Aquella noche apenas podía conciliar el sueño; algo me llenaba de inquietud y mi conciencia aturdida daba paso al insomnio. ¿Cómo podía ser posible que la lectura del Evangelio de Lucas, (2.7) que acababa de leer: “José iba con María a empadronarse por orden de Cesar Augusto, cuando le sorprendió el parto de María y no habiendo sitio para ellos en la posada, le acostó en un pesebre”, tuviera tanta coincidencia con el relato de Lucas, transformándose en un hecho real del que había sido testigo esa misma tarde?
A través de un amigo conocí a Guadalupe y a César, que terminaban de llegar a España sorprendiéndoles el parto de su hijo. No tenían trabajo ni apenas llevaban documentación oficial, tan solo conservaban un diminuto papel con algunas direcciones de amigos de su pais, a donde podrían acudir para solicitando ayuda.
La tarea resultaba difícil. Unos, se lamentaban de no poder acogerlos, pues compartían vivienda con otros compañeros y el sitio escaseaba para poder cobijar a más personas. Otros, les aconsejaban que acudieran a un centro médico benéfico, para que fueran asistidos. Aquellos, los más “letrados”, les increpaban comentándoles que el Estado tenía la obligación de asistirlos por los convenios existentes entre Naciones. Ir sin demora, insistían.
Y cuando desconsolados acuden solicitando nuestra ayuda, se encuentran con aquellos que creemos amar a los demás llamándoles hermanos, volviendo la cabeza para otro lado buscando nuestra propia felicidad comprando regalos en el Corte Inglés que preocupándonos por resolver el problema de Guadalupe y de César.
Y lo más grave y triste del asunto, es que además intentamos esquivar nuestra conciencia, justificando lo injustificable para hacerles comprender, que éstos son días en los que todos estamos muy ocupados intentado preparar lo mejor posible, la colocación del nacimiento y el abeto, la compra de regalos y la cena de Nochebuena, además de atender a la familia que viene de otros lugares, para todos juntos celebrar “cristianamente” el Nacimiento del Niño Jesús.
En definitiva les aconsejamos que la mejor solución para solucionar el problema, sería buscar entre vuestros cobijo entre sus paisanos, con la seguridad de tendrán un lugar para cobijaros y atenderos como verdaderos cristianos.
Y de esta manera acallamos nuestra conciencia sin pensar el desconsuelo que le produciría a César, la solución totalmente egoísta, propuesta por unos hermanos católicos practicantes, que solo piensan en la mejor manera de celebrar el día de Navidad, mientras él no encuentra un lugar que ofrecerle a su esposa para que nazca su hijo.
Sin embargo ese niño que volvería a nacer de nuevo entre nosotros y que nunca abandona a los que le necesitan, les recordó el diminuto papel que habían traído desde Colombia con algunas direcciones. Al final de aquel papel un nombre borroso y una dirección casi ilegible, les condujo hasta el domicilio de otro colombiano.
La casa que encontraron era pequeña, muy pequeña. El matrimonio joven y sin duda sumidos en la pobreza, los recibieron llenos de alegría al contemplar el embarazo de Guadalupe.
Apenas pudieron explicarles su peregrinaje desde la llegada a España, por que la respuesta de estos casi desconocidos fue, que naturalmente se podían quedar en su casa y traer al mundo a su hijo. La casa es estrecha, pero sin duda el niño la encontrará llena de amor.
Todo fueron prisas para preparar lo mejor posible y con toda solemnidad el casi inminente nacimiento del pequeño, una vez instalados los padres en aquel solidario hogar.
Cuando en el reloj de la Iglesia cercana, sonaban las doce horas de aquel veinticuatro de Diciembre, el llanto de un niño se confundió con las campanadas del reloj, que recordaba el mensaje pregonado por Lucas (2,14) “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”. Era Navidad
Aquella pequeña casa se llenó de alegría, de vecinos y de amigos que llegaron con sus regalos para aquella pareja, Guadalupe y Cesar que sonreían felices. Les había nacido un niño además de haber encontrado un hogar con gentes de buena voluntad, tal y como anunciaron los ángeles en Belén.
Todo un detalle de gran humanidad y de amor al prójimo. Así es la vida.
A través de un amigo conocí a Guadalupe y a César, que terminaban de llegar a España sorprendiéndoles el parto de su hijo. No tenían trabajo ni apenas llevaban documentación oficial, tan solo conservaban un diminuto papel con algunas direcciones de amigos de su pais, a donde podrían acudir para solicitando ayuda.
La tarea resultaba difícil. Unos, se lamentaban de no poder acogerlos, pues compartían vivienda con otros compañeros y el sitio escaseaba para poder cobijar a más personas. Otros, les aconsejaban que acudieran a un centro médico benéfico, para que fueran asistidos. Aquellos, los más “letrados”, les increpaban comentándoles que el Estado tenía la obligación de asistirlos por los convenios existentes entre Naciones. Ir sin demora, insistían.
Y cuando desconsolados acuden solicitando nuestra ayuda, se encuentran con aquellos que creemos amar a los demás llamándoles hermanos, volviendo la cabeza para otro lado buscando nuestra propia felicidad comprando regalos en el Corte Inglés que preocupándonos por resolver el problema de Guadalupe y de César.
Y lo más grave y triste del asunto, es que además intentamos esquivar nuestra conciencia, justificando lo injustificable para hacerles comprender, que éstos son días en los que todos estamos muy ocupados intentado preparar lo mejor posible, la colocación del nacimiento y el abeto, la compra de regalos y la cena de Nochebuena, además de atender a la familia que viene de otros lugares, para todos juntos celebrar “cristianamente” el Nacimiento del Niño Jesús.
En definitiva les aconsejamos que la mejor solución para solucionar el problema, sería buscar entre vuestros cobijo entre sus paisanos, con la seguridad de tendrán un lugar para cobijaros y atenderos como verdaderos cristianos.
Y de esta manera acallamos nuestra conciencia sin pensar el desconsuelo que le produciría a César, la solución totalmente egoísta, propuesta por unos hermanos católicos practicantes, que solo piensan en la mejor manera de celebrar el día de Navidad, mientras él no encuentra un lugar que ofrecerle a su esposa para que nazca su hijo.
Sin embargo ese niño que volvería a nacer de nuevo entre nosotros y que nunca abandona a los que le necesitan, les recordó el diminuto papel que habían traído desde Colombia con algunas direcciones. Al final de aquel papel un nombre borroso y una dirección casi ilegible, les condujo hasta el domicilio de otro colombiano.
La casa que encontraron era pequeña, muy pequeña. El matrimonio joven y sin duda sumidos en la pobreza, los recibieron llenos de alegría al contemplar el embarazo de Guadalupe.
Apenas pudieron explicarles su peregrinaje desde la llegada a España, por que la respuesta de estos casi desconocidos fue, que naturalmente se podían quedar en su casa y traer al mundo a su hijo. La casa es estrecha, pero sin duda el niño la encontrará llena de amor.
Todo fueron prisas para preparar lo mejor posible y con toda solemnidad el casi inminente nacimiento del pequeño, una vez instalados los padres en aquel solidario hogar.
Cuando en el reloj de la Iglesia cercana, sonaban las doce horas de aquel veinticuatro de Diciembre, el llanto de un niño se confundió con las campanadas del reloj, que recordaba el mensaje pregonado por Lucas (2,14) “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”. Era Navidad
Aquella pequeña casa se llenó de alegría, de vecinos y de amigos que llegaron con sus regalos para aquella pareja, Guadalupe y Cesar que sonreían felices. Les había nacido un niño además de haber encontrado un hogar con gentes de buena voluntad, tal y como anunciaron los ángeles en Belén.
Todo un detalle de gran humanidad y de amor al prójimo. Así es la vida.