EL PECADO EN LAS CONGREGACIONES
Por José T. Herrera*
Casi siempre que se piensa en el pecado, analizamos el aspecto doctrinal referido a su origen, el carácter del primer individuo que pecó, la naturaleza del primer pecado, el lamentable ingreso del pecado a la raza humana, los catastróficos efectos sobre la naturaleza en el entorno, la aparición de la culpa y de la muerte, la necesidad del Redentor, el castigo y final del pecado, entre otros aspectos no menos importantes y fundamentales de nuestra doctrina.
Existe un listado de palabras que definen el término pecado: errar el blanco, injusticia, iniquidad, rebelión, etc., etc., el apóstol lo define como cualquier infracción a la ley divina (I Juan 3:4); y por ser un asunto que a todos nos atañe pareciera ser que el tema de la santidad personal se convierte en un ideal inalcanzable en las alturas inaccesibles de la comunión con Dios y - para algunos - en la fundamentación moral de cada quien; sin embargo el reclamo divino siempre es actual, consistente e imperioso: "sed santos porque yo soy Santo..." (I Pedro 1:16).
Estamos conscientes acerca de lo miserable que ha resultado el desenlace de la vida de hombres y mujeres que tuvieron la maravillosa oportunidad - al igual que nosotros - de haberse encontrado con el Señor, pero que su vida de pecado los llevó a perderlo todo porque el pecado destruye, mata, desintegra, arruina y hunde al hombre. Lo encarcela y esclaviza mientras vive llevándolo a la muerte espiritual separándolo de Dios y consecuentemente a la muerte eterna. Pero ¿porqué es tan destructivo? Y ¿porqué hay vida de pecado al interior de la iglesia? y vayamos más allá ¿porqué también algunos siervos de Dios se ven envueltos en pecados inimaginables e igualmente despreciables?
Podemos seguir haciéndonos preguntas tras preguntas y encontrar un sinnúmero de respuestas repugnantes, respecto a la vida de pecado de muchos líderes de nuestras congregaciones; hacemos algunos señalamientos de las frecuencias: casi siempre la primera causa del fracaso es el involucramiento en relaciones ilícitas, llámese adulterio o fornicación, en otro de los casos es la manipulación a su favor de recursos de la congregación, el aprovechamiento indebido de los bienes de los miembros de la iglesia y en un minúsculo caso se manifiesta en los últimos años a través de tendencias homosexuales / lésbicas, entre otras defecciones. Ahora bien, existe un sentimiento generalizado en un número no pequeño de congregaciones en lo que se refiere al hecho que Dios permanece impasible ante la pecaminosidad de sus líderes, la vida de pecado del que se para al frente a ministrar en el culto dominical como representante de alabanza es un secreto a voces y la gente simplemente se limita a cantar y uno que otro critica mientras pasa el momento de alabanza para luego sentarse convencido de que nada está sucediendo que pueda preocuparle.
Pese a todo esto, la predicación de muchos ministros le ha hecho esquina a este comportamiento espiritual de la iglesia, sosteniendo que lo primordial es sembrar (US$) en el reino de los cielos, otros acerca de la importancia de la unción espiritual que hace que los hermanos caigan en un transe que les transforma, a diferencia de los que predican el disfrute de la vida diaria y de las relaciones con todo lo que nos rodea como buenos cristianos, se distingue otro grupo que fomenta la super - prosperidad, los aportes psicológicos de "no se rinda" en sus esfuerzos por ser feliz, entre otros sermones homiléticamente bien hechos, lindamente referenciados y aplaudidos por los catedráticos de los institutos bíblicos.
Hay un problema de fondo que debemos enfrentar en estos días tomando en cuenta que vivimos en la época más pervertida de todos los tiempos, en que pecar ahora es más fácil que nunca, los medios de perversión están en la casa y sin embargo es el tiempo en el que hay más conocimiento acerca de Dios, de la Biblia y de doctrina. El conocimiento de la Palabra está más proliferado que nunca, la alabanza nunca estuvo tan intensa, nunca hubo un número más grande de creyentes practicantes o por lo menos nominales, emisoras cristianas, canales de televisión por satélite, comisiones evangelísticas, institutos bíblicos, seminarios teológicos, campañas y cruzadas de evangelización y todo cuanto se nos ocurra para llevar el mensaje a los perdidos. Y obvio, lo seguiremos haciendo hasta las últimas consecuencias; pero el mal persiste, no desaparece aunque los esfuerzos nuestros estén destinados incansablemente a cumplir con la gran comisión.
Pero también hay que agregar el enorme daño provocado a las congregaciones por conceptualizaciones doctrinales deficientemente enseñados desde el púlpito: por una parte hay un grupo de cristianos libertinos que son salvos y siempre salvos sin que importe la conducta y hábitos espirituales; por otro lado un grupo no chiquito de cristianos frustrados hasta la muerte por haber perdido inexorablemente la salvación, y como ya la perdieron, ¿qué más dá seguir pecado? Una mancha más del tigre. Sin embargo, en ambos casos existe lo que llamo "insatisfacción cristiana", la cual me lleva a experimentar continuamente una vida cristiana sin sustancia en la que prevalece el devenir de las situaciones de la vida y la programación de la iglesia. La salvación, cierto, no se pierde, pero para aquél que ha nacido de nuevo, y eso hay que decirlo con claridad.
Si, si, ya sabemos eso, el problema no es que no lo sepamos, sino que no lo vivimos. El Apóstol Santiago amonesta duramente nuestra conciencia con el fin de que llevemos a la realidad de nuestra vida lo que Dios ha dicho: "Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos" (Stgo. 1:22). Por eso la insistencia, el conocimiento está dado, pero se ha dificultado llevarlo a la práctica.
El caso que personalmente me enchina la piel, hablando de la falta de santidad en los líderes, es el caso de Acán. Este hombre, jefe de familia que durante la conquista de Jericó tomó botín del anatema sabiendo la prohibición divina de no tomar nada de aquella ciudad: " Pero vosotros guardaos del anatema; ni toquéis, ni toméis alguna cosa del anatema, no sea que hagáis anatema el campamento de Israel, y lo turbéis. Mas toda la plata y el oro, y los utensilios de bronce y de hierro, sean consagrados a Jehová, y entren en el tesoro de Jehová. " (Josué 6:18-19). La instrucción era sencilla, no había quien no comprendiese el contenido del mandato, sin embargo para un corazón ambicioso sería la causa de su mayor debilidad. Aquí entró en escena nuestro personaje: "Pero los hijos de Israel cometieron una prevaricación en cuanto al anatema; porque Acán hijo de Carmi, hijo de Zabdi, hijo de Zera, de la tribu de Judá, tomó del anatema; y la ira de Jehová se encendió contra los hijos de Israel" (Josué 7:1)
Lo lamentable, es que la Palabra de Dios involucra a todo el pueblo: "Pero los hijos de Israel cometieron...." como se aprecia hay un efecto devastador del pecado personal en todo aquello en lo que tenemos alcance: familia, vecinos, compañeros de trabajo, amigos, hermanos de la congregación, etc. Los cristianos que llegamos a vivir en pecado maldecimos nuestro entorno, contaminamos la naturaleza, perjudicamos a cuantas personas se relacionan con nosotros, hacemos infelices a nuestras familias y nos autosentenciamos. Esto no se da injustamente, la naturaleza del pecado implica precisamente eso: la pérdida de todo aquello digno de apreciar.
Consecuentemente, como resultado de este pecado durante la ignorancia pública se cobra la muerte de 36 hombres en el intento de conquistar a Hai, una aldea en comparación a Jericó. Estos hombres tenían hijos y mujeres, pero ¿porqué no se murió Acán allí? Bueno, era necesario sentar un precedente público acerca de la conducta del pecado. Dios fue detallista con Josué al darle lineamientos para identificar al transgresor. El desenlace ya lo conocemos: murió inevitablemente juntamente con su mujer y sus hijos a fin de que la maldición no pasara de una generación a otra. No cabe duda que es lastimoso que los propios hijos pierdan la vida por un desvarío de los padres, sin embargo este es el caso de incalculable cantidad de gente en nuestros países tercermundistas en los que predomina la desintegración familiar, el trabajo infantil, las madres solteras, los niños de la calle sumidos en la droga del pegamento para zapatos y el infierno de las pandillas juveniles, el crimen organizado, la depravación sexual en menores de edad, tráfico de menores ¿basta la lista? Claro que no.
Si pero no, la santidad y entrega personal al Señor es el mejor antídoto para no ser infectado por este veneno. Tengo varios conocidos que este asunto del pecado sexual les ha llevado a "desaparecer" geográficamente por lo públicamente vergonzoso de su conducta, con el agravante que las congregaciones nunca perdonan a sus líderes a quienes se les ha comprobado un proceder moral repugnante. Y aunque el pastor, líder o lo que sea, vuelva al Señor y se restaure, la imagen pública jamás será rehabilitada aunque pasen años. La iglesia del Señor se ha convertido en el único ejército en el que los caídos en combate son dejados abandonados en el arcén sin que otro lo levante y se lo eche al hombro en busca de un paramédico que le dé tratamiento.
El Apóstol Pablo conocía de cerca el problema y por lo tanto no dudó en demandar de Timoteo una conducta intachable, irreprensible a fin de que sea reconocida la dignidad del pastorado. La recomendación más relevante en lo que se refiere a la conducta individual: "Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren." (I Tim. 4:16) y agrega: "Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor. " (II Tim. 2:22).
También en la Biblia hay evidencia de hombres que se negaron a ceder a los ofrecimientos de un mundo efímero y engañador: José, Moisés, Daniel y sus amigos y porqué no mencionar a nuestro amadísimo Señor. Todos fueron sujetos de tentaciones y presiones del medio y del mismo enemigo. Sin embargo tomaron la decisión de permanecer fieles a Dios y ser ejemplos de integridad y santidad personal.
Cuanto más restauremos a los hermanos que han sido víctimas del pecado personal, más será esparcido el reino de Dios. No debemos continuar con la conducta del ejército que no levanta a los soldados caídos en combate. Debemos restaurarles en el nombre del Señor, el Espíritu Santo ha de capacitarnos constantemente a fin de llevar a cabo esta noble tarea. Hay un enorme trabajo que hacer y hoy por hoy lo que menos tenemos es tiempo, así que debemos echar manos a la obra tan pronto como podamos.
Finalmente, es necesario hacer notar la urgencia de modelar la vida cristiana de una manera intensa. La Iglesia Primitiva tenía la característica de vivir apasionadamente esa vida, la vida de santidad, la cual es requisito indispensable para poderle ver (Heb. 12:6). El anhelo de verle, aun más que el miedo a ir al infierno, nos debe llevar a temerle reverencialmente, en amor y digna conducta.
Bendiciones.
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*José T. Herrera es pastor y conferencista de una Iglesia de San Salvador, El Salvador.