a ser figuras rutilantes en el firmamento cristiano, sino servidores por medio de los cuales la iglesia es capacitada para cumplir
“la obra del ministerio”.
Para comprender el papel que les corresponde a los ministros de la Palabra en este tiempo, es preciso revisar una vez más cuál es el propósito de Dios.
No podemos, a la vista de los pequeños objetivos, extraviarnos del objetivo general, que da sentido y coherencia a todos los demás.
A la manera como hace un ingeniero vial, cuando traza un tramo del camino, debe hacerlo a la vista de la dirección de la carretera completa, para que su tramo se acople correctamente en su inicio y en su término al de la obra mayor, así, los hijos de Dios hemos de ver, al menos cada vez que hacemos revisión de lo realizado, o al trazar las líneas de lo que vendrá, cuál es el propósito mayor, aquel que Dios se propuso desde el principio, para que nuestro tramo en la obra que realizamos conecte adecuadamente con lo que Dios ha venido haciendo, y con lo que quiere hacer en lo futuro, para que así nuestro trabajo no se pierda, y podamos, aunque sea mínimamente, colaborar en su obra.
La preeminencia del Hijo
Aunque es profusamente dicho, y sostenido, la preeminencia de Jesucristo el Hijo de Dios, es el gran propósito de Dios. Todo fue creado por Él y para Él, y todo ha de glorificarle a Él.
Alguna vez entenderemos detalladamente cómo todo fue creado por Él y para Él, tanto lo macrocósmico, como lo microcósmico; tanto el diseño de las megaestrellas como el instinto más pequeño de la más pequeña ameba. Cada aspecto y cada énfasis, cada forma y cada color, cada configuración, cada estructura, cada sistema viviente, cada dimensión de vida, cada ser por simple o por complejo que sea, todo, absolutamente todo, fue creado por Él para Él.
No podemos entender esto cabalmente, como no puede una oruga entender el complejo sistema filosófico de Aristóteles, o de Kant. No podemos entenderlo: apenas lo barruntamos.
Pero hay algunas figuras que nos ayudan. Consideremos a un rico padre terreno. Él tiene un hijo único, y posee las más grandes extensiones de tierra, la mayor cantidad de recursos y de criados, ¿no lo pone todo, acaso, a los pies de su hijo? ¿Tendrá otro norte, otro propósito que el de darlo todo en herencia al amado de su corazón?
Miremos a Abraham e Isaac. He aquí dos nombres que no pueden dejar de hablarnos del Padre y del Hijo. El amor del padre por ese hijo nacido en la vejez, acrecentado por la larga espera; las riquezas del patriarca, la rica herencia que deja en manos de su hijo, y que no acepta que sea compartida con los demás; todo ello y mucho más nos hablan de ese sólo y gran afecto que el Padre tiene: el Hijo de su amor. El gozo del Padre en su Hijo, el diseño de todo lo creado para su deleite y gozo; la herencia de todas las cosas para su Único heredero. Todo nos habla de la preeminencia del Hijo en el propósito de Dios.
No hay otro ambiente, ni persona ni cosa que Dios ame cómo a Él. Nada ni nadie goza de su favor, si no es por su Hijo; sólo en Él –y lo dejó en claro en, al menos, tres veces– encuentra contentamiento. (Mateo 3:17; 17:5; Juan 12:28). No hay forma suficientemente excelsa de expresarlo, no hay lengua humana que sea capaz de describirlo. El propósito de Dios sólo halla su explicación y sentido en Jesús, el bendito Hijo de Dios.
No es bueno que el Hombre esté solo
Adán está en el huerto. Aun no ha entrado el pecado. La belleza del entorno es esplendente. Nada puede opacar la gloria de esa creación primera. Los aires están limpios, la pureza reina.
Adán luce magnífico en el huerto que Dios puso bajo sus pies. “Le hiciste un poco menor que los ángeles, le coronaste de gloria y de honra, y le pusiste sobre las obras de tus manos; todo lo sujetaste bajo sus pies.” (Hebreos 2:7-8 a). Sin embargo, Adán está solo.
Magnífico en toda su grandeza, pero solo. Todo obedece a su deseo, todo ha sido supeditado a su designio; pero está solo. “Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él.” (Génesis 2:18). Si relacionamos el salmo 8, con Hebreos 2:5-9, Efesios 5:31-32, y el pasaje de Génesis 2:18-24, podemos hallar esta extraordinaria verdad: Adán es un tipo de Cristo, y así como no pareció bien a Dios que Adán estuviera solo, así tampoco parece bien a Dios que su amado Hijo esté solo.
De manera que el propósito de Dios no sólo tiene que ver con su Hijo amado, sino que además tiene mucho que ver con la iglesia, porque ella, lo mismo que Eva para Adán, es la ayuda idónea para Él, porque fue formada de su mismo cuerpo.
Nadie puede ser la ayuda idónea de Cristo sino la iglesia, es decir, aquello que sale de él, de su costado herido. No puede serlo una institución hecha a la medida del hombre, y con el molde de las instituciones humanas; no puede serlo una organización religiosa o filantrópica, por muy loable que sean sus objetivos. Sólo Eva fue ayuda idónea para Adán, (no un maniquí, o una caricatura de mujer), porque ella fue tomada de él mismo. Sólo Eva estaba capacitada para entenderlo y ayudarlo. Sólo ella podía comprender sus deseos más íntimos, y satisfacerlos.
Así es también la iglesia, esta Novia que suspira por su Amado todavía ausente. Sólo esta novia que hoy es también a la semejanza de su cuerpo, puede colaborar con Dios para que Cristo tenga en todo la preeminencia.
El complemento de Aquel
El capítulo 1 de Efesios es, lo mismo que Juan 1, una ventana abierta a la eternidad pasada, para ver el corazón de Dios y conocer sus designios. Pues bien, en los versículos 9 y 10 se habla de la voluntad eterna de Dios, que consiste en reunir todas las cosas en Cristo (o, como puede también traducirse, “hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza”, Biblia de Jerusalén). Pero al finalizar el capítulo, después de hablar acerca de la obra preciosa del Trino Dios a favor del hombre, la mirada recae en la iglesia, afirmando que Cristo fue dado “por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud (o “complemento”, B. De Jerusalén) de Aquel que todo lo llena en todo”.
El objetivo de Dios del versículo 10 comienza a cumplirse en el magnífico hecho referido en el versículo 22. Cristo es ahora Cabeza de la iglesia (v.22), para mañana serlo de todas las cosas (v.10). Cristo tiene hoy su cuerpo (la iglesia) en la tierra para que, por medio de ella, pueda ser posible que mañana Cristo sea Cabeza sobre todas las cosas.
De manera que tiene que cumplirse primero un objetivo básico para que mañana pueda cumplirse uno mayor. Lo primero y básico es la edificación del cuerpo de Cristo, con aquella otra serie de propósitos afines que aparecen en Efesios 4:12-16. Si los hijos de Dios trabajan en este tiempo sólo para la salvación de las almas, pero no para el cumplimiento de estos propósitos fundamentales, ¿cómo Dios
tendrá una esposa para su Hijo? ¿Cómo este Abraham podrá encontrar una esposa para su Isaac?
Sin la iglesia, Cristo está como Adán sin Eva. Magnífico en su soledad, en su vastísima herencia, pero sin una compañera idónea. Cristo precisa de este complemento que es la Iglesia.
¿Cómo la iglesia puede llegar a ser esa
ayuda idónea?
Para alcanzar la serie de objetivos de Efesios 4:12-16 es preciso que exista primero un antecedente, que es, a la vez, causa y principio: los ministros de la palabra que aparecen en el versículo inmediatamente anterior a este pasaje: el 4:11.
Los objetivos de Efesios 4:12-16 sólo se podrán cumplir en la medida que esos ministerios estén funcionando coordinadamente, en sujeción a la Cabeza.
¿Dónde están los apóstoles hoy? ¿Dónde los pro-fetas? ¿Dónde los evangelistas? ¿Dónde los pastores y maestros? Al mirar alrededor en la cristiandad actual nos cuesta identificar
ministerios que estén verdaderamente puestos al servicio de estos altos objetivos de Dios. Más bien vemos una miríada de ministerios de la más variada índole, la mayoría de los cuales tienen sus propios objetivos, sus propias metas y planes, sus propios proyectos.
Aunque hay muchos que, sin duda, Dios utiliza grandemente, también hay otros que, simplemente, quieren hacerse un nombre en el vasto universo del ‘christianity show today’. Para éstos ¿qué importancia tienen los objetivos de Dios y la gloria de su precioso Nombre?
Muchos ministerios hoy buscan introducirse en los ambientes cristianos, pero que tienen muy poco que ofrecer de parte de Dios y para la gloria de Dios. Ellos tienen para ofrecer sólo su nombre y muy poco más.
La iglesia sólo puede llegar a ser la ayuda idónea que Cristo precisa en este tiempo, si los hombres a quienes Dios ha encomendado estos ministerios tienen esta visión, están conscientes de la responsabilidad que ello significa, y la cumplen en medio del cuerpo de Cristo. No bajo banderías particulares, no como buscando medrar con la Palabra de Dios, sino teniendo en vista la necesidad de Dios y la gloria de su Santo Hijo Jesús.
No fines, sino medios
Los ministros de la Palabra son, pues, medios que Dios prepara y utiliza para bendición de todo el Cuerpo, y no un fin en sí mismos.
En el pasado, muchos ministros alcanzaron un lugar de privilegio y mucha notoriedad. Creemos que eso estuvo bien, en su momento. Sin embargo, el propósito de Dios ha avanzado desde entonces hasta acá. No es este el día de resucitar a los Moody y a los Spurgeon. Los Billy Graham no se repetirán, pese a que la masificación de las comunicaciones podrían catapultar a alguno con mayor relevancia todavía. Pero eso tal vez ya no sea posible. 1
Los nuestros son días más bien de una reversión histórica. La antorcha tiene que pasar de los pocos a los muchos. La pirámide (con sólo unas pocas súper estrellas arriba) tiene que invertirse. Ahora el lugar predominante lo han de ocupar los miles y miles de creyentes de un talento, miembros hasta ahora olvidados y desplazados, sólo espectadores del trabajo de unos pocos.
El ministerio de los “gigantes” espirituales está cediendo su lugar al servicio más modesto y silencioso de los muchos que desean servir al Señor. Las grandes figuras están desapareciendo. Y aun las que han intentado encumbrarse, han caído, muchas de ellas envueltas en escándalos o descréditos de proporciones. El perfil del tele-evangelista, del predicar masivo, se ha sido desfigurando. Las desnudeces de muchos de ellos han quedado al descubierto. Sus ministerios
están muy cercanos a la farándula circense de la televisión, con todos sus males2.
Hoy nos aproximamos a la normalidad. Hoy estamos empezando a ver que tanto los dones, como los ministerios que ellos producen, son “medios” para la edificación del Cuerpo y, sobre todo, para que se manifiesten los servicios de cada miembro. El creyente no ha de ser más un mero oyente de buenos e inspirados discursos, sino un agente activo en la obra total del ministerio. El propósito de Dios hoy es restaurar la iglesia para que ella alcance la estatura de la plenitud de Cristo, y para que desde ella, el Espíritu Santo pueda alcanzar a una humanidad dolida y sufriente, esquilmada por el Devorador.
El Espíritu de Dios está conduciendo a los que se han rendido a Él para hacer su voluntad y para servirle como Él quiere, al sacerdocio universal de cada creyente. Esta verdad, que no es nueva, porque se habló de ello ya en la Reforma del siglo XVI, ha experimentado, en la práctica, un lento avance en los siglos siguientes.
Hoy estamos, gracias a Dios, más cerca de su realización.
El propósito de los dones y los ministerios
Hay una interesante correspondencia entre 1ª Corintios 12 y Efesios 4.
En 1ª Corintios 12:4-6 se habla de dones, ministerios y operaciones. Estos tres aparecen asociados, respectivamente, con el Espíritu, con el Hijo y con el Padre. El orden, como puede verse, es ascendente. Del menor hasta el mayor. De aquí podemos derivar que ese es el orden de importancia de los dones, los ministerios y las operaciones. Los dones existen para que existan los ministerios, y los ministerios existen para que existan las operaciones.
Es importante aquí el orden y la secuencia en que ocurren, porque los dones son antes que los ministerios y los ministerios antes que las operaciones. Los dones preexisten a los ministerios y éstos preexisten a las operaciones de los miembros del Cuerpo en particular. La máxima importancia se concede, entonces, a las operaciones.
Los dones relacionados con la Palabra capacitan a unos pocos para bendecir a todo el Cuerpo. ¿Cómo?
Efesios capítulo 4 nos ayuda. En Efesios también están los dones, los ministerios y las operaciones, en ese mismo orden. Los dones son dados a los hombres (4:8), para que puedan desempeñar los ministerios (4:11), por cuya función el cuerpo recibe la capacidad de alcanzar los objetivos de Dios. Desde el versículo 12 al 16 de Efesios 4 tenemos el desglose de ellos. Pero las operaciones, a diferencia de los ministerios, no tienen que ver con sólo unos pocos especialmente dotados, sino con todos los creyentes. Dice: “Según la actividad propia de cada miembro” (4:16). 3
El objetivo principal de Dios apunta hoy a que el Cuerpo recupere su funcionamiento, porque ello representa la posibilidad de recuperar el propósito de Dios. Y el cuerpo entero recuperará el funcionamiento cuando reciba la ministración adecuada de los ministerios.
En Efesios hay una dirección muy clara. Las oraciones de Pablo en los capítulos 1 y 3 se van abriendo desde lo individual a lo colectivo, para concluir en el capítulo 4 en la actividad de cada miembro, que dará lugar a la plenitud del cuerpo.
Siguiendo este mismo desarrollo, en el capítulo 3:16-18 tenemos la plenitud en el amor, y en el capítulo 4, la plenitud por medio de las diversas operaciones de los miembros de todo el cuerpo. La primera es una cuestión subjetiva, interna; la segunda, en cambio, es una cuestión objetiva y práctica.
Ahora bien, si tomamos el capítulo 4, veremos que la línea de pensamiento no se detiene en el versículo 8, como para que nosotros nos quedemos detenidos en los dones. Tampoco se detiene en el versículo 11, como para que nos quedemos detenidos en los ministerios. La línea de pensamiento termina en el versículo 16, en que “todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.” (4:16).
¡Es por medio de “la actividad propia de cada miembro” que el cuerpo recibe su crecimiento para edificarse en amor”! Es por la pluralidad de servicios y operaciones.
Una iglesia restaurada al modelo de Dios es aquella en que todos los miembros, sujetos a la única Cabeza, realizan sus operaciones respectivas.
La atención de Dios no está centrada hoy en los dones como fines en sí mismos, y como una ocasión de alarde personal; tampoco está centrada en los grandes y solitarios ministerios, como lo fue en tiempos pasados. La atención de Dios se centra en las operaciones del cuerpo, que es la meta final de la obra de Dios para hacer posible el propósito de Dios.
Muchos cristianos añoran con volver a los tiempos de los grandes hombres, de los gigantes espirituales, y se preguntan: ¿Cuándo tendremos un Moody, o un Spurgeon? O como algunos dicen: ¿Cuál será el hombre del consenso, que sea capaz de concitar la atención de todos los cristianos, de reunir todas las voluntades y producir la unidad del pueblo de Dios? Lamentablemente no habrá un hombre (individualmente hablando); pero la solución de Dios es infinitamente mejor; sí, habrá –felizmente– un hombre colectivo, un solo y nuevo hombre, del cual Cristo mismo es la Cabeza.
Las naciones esperan un hombre individual que les solucione sus problemas, (y sabemos que eso pavimenta el camino para el Anticristo). El pueblo de Dios no busca un hombre individual (sería demasiado frágil para liderar al pueblo de Dios en los tiempos que se habrán de vivir), sino espera la restauración de la iglesia –columna y baluarte de la verdad– contra la cual no pueden prevalecer las puertas del Hades.
El pueblo de Dios se levantará, como un solo Hombre, poderoso y fuerte. Será débil en apariencia, y seguramente menospreciado, pero será totalmente efectivo en el día malo, inclaudicable, sostenido por Aquel que está sentado en el trono de los cielos.
***
Así pues, el propósito de los ministerios, entonces, es aclarar por medio de la Palabra a los hijos de Dios cuál es la esperanza a que han sido llamados, cuál es su herencia y cuál es el poder que tienen en Dios (Efesios 1:18-19), y para que, haciendo uso de estos recursos, ellos puedan funcionar cada uno en su lugar y de acuerdo a sus talentos, aclarados sus corazones acerca de cuál es el servicio que Dios les llama a prestar, y cuáles son las obras que Dios ha preparado de antemano para que anden en ellas. (Efesios 2:10). En otras palabras, es aclarar a todos cuáles son las operaciones que están llamados a hacer y darles la oportunidad de hacerlo.
Una iglesia así edificada estará en condiciones de enfrentar los desafíos que el mundo, Satanás y la carne le presenten. Una iglesia así premunida de los recursos de Dios podrá estar en condiciones de afrontar con firmeza los difíciles días que se avecinan. Pero, sobre todo, una iglesia así edificada, podrá ser la ayuda idónea que Cristo necesita, para que nuestro postrer Adán, nuestro segundo Hombre, no esté solo. (1 Corintios 15:45,47).
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1 El mismo Graham dijo, como adelantándose a ello, en el encuentro de líderes “Amsterdam 2000” que él no necesitaba un sucesor, sino muchas manos decididas a aceptar la antorcha para la nueva generación. Dijo bien, porque es preciso, no un solo hombre especialmente dotado, sino muchos cuyas manos estén dispuestas a laborar.
2 Al respecto, el libro El Síndrome de Lucifer, de Caio Fabio, (Ed. Logos, 1994) abunda en detalles.
3 La palabra “actividad” se puede traducir también como “operación”.
El camino hacia la plenitud
“... A fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. (Efesios 4:12-13).
El apóstol utiliza distintas preposiciones para definir los objetivos de la pluralidad de ministerios de Efesios 4:11. Estas preposiciones se han traducido como a fin de y para. Encabezadas por ellas aparecen tres frases coordinadas, con tres propósitos paralelos en los ministros: 1º perfeccionar a los santos; 2º la obra del servicio (diaconía); y 3º la edificación del cuerpo de Cristo.
A veces se interpreta como que la edificación del cuerpo es de exclusiva responsabilidad de los ministerios. Sin embargo, una mirada más atenta indica que, si bien el primer para (“perfeccionar a los santos”
Perfeccionar a los santos
“Perfeccionar a los santos” es la razón de ser de los ministerios de la Palabra. ¿Cómo se logra esto? La misma palabra que comparten estos ministros tiene el poder para perfeccionar y capacitar a los santos. Pablo decía que él luchaba (agonizaba) para “presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre” (Col. 1:28), y también sufría “dolores de parto” para formar la imagen de Cristo en los creyentes (Gál. 4:19). Los santos son personas renacidas, que deben aprender lecciones espirituales mediante la revelación de Jesucristo y la vida de iglesia. Deben aprender a perder para ganar, a morir para vivir, a ser débiles para ser fuertes; a menospreciar su carne y la vida natural, a negarse hasta la muerte, a vencer a Satanás con la sangre del Cordero, a experimentar el quebrantamiento del hombre exterior (el alma) y la renovación del hombre interior (el espíritu). Además, la famosa ecuación de Pablo: “Y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gál. 2:20). Esto es, la vida canjeada.
Estas son las grandes lecciones por las que los predicadores han de llevar a los santos en su crecimiento en Cristo. La naturaleza humana no está para ser perfeccionada, sino restada y reemplazada por la de Cristo en nosotros. Esto es lo que se quiere alcanzar con “perfeccionar a los santos”. El sentido de la encarnación de Cristo es comunicar su naturaleza a los hombres, para lo cual comunica sus dones a sus ministros y así perfeccionara a los santos.
Algunos maestros de la Palabra, en el intento de perfeccionar a los santos, llevan a éstos a un “bibliocentrismo”, pensando que, a mayor conocimiento bíblico, más espiritual será el creyente; pero la verdad es que se puede saber la Biblia de principio a fin sin conocer a Cristo. La Biblia es Cristocéntrica, de modo que quienes la conocen de verdad, han de seguir por su línea. El daño más grande que se les puede hacer a los santos es llevarlos a enfrascarse en un sistema doctrinal. ¿Cómo saldrán luego de allí? Los que caen en esas redes llegan a tener férreas fortalezas mentales. Nuestro ministerio ha de enfatizar la vida de Cristo.
La obra del ministerio
“Para la obra del ministerio”. A medida que el primer objetivo se va cumpliendo, los santos van siendo capacitados para llevar a cabo la obra del ministerio o diaconía. La palabra ministerio es también “servicio”. Usaremos la palabra “diaconía” por ser esta una palabra que aparece la mayoría de las veces en el Nuevo Testamento griego y se traduce normalmente como “ministerio”.1 Aparte de los diáconos que están designados para servir a las mesas en el Nuevo Testamento (Hechos 6:3), todos los creyentes son llamados “diáconos” o “siervos”. Aquí se afirma el sacerdocio universal de los creyentes; lo que implica que todos estamos llamados a participar de la obra del ministerio o diaconía.
Esta obra del ministerio es una sola y consiste en la formación de la imagen y el carácter de Cristo en la iglesia que es su cuerpo. Dios ha pensado en esto desde tiempos eternos, ha echado a andar su plan desde antes de los tiempos de los siglos. Dios se propuso en sí mismo que Cristo tuviese la preminencia en todos y sobre todo: La obra de Dios es formar a Cristo en nosotros. Nada tiene mayor interés para
Dios que consumar su obra. La iglesia ha estado experimentando la metamorfosis de conformarse a la imagen de Cristo (Romanos 8:29) por casi dos mil años, y finalmente Dios lo logrará. El diablo ha dividido la cristiandad en miles de pedazos, pero Dios sacará adelante un cuerpo unido por las coyunturas y un edificio bien unido por la trabazón de las piedras que lo componen. ¿Se da cuenta de la obra a que usted está llamado a participar? ¿Es esta su obra o tiene usted una obra aparte de esta?
“La obra del ministerio” no es muchas obras, sino una sola: esto es, Cristo en nosotros (Colosenses 1:27) y nosotros en Él. Obviamente, esta obra genera muchas otras obras: “Las buenas obras que Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.” (Efesios 2:10). En la sanidad del ciego, Jesús dijo: “... Para que las obras de Dios se manifiesten en él. Me es necesario hacer las obras del que me envió (Juan 9:3-4). Aquí las obras de Dios son muchas, pero todas estas obras son fruto de su única y gran obra.
“Esta es la obra de Dios –dijo Jesús a los judíos– que creáis en el que él ha enviado (Juan 6:29). Creer es recibir al Hijo de Dios, tenerlo internalizado. Esta es la obra de Dios, y ha de ser la misma de los santos: Cristo en nosotros. Esta es la obra que los ministerios de la Palabra han estado afirmando y consolidando en los santos. Una vez que “la obra de Dios” se realiza en los santos por la mediación de los ministerios de la palabra, éstos trabajan en la “obra del ministerio” o “diaconías”. Estas son obras de servicio y de amor, fruto de la obra de Dios en ellos. ¿Con qué fin? “Para la
edificación del cuerpo de Cristo”.
Lo que se ve aquí es una pluralidad y diversidad de obras emanadas de los “dones, los talentos y los oficios”.2 La totalidad de los santos están incluidos, esto es, el cuerpo trabajando para el cuerpo. Los que han sido formados en la imagen de Cristo sirven para la edificación del cuerpo de Cristo.
La edificación del cuerpo de Cristo
El tercer “para” es “para la edificación del cuerpo de Cristo”. En este objetivos están todos involucrados. Cada una de las piedras del edificio debe ocupar su lugar. El edificio es espiritual y cada piedra es una piedra viva. Las de abajo, que son las más fuertes, sostienen a las de arriba, las cuales son los más débiles. Los de los lados son los compañeros de labores; los de arriba no son los jerarcas eclesiásticos, sino los más débiles que son sostenidos por los más maduros. El edificio es universal, pero es también el modelo de cómo tiene que ser la edificación en la iglesia local. En este edificio, la piedra más grande y principal es el Señor Jesucristo, y se encuentra escondida en el fondo, bajo la superficie, cual sólido y firme fundamento, sosteniendo todo el edificio.
Siendo que el edificio es espiritual (cada piedra es una piedra viva), nadie se encuentra estático, como sucede en los edificios materiales de piedras muertas. Este es un edificio en
movimiento, en constante crecimiento. Ha estado creciendo por casi dos mil años y ya estamos llegando a la etapa final. Nunca ha estado más precioso que en nuestra generación.
Allí podemos ver las piedras del primer piso, que corresponden al siglo primero: los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo se encuentran ubicados en la primera hilera; en el segundo piso se encuentran los mártires de la fe que fueron muertos por causa del testimonio de nuestro Señor Jesucristo. ¡Oh, que preciosas piedras adornan el edificio de Dios! Con ellos llegamos hasta el tercer piso, correspondiente al siglo tercero.
El cuarto piso está edificado por los Antipas (“el que se opone”
Durante esos siglos se fortaleció una edificación paralela: una burda imitación del auténtico edificio espiritual. Externamente se veía brillante, pero era sólo apariencia, pues todo era, ha sido y sigue siendo un edificio tangible, de piedras muertas, diseñado por arquitectos que perdieron de vista a Dios. Sus edificadores desecharon la Piedra angular, y
pusieron como fundamento doctrinas de hombres, fundadas en tradiciones de hombres.
Durante esos siglos parecía que el edificio espiritual se venía abajo, pero venido el siglo XVI llegaron los refuerzos de las piedras reformadoras en toda Europa. Desde entonces empezó la restauración del edificio espiritual. Estas piedras se dispersaron por todas partes del mundo. Aunque por momentos parecía que el remedio era peor, sólo era una preparación del material para volver a juntarlo y ubicarlo en el edificio. Poco a poco han ido edificándose nuevos pisos. ¡Cuál de todos más precioso!
Estos últimos cuatro siglos han sido de una brillantez excepcional. Durante el siglo XIX se diseminaron piedras a todas partes del mundo, aun a las más alejadas latitudes: eran los misioneros que viajaron a los rincones más apartados del planeta. ¡Qué diremos del conocimiento que aportaron los edificadores de aquella generación en la construcción de la casa de Dios!
En las últimas décadas del siglo XX se ha estado trabajando en las terminaciones, que son las más caras y las que le van dando el toque de mayor esplendor. ¡Nunca había estado más completo el edificio! ¡Nunca ha estado tan cerca de terminarse la obra! ¡Se ve más reluciente que en todos los siglos anteriores! ¿Nos damos cuenta dónde estamos ubicados? ¿Sabemos leer los tiempos en que vivimos? ¡Salid a la azotea! El Arquitecto y Constructor ha sido Dios, y nosotros simplemente hemos sido sus colaboradores! ¡Venid y ved al que viene desde el cielo como una roca cortada y desprendida! Cual asteroide caerá sobre toda edificación humana, para derribarla (Daniel 2:34). El único edificio que estará en pie cuando Él venga será su amada iglesia; es decir, el edificio que durante siglos Él preparó para su habitación (Hebreos 12:27-28). ¡Gloria a Dios! ¡Ven, Señor Jesús!
Obviamente, aquí estamos hablando del edificio espiritual que, sin duda, Dios ve, de los millares de creyentes anónimos, cuyos ojos espirituales ven estas cosas: el cuerpo de Cristo, la unidad ya hecha por Dios, y no aceptan la división, por cuanto la Vid y los pámpanos somos una misma cosa. La Cabeza y los miembros unidos a ellas somos una misma cosa. Las grandes organizaciones eclesiásticas de la cristiandad profesante siguen su curso político-religioso tras un ecumenismo externo, que a todas luces sólo se interesa por lo terrenal. Un verdadero adorador de Jesucristo jamás se dejará impresionar por tal aparataje ceremonial. Hablamos entre cristianos que reconocen el señorío de Jesucristo, y aman la comunión de los santos.
La unidad de la fe
“Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe”. Esto parecía imposible en otro tiempo. Hoy, gracias a las modernas tecnologías, la Palabra está corriendo por todo el mundo a una velocidad impresionante. Ahora es posible llegar adonde antes era imposible. ¡Creemos que en nuestra generación llegaremos al objetivo de la unidad de la fe! Hoy podemos estar de acuerdo con creyentes a los que nunca hemos visto. No hemos tenido que pedirle permiso a las jerarquías eclesiásticas ni esperar hasta llegar a acuerdos con sus líderes para tener comunión con hermanos de todo el mundo. El Señor se está abriendo camino y cuando Él abre, ¿quién cierra?; y cuando Él cierra, ¿quién abre? (Apocalipsis 3:7). ¡Bendito sea Dios! Él preparó de antemano esta vía para
unificar la fe de los santos en todo el mundo.
El conocimiento del Hijo de Dios
“... Y del conocimiento del Hijo de Dios”. La revelación de Jesucristo está corriendo entre los creyentes como nunca antes.
En la década del 70 en Chile, confesar “¡Jesucristo es el Señor!” era toda una revolución, pues hasta entonces sólo conocíamos la verdad tocante a Jesucristo como “Salvador personal”. Hoy muchos creyentes lo proclaman con fe y denuedo.
En Chile nos sentimos, geográficamente, en el fin del mundo, pero gran consuelo hemos recibido con el testimonio proclamado con valentía por hermanos de muchos lugares que reconocen el señorío de nuestro Señor Jesucristo, y en especial por los hermanos de China, testimonio que ya está extendido por todo el mundo. Muchos de ellos pagaron (y siguen pagando en nuestra propia generación) con su propia sangre el testimonio de que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Nunca antes se han compuesto tantas canciones al Hijo de Dios. Se le adora como Dios, porque es Dios manifestado en carne; se le cree, se le sigue, se le ama.
Un varón perfecto
“... A un varón perfecto.” Aquí estamos llegando a la revelación de la iglesia, que se compara con un varón perfecto. Es algo a lo que tenemos que arribar. Es una medida de crecimiento. El varón perfecto es Cristo, pero se infiere claramente de quién se está hablando aquí: es de la iglesia, y la iglesia es Cristo en otra forma. Entonces, se espera que la iglesia tenga la estatura de Cristo.
¿Cómo es que la iglesia llegó a ser este varón? Por los dones, los talentos y los oficios que formaron a Cristo en su cuerpo. Los oficios, representados en los cuatro ministerios, suplieron de Cristo a los santos; y ellos, y todos juntos con los dones recibidos del Espíritu, más las gracias y habilidades concedidas por Dios, en el paso de los siglos han ido colaborando con Dios, el gran Arquitecto y Constructor, para formar este edificio espiritual, que tiene la estatura de un varón perfecto, diseñado conforme al modelo que es Cristo mismo. El trabajo terminará cuando venga el Señor, lo que significa que la iglesia como cuerpo de Cristo en el mundo está llegando a la estatura del varón perfecto, porque Cristo viene pronto.
La estatura de la plenitud de Cristo
“... A la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.” La plenitud de Cristo es su perfecta humanidad y su perfecta divinidad, más su obra. A estas alturas se ha operado la transformación en Su imagen y semejanza. Cada generación ha ido participando en esta gran obra. Tal vez ésta sea la última generación que plasmará la imagen de nuestro Señor Jesucristo encarnada en los que le creen y le aman. Cada día que pasa, los creyentes vamos experimentando la metamorfosis de ser transformados a su imagen y semejanza; imagen que el hombre natural no tiene, por tener su espíritu muerto, a diferencia de los que hemos creído, que tenemos la regeneración de nuestro espíritu, y a través de Él nos vamos renovando hasta “el conocimiento pleno.” (Col.3:10).
Efesios 1:23 dice, acerca de la iglesia: “La cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.” Lo declara como un hecho, porque en cada generación, la iglesia ha sido la expresión de Cristo. El objetivo de la plenitud es puesto al final, tal vez porque en el plan de Dios está el hecho de que la iglesia terminará gloriosa y plena en esta última etapa.
El problema no está en la unidad, sino
en la comunión
Los que hemos visto la unidad del cuerpo de Cristo, no vacilaremos en proclamarla, y lucharemos por expresarla en una auténtica comunión en el Espíritu Santo.
Efesios 4:14 nos advierte contra hombres astutos que preparan celadas (estratagemas) para confundir a los pequeños. El apóstol no se molesta en atacarlos, ni sugiere que los enfrentemos, lo cual sería un desgaste innecesario. Él espera que la edificación de los santos sea tal, que ningún viento de doctrina los remueva de su privilegiado sitial, en Cristo, en su cuerpo. Nosotros tampoco permitamos que estos vientos nos confundan o nos separen, más bien dispongámonos al trabajo del Espíritu Santo, y que Dios cumpla su propósito con nosotros.
No es que terminaremos todos en una sola organización mundial, sino que la unidad se expresará por la comunión en base a la vida de Cristo en los que esperan su venida. En 3:19, la plenitud está relacionada con el “conocimiento del amor de Cristo que excede a todo conocimiento.” Cada generación de cristianos ha tenido esto como una meta por alcanzar. Ha sido algo a lo que nos hemos extendido, a lo que tenemos que llegar obedeciendo a la voluntad de Dios, manifestada en estos propósitos.
A veces hemos llegado a pensar: “Nunca lo vamos a lograr en esta tierra, aunque es bueno avanzar hacia la perfección.” Sin embargo, el contexto nos dice que es posible llegar ahora. Es cierto que es una meta mientras se está en el período de crecimiento y desarrollo, pero es posible llegar ahora, dado el tiempo que nos ha tocado vivir. Todo dice que el desenlace del plan de Dios está llegando a su fin, por lo menos con respecto a la edad de la gracia y a su voluntad para con el cuerpo de Cristo.
Muchos están escépticos respecto de un futuro glorioso de la iglesia aquí en la tierra. Sin embargo, el contexto de este propósito utiliza la palabra “fe” (4:13), la cual no corresponde a la edad del reino (la fe no será necesaria allí), sino a nuestro tiempo. Es ahora cuando estamos alcanzando la unidad de la fe, la estatura del varón perfecto, la plenitud de Cristo y la unidad del cuerpo.
La gloria del ministerio
De aquí se deriva la alta misión y envergadura del ministerio de la palabra. Sobre él descansa nada menos que la responsabilidad de despertar a todos los santos para que asuman su servicio (diaconía) y así, con la actividad propia de cada miembro (Ef.4:16), el propósito de Dios respecto de la iglesia como cuerpo tenga pleno cumplimiento.
¿No valoraremos el lugar en que Dios nos puso? ¿No se esforzará nuestro corazón por ser fieles a Aquél que nos llamó? Concédanos nuestro bendito Dios la idoneidad para colaborar con Él en pro de su gloria eterna, de la exaltación de su precioso Hijo, y de su obra presente en su amado pueblo.
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1 Por ejemplo, en 1ª Timoteo 4:6: “... serás buen ministro (diácono) de Jesucristo.” 2ª Corintios 3:6: “Nos hizo ministros (diáconos) competentes de un nuevo pacto ...”. Romanos 15:16: “Para ser ministro (diácono) de Jesucristo a los gentiles.”
2 Los dones aparecen en 1ª Corintios 12; los talentos en Romanos 12; y los oficios (o ministerios) en Efesios 4.
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Tomado de la revista Aguas Vivas Nº 8 /Marzo - Abril 2001 http://aguasvivas.lawebcristiana.com