El perdón del Padre

JuandelaCruz

Miembro senior
2 Febrero 2024
251
58
Aquí un espíritu Celestial –es decir, alguien que habita en el Reino de Dios– escribe sobre el perdón del Padre, un tema que, en palabras suyas, es escasamente comprendido desde que los hombres empezaron a distorsionar las enseñanzas del Maestro.

El perdón es esa operación de la Mente Divina que libra al hombre de las sanciones de los pecados que ha cometido y le permite apartarse de sus malos pensamientos y acciones, así como le permite buscar el Amor del Padre; y si lo busca sinceramente encontrará la felicidad, la cual simplemente está esperando a que él la obtenga. El perdón no viola ninguna ley de las que Dios ha establecido para impedir que el hombre eluda las sanciones por sus transgresiones de la ley de Dios que controla su conducta.

La ley de compensación, conforme a la cual lo que el hombre siembre, eso cosechará, no queda anulada, sino que en el caso particular en el que un hombre se arrepiente y con toda honestidad ora al Padre para que le perdone sus pecados y haga de él un hombre nuevo, se activa la operación de otra ley más grande, y la antigua ley de compensación queda sobreseída y, por así decir, engullida por el poder de esta ley de perdón y amor. De modo que no se anula ninguna de las leyes de Dios.
Así como en el mundo físico ciertas leyes menores son superadas por leyes mayores, así también en el mundo del espíritu o en el funcionamiento de las cosas espirituales, las leyes mayores no pueden por menos que prevalecer sobre las menores.

Las leyes de Dios nunca cambian, aunque la aplicación de esas leyes a hechos y condiciones particulares sí que parezca cambiar cuando dos leyes entran en aparente conflicto y la de menor rango debe ceder el paso a la de rango mayor.

Las leyes espirituales son tan fijas como lo son las leyes físicas que controlan el universo material; y ninguna ley que se aplique a la misma condición de hechos es nunca diferente ni opera de manera diferente en su aplicarse o en sus efectos.

A modo de ilustración, el sol y los planetas en sus movimientos están gobernados por leyes fijas, y operan con tal exactitud que los hombres que estudian estas leyes y las comprenden pueden, con precisión casi matemática, predecir los movimientos de esos cuerpos celestes. Esto sólo significa que mientras el sol y los planetas permanezcan como están, circundados por las mismas influencias, y no se encuentren con ninguna ley que opere de manera contraria a las leyes que normalmente los controlan, esos planetas y el sol repetirán sus movimientos año tras año de la misma manera y con la misma precisión. Cada 11'3 años el sol cumplirá su ciclo de llamaradas solares, etc. Pero supongamos que una ley más poderosa y contraria a las leyes usuales entrara en operación e influyera en los movimientos de esos cuerpos: ¿Suponéis ni por un momento que seguirían el mismo curso como si esa ley mayor no se hubiera inmiscuido?
El efecto de esto no es anular la ley menor, o ni siquiera alterarla, sino subordinarla a las operaciones de la ley mayor; y si estas nuevas operaciones fueran eliminadas o dejaran de actuar, la ley menor retomaría sus operaciones sobre esos planetas, y éstos se moverían de acuerdo con ella como si su poder nunca hubiera sido afectado por la ley mayor.

Así también, en el mundo de los espíritus, cuando un hombre ha cometido pecados en la tierra, la ley de compensación exige que tenga que pagar la sanción de esos pecados hasta que haya habido una expiación completa, o hasta que la ley sea satisfecha. Esta ley jamás cambia en sus operaciones, y ningún hombre puede evitar o huir de las inexorables exigencias de la ley. Él no puede por sí mismo quitarle ni un ápice a las sanciones, sino que debe pagar hasta el último cuarto de céntimo, como dijo el Maestro, y por tanto no puede por sí mismo esperar cambiar las operaciones de esta ley.

No obstante, dado que el Creador de toda ley ha provisto otra y más elevada ley, ésta, bajo ciertas condiciones, puede hacerse entrar en funcionamiento, ocasionando que la ley anterior deje de operar y el hombre pueda experimentar el beneficio del funcionamiento de esa ley superior. De modo que cuando Dios indulta a un hombre de sus pecados y le convierte en una nueva criatura en su naturaleza y amor, no aniquila en ese caso particular la ley de compensación, sino que elimina aquello sobre lo que esta ley puede operar. Y Dios no indulta a Su capricho. Indultados son únicamente quienes se hacen a sí mismos acreedores de la Misericordia del Padre.

El pecado es toda violación de la ley de Dios, y el efecto del pecado es la sanción que impone dicha violación. El sufrimiento de un hombre por los pecados cometidos no es el resultado de la condena especial de Dios en cada caso particular, sino el fruto de las gestiones y latigazos de su conciencia y recuerdos, y mientras la conciencia funcione, él sufrirá, y cuanto mayores sean los pecados cometidos mayor será el sufrimiento. Ahora bien; todo esto implica que el alma de un hombre está llena en mayor o menor medida de esos recuerdos, los cuales de momento constituyen su existencia misma. Él vive con esos recuerdos, y el sufrimiento y el tormento que resultan de ellos nunca podrán abandonarle hasta que los recuerdos de esos pecados, o el resultado de ellos, dejen de ser parte de él y sus constantes compañeros: Esta es la inexorable ley de compensación, y el hombre por sí mismo no tiene forma alguna de escapar de esta ley excepto por la vía de su larga expiación, lo cual elimina esos recuerdos y satisface la ley.

El hombre no puede cambiar esta ley, y Dios no lo hará. De ello podemos estar bien seguros, porque por algo instauró Sus perfectas leyes en Su universo. Así que, como digo, la ley nunca cambia. Pero recordad este hecho: Que para que la ley opere, un hombre tiene que tener esos recuerdos, y ellos tienen que ser parte de su existencia misma.

Ahora supongamos que el creador de esta ley ha creado otra ley, pero una que, bajo ciertas condiciones, y cuando un hombre hace ciertas cosas, logra que esos recuerdos le sean quitados y ya no constituyan una parte o porción de su existencia. Entonces pregunto: ¿Qué existe en, o de ese hombre, sobre lo cual esta ley de compensación pueda actuar u operar? La ley no es alterada, ni tampoco echada a un lado, pero aquello sobre lo cual puede operar ya no existe, y en consecuencia no hay ninguna razón ni existencia de hechos que invoquen su operación.

Así que digo, como lo hacen vuestros científicos y filósofos, que las leyes de Dios son fijas y nunca cambian, pero digo además –cosa que ellos fracasan en percibir– que ciertas condiciones que pueden suscitar y de hecho suscitan la operación de estas leyes hoy, al día siguiente pueden cambiar o dejar de existir, de modo que esas leyes ya no son efectivas.

Y por eso cuando se declaran las verdades del perdón de los pecados de Dios muchos hombres sabios alzan las manos y gritan: «Las leyes de Dios jamás cambian, y ni siquiera Dios Mismo puede cambiarlas. Y para efectuar el perdón de los pecados la gran ley de compensación tiene que ser quebrantada. Mas Dios no obra tal milagro, ni a nadie otorga una dispensación especial. Así que no; el hombre debe pagar el castigo de sus malas acciones hasta que la ley se cumpla».

¡Cuán limitado es el conocimiento de los mortales, y el de los espíritus también, sobre el Poder, la Sabiduría y el Amor del Padre! Su Amor es la cosa más grande en todo el universo, y la Ley del Amor es la más grande ley. Todas las demás leyes están subordinadas a Ella y deben funcionar al unísono con ella; y el Amor, el Amor Divino del Padre, cuando se entrega al hombre y éste lo posee, constituye el cumplimiento y consumación de toda ley. Este Amor libera al hombre de toda ley excepto la Suya Propia, y cuando el hombre posee este Amor, de ninguna ley es esclavo, y es libre en verdad.

En el caso de ese hombre, la ley de compensación y todas las leyes que no están en armonía con la Ley del Amor no tienen nada sobre lo cual operar, y las leyes de Dios no son modificadas, sino que simplemente, en lo que atañe a ese hombre, no tienen existencia alguna.

Ahora, que todos los hombres, sabios e insensatos, sepan que Dios, en Su Amor y Sabiduría, ha provisto unos medios mediante los cuales el hombre, si así lo quiere, puede escapar de la inmutable ley de compensación y llegar a no estar sujeto a sus demandas y sanciones; y que esos medios son simples y fáciles, y están dentro de la comprensión y al alcance de toda alma viviente, sea santa o pecadora, sabia o ignorante.

El intelecto –en el sentido de ser docto– no está aquí involucrado, pero tanto el hombre que sabe que Dios existe y le proporciona alimento y vestido como resultado de su trabajo diario, como el gran intelectual científico o filósofo, pueden descubrir el camino hacia estas verdades redentoras. Y no quiero decir que un hombre, mediante el mero ejercicio de sus poderes mentales, pueda recibir el beneficio de esta gran disposición para su redención. El alma debe pedir y buscar, y entonces encontrará, y el alma del sabio puede que no sea tan capaz de recibir como el alma del ignorante.

Dios es Amor. Y el hombre tiene un amor natural, pero este amor natural no basta para hacerle capaz de encontrar estos grandes medios de los que hablo. Sólo el Amor Divino del Padre es suficiente, y Él, Dios Mismo, está deseando que todos los hombres tengan este Amor. Es un obsequio gratuito, y está esperando, deseando ser escanciado sobre todos los hombres, pero, por extraño que parezca, Dios no otorgará este Amor –y podría decir que no puede otorgarlo– a menos que el hombre lo busque y lo pida con fervor y fe. Pues libres creó Dios a Sus hijos, y jamás les impondrá cosa alguna.

El libre albedrío del hombre es algo maravilloso, y se interpone entre él y este Amor si omite ejercer este su querer para buscarlo. Ningún hombre puede obtenerlo en contra de su voluntad. ¡Qué cosa tan maravillosa es el libre albedrío del hombre, y cómo debería él estudiarlo, ahondar en su libertad y aprender qué gran componente de su ser es!

El Amor del Padre sólo llega al alma de un hombre cuando lo busca en oración y con fe, y por descontado esto implica que quiere que venga a él. Por otro lado, a ningún hombre se le niega jamás este Amor cuando lo pide apropiadamente.

Ahora bien; este Amor es parte de la Esencia Divina, y cuando un hombre lo posee en suficiente abundancia se vuelve parte de la Divinidad Misma; y en la Divinidad no existe pecado ni error alguno; y en consecuencia, cuando pasa a ser parte de esta Divinidad, ningún pecado ni error puede ya formar parte de su ser.

Como he dicho, el hombre que carece de este Amor tiene sus recuerdos de pecados y malas acciones y, según la ley de compensación, debe pagar las sanciones. Pero cuando este Amor Divino entra en su alma no deja lugar para estos recuerdos, y a medida que se llena más y más con este Amor, estos recuerdos desaparecen, y sólo el Amor habita en su alma, cabe decir. Finalmente no queda en él nada sobre lo cual esa ley pueda operar, y el hombre ya no es su esclavo o súbdito. Este Amor es por sí mismo suficiente para limpiar el alma de todo pecado y error y hacer al hombre uno con el Padre.

Este es el perdón del pecado, o más bien el resultado del perdón. Cuando un hombre ora al Padre pidiendo este perdón Él nunca hace oídos sordos, sino que en efecto dice: «Eliminaré tus pecados y te daré mi Amor; no apartaré a un lado ni cambiaré mis leyes de compensación, sino que eliminaré de tu alma todo aquello sobre lo cual esta ley pueda operar, y para ti será como si no existiera».

Sé por experiencia personal que este perdón es algo verdadero, real y existente, y cuando el Padre perdona, el pecado desaparece y sólo existe el Amor, y este Amor en su plenitud constituye el cumplimiento de toda ley.

Así pues, haced posible que los hombres sepan que Dios que perdona el pecado, y que cuando Él perdona, la sanción desaparece, y que cuando desaparece como resultado de tal perdón, ninguna ley de Dios es alterada o violada.

Esta fue la gran misión de Jesús cuando vino a la tierra. Antes de que él viniera y enseñara esta gran verdad, el perdón de los pecados no era comprendido ni siquiera por los maestros hebreos, sino que su doctrina era el ojo por ojo y diente por diente. El Amor Divino, tal como tenuemente lo he descrito, no era conocido ni buscado; sólo el cuidado, la protección y los beneficios materiales que Dios pudiera dar a los hebreos.

El Amor Divino entrando en las almas de los hombres y tomando posesión de ellas constituye el Nuevo Nacimiento, y sin esto ningún hombre puede ver el Reino de Dios.

Aunque larga e imperfecta, en esta comunicación hay suficiente para que los hombres piensen y mediten, y si lo hacen y abren sus almas a la Influencia Divina sabrán que Dios puede perdonar el pecado y salvar a los hombres de sus sanciones, tal que no tengan que sumergirse en el largo período de expiación, el cual, en el estado natural del hombre, la ley de compensación siempre exige.
Que aflore en vosotros el perdón y la paz de Dios.
Un espíritu Celestial.