El pecado de Adán y Eva.
Mucho se ha hablado entre los creyentes cristianos del pecado original, atribuido a nuestros primeros padres, y que ha trascendido a toda su descendencia hasta el día de hoy, pero pocos parecen saber exactamente en qué consiste este pecado que tanto parece afectarnos a todos los humanos. Algunos piensan que se refiere al acto sexual o generativo, pero esto no tiene ningún fundamento lógico, pues siendo el mismo Creador quien nos dotó de estas facultades reproductivas, y él mismo autorizó a la primera pareja a que se multiplicaran y llenasen la tierra con su descendencia, no pudo ser nada pecaminoso tal acto, natural y necesario para que se cumpliera el propósito divino.
Ciertamente, toda cosa o acción puede hacerse bien o mal, o usarse digna o indignamente; la función sexual se puede realizar limpia u honestamente, y también de manera sucia o degradante, pero no era este el caso de Adán y Eva, pues en aquellos tiempos no había entrado aún la corrupción en el mundo de los humanos. Por lo tanto, fue otra la causa o el sentido que tiene la palabra pecado, que por ser el primero se le llamó el pecado original, o que dio origen a toda clase de pecados. Fue la desobediencia al Creador la que dio comienzo a todas las calamidades y sufrimientos que ha afligido a la entera raza humana, y sigue siéndolo hasta ahora. ¿Por qué? la razón es muy lógica si la examinamos racionalmente.
Ante todo, debemos tener una idea lo más clara posible del propósito divino al crear a la familia humana, propósito excelente como procedente de un Dios de amor, para el bienestar presente y futuro de todos los que viniesen a existir, y que Dios lo da a conocer en las Escrituras para guía de los humanos que quieran escucharlo. El se propuso crear una sociedad de personas justas, sabias y bondadosas, que pudieran vivir pacíficamente extendidas por toda la superficie terrestre, disfrutando de todos los productos y cosas hermosas que se pueden cultivar en esta tierra fértil y generosa. Para ello dotó a sus criaturas de facultades prodigiosas, que usadas convenientemente les servirían para forjar sus propios planes, creaciones propias, y tantas cosas como se deseen tener para llevar una existencia feliz.
Ahora bien, por muy bien dotado que estuviese el hombre, era indispensable que además fuera dirigido, instruido y enseñado convenientemente para que supiera usar de la mejor manera estas facultades, y evitar cometer errores que echaran a perder todo el buen funcionamiento del propósito divino, y nadie mejor que su propio Creador podía guiarlos por este derrotero. Pero, aquí estaba el peligro, o riesgo, que habrían de afrontar los humanos para mostrarse merecedores de tan maravillosa perspectiva, era indispensable que ellos quisieran escuchar y obedecer estas instrucciones, observándolas al pie de la letra, pues cualquier error cometido demostraría que ellos no eran dignos de tener este privilegio, o sea, que no estaban dispuestos a llevar a cabo el plan divino para su propia salvación y bienestar eterno. Y este ha sido el mayor error cometido por la primera pareja, y después repetido por la mayoría de sus descendientes, el rechazar la guía divina, no querer seguir sus sabias y bondadosas instrucciones, privándose así de recibir toda la sabiduría de su divino Hacedor que ellos, y nosotros, necesitamos para vivir una vida maravillosa tal como nuestro Dios concibió para todas sus criaturas inteligentes.
Los seres humanos, cuando vienen a la existencia, tienen ante sí dos alternativas u opciones, una positiva y otra negativa, que a ellos se les ha concedido poder escoger libremente, o libre albedrío, la de, usando su facultad de raciocinio, pensar que todo cuanto tienen, y son, lo han recibido de Dios, que tienen el deber de amarlo y respetarlo, obedeciendo todo cuanto les pida para mostrarle su agradecimiento; o bien, centrar su atención en sí mismo, en satisfacer sus propios deseos, anteponiéndolos a los deseos de su Creador, pensando que nada les deben y que ellos tienen el derecho a usar todo cuanto han recibido sin tener que dar cuentas a nadie de sus acciones. En otras palabras, pueden cultivar gratitud por los bienes recibidos, o cultivar egoísmo para no reconocer sus deberes, y esto último es una injusticia, pues pagan todo el bien recibido con el mayor mal por parte de ellos al rechazar los derechos que su Creador tiene a dirigirlos por el mejor camino, para trazarse sus propios objetivos injustos que los conducirán a corto o largo plazo a su propia y merecida destrucción. Por lo tanto, la obediencia a los mandatos divinos es el factor decisivo que puede evitar todos los males que pudieran sobrevenirles a lo largo de sus vidas, que podría ser eterna, y la desobediencia el factor negativo que conduce inevitablemente a los resultados contrarios. Pero la decisión siempre es de ellos, de nosotros mismos, por eso, no tenemos ningún derecho a quejarnos por todo cuanto nos pase, pues esta opción o alternativa sigue en pie de nosotros depende únicamente elegir una u otra.
Mucho se ha hablado entre los creyentes cristianos del pecado original, atribuido a nuestros primeros padres, y que ha trascendido a toda su descendencia hasta el día de hoy, pero pocos parecen saber exactamente en qué consiste este pecado que tanto parece afectarnos a todos los humanos. Algunos piensan que se refiere al acto sexual o generativo, pero esto no tiene ningún fundamento lógico, pues siendo el mismo Creador quien nos dotó de estas facultades reproductivas, y él mismo autorizó a la primera pareja a que se multiplicaran y llenasen la tierra con su descendencia, no pudo ser nada pecaminoso tal acto, natural y necesario para que se cumpliera el propósito divino.
Ciertamente, toda cosa o acción puede hacerse bien o mal, o usarse digna o indignamente; la función sexual se puede realizar limpia u honestamente, y también de manera sucia o degradante, pero no era este el caso de Adán y Eva, pues en aquellos tiempos no había entrado aún la corrupción en el mundo de los humanos. Por lo tanto, fue otra la causa o el sentido que tiene la palabra pecado, que por ser el primero se le llamó el pecado original, o que dio origen a toda clase de pecados. Fue la desobediencia al Creador la que dio comienzo a todas las calamidades y sufrimientos que ha afligido a la entera raza humana, y sigue siéndolo hasta ahora. ¿Por qué? la razón es muy lógica si la examinamos racionalmente.
Ante todo, debemos tener una idea lo más clara posible del propósito divino al crear a la familia humana, propósito excelente como procedente de un Dios de amor, para el bienestar presente y futuro de todos los que viniesen a existir, y que Dios lo da a conocer en las Escrituras para guía de los humanos que quieran escucharlo. El se propuso crear una sociedad de personas justas, sabias y bondadosas, que pudieran vivir pacíficamente extendidas por toda la superficie terrestre, disfrutando de todos los productos y cosas hermosas que se pueden cultivar en esta tierra fértil y generosa. Para ello dotó a sus criaturas de facultades prodigiosas, que usadas convenientemente les servirían para forjar sus propios planes, creaciones propias, y tantas cosas como se deseen tener para llevar una existencia feliz.
Ahora bien, por muy bien dotado que estuviese el hombre, era indispensable que además fuera dirigido, instruido y enseñado convenientemente para que supiera usar de la mejor manera estas facultades, y evitar cometer errores que echaran a perder todo el buen funcionamiento del propósito divino, y nadie mejor que su propio Creador podía guiarlos por este derrotero. Pero, aquí estaba el peligro, o riesgo, que habrían de afrontar los humanos para mostrarse merecedores de tan maravillosa perspectiva, era indispensable que ellos quisieran escuchar y obedecer estas instrucciones, observándolas al pie de la letra, pues cualquier error cometido demostraría que ellos no eran dignos de tener este privilegio, o sea, que no estaban dispuestos a llevar a cabo el plan divino para su propia salvación y bienestar eterno. Y este ha sido el mayor error cometido por la primera pareja, y después repetido por la mayoría de sus descendientes, el rechazar la guía divina, no querer seguir sus sabias y bondadosas instrucciones, privándose así de recibir toda la sabiduría de su divino Hacedor que ellos, y nosotros, necesitamos para vivir una vida maravillosa tal como nuestro Dios concibió para todas sus criaturas inteligentes.
Los seres humanos, cuando vienen a la existencia, tienen ante sí dos alternativas u opciones, una positiva y otra negativa, que a ellos se les ha concedido poder escoger libremente, o libre albedrío, la de, usando su facultad de raciocinio, pensar que todo cuanto tienen, y son, lo han recibido de Dios, que tienen el deber de amarlo y respetarlo, obedeciendo todo cuanto les pida para mostrarle su agradecimiento; o bien, centrar su atención en sí mismo, en satisfacer sus propios deseos, anteponiéndolos a los deseos de su Creador, pensando que nada les deben y que ellos tienen el derecho a usar todo cuanto han recibido sin tener que dar cuentas a nadie de sus acciones. En otras palabras, pueden cultivar gratitud por los bienes recibidos, o cultivar egoísmo para no reconocer sus deberes, y esto último es una injusticia, pues pagan todo el bien recibido con el mayor mal por parte de ellos al rechazar los derechos que su Creador tiene a dirigirlos por el mejor camino, para trazarse sus propios objetivos injustos que los conducirán a corto o largo plazo a su propia y merecida destrucción. Por lo tanto, la obediencia a los mandatos divinos es el factor decisivo que puede evitar todos los males que pudieran sobrevenirles a lo largo de sus vidas, que podría ser eterna, y la desobediencia el factor negativo que conduce inevitablemente a los resultados contrarios. Pero la decisión siempre es de ellos, de nosotros mismos, por eso, no tenemos ningún derecho a quejarnos por todo cuanto nos pase, pues esta opción o alternativa sigue en pie de nosotros depende únicamente elegir una u otra.