El mítico Jamshid, realmente existió

VALENCIA

Ave DOMINUS, morituri te salutant
23 Noviembre 2016
20.505
7.010
Venezuela
Hace un tiempo leía la obra que contiene las revelaciones de Anna Catalina Emmerich, y me encontré con un importante personaje precursor de Zoroastro llamado "Dsemschid".

Busqué sobre el y nada encontré intenté cambiar un poco el nombre y tampoco, pero ayer hice la prueba con mi IA en modo "research" y vaya... lo hizo, resulta ser que es Jamshid.

Un poco de su biografia:


Biografía persa popular de Jamshid​

Jamshid (en persa: جمشید, Jamshēd) es una figura mítica fundamental en la mitología persa, conocido como el cuarto rey de la dinastía Pishdadian. Su historia se narra principalmente en el Shahnameh (El Libro de los Reyes) de Ferdowsi, donde se le presenta como un rey ideal que gobernó durante una era dorada de prosperidad y felicidad. También es conocido por otros nombres, como Yima en la tradición avéstica, lo que resalta su importancia en diferentes contextos culturales.

Orígenes y Ascenso al Trono​

Jamshid es descrito como el hijo de Thamurath y se le atribuye el establecimiento de un reino donde la justicia y la paz prevalecían. Su ascenso al trono se considera un momento crucial en la historia mitológica de Irán, simbolizando el inicio de un período de esplendor y desarrollo. Se dice que fue elegido por los dioses para gobernar, lo que le otorgó un estatus casi divino entre su pueblo.

Logros y Contribuciones​

Durante su reinado, Jamshid es conocido por haber introducido numerosas innovaciones y avances en diversas áreas. Se le atribuye la invención de la medicina, la agricultura, y la ganadería, así como la construcción de impresionantes palacios y ciudades. Además, se dice que fue el primero en utilizar el vino y en establecer festivales que celebraban la vida y la abundancia. Su reinado es visto como un tiempo en el que la humanidad disfrutó de una vida sin sufrimiento.

Atributos y Simbolismo​

Jamshid es a menudo asociado con la luz y la divinidad. Se le considera un rey que poseía el "farr", una especie de gloria divina que le otorgaba poder y legitimidad. Este concepto de "farr" es fundamental en la mitología persa, ya que simboliza la conexión entre el rey y lo divino. Su figura representa la aspiración humana hacia la grandeza y la sabiduría, así como la búsqueda de la justicia y el bienestar.

La Daga de Jamshid​

Este artefacto no solo simboliza el poder y la autoridad del rey, sino que también está impregnado de significados culturales y espirituales que reflejan la grandeza de su reinado.

Según las leyendas, la Daga de Jamshid fue forjada con materiales divinos y poseía propiedades mágicas. Se dice que el rey la utilizaba no solo como un arma, sino también como un símbolo de su conexión con lo divino y su derecho a gobernar. La daga representaba la justicia y la protección del reino, y su presencia en la corte de Jamshid era un recordatorio del deber del rey hacia su pueblo.

La Caída de Jamshid​

A pesar de sus logros, la historia de Jamshid también tiene un giro trágico. A medida que su poder creció, se volvió arrogante y comenzó a considerarse un dios, lo que llevó a su eventual caída. Fue derrocado por Zahhak, un rey maligno que simboliza la tiranía y la opresión. La historia de su caída es un recordatorio de que el poder y la gloria pueden ser efímeros, y que la arrogancia puede llevar a la destrucción.

La daga juega un papel crucial en su ascenso y caída. Durante su reinado, la daga era un símbolo de su poder y autoridad. Sin embargo, a medida que su arrogancia crecía y comenzaba a considerarse un dios, la daga también se convirtió en un recordatorio de su eventual caída. La pérdida de la daga simboliza la pérdida de su legitimidad y el desmoronamiento de su reino.

La Lucha Contra Zahhak​

La narrativa de Jamshid incluye su enfrentamiento con Zahhak, quien, según la leyenda, fue un rey que hizo un pacto con fuerzas oscuras. Zahhak se convirtió en un tirano que oprimía a su pueblo, y su ascenso al poder marcó el fin de la era dorada de Jamshid. La lucha entre estos dos personajes es un tema recurrente en la literatura persa, simbolizando la eterna batalla entre el bien y el mal.

Influencia en la Cultura​

La historia de Jamshid ha sido una fuente de inspiración para muchos escritores y artistas a lo largo de la historia. Su figura ha sido representada en diversas obras literarias, pinturas y esculturas, reflejando su importancia en la identidad cultural iraní. Además, su historia ha sido utilizada como una metáfora para explorar temas de poder, justicia y moralidad.En resumen, Jamshid es una figura central en la mitología persa, representando tanto la gloria de un reinado ideal como las lecciones sobre la humildad y la responsabilidad que vienen con el poder.


Ahora la biografia que nos cuenta la mística católica, sustanciosa e interesante:

Hom y sus aberraciones


Cuando Tubal con sus descendientes se despidió de Noé, vi también al hijo de Mosoc, conservado en el arca, que emigró con ellos. Hom estabaya bastante crecido.

Más tarde lo he visto muy diferente de los demás: grande, parecía un gigante, muy serio y muy singular en su modo de ser. Vestía un largo manto y parecía ser considerado como sacerdote. Se apartaba generalmente de los demás y muchas noches las pasaba solitario en las rocas y en las cavernas de las montañas.

Sobre la cumbre de las montañas observaba los astros y ejercía la magia, y por arte diabólico tenía visiones,que él luego ordenaba, escribía y enseñaba, enturbiando así las puras enseñanzas que habían recibido de Noé.

La mala inclinación que había heredado de su madre se había mezclado en él con la pura enseñanza heredada de Henoc y de Noé, que habían sido hasta entonces las creencias de los hijos de Tubal.

Dsemschid, jefe y conductor de pueblos

Dsemschid llegó a ser, por su sabiduría, el conductor de su tribu, que aumentó muy pronto y Llegó a ser un pueblo respetable, que llevó cada vez más hacia el Sur. Dsemschid había sido bien instruido y formado en las enseñanzas de Hom. Era indescriptiblemente vivaracho, pronto en sus movimientos, más activo y mejor que Hom, que aparecía siempre pensativo y concentrado. Dsemschid tradujo a la práctica la religión de Hom; añadió algo más a esas enseñanzas y observaba mucho los astros.

El pueblo que le seguía tenía ya el culto sagrado del fuego y se distinguía de los demás por señales propias de su raza. La gente de entonces solía mantenerse, más que ahora, separada por razas y tribus, y no se mezclaba tan fácilmente como hoy. Dsemschid se ocupaba mucho de mantener la pureza de su raza y el mejoramiento de sus tribus; separaba, trasladaba y colocaba a unos y otros como mejor le parecía.

Los hombres vivían con gran libertad, aunque estaban naturalmente sujetos a sus guías.

Las razas salvajes que he visto y que veo todavía en muchos lugares, nada tienen que ver con estas razas de hombres de belleza natural y noble, aunque sencilla, y veo que los salvajes de esos lugares e islas nada tienen de la audacia, intrepidez y fuerza de los hombres primitivos.

Dsemschid edificó, sobre los terrenos que asignó a sus tribus, poblaciones de tiendas de campaña, diseñó campos para cultivos, abrió caminos, bordeándolos con piedras, y repartió gente de un lado y de otro dotándola de animales, árboles frutales, diversas plantas y cereales. Cabalgaba sobre una extensión de tierra y golpeaba con un instrumento que siempre llevaba en las manos; en seguida venían sus gentes, y cavaban, cortaban árboles, cercaban y hacían pozos. Era en extremo severo y justo con sus subordinados.

Lo he visto como un anciano alto de estatura, delgado, de color amarillo rojizo, cabalgando sobre un animal muy ágil y veloz, de color amarillo y negro, semejante a un asno, pero de piernas más finas. Lo he visto sobre este animal alrededor de un trozo de campo, como hace entre nosotros la gente pobre, que rodea una maleza que ha de cultivar para sí. En ciertos puntos se detenía y golpeaba con un instrumento su punta, o plantaba una estaca en el suelo: allí se detenían sus hombres y colonizaban. Este instrumento, que más tarde se llamó «la dorada reja del arado de Dsemschid» tenía la forma de una cruz latina, de un codo de largo, con una cuchilla que sacada de su vaina formaba con el asta un ángulo recto. Con este instrumento hacía un hoyo en la tierra. La figura de este instrumento la traía dibujada en su vestido, en el lugar de los bolsillos. Me recordó a la señal que llevaban siempre José y Asenté, en el Egipto, y con el cual José medía y distribuía las tierras; sólo que éste adoptaba mejor la forma de cruz y tenía arriba un anillo en donde podía ser encerrado.

Dsemschid llevaba un manto que caia en pliegues de delante hacia atrás. Desde la cintura hasta las rodillas colgaban dos retazos de cuero, dos por delante y dos por detrás, que a los lados estaban sujetos debajo de las rodillas. Tenía los pies envueltos con cueros y correas. En el pecho llevaba un escudo de oro. Tenía varios de estos escudos, que cambiaba según las festividades y diversas ocasiones de ritos. Llevaba una corona de oro con puntas, que remataba por delante en un cuerno sobresaliente donde flameaba una especie de banderín.

Dsemschid hablaba mucho de Henoc: sabía que no había muerto, sino que había sido arrebatado de este mundo. Enseñaba que Henoc había trasmitido a Noé toda buena enseñanza de verdad: lo llamaba padre y heredero de todo lo bueno. Pero añadía que de Noé había llegado a él (Dsemschid) toda esa herencia de verdad y de bien. Tenía también, según he visto, un recipiente de oro en forma ovoidal que llevaba colgado del cuello, en el cual, afirmaba, estaba encerrado algo misterioso y bueno, que Noé había tenido guardado en el arca, y que había recibido en herencia.

He visto que donde él, en sus correrías, se detenía para fundar una población, levantaba una columna y sobre ella colocaba, en sitio de oro, ese recipiente de oro. La columna tenía figuras entalladas: era hermosa construcción y encima levantaba un templete como si fuese un santuario. El recipiente tenia por tapa una especie de corona con abertura y cuando Dsemschid hacía fuego, sacaba algo del recipiente y lo echaba sobre el fuego. En efecto, he visto que el recipiente había estado en el arca y que Noé había guardado en él el fuego. Por esto se convirtió en una especie de santuario y de objeto sagrado para Dsemschid y su gente. Cuando era expuesto al público, ardía siempre el fuego delante del cual prestaban adoración y sacrificaban animales.

Dsemschid les enseñaba que el gran Dios habita en la luz y en el fuego, y que ese Dios tiene muchos otros espíritus y semidioses que le sirven. Todos los pueblos se sometían a su dominio; él establecía hombres y mujeres en uno y otro lugar, dándoles animales de labranza, haciéndoles cultivar y sembrar la tierra. Esta gente no podía disponer de sí, sino que Dsemschid los manejaba como rebaños, y daba las mujeres a los hombres según su voluntad. Practicaba la poligamia, tenía varias mujeres y en especial una muy hermosa, de mejor procedencia, de la cual tuvo un hijo que fue su sucesor y su heredero.

Edificaba grandes torres redondas, a las cuales se subía por escalones y desde donde exploraba y miraba las estrellas. Las mujeres, que vivían separadas y muy sujetas, llevaban vestidos cortos, y sobre el pecho y parte superior del cuerpo, un trenzado de cuero; detrás colgaba algún adorno y en torno del cuello y sobre los hombros, hasta las rodillas, descendía un paño ancho en la parte inferior, de forma redondeada. Esta vestimenta estaba adornada, en el pecho y en los hombros, con señales o letras.

He visto que en todas las comarcas donde Dsemschid fundaba poblaciones, hacía construir caminos que iban en línea recta hacia el lugar donde se fabricaba la torre de Babel. Donde este conductor de pueblos se establecía, aún no había habitantes. No tenía, por consiguiente, que echar ni desalojar a nadie; todo procedía pacíficamente; sólo se veía allí poblar y Edificar.

La raza de gente de Dsemschid era de color amarillo-rojizo, como ocre brillante; era realmente una hermosa raza de hombres. Todas las diversas razas eran contramarcadas, para reconocerlas y preservar las más nobles de las mezclas. Los he visto trasponer con su gente una alta montaña nevada. No sé cómo alcanzó a pasar al otro lado; pero lo hizo con todo éxito, aunque con pérdida de mucha de su gente.

Tenía caballos o asnos y él mismo cabalgaba con un animal pequeño, veteado, muy veloz. Un cambio brusco de la naturaleza los había hecho alejar de su primera morada; se había vuelto la región muy fría. Ahora veo que es de nuevo más benigna. En su camino encontraba tribus en el mayor abandono; gentes que habían huido de la tiranía de sus jefes; otras que esperaban a algún conductor. Estas razas dispersas se unieron gustosas a su gente y a su mando, pues su carácter era bondadoso, y distribuía trigo y bendiciones por donde pasaba. He visto tribus que habían tenido que huir, porque habían sido saqueadas y robadas sus tierras, como le sucedió al paciente Job.

Algunos no conocían el fuego y cocían su pan a los rayos del sol o sobre piedras recalentadas al sol. Cuando Dsemschid les hizo conocer el fuego, apareció ante ellos como un dios. Encontró en su camino una tribu que sacrificaba a los hijos defectuosos o que les parecían insuficientemente hermosos; los enterraban hasta la mitad del cuerpo y hacían fuego en torno de ellos. Dsemschid desterró esta bárbara costumbre; libró a estas criaturas y encargó a ciertas matronas que cuidasen y educasen a esos niños. Cuando eran grandes, los repartía entre las tribus, como peones y siervos. Siempre ponía máximo cuidado en preservar la pureza de su raza.

Dsemschid habitaba con su gente en un principio al Sudoeste, de modo que tenía el Monte de los Profetas a su izquierda, hacia el Sur. Más tarde se trasladó hacia el Sur, teniendo entonces el Monte a su izquierda, en el Oriente. Creo que después pasó al otro lado del Cáucaso. Entonces, cuando en esos lugares todo bullía de gente y todo era movimiento,
en nuestras tierras (Alemania) todo era sólo bosques, pantanos y tierras desiertas. Hacia el oriente, aquí y allá, había algunas tribus dispersas.

El famoso Zoroastro (estrella brillante), que floreció mucho más tarde, fue un descendiente del hijo de Dsemschid y renovó la enseñanza de aquel conductor de pueblos. Dsemschld escribía sobre tablas de piedra y de cortezas toda clase de leyes, de preceptos y enseñanzas. Su alfabeto era de tal modo que a veces una sola letra o signo significaba una frase entera. Este lenguaje era todavía de la primera lengua y veo que tiene relación o semejanza, a veces, con nuestro idioma.

Dsemschid vivió hasta los tiempos de Derketo y de su hija, que fue la madre de la famosa Semiramis. Dsemschid no alcanzó hasta los tiempos de Babel, pero sus correrías se dirigieron en esa dirección.

Ocasión en que vio la vid ente la historia de Hom y Dsemschid

He visto toda esta historia de Hom y Dsemschid en cierta ocasión en que Jesús enseñaba delante de los filósofos paganos de Lanlsa, ciudad de Chipre.
Estos filósofos hablaban de Dsemschid delante de Jesús como de un sabio rey del oriente que había vivido allá en las Indias, que poseía una daga, recibida de Dios, con la cual repartía y señalaba tierras y poblaba comarcas y esparcía bendiciones por donde pasaba. Le preguntaron a Jesús si sabía algo de él y de las maravillas que contaban de su paso sobre la tierra.

Jesús les respondió que Dsemschld había sido sólo un hombre prudente y sabio, según los sentidos y la naturaleza, que había sido un conductor de pueblos que había llevado su tribu y poblado a ciertas regiones con su gente, cuando empezaban a dispersarse, como sucedió después de Babel en mayor escala. Les dijo que había dictado ciertas leyes, y que otros conductores de pueblos habían existido, semejantes a él, cuando las razas no se habían corrompido tanto, como después sucedió.

Jesús les mostró, empero, cuantas fábulas se contaban de él y se inventaron; mientras en realidad Dsemschid no había sido sino un remedo y una falsa imagen del verdadero conductor de pueblos que había sido Melquisedec, sacerdote y rey.
 
Última edición:
Hace un tiempo leía la obra que contiene las revelaciones de Anna Catalina Emmerich, y me encontré con un importante personaje precursor de Zoroastro llamado "Dsemschid".

Busqué sobre el y nada encontré intenté cambiar un poco el nombre y tampoco, pero ayer hice la prueba con mi IA en modo "research" y vaya... lo hizo, resulta ser que es Jamshid.

Un poco de su biografia:


Biografía persa popular de Jamshid​

Jamshid (en persa: جمشید, Jamshēd) es una figura mítica fundamental en la mitología persa, conocido como el cuarto rey de la dinastía Pishdadian. Su historia se narra principalmente en el Shahnameh (El Libro de los Reyes) de Ferdowsi, donde se le presenta como un rey ideal que gobernó durante una era dorada de prosperidad y felicidad. También es conocido por otros nombres, como Yima en la tradición avéstica, lo que resalta su importancia en diferentes contextos culturales.

Orígenes y Ascenso al Trono​

Jamshid es descrito como el hijo de Thamurath y se le atribuye el establecimiento de un reino donde la justicia y la paz prevalecían. Su ascenso al trono se considera un momento crucial en la historia mitológica de Irán, simbolizando el inicio de un período de esplendor y desarrollo. Se dice que fue elegido por los dioses para gobernar, lo que le otorgó un estatus casi divino entre su pueblo.

Logros y Contribuciones​

Durante su reinado, Jamshid es conocido por haber introducido numerosas innovaciones y avances en diversas áreas. Se le atribuye la invención de la medicina, la agricultura, y la ganadería, así como la construcción de impresionantes palacios y ciudades. Además, se dice que fue el primero en utilizar el vino y en establecer festivales que celebraban la vida y la abundancia. Su reinado es visto como un tiempo en el que la humanidad disfrutó de una vida sin sufrimiento.

Atributos y Simbolismo​

Jamshid es a menudo asociado con la luz y la divinidad. Se le considera un rey que poseía el "farr", una especie de gloria divina que le otorgaba poder y legitimidad. Este concepto de "farr" es fundamental en la mitología persa, ya que simboliza la conexión entre el rey y lo divino. Su figura representa la aspiración humana hacia la grandeza y la sabiduría, así como la búsqueda de la justicia y el bienestar.

La Daga de Jamshid​

Este artefacto no solo simboliza el poder y la autoridad del rey, sino que también está impregnado de significados culturales y espirituales que reflejan la grandeza de su reinado.

Según las leyendas, la Daga de Jamshid fue forjada con materiales divinos y poseía propiedades mágicas. Se dice que el rey la utilizaba no solo como un arma, sino también como un símbolo de su conexión con lo divino y su derecho a gobernar. La daga representaba la justicia y la protección del reino, y su presencia en la corte de Jamshid era un recordatorio del deber del rey hacia su pueblo.

La Caída de Jamshid​

A pesar de sus logros, la historia de Jamshid también tiene un giro trágico. A medida que su poder creció, se volvió arrogante y comenzó a considerarse un dios, lo que llevó a su eventual caída. Fue derrocado por Zahhak, un rey maligno que simboliza la tiranía y la opresión. La historia de su caída es un recordatorio de que el poder y la gloria pueden ser efímeros, y que la arrogancia puede llevar a la destrucción.

La daga juega un papel crucial en su ascenso y caída. Durante su reinado, la daga era un símbolo de su poder y autoridad. Sin embargo, a medida que su arrogancia crecía y comenzaba a considerarse un dios, la daga también se convirtió en un recordatorio de su eventual caída. La pérdida de la daga simboliza la pérdida de su legitimidad y el desmoronamiento de su reino.

La Lucha Contra Zahhak​

La narrativa de Jamshid incluye su enfrentamiento con Zahhak, quien, según la leyenda, fue un rey que hizo un pacto con fuerzas oscuras. Zahhak se convirtió en un tirano que oprimía a su pueblo, y su ascenso al poder marcó el fin de la era dorada de Jamshid. La lucha entre estos dos personajes es un tema recurrente en la literatura persa, simbolizando la eterna batalla entre el bien y el mal.

Influencia en la Cultura​

La historia de Jamshid ha sido una fuente de inspiración para muchos escritores y artistas a lo largo de la historia. Su figura ha sido representada en diversas obras literarias, pinturas y esculturas, reflejando su importancia en la identidad cultural iraní. Además, su historia ha sido utilizada como una metáfora para explorar temas de poder, justicia y moralidad.En resumen, Jamshid es una figura central en la mitología persa, representando tanto la gloria de un reinado ideal como las lecciones sobre la humildad y la responsabilidad que vienen con el poder.


Ahora la biografia que nos cuenta la mística católica, sustanciosa e interesante:

Hom y sus aberraciones


Cuando Tubal con sus descendientes se despidió de Noé, vi también al hijo de Mosoc, conservado en el arca, que emigró con ellos. Hom estabaya bastante crecido.

Más tarde lo he visto muy diferente de los demás: grande, parecía un gigante, muy serio y muy singular en su modo de ser. Vestía un largo manto y parecía ser considerado como sacerdote. Se apartaba generalmente de los demás y muchas noches las pasaba solitario en las rocas y en las cavernas de las montañas.

Sobre la cumbre de las montañas observaba los astros y ejercía la magia, y por arte diabólico tenía visiones,que él luego ordenaba, escribía y enseñaba, enturbiando así las puras enseñanzas que habían recibido de Noé.

La mala inclinación que había heredado de su madre se había mezclado en él con la pura enseñanza heredada de Henoc y de Noé, que habían sido hasta entonces las creencias de los hijos de Tubal.

Dsemschid, jefe y conductor de pueblos

Dsemschid llegó a ser, por su sabiduría, el conductor de su tribu, que aumentó muy pronto y Llegó a ser un pueblo respetable, que llevó cada vez más hacia el Sur. Dsemschid había sido bien instruido y formado en las enseñanzas de Hom. Era indescriptiblemente vivaracho, pronto en sus movimientos, más activo y mejor que Hom, que aparecía siempre pensativo y concentrado. Dsemschid tradujo a la práctica la religión de Hom; añadió algo más a esas enseñanzas y observaba mucho los astros.

El pueblo que le seguía tenía ya el culto sagrado del fuego y se distinguía de los demás por señales propias de su raza. La gente de entonces solía mantenerse, más que ahora, separada por razas y tribus, y no se mezclaba tan fácilmente como hoy. Dsemschid se ocupaba mucho de mantener la pureza de su raza y el mejoramiento de sus tribus; separaba, trasladaba y colocaba a unos y otros como mejor le parecía.

Los hombres vivían con gran libertad, aunque estaban naturalmente sujetos a sus guías.

Las razas salvajes que he visto y que veo todavía en muchos lugares, nada tienen que ver con estas razas de hombres de belleza natural y noble, aunque sencilla, y veo que los salvajes de esos lugares e islas nada tienen de la audacia, intrepidez y fuerza de los hombres primitivos.

Dsemschid edificó, sobre los terrenos que asignó a sus tribus, poblaciones de tiendas de campaña, diseñó campos para cultivos, abrió caminos, bordeándolos con piedras, y repartió gente de un lado y de otro dotándola de animales, árboles frutales, diversas plantas y cereales. Cabalgaba sobre una extensión de tierra y golpeaba con un instrumento que siempre llevaba en las manos; en seguida venían sus gentes, y cavaban, cortaban árboles, cercaban y hacían pozos. Era en extremo severo y justo con sus subordinados.

Lo he visto como un anciano alto de estatura, delgado, de color amarillo rojizo, cabalgando sobre un animal muy ágil y veloz, de color amarillo y negro, semejante a un asno, pero de piernas más finas. Lo he visto sobre este animal alrededor de un trozo de campo, como hace entre nosotros la gente pobre, que rodea una maleza que ha de cultivar para sí. En ciertos puntos se detenía y golpeaba con un instrumento su punta, o plantaba una estaca en el suelo: allí se detenían sus hombres y colonizaban. Este instrumento, que más tarde se llamó «la dorada reja del arado de Dsemschid» tenía la forma de una cruz latina, de un codo de largo, con una cuchilla que sacada de su vaina formaba con el asta un ángulo recto. Con este instrumento hacía un hoyo en la tierra. La figura de este instrumento la traía dibujada en su vestido, en el lugar de los bolsillos. Me recordó a la señal que llevaban siempre José y Asenté, en el Egipto, y con el cual José medía y distribuía las tierras; sólo que éste adoptaba mejor la forma de cruz y tenía arriba un anillo en donde podía ser encerrado.

Dsemschid llevaba un manto que caia en pliegues de delante hacia atrás. Desde la cintura hasta las rodillas colgaban dos retazos de cuero, dos por delante y dos por detrás, que a los lados estaban sujetos debajo de las rodillas. Tenía los pies envueltos con cueros y correas. En el pecho llevaba un escudo de oro. Tenía varios de estos escudos, que cambiaba según las festividades y diversas ocasiones de ritos. Llevaba una corona de oro con puntas, que remataba por delante en un cuerno sobresaliente donde flameaba una especie de banderín.

Dsemschid hablaba mucho de Henoc: sabía que no había muerto, sino que había sido arrebatado de este mundo. Enseñaba que Henoc había trasmitido a Noé toda buena enseñanza de verdad: lo llamaba padre y heredero de todo lo bueno. Pero añadía que de Noé había llegado a él (Dsemschid) toda esa herencia de verdad y de bien. Tenía también, según he visto, un recipiente de oro en forma ovoidal que llevaba colgado del cuello, en el cual, afirmaba, estaba encerrado algo misterioso y bueno, que Noé había tenido guardado en el arca, y que había recibido en herencia.

He visto que donde él, en sus correrías, se detenía para fundar una población, levantaba una columna y sobre ella colocaba, en sitio de oro, ese recipiente de oro. La columna tenía figuras entalladas: era hermosa construcción y encima levantaba un templete como si fuese un santuario. El recipiente tenia por tapa una especie de corona con abertura y cuando Dsemschid hacía fuego, sacaba algo del recipiente y lo echaba sobre el fuego. En efecto, he visto que el recipiente había estado en el arca y que Noé había guardado en él el fuego. Por esto se convirtió en una especie de santuario y de objeto sagrado para Dsemschid y su gente. Cuando era expuesto al público, ardía siempre el fuego delante del cual prestaban adoración y sacrificaban animales.

Dsemschid les enseñaba que el gran Dios habita en la luz y en el fuego, y que ese Dios tiene muchos otros espíritus y semidioses que le sirven. Todos los pueblos se sometían a su dominio; él establecía hombres y mujeres en uno y otro lugar, dándoles animales de labranza, haciéndoles cultivar y sembrar la tierra. Esta gente no podía disponer de sí, sino que Dsemschid los manejaba como rebaños, y daba las mujeres a los hombres según su voluntad. Practicaba la poligamia, tenía varias mujeres y en especial una muy hermosa, de mejor procedencia, de la cual tuvo un hijo que fue su sucesor y su heredero.

Edificaba grandes torres redondas, a las cuales se subía por escalones y desde donde exploraba y miraba las estrellas. Las mujeres, que vivían separadas y muy sujetas, llevaban vestidos cortos, y sobre el pecho y parte superior del cuerpo, un trenzado de cuero; detrás colgaba algún adorno y en torno del cuello y sobre los hombros, hasta las rodillas, descendía un paño ancho en la parte inferior, de forma redondeada. Esta vestimenta estaba adornada, en el pecho y en los hombros, con señales o letras.

He visto que en todas las comarcas donde Dsemschid fundaba poblaciones, hacía construir caminos que iban en línea recta hacia el lugar donde se fabricaba la torre de Babel. Donde este conductor de pueblos se establecía, aún no había habitantes. No tenía, por consiguiente, que echar ni desalojar a nadie; todo procedía pacíficamente; sólo se veía allí poblar y Edificar.

La raza de gente de Dsemschid era de color amarillo-rojizo, como ocre brillante; era realmente una hermosa raza de hombres. Todas las diversas razas eran contramarcadas, para reconocerlas y preservar las más nobles de las mezclas. Los he visto trasponer con su gente una alta montaña nevada. No sé cómo alcanzó a pasar al otro
lado; pero lo hizo con todo éxito, aunque con pérdida de mucha de su gente.

Tenía caballos o asnos y él mismo cabalgaba con un animal pequeño, veteado, muy veloz. Un cambio brusco de la naturaleza los había hecho alejar de su primera morada; se había vuelto la región muy fría. Ahora veo que es de nuevo más benigna. En su camino encontraba tribus en el mayor abandono; gentes que habían huido de la tiranía de sus jefes; otras que esperaban a algún conductor. Estas razas dispersas se unieron gustosas a su gente y a su mando, pues su carácter era bondadoso, y distribuía trigo y bendiciones por donde pasaba. He visto tribus que habían tenido que huir, porque habían sido saqueadas y robadas sus tierras, como le sucedió al paciente Job.

Algunos no conocían el fuego y cocían su pan a los rayos del sol o sobre piedras recalentadas al sol. Cuando Dsemschid les hizo conocer el fuego, apareció ante ellos como un dios. Encontró en su camino una tribu que sacrificaba a los hijos defectuosos o que les parecían insuficientemente hermosos; los enterraban hasta la mitad del cuerpo y hacían fuego en torno de ellos. Dsemschid desterró esta bárbara costumbre; libró a estas criaturas y encargó a ciertas matronas que cuidasen y educasen a esos niños. Cuando eran grandes, los repartía entre las tribus, como peones y siervos. Siempre ponía máximo cuidado en preservar la pureza de su raza.

Dsemschid habitaba con su gente en un principio al Sudoeste, de modo que tenía el Monte de los Profetas a su izquierda, hacia el Sur. Más tarde se trasladó hacia el Sur, teniendo entonces el Monte a su izquierda, en el Oriente. Creo que después pasó al otro lado del Cáucaso. Entonces, cuando en esos lugares todo bullía de gente y todo era movimiento,
en nuestras tierras (Alemania) todo era sólo bosques, pantanos y tierras desiertas. Hacia el oriente, aquí y allá, había algunas tribus dispersas.

El famoso Zoroastro (estrella brillante), que floreció mucho más tarde, fue un descendiente del hijo de Dsemschid y renovó la enseñanza de aquel conductor de pueblos. Dsemschld escribía sobre tablas de piedra y de cortezas toda clase de leyes, de preceptos y enseñanzas. Su alfabeto era de tal modo que a veces una sola letra o signo significaba una frase entera. Este lenguaje era todavía de la primera lengua y veo que tiene relación o semejanza, a veces, con nuestro idioma.

Dsemschid vivió hasta los tiempos de Derketo y de su hija, que fue la madre de la famosa Semiramis. Dsemschid no alcanzó hasta los tiempos de Babel, pero sus correrías se dirigieron en esa dirección.

Ocasión en que vio la vid ente la historia de Hom y Dsemschid

He visto toda esta historia de Hom y Dsemschid en cierta ocasión en que Jesús enseñaba delante de los filósofos paganos de Lanlsa, ciudad de Chipre.
Estos filósofos hablaban de Dsemschid delante de Jesús como de un sabio rey del oriente que había vivido allá en las Indias, que poseía una daga, recibida de Dios, con la cual repartía y señalaba tierras y poblaba comarcas y esparcía bendiciones por donde pasaba. Le preguntaron a Jesús si sabía algo de él y de las maravillas que contaban de su paso sobre la tierra.
Jesús les respondió que Dsemschld había sido sólo un hombre prudente y sabio, según los sentidos y la naturaleza, que había sido un conductor de pueblos que había llevado su tribu y poblado a ciertas regiones con su gente, cuando empezaban a dispersarse, como sucedió después de Babel en mayor escala. Les dijo que había dictado ciertas leyes, y que otros conductores de pueblos habían existido, semejantes a él, cuando las razas no se habían corrompido tanto, como después sucedió. Jesús les mostró, empero, cuantas
fábulas se contaban de él y se inventaron; mientras en realidad Dsemschid no había sido sino un remedo y una falsa imagen del verdadero conductor de
pueblos que había sido Melquisedec, sacerdote y rey.
Esa dinastía nunca existió. Es como creer en Hércules o Perseo. O en Tartaria como troles del foro.

Búscate una vida.
 
Cuentos que la mencionan junto a Salomon extra bíblicos.

MUCHO antes de que el palo de escoba se hiciera popular entre las brujas de la Europa medieval, ladrones y locos de Oriente utilizaban la alfombra voladora. Un explorador francés, Henri Baq, ha encontrado en Irán pruebas reales de lo que era un mito de larga data. Baq ha descubierto pergaminos de manuscritos bien conservados en sótanos subterráneos de un antiguo castillo de Asesinos en Alamut, cerca del Mar Caspio. Escritos a principios del siglo XIII por un erudito judío llamado Isaac Ben Sherira, estos manuscritos arrojan nueva luz sobre la verdadera historia detrás de la alfombra voladora de Las mil y una noches. El descubrimiento de estos artefactos ha sumido al mundo científico en la lucha más escandalosa. Después de su traducción del persa al inglés por el profesor GD Septimus, el renombrado lingüista, se convocó una conferencia apresuradamente organizada de eminentes eruditos de todo el mundo en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de Londres. El descubrimiento de Baq fue criticado por muchos historiadores que insistieron en que los manuscritos eran falsificaciones. M. Baq, que no pudo asistir a la conferencia debido al nacimiento de su hijo, fue defendido por el profesor Septimus, quien afirmó que los nuevos hallazgos deberían investigarse adecuadamente. Los manuscritos están siendo datados con carbono en el Istituto Leonardo da Vinci de Trieste. Según Ben Sherira, los gobernantes musulmanes solían considerar las alfombras voladoras como artilugios inspirados por el diablo. Se negó su existencia, se suprimió su ciencia, se persiguió a sus fabricantes y se borró sistemáticamente cualquier evidencia sobre incidentes que los involucraran. Aunque las alfombras voladoras se tejieron y vendieron hasta finales del siglo XIII, la clientela de ellas se encontraba principalmente en los márgenes de la sociedad respetable. Ben Sherira escribe que las alfombras voladoras recibieron un visto bueno del establishment alrededor del año 1213 d. C., cuando un príncipe toraniano demostró su utilidad para atacar un castillo enemigo colocando un escuadrón de arqueros sobre ellas, para formar una especie de caballería aerotransportada; Por lo demás, el arte fracasó y finalmente pereció en el ataque de los mongoles. La primera mención de la alfombra voladora, según la crónica de Ben Sherira, se hace en dos textos antiguos. El primero de ellos es un libro de proverbios recopilado por Shamsha-Ad, un ministro del rey babilónico Nabucodonosor, y el otro es un libro de diálogos antiguos compilado por un tal Josefo. Ninguna de estas obras sobrevive hoy; sin embargo, con su ayuda, Ben Sherira compiló una historia relacionada con la reina de Saba y el rey Salomón que no se encuentra en ningún otro lugar. Situada en el extremo sur de Arabia, la tierra de Saba ocupaba la zona del actual Yemen, aunque algunos geógrafos afirman que Etiopía o la antigua Abisinia también formaba parte de su territorio. Este país fue gobernado por una hermosa y poderosa reina que es recordada en la historia como la Sheba de la Biblia, la Saba o Makeda de la epopeya etíope Kebra Negast y la Bilqis del Islam. En la toma de posesión de la reina en 977 a.C., su alquimista real demostró pequeñas alfombras marrones que podían flotar a unos pocos pies del suelo. Muchos años después envió una magnífica alfombra voladora al rey Salomón. En señal de amor, era de sendal verde bordado con oro y plata y tachonado de piedras preciosas, y su largo y ancho eran tales que todo el ejército del rey podía estar de pie sobre él. El rey, que estaba preocupado por construir su templo en Jerusalén, no pudo recibir el regalo y se lo entregó a sus cortesanos. Cuando la noticia de esta fría recepción llegó a la reina, quedó desconsolada. Despidió a sus artesanos y nunca volvió a tener nada que ver con las alfombras voladoras. El rey y la reina finalmente se reconciliaron, pero los artesanos errantes no encontraron morada durante muchos años y finalmente tuvieron que establecerse cerca de la ciudad de Bagdad en Mesopotamia en c. 934 a.C. En la crónica de Ben Sherira, ciertos pasajes describen el funcionamiento de una alfombra voladora. Desafortunadamente, gran parte del vocabulario utilizado en estas partes es indescifrable, por lo que se ha entendido poco sobre su método de propulsión. Lo que se entiende es que una alfombra voladora se hilaba en un telar como una alfombra ordinaria; la diferencia radicaba en el proceso de teñido. Aquí, los artesanos habían descubierto cierta arcilla, "obtenida de manantiales de montaña y no tocada por la mano humana", que, cuando se sobrecalentaba a "temperaturas que excedían las del séptimo anillo del infierno" en un caldero de aceite griego hirviendo, adquiría anti- propiedades magnéticas. Ahora la Tierra misma es un imán y tiene billones de líneas magnéticas que la cruzan del Polo Norte al Polo Sur. Los científicos prepararon esta arcilla y teñiron la lana antes de tejerla en un telar. Entonces, cuando la alfombra finalmente estuvo lista, se separó de la Tierra y, dependiendo de la concentración de arcilla utilizada, flotó unos pocos o varios cientos de pies sobre el suelo. La propulsión se realizaba a lo largo de líneas magnéticas, que actuaban como rieles aéreos. Aunque eran conocidas por los druidas en Inglaterra y los incas en América del Sur, sólo recientemente los físicos están comenzando a redescubrir las propiedades especiales de estas llamadas "líneas fey". Ben Sherira escribe que la gran biblioteca de Alejandría, fundada por Ptolomeo I, conservaba una gran reserva de alfombras voladoras para sus lectores. Podrían tomar prestadas estas alfombras a cambio de sus zapatillas, para deslizarse de un lado a otro, de arriba a abajo, entre los estantes de manuscritos de papiro. La biblioteca estaba alojada en un zigurat que contenía cuarenta mil rollos de tal antigüedad que habían sido transcritos por trescientas generaciones de escribas, muchos de los cuales no entendían el alfabeto muerto que portaban. El techo de este edificio era tan alto que los lectores a menudo preferían leer mientras flotaban en el aire. Los manuscritos eran tan numerosos que se decía que ni siquiera mil hombres que los leyeran día y noche durante cincuenta años podrían leerlos todos. Aunque la biblioteca había sido dañada en la guerra civil bajo el emperador romano Aureliano, su destrucción final se atribuye a un general musulmán. Quemó el papiro para calentar los seiscientos baños de Alejandría, y las alfombras, que aterrorizaban a sus árabes beduinos, fueron arrojadas al mar. Ben Sherira comenta con amargura que el conocimiento de Alejandría se fue por el desagüe al "lavar la suciedad de los filisteos". Las alfombras voladoras se desaconsejaban en tierras islámicas por dos razones. La línea oficial era que el hombre nunca tuvo la intención de volar, y la alfombra voladora era un sacrilegio al orden de las cosas, argumento que fue difundido con entusiasmo por un clero celoso. La segunda razón fue económica. Para el establecimiento era necesario mantener el caballo y el camello como medio de transporte estándar. La razón fue que ciertas familias árabes, que tenían acceso a las cámaras interiores de los sucesivos gobernantes, se habían enriquecido gracias a sus vastas ganaderías, donde criaban cientos de miles de caballos cada año para el ejército, los comerciantes y el proletariado. Lo mismo ocurrió con los camellos. Ciertos hacedores de reyes egipcios (enumerados por Ben Sherira como los Hatimis, los Zahidis y la progenie de Abu Hanifa II) poseían granjas de camellos y disfrutaban de un monopolio total sobre el suministro de camellos en todo el imperio islámico. Ninguna de estas antiguas familias quería que sus privilegios fueran usurpados por un pequeño grupo de artesanos pobres que potencialmente podrían arruinar sus mercados haciendo populares las alfombras voladoras. Así fueron socavados. Gracias a la propaganda de los mulás, la clase media musulmana empezó a evitar las alfombras voladoras a mediados del siglo VIII. En cambio, floreció el mercado de caballos árabes. Los camellos también alcanzaban precios elevados. Ben Sherira señala que un incidente curioso que ocurrió por esta época dañó irremediablemente la reputación de la alfombra voladora: En una brillante tarde de viernes en Bagdad, cuando el disco blanco del sol ardía en el tercer cuarto del cielo medio, y el Mientras el bazar estaba lleno de gente comprando frutas y telas y observando una subasta de esclavos de piel clara, apareció al otro lado del sol el espectro reluciente de un hombre con turbante deslizándose hacia el minarete más alto del Palacio Real. El diablo no era otro que un pobre soldado que una vez había servido en palacio. Lo habían sorprendido sosteniendo la mano de la princesa más joven y los eunucos lo expulsaron, deshonrado y derrotado. Cuando la noticia de este asunto llegó al califa, se puso furioso. Hizo encerrar a la princesa en una torre y, para humillarla, decidió casarla con su verdugo real, un imponente esclavo negro de Zanzíbar. El soldado, un joven kurdo llamado Mustafa, regresó ahora. Se deslizó hasta el minarete y ayudó a una chica a salir por la ventana. Luego, a la vista del público que estaba abajo, se alejó. Los bazares aplaudieron. Mientras los jóvenes amantes se fugaban sobre su alfombra, una batería de la guardia de élite, montada en sementales árabes negros, salió corriendo del palacio y los persiguió. Pero la alfombra voladora desapareció entre las nubes. El establishment tomó represalias persiguiendo a todos, incluso remotamente, involucrados con el negocio de las alfombras voladoras. Treinta artesanos fueron detenidos con sus familias en una plaza pública. Se reunió una audiencia paga. Los hombres fueron acusados de libertinos y sus cabezas rodaron por el polvo, todas cortadas por el verdugo negro de Zanzíbar. A continuación, el califa envió a sus espías a todos los rincones de su imperio ordenándoles que trajeran a Bagdad todas las alfombras voladoras y artesanos restantes. La pequeña comunidad de artesanos, que había vivido cerca del Tigris durante varios siglos, empaquetó sus posesiones y, con sólo tres supervivientes varones, huyó. Después de vagar durante muchos meses a través de los desiertos lunares de las marismas iraníes, llegaron, andrajosos y al borde de la muerte, a la brillante ciudad de Bukhara, donde el emir, que no recibía órdenes de Bagdad, les dio refugio. Este éxodo, señala Isaac, ocurrió en el año 776 d. C., una década antes del célebre reinado de Harun ur Rashid, cuando se escribió Las mil y una noches. Isaac cree que la inspiración para al menos uno de los cuentos de Las mil y una noches proviene del incidente de los amantes fugados esa brillante tarde de viernes en Bagdad. Ben Sherira describe con gran detalle la genealogía de los artesanos. Algunas de estas familias emigraron posteriormente a Afganistán y se establecieron en el Reino de Ghor. La familia de tejedores de alfombras más reconocida, los Halevis, se instaló en la localidad de Merv, donde comenzaron a introducir estampados en sus alfombras. El mandala en el centro era una marca registrada del maestro Jacob Yahud Halevi. el mismo Jacob que aparece en la historia como el maestro de Avicena. Los artesanos también vagaron (o volaron) a Europa, donde sus recetas fueron posteriormente empleadas por una sociedad secreta feminista, la de las brujas. Su persecución, impuesta por la iglesia, fue igualmente rápida. Ben Sherira afirma que la marca registrada de las brujas, la escoba, con su simbolismo fálico, se desarrolló debido a su falta de compañía masculina. En Transoxiana, la alfombra voladora disfrutó de un breve renacimiento antes de ser borrada para siempre por las hordas mongoles de Genghis Khan. Dos incidentes son dignos de mencionar aquí. En 1213, el príncipe Behroz del estado de Khorasan, en el este de Persia, tomó en serio a una joven judía, Ashirah. Su padre era un consumado fabricante de alfombras. Behroz se casó con Ashirah en contra de los deseos de su familia y le pidió a su suegro que tejiera dos docenas de alfombras voladoras usando la mejor lana y la mejor arcilla, especialmente enrolladas en un marco de bambú para hacerlas más robustas. Luego hizo que cuarenta y ocho de sus arqueros cuidadosamente seleccionados fueran entrenados por un maestro japonés llamado Ryu Taro Koike (¿1153-1240?). Cuando los arqueros estuvieron listos y entregadas las alfombras, reunió a sus hombres y les dio a cada uno sus armas: veinte flechas con punta de acero recubiertas de veneno de serpiente de cascabel, arcos largos hechos de capas de deodar y catgut, y dagas armenias. Se asignaron dos hombres a cada alfombra: uno a proa y otro a popa. Algunos llevaban bolas de fuego. Behroz concibió así cuatro escuadrones de la primera caballería aerotransportada del mundo, que entraron en acción cuando su padre libró una guerra contra el vecino Khwarzem Shah. Los arqueros lideraron el asalto: atacaron el castillo, se lanzaron y salieron volando, derribaron a los defensores y lanzaron bolas de fuego dentro de su recinto, prendiéndolo en llamas. Los altos mandos militares toranianos estaban asombrados. Sintieron que el príncipe podría convertirse en una amenaza para su oligarquía y, con el consentimiento de su padre, lo cegaron. La esposa del príncipe, embarazada, y su padre enfermo fueron desterrados del reino. Por esta época, los abasíes ya no ejercían el mismo poder que en los días de Harun ur Rashid. Muchos reyes y emires locales estaban tomando el asunto en sus propias manos. A medida que se debilitaba el control del imperio sobre sus estados, florecía un culto a la alfombra voladora. Jóvenes disidentes, refugiados políticos, ermitaños y agnósticos volaron por el aire para realizar sus escapadas. Los comerciantes también empezaron a ver las ventajas de la alfombra voladora. La alfombra voladora no sólo era una forma de transporte mucho más rápida que el camello, sino también más segura, ya que los bandidos no asaltarían una caravana comercial voladora. a menos que ellos mismos estuvieran sobre una flota de alfombras voladoras. Los artesanos comenzaron a tejer alfombras más grandes, pero con más gente a bordo estas se volvían lentas y perdían altura. Pero hay un episodio, presenciado por muchas personas en el terreno, en el que un grupo de hombres con turbantes voló desde Samarcanda a Isfahán a una velocidad vertiginosa. Este incidente se corrobora en el facsímil de otro texto raro, producido en el siglo XVII, en el que se cita a un testigo que dijo: "Vimos un extraño disco giratorio en el cielo, que voló sobre nuestra aldea [Nishapur], dejando un rastro de fuego y azufre". ', y otro: 'Una banda de djinn apareció sobre nuestra caravana, dirigiéndose hacia el Estrecho de Ormuz'. [sup5] (El original de este texto del siglo XIII es imposible de encontrar.) El siguiente incidente, antes de la terrible invasión de las estepas, fue el colmo en la desafortunada historia de la alfombra voladora. En 1223, un dragomán de Georgia llegó a Bukhara con su harén para comprar seda china. La fuente de Ben Sherira, el guardián de Minareh Kalyan, describe lo que ocurrió: En una tarde agradable, cuando el suk estaba lleno de gente y las damas con velo de Georgia acababan de desembarcar de sus literas y estaban siendo escoltadas hasta el comerciante de seda, un loco Apareció detrás de una cúpula y se abalanzó sobre ellos. El volador era un hombre gigante con una magnífica barba negra y cabello largo ondeando al viento detrás de él. Llevaba un taparrabos, sus ojos eran de un verde luminoso, un águila volaba a su lado y se reía locamente. Las mujeres vieron esta aparición dirigiéndose hacia ellas y se congelaron de terror cuando él se arrancó el taparrabos y comenzó a orinar en sus caras vueltas hacia arriba. Este hombre era el matemático real de Samarcanda, Karim Beg Isfahani. Traicionado por su amante georgiana, había bebido una copa de uvas fermentadas y se había vuelto loco. El incidente provocó un caos. Le lanzaron una lanza que lo alcanzó en el pecho y cayó muerto sobre una palmera. Pero la indignación provocada en Bukhara era comprensible. Temiendo otra masacre, los artesanos quemaron sus laboratorios, abandonaron sus posesiones y huyeron en todas direcciones. Ben Sherira escribe que ese fatídico día juraron no volver a tejer una alfombra voladora. La historia casi termina aquí. En 1226, Genghis Khan arrasó la mayoría de las ciudades de Asia Central. Sus habitantes fueron masacrados; sus tesoros saqueados. ¿Las torres de calaveras en las afueras de Herat, Balkh y Bukhara? ¿Tan vastos que todo el campo apestaba a su hedor? Incluía los cráneos de los artesanos. En su botín, los mongoles encontraron alfombras voladoras. Cuando un prisionero les dijo que estos artilugios eran más ágiles que el pony de las estepas (una blasfemia para los oídos mongoles, si es que alguna vez la hubo), el gran Khan lo decapitó y mandó convertir su cráneo en una jarra para beber. Ordenó la confiscación de todas las alfombras voladoras de su vasto imperio.
 

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Cuentos que la mencionan junto a Salomon extra bíblicos.

MUCHO antes de que el palo de escoba se hiciera popular entre las brujas de la Europa medieval, ladrones y locos de Oriente utilizaban la alfombra voladora. Un explorador francés, Henri Baq, ha encontrado en Irán pruebas reales de lo que era un mito de larga data. Baq ha descubierto pergaminos de manuscritos bien conservados en sótanos subterráneos de un antiguo castillo de Asesinos en Alamut, cerca del Mar Caspio. Escritos a principios del siglo XIII por un erudito judío llamado Isaac Ben Sherira, estos manuscritos arrojan nueva luz sobre la verdadera historia detrás de la alfombra voladora de Las mil y una noches. El descubrimiento de estos artefactos ha sumido al mundo científico en la lucha más escandalosa. Después de su traducción del persa al inglés por el profesor GD Septimus, el renombrado lingüista, se convocó una conferencia apresuradamente organizada de eminentes eruditos de todo el mundo en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de Londres. El descubrimiento de Baq fue criticado por muchos historiadores que insistieron en que los manuscritos eran falsificaciones. M. Baq, que no pudo asistir a la conferencia debido al nacimiento de su hijo, fue defendido por el profesor Septimus, quien afirmó que los nuevos hallazgos deberían investigarse adecuadamente. Los manuscritos están siendo datados con carbono en el Istituto Leonardo da Vinci de Trieste. Según Ben Sherira, los gobernantes musulmanes solían considerar las alfombras voladoras como artilugios inspirados por el diablo. Se negó su existencia, se suprimió su ciencia, se persiguió a sus fabricantes y se borró sistemáticamente cualquier evidencia sobre incidentes que los involucraran. Aunque las alfombras voladoras se tejieron y vendieron hasta finales del siglo XIII, la clientela de ellas se encontraba principalmente en los márgenes de la sociedad respetable. Ben Sherira escribe que las alfombras voladoras recibieron un visto bueno del establishment alrededor del año 1213 d. C., cuando un príncipe toraniano demostró su utilidad para atacar un castillo enemigo colocando un escuadrón de arqueros sobre ellas, para formar una especie de caballería aerotransportada; Por lo demás, el arte fracasó y finalmente pereció en el ataque de los mongoles. La primera mención de la alfombra voladora, según la crónica de Ben Sherira, se hace en dos textos antiguos. El primero de ellos es un libro de proverbios recopilado por Shamsha-Ad, un ministro del rey babilónico Nabucodonosor, y el otro es un libro de diálogos antiguos compilado por un tal Josefo. Ninguna de estas obras sobrevive hoy; sin embargo, con su ayuda, Ben Sherira compiló una historia relacionada con la reina de Saba y el rey Salomón que no se encuentra en ningún otro lugar. Situada en el extremo sur de Arabia, la tierra de Saba ocupaba la zona del actual Yemen, aunque algunos geógrafos afirman que Etiopía o la antigua Abisinia también formaba parte de su territorio. Este país fue gobernado por una hermosa y poderosa reina que es recordada en la historia como la Sheba de la Biblia, la Saba o Makeda de la epopeya etíope Kebra Negast y la Bilqis del Islam. En la toma de posesión de la reina en 977 a.C., su alquimista real demostró pequeñas alfombras marrones que podían flotar a unos pocos pies del suelo. Muchos años después envió una magnífica alfombra voladora al rey Salomón. En señal de amor, era de sendal verde bordado con oro y plata y tachonado de piedras preciosas, y su largo y ancho eran tales que todo el ejército del rey podía estar de pie sobre él. El rey, que estaba preocupado por construir su templo en Jerusalén, no pudo recibir el regalo y se lo entregó a sus cortesanos. Cuando la noticia de esta fría recepción llegó a la reina, quedó desconsolada. Despidió a sus artesanos y nunca volvió a tener nada que ver con las alfombras voladoras. El rey y la reina finalmente se reconciliaron, pero los artesanos errantes no encontraron morada durante muchos años y finalmente tuvieron que establecerse cerca de la ciudad de Bagdad en Mesopotamia en c. 934 a.C. En la crónica de Ben Sherira, ciertos pasajes describen el funcionamiento de una alfombra voladora. Desafortunadamente, gran parte del vocabulario utilizado en estas partes es indescifrable, por lo que se ha entendido poco sobre su método de propulsión. Lo que se entiende es que una alfombra voladora se hilaba en un telar como una alfombra ordinaria; la diferencia radicaba en el proceso de teñido. Aquí, los artesanos habían descubierto cierta arcilla, "obtenida de manantiales de montaña y no tocada por la mano humana", que, cuando se sobrecalentaba a "temperaturas que excedían las del séptimo anillo del infierno" en un caldero de aceite griego hirviendo, adquiría anti- propiedades magnéticas. Ahora la Tierra misma es un imán y tiene billones de líneas magnéticas que la cruzan del Polo Norte al Polo Sur. Los científicos prepararon esta arcilla y teñiron la lana antes de tejerla en un telar. Entonces, cuando la alfombra finalmente estuvo lista, se separó de la Tierra y, dependiendo de la concentración de arcilla utilizada, flotó unos pocos o varios cientos de pies sobre el suelo. La propulsión se realizaba a lo largo de líneas magnéticas, que actuaban como rieles aéreos. Aunque eran conocidas por los druidas en Inglaterra y los incas en América del Sur, sólo recientemente los físicos están comenzando a redescubrir las propiedades especiales de estas llamadas "líneas fey". Ben Sherira escribe que la gran biblioteca de Alejandría, fundada por Ptolomeo I, conservaba una gran reserva de alfombras voladoras para sus lectores. Podrían tomar prestadas estas alfombras a cambio de sus zapatillas, para deslizarse de un lado a otro, de arriba a abajo, entre los estantes de manuscritos de papiro. La biblioteca estaba alojada en un zigurat que contenía cuarenta mil rollos de tal antigüedad que habían sido transcritos por trescientas generaciones de escribas, muchos de los cuales no entendían el alfabeto muerto que portaban. El techo de este edificio era tan alto que los lectores a menudo preferían leer mientras flotaban en el aire. Los manuscritos eran tan numerosos que se decía que ni siquiera mil hombres que los leyeran día y noche durante cincuenta años podrían leerlos todos. Aunque la biblioteca había sido dañada en la guerra civil bajo el emperador romano Aureliano, su destrucción final se atribuye a un general musulmán. Quemó el papiro para calentar los seiscientos baños de Alejandría, y las alfombras, que aterrorizaban a sus árabes beduinos, fueron arrojadas al mar. Ben Sherira comenta con amargura que el conocimiento de Alejandría se fue por el desagüe al "lavar la suciedad de los filisteos". Las alfombras voladoras se desaconsejaban en tierras islámicas por dos razones. La línea oficial era que el hombre nunca tuvo la intención de volar, y la alfombra voladora era un sacrilegio al orden de las cosas, argumento que fue difundido con entusiasmo por un clero celoso. La segunda razón fue económica. Para el establecimiento era necesario mantener el caballo y el camello como medio de transporte estándar. La razón fue que ciertas familias árabes, que tenían acceso a las cámaras interiores de los sucesivos gobernantes, se habían enriquecido gracias a sus vastas ganaderías, donde criaban cientos de miles de caballos cada año para el ejército, los comerciantes y el proletariado. Lo mismo ocurrió con los camellos. Ciertos hacedores de reyes egipcios (enumerados por Ben Sherira como los Hatimis, los Zahidis y la progenie de Abu Hanifa II) poseían granjas de camellos y disfrutaban de un monopolio total sobre el suministro de camellos en todo el imperio islámico. Ninguna de estas antiguas familias quería que sus privilegios fueran usurpados por un pequeño grupo de artesanos pobres que potencialmente podrían arruinar sus mercados haciendo populares las alfombras voladoras. Así fueron socavados. Gracias a la propaganda de los mulás, la clase media musulmana empezó a evitar las alfombras voladoras a mediados del siglo VIII. En cambio, floreció el mercado de caballos árabes. Los camellos también alcanzaban precios elevados. Ben Sherira señala que un incidente curioso que ocurrió por esta época dañó irremediablemente la reputación de la alfombra voladora: En una brillante tarde de viernes en Bagdad, cuando el disco blanco del sol ardía en el tercer cuarto del cielo medio, y el Mientras el bazar estaba lleno de gente comprando frutas y telas y observando una subasta de esclavos de piel clara, apareció al otro lado del sol el espectro reluciente de un hombre con turbante deslizándose hacia el minarete más alto del Palacio Real. El diablo no era otro que un pobre soldado que una vez había servido en palacio. Lo habían sorprendido sosteniendo la mano de la princesa más joven y los eunucos lo expulsaron, deshonrado y derrotado. Cuando la noticia de este asunto llegó al califa, se puso furioso. Hizo encerrar a la princesa en una torre y, para humillarla, decidió casarla con su verdugo real, un imponente esclavo negro de Zanzíbar. El soldado, un joven kurdo llamado Mustafa, regresó ahora. Se deslizó hasta el minarete y ayudó a una chica a salir por la ventana. Luego, a la vista del público que estaba abajo, se alejó. Los bazares aplaudieron. Mientras los jóvenes amantes se fugaban sobre su alfombra, una batería de la guardia de élite, montada en sementales árabes negros, salió corriendo del palacio y los persiguió. Pero la alfombra voladora desapareció entre las nubes. El establishment tomó represalias persiguiendo a todos, incluso remotamente, involucrados con el negocio de las alfombras voladoras. Treinta artesanos fueron detenidos con sus familias en una plaza pública. Se reunió una audiencia paga. Los hombres fueron acusados de libertinos y sus cabezas rodaron por el polvo, todas cortadas por el verdugo negro de Zanzíbar. A continuación, el califa envió a sus espías a todos los rincones de su imperio ordenándoles que trajeran a Bagdad todas las alfombras voladoras y artesanos restantes. La pequeña comunidad de artesanos, que había vivido cerca del Tigris durante varios siglos, empaquetó sus posesiones y, con sólo tres supervivientes varones, huyó. Después de vagar durante muchos meses a través de los desiertos lunares de las marismas iraníes, llegaron, andrajosos y al borde de la muerte, a la brillante ciudad de Bukhara, donde el emir, que no recibía órdenes de Bagdad, les dio refugio. Este éxodo, señala Isaac, ocurrió en el año 776 d. C., una década antes del célebre reinado de Harun ur Rashid, cuando se escribió Las mil y una noches. Isaac cree que la inspiración para al menos uno de los cuentos de Las mil y una noches proviene del incidente de los amantes fugados esa brillante tarde de viernes en Bagdad. Ben Sherira describe con gran detalle la genealogía de los artesanos. Algunas de estas familias emigraron posteriormente a Afganistán y se establecieron en el Reino de Ghor. La familia de tejedores de alfombras más reconocida, los Halevis, se instaló en la localidad de Merv, donde comenzaron a introducir estampados en sus alfombras. El mandala en el centro era una marca registrada del maestro Jacob Yahud Halevi. el mismo Jacob que aparece en la historia como el maestro de Avicena. Los artesanos también vagaron (o volaron) a Europa, donde sus recetas fueron posteriormente empleadas por una sociedad secreta feminista, la de las brujas. Su persecución, impuesta por la iglesia, fue igualmente rápida. Ben Sherira afirma que la marca registrada de las brujas, la escoba, con su simbolismo fálico, se desarrolló debido a su falta de compañía masculina. En Transoxiana, la alfombra voladora disfrutó de un breve renacimiento antes de ser borrada para siempre por las hordas mongoles de Genghis Khan. Dos incidentes son dignos de mencionar aquí. En 1213, el príncipe Behroz del estado de Khorasan, en el este de Persia, tomó en serio a una joven judía, Ashirah. Su padre era un consumado fabricante de alfombras. Behroz se casó con Ashirah en contra de los deseos de su familia y le pidió a su suegro que tejiera dos docenas de alfombras voladoras usando la mejor lana y la mejor arcilla, especialmente enrolladas en un marco de bambú para hacerlas más robustas. Luego hizo que cuarenta y ocho de sus arqueros cuidadosamente seleccionados fueran entrenados por un maestro japonés llamado Ryu Taro Koike (¿1153-1240?). Cuando los arqueros estuvieron listos y entregadas las alfombras, reunió a sus hombres y les dio a cada uno sus armas: veinte flechas con punta de acero recubiertas de veneno de serpiente de cascabel, arcos largos hechos de capas de deodar y catgut, y dagas armenias. Se asignaron dos hombres a cada alfombra: uno a proa y otro a popa. Algunos llevaban bolas de fuego. Behroz concibió así cuatro escuadrones de la primera caballería aerotransportada del mundo, que entraron en acción cuando su padre libró una guerra contra el vecino Khwarzem Shah. Los arqueros lideraron el asalto: atacaron el castillo, se lanzaron y salieron volando, derribaron a los defensores y lanzaron bolas de fuego dentro de su recinto, prendiéndolo en llamas. Los altos mandos militares toranianos estaban asombrados. Sintieron que el príncipe podría convertirse en una amenaza para su oligarquía y, con el consentimiento de su padre, lo cegaron. La esposa del príncipe, embarazada, y su padre enfermo fueron desterrados del reino. Por esta época, los abasíes ya no ejercían el mismo poder que en los días de Harun ur Rashid. Muchos reyes y emires locales estaban tomando el asunto en sus propias manos. A medida que se debilitaba el control del imperio sobre sus estados, florecía un culto a la alfombra voladora. Jóvenes disidentes, refugiados políticos, ermitaños y agnósticos volaron por el aire para realizar sus escapadas. Los comerciantes también empezaron a ver las ventajas de la alfombra voladora. La alfombra voladora no sólo era una forma de transporte mucho más rápida que el camello, sino también más segura, ya que los bandidos no asaltarían una caravana comercial voladora. a menos que ellos mismos estuvieran sobre una flota de alfombras voladoras. Los artesanos comenzaron a tejer alfombras más grandes, pero con más gente a bordo estas se volvían lentas y perdían altura. Pero hay un episodio, presenciado por muchas personas en el terreno, en el que un grupo de hombres con turbantes voló desde Samarcanda a Isfahán a una velocidad vertiginosa. Este incidente se corrobora en el facsímil de otro texto raro, producido en el siglo XVII, en el que se cita a un testigo que dijo: "Vimos un extraño disco giratorio en el cielo, que voló sobre nuestra aldea [Nishapur], dejando un rastro de fuego y azufre". ', y otro: 'Una banda de djinn apareció sobre nuestra caravana, dirigiéndose hacia el Estrecho de Ormuz'. [sup5] (El original de este texto del siglo XIII es imposible de encontrar.) El siguiente incidente, antes de la terrible invasión de las estepas, fue el colmo en la desafortunada historia de la alfombra voladora. En 1223, un dragomán de Georgia llegó a Bukhara con su harén para comprar seda china. La fuente de Ben Sherira, el guardián de Minareh Kalyan, describe lo que ocurrió: En una tarde agradable, cuando el suk estaba lleno de gente y las damas con velo de Georgia acababan de desembarcar de sus literas y estaban siendo escoltadas hasta el comerciante de seda, un loco Apareció detrás de una cúpula y se abalanzó sobre ellos. El volador era un hombre gigante con una magnífica barba negra y cabello largo ondeando al viento detrás de él. Llevaba un taparrabos, sus ojos eran de un verde luminoso, un águila volaba a su lado y se reía locamente. Las mujeres vieron esta aparición dirigiéndose hacia ellas y se congelaron de terror cuando él se arrancó el taparrabos y comenzó a orinar en sus caras vueltas hacia arriba. Este hombre era el matemático real de Samarcanda, Karim Beg Isfahani. Traicionado por su amante georgiana, había bebido una copa de uvas fermentadas y se había vuelto loco. El incidente provocó un caos. Le lanzaron una lanza que lo alcanzó en el pecho y cayó muerto sobre una palmera. Pero la indignación provocada en Bukhara era comprensible. Temiendo otra masacre, los artesanos quemaron sus laboratorios, abandonaron sus posesiones y huyeron en todas direcciones. Ben Sherira escribe que ese fatídico día juraron no volver a tejer una alfombra voladora. La historia casi termina aquí. En 1226, Genghis Khan arrasó la mayoría de las ciudades de Asia Central. Sus habitantes fueron masacrados; sus tesoros saqueados. ¿Las torres de calaveras en las afueras de Herat, Balkh y Bukhara? ¿Tan vastos que todo el campo apestaba a su hedor? Incluía los cráneos de los artesanos. En su botín, los mongoles encontraron alfombras voladoras. Cuando un prisionero les dijo que estos artilugios eran más ágiles que el pony de las estepas (una blasfemia para los oídos mongoles, si es que alguna vez la hubo), el gran Khan lo decapitó y mandó convertir su cráneo en una jarra para beber. Ordenó la confiscación de todas las alfombras voladoras de su vasto imperio.
¿Es esta una forma de sabotearme el tema?

¿Quien está hablando de alfombras o escobas voladoras?
 
Siendo asi podemos hablar sobre el sionismo también.

Los lideres judíos británicos impidieron a toda costa que se refugiaran a los judíos que estaban sufriendo el Holocausto en Reino Unido, porque convenía verse como "vistimas" ante el mundo:


Asi que el holocausto es un holocuento.