El mes de los muertos

Bart

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24 Enero 2001
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El 1 de noviembre celebra la Iglesia católica la festividad de Todos los Santos, y el día 2 la conmemoración de los Fieles Difuntos, que para el común del pueblo es, sencillamente, “el día de los muertos” ¡Los muertos! Gente fría y muy estirada, los llamó Jardiel Poncela. Y añadió: “No saben lo que es morir ni los muertos”.


La costumbre de orar por los muertos tiene raíces paganas. En el antiguo “Libro Egipcio de los Muertos”, libro extraño, fantástico, en el que la religión se mezcla con la epopeya, el difunto podía revivir en otro mundo merced a los oraciones y los ritos de sus parientes en la tierra.

En la Iglesia católica la práctica de orar por los muertos procede del siglo X, iniciada por un monje francés llamado Odilón. La gente empezó a acudir a los conventos franceses, primero a orar por los muertos, más tarde llevar flores a los cementerios, y pronto la costumbre se hizo ley. Con lo cual, reconoce el escritor católico Eusebio García Luengo, “ya sabemos que en nuestras costumbres se mezclan la muy decisiva tradición y culturas cristianas y los oscurísimos y remotísimos que nos dejaron otras civilizaciones paganas”.

Queriéndolo o sin querer, se nos ha metido una mentalidad pagana al hablar de los muertos y de la muerte. Miramos sólo el aspecto terrorífico y macabro, la corrupción del sepulcro, el abandono de todos, la suciedad de la tumba.

El religioso Casimiro Sánchez Almeida, quien fue Catedrático en la Universidad Pontificia de Salamanca, agrega que “a las concepciones paganas del Renacimiento se unió el espíritu morboso del Romanticismo y la poca imaginación de los agentes de pompas fúnebres, y entre todos han llenado los cementerios, cuando no las Iglesias, de calaveras y tibias entrelazadas, esqueletos con guadañas, cítaras y columnas rotas... Esa iconografía es ridícula y tiene muy poco de cristiana”.

¿Por qué y para qué dedicar un día a los muertos, si los muertos nos dominan? Son mayoría. Están presentes todos los días, a todas horas, cada minuto de nuestra existencia pertenece a los muertos. Nos dominan desde el fondo de sus tumbas. Son nuestros señores. Son superiores. Para librarnos de ellos tendríamos que volver a matarlos.

En el Día de los Muertos, más que perder el tiempo en arreglar flores y lavar tumbas, deberíamos meditar en el sentido cristiano de la muerte, considerada como el tránsito de la vida terrena a la celestial, del tiempo caduco a la eternidad bienaventurada.

¿Orar el 2 de noviembre por los muertos? Más bien orar todos los días; y no por los muertos, a los que no tenemos acceso, sino por los vivos, por ti y por mí.

Juan Antonio Monroy


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