El nuevo mandamiento de Jesús

16 Mayo 2010
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El nuevo mandamiento de Jesús.


La última noche que Jesús estuvo con sus apóstoles les dijo estas palabras: “Les doy un nuevo mandamiento: que se amen unos a otros; así como yo los he amado, que ustedes también se amen los unos a los otros. En esto todos conocerán que ustedes son mis discípulos, si tienen amor entre sí” (Juan 13:34,35). ¿Por qué era este un mandamiento nuevo, pues ya en la ley mosaica se les había dado el mandato de amar al prójimo como a sí mismo?. Era nuevo por lo que dijo Cristo, así como él los había amado a ellos, deberían amarse entre ellos mismos; él los había amado más que a sí mismo, hasta el punto de dar su vida por ellos. Como también dijo en esta ocasión Jesús: “Nadie tiene mayor amor que este: que alguien entregue su alma a favor de sus amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que les mando” (Juan 15:13). Nosotros no tenemos que dar nuestra vida literalmente para demostrar este amor, porque nuestra vida no vale ni una enésima parte de lo que valía la vida de Jesús, pero sí debemos y podemos dedicar nuestro tiempo y todo cuanto tenemos y somos para hacernos el mayor bien posible los unos a los otros, que es lo que nos manda Cristo para que pueda considerarnos amigos suyos.
¿Cómo podríamos demostrarnos esta clase de amor al mayor grado posible? Como amar significa hacer todo el bien posible, y esto a su vez implica el ayudarnos unos a otros en todas nuestras necesidades, dificultades e inquietudes, para poder hacerlo de la mejor manera sería indispensable estar juntos o muy cerca los unos de los otros, esto es, convivir juntos aunque sea en pequeños grupos. Como dice el salmista: “¡Miren¡ ¡Qué bueno y qué agradable es que los hermanos moren juntos en unidad¡” (Salmo 133:1). Morar, habitar, convivir juntos en unidad es la mejor o única forma de poder ayudarnos al máximo de nuestras posibilidades, y de muchas maneras, con el mínimo de esfuerzos y sacrificios por parte de unos y de otros. El estar alejados o separados unos de otros, como sucede debido a las muchas dificultades que el estilo de vida actual nos impone, imposibilita o dificulta el que podamos ayudarnos y hacernos el bien tanto como quisiéramos o necesitamos. Cada uno de nosotros estamos sujetos o condicionados por circunstancias ajenas a nuestra voluntad, nuestro trabajo, obligaciones familiares, dificultades de toda clase, nos obligan a estar separados y diseminados entre personas del mundo, de quienes poca o ninguna ayuda podemos esperar, a veces todo lo contrario, y en tales condiciones poco podemos hacer por ayudar, precisamente a quienes más necesitados están de nuestra ayuda, hermanos y hermanas mayores, enfermos o impedidos por alguna dolencia, pequeños, que requiren cuidados especiales o permanentes. Nadie puede dejar sus obligaciones diarias, su trabajo, su familia, para acudir cuando se requiera en ayuda a estas personas, solo visitarlos de vez en cuando, animarlos con buenas palabras, quizás hacerle alguna faena urgente, o poco más. Si pudiéramos vivir juntos, aunque sean unos cuantos hermanos, estas ayudas podrían ser mucho más efectivas y prolongadas; desde nuestra propia vivienda, los hermanos y hermanas que realizan sus faenas diarias en el hogar, podrían vigilar las necesidades de sus vecinos, y acudir a ellos prontamente, si el caso lo requiere, sin tener que abandonar sus propios quehaceres. Y si muchos de ellos trabajan fuera, con que algunos estén al tanto de lo que sucede en casa, puede avisar, si es necesario, para pedir la ayuda que se requiera; las mismas personas necesitadas se pueden ayudar unas a otras, o hacerse compañía, que a veces es lo que más necesitadas pueden estar estas personas mayores o enfermas. En todo caso, el convivir juntos, o muy cerca los unos de los otros, representa un gran alivio y protección para todos, tanto si trabajan en el hogar como si lo hacen fuera de él, pues siempre dispondrán de más tiempo y ocasiones de prestar la ayuda deseada, y mostrarnos este amor que Cristo nos manda tener.
Quizás nos parezca imposible superar estas dificultades, pero como dijo Jesús: “Sigan buscando y hallarán, sigan pidiendo y se les dará; porque todo el que busca halla, y todo el que pide recibe” (Mat. 7:7). Si seguimos buscando la mejor forma de poder demostrar este amor y hacer el bien a nuestros hemanos al mayor grado posible, Jehová no nos negará su ayuda y su sabiduría para encontrar soluciones a estos problemas, o poder mejorarlos bastante. Ciertamente, todos estamos sujetos a nuestro lugar de residencia y separados de la de los demás hermanos, y no siempre se puede escoger este lugar a conveniencia de todos, pero también es cierto que cuando las circunstancias lo requiere, cada uno puden vender su casa y comprar otra en el lugar que más le convenga, es decir, que podemos mudarnos si vemos la necesidad o conveniencia de hacerlo. Los que viven de alquiler aún le es más fácil esta mudanza, pues solo tienen que trasportar sus pertenencia de un lugar a otro, mientras que en las operaciones de compra y venta no siempre se puede actuar con rapidez, además de ocasionar más gastos o pérdida de bienes en estas operaciones y traslados. De todos modos, siempre se podría intentar, si varias familias o hermanos individuales quisieran encontrar un lugar adecuado para poder convivir juntos en unidad, estudiar los pro y los contra que puedan presentarse para conseguir este objetivo. Por ejemplo, se podía hablar con algún contratista de obras, que construye viviendas particulares o bloques, concordar con él para que construya un grupo de viviendas, según el número de hermanos que piensen habitarlas, más pequeñas y más grandes, para las diferentes familias con más o menos miembro, y si es posible, que puede serlo, que estas viviendas puedan ser en propiedad y alquiladas, para que puedan acceder a ellas tanto los que tengan medios económicos para pagarlas, como los que carezcan de ellos. Lo importante es que los hermanos que puedan y estén dispuesto a intentar este amoroso propósito, puedan hacerlo en las mejores condiciones.
De este método o forma de vivir no solo se beneficiarían los hermanos mayores o impedidos por cualquier otro mal, sino que también pueden hacerlo los demás aunque no padezcan ningunas de estas deficiencias. El costo de vida que se requiere al vivir en el centro o periferia de la ciudad se puede reducir muchísimo con estas modificaciones; no olvidemos que Jesús recomendó tener el ojo sencillo, es decir, prescindir de todo aquellos no no fuera realmente necesario, evitar gastos supérfluos. Hoy día casi todos los miembros de la familia necesitan tener un coche o medio de locomoción para realizar su trabajos, por ello necesitan en cada vivienda uno o varios coches, con su garaje o plazas individuales donde guardarlos; esto significa un gasto considerable añadido al de coste de la vivienda o su alquiler. Si viviesen en el campo, o terreno donde disponen de mayor espacio superficial, para guardar el coche, o los que sean, cualquier cobertizo hecho por uno mismo serviría igual. Además, las personas que gocen de buena salud y juventud pueden tener también algún miembro de su familia que esté impedido o tenga otras dificultades que dificulten o hasta impidan las actividades, tanto laborales como teocrática, de algún otro miembro de la familia. No se puede dejar solo en casa a una persona impedida o enferma temporalmente, y el recurrir a los servicios de una estraña suele ser bastante costoso. Por eso, el poder convivir juntos en unidad, los que puedan hacerlo, puede resultar muy ventajoso en muchos aspectos; pero la mayor ventaja sería la de poder cumplir al mayor grado posible el amoroso mandato de Cristo.
Otra forma práctica de poder morar juntos en unidad, quizás la menos costosa, sería la de adquirir un terreno en las afueras de la ciudad, o lo más próximo posible a ella, y utilizarlo como lugar de residencia provisional para un grupo indeterminado de hermanos, los que quieran y estén dispuestos a hacerlo. Se puede morar en caravanas o autocaravanas, muchos lo hacen por largo tiempo, y aunque sea un modo de vivir un tanto estrecho, es un medio bastante independiente, y estando rodeados de personas a quienes amamos, también puede ser muy agradable esta convivencia. O bien, construir pequeñas viviendas prefabricadas, si es posible desmontables, por si surje la necesidad de cambiar de lugar, para aprovechar los mismos materiales y no desperdiciar nada. La cuestión es encontrar el medio más accequible y económico de morar unidos y poder practicar los principios y normas justas y amorosas que Jehová y Jesucristo nos recomiendan, amándonos y ayudándonos unos a otros de la mejor manera posible, para que se nos considere como amigos fieles de Jesús y de Jehová, pudiendo así recibir anticipadamente parte de sus bendiciones eternas.
No olvidemos que el amor es el factor principal para que se realice a cabalidad el propósito divino, y también la causa y finalidad de nuestra existencia. Fue por el amor de Jehová que se nos dio el don inigualable de la vida, con todos los demás atributos, y con el propósito de que viviéramos felices mediante cultivar y conservar eternamente este amor, y fue también por falta de amor por lo que este propósito se truncó, o dejó de realizarse para la inmensa mayoría de los humanos que han llegado a existir, y siguen existiendo; y somos nosotros, los que vivimos y hemos puesto nuestra fe en nuestro Creador y en su Hijo, Jesús, los únicos responsables de que se pueda recuperar y conservar lo que se ha perdido si queremos hacernos merecedores de la bondad y la misericordia divina, que es la que nos concede la oportunidad de seguir viviendo inmerecidamente. Nunca olvidemos que Dios es esencialmente justo, y su justicia siempre se cumple, y ésta consiste en dar a cada uno lo que le corresponde o merece; y solo nos corresponde o merecemos aquello que conseguimos con nuestro propio esfuerzo; Jehová nos enseñá precisamente para esto, para que por medio de utilizar debidamente estas enseñanzas aprendamos y nos capacitemos para conseguir todas estas cosas que necesitamos y deseamos legítimamente con nuestro propio esfuerzo, haciéndonos de esta manera merecedores de poseerlas. Por desear tener lo que no les pertenecía ni merecían, tanto los ángeles infieles como los primeros humanos, perdieron el don de la vida perfecta y eterna, y a los que por bondad inmerecida se les dio aún la oportunidad de seguir viviendo, la perdieron por la misma razón, por desear cosas que no les pertenecían ni eran indispensables para seguir viviendo. No sigamos cayendo en el mismo error, pidiendo y esperando cosas que no merecemos, y abusando así de la benevolencia y paciencia de nuestro Dios. El solo desear lo que nosotros no somos capaces de producir, por no haber seguido fielmente las instrucciones divinas, ya es una injusticia por nuestra parte, pues deberíamos saber que Dios no puede proteger ni menos recompensar a ningún injusto satisfacciendo sus deseos egoistas, porque es puro egoísmo pretender que se nos de lo que no merecemos ni nos pertenece. No queramos que Jehová obre injustamente, porque nosotros nos empeñemos en no dejar de serlo aferrándonos a nuestros deseos egoístas. Es solo practicando el amor de Cristo que podremos vencer o controlar estas tendencias egoístas, cultivando y acrecentando este amor intenso hacia nuestros hermanos que nos recomienda el apóstol Pedro (1º. de Pedro 4:8) pues como bien dice él, este amor cubre una multitud de pecados, o malos deseos. Tengamos siempre presente que nuestro amor y nuestra justicia, solo nos corresponde a nosotros producirlo y ejercerla, ni Jehová ni nadie puede hacerlo por nosotros. La justicia de otros no nos salvará a nosotros ni nos justificará; ni siquiera la de Jehová, pues mientras no dejemos de actuar injustamente, la justicia divina nos será adversa; es nustra propia justicia y nuestro propio amor lo que nos es valedero ante Dios y ante los hombres justos, es lo único que a nosotros nos pertenece hacer como pequeña compensación a lo mucho que Jehová y Jesús han hecho por nosotros, y que nosotros podemos y debemos hacer para se merecedores de la bondad divina Esforcémonos al máximo por cultivar y acrecentar este amor buscando la mejor manera de hacerlo, y esta será la forma más realista de hacernos merecedores, no de lo que Jehová nos ha dado y esperamos que nos de, sino solo de la confianza que Dios ha puesto en nosotros esperando que correspondamos de la mejor manera posible a su gran amor.