-Hemos visto en estos días las imágenes del Papa lavando los pies de las reclusas en la cárcel de Rebibbia.
-¡Nunca deben haberse lavado tan bien los pies aquellas mujeres como para aquella ocasión!
La imitación al ejemplo que nos fue dado por nuestro Señor Jesucristo (Jn 13:2-17) no cuadra en nuestro mundo moderno, donde tras el baño cubrimos nuestros pies con medias o calcetines, para calzarlos con zapatos y caminar por calles pavimentadas. Jesús se levantó de la cena (v.4) pues todos ellos se habían sentado a comer con los pies sucios por el sudor y polvo del camino. Algo se había omitido. La práctica acostumbrada aquí había sido dejada de lado, porque ninguno de los doce quiso asumir tal iniciativa. Nadie quiso deponer su orgullo personal. La humildad estaba faltando en aquel trascendental encuentro, y la repentina acción del Señor seguramente sorprendió a todos.
Hoy día el ejemplo de Jesús sigue vigente, pero no ya con agua y toalla, sino con el reconocimiento que debemos hacer del caminar de nuestros hermanos por este mundo. Que este andar por el camino los contamine con impurezas propias de su tránsito, debe suscitar nuestra compresión y compasión. Tal como nos acontece a nosotros mismo sucede a todos, por lo que humildemente debemos aceptar que lo que no nos parezca bien en los demás requiere de nuestra súplica intercesora ante el trono de la gracia.
Me consta que hay grupos cristianos evangélicos que hasta hoy día mantienen la observancia de este rito, pero ello obviamente que en lo espiritual nada representa, pues es fácil asumir por un rato una postura que en la práctica habitual de la vida no desmiente la altivez natural del tenido por ministro religioso.
Gracias a Dios, sin embargo, todos tenemos la oportunidad de la sana práctica aconsejada en Hebreos 10:24: "Considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras".
Cordiales saludos
-¡Nunca deben haberse lavado tan bien los pies aquellas mujeres como para aquella ocasión!
La imitación al ejemplo que nos fue dado por nuestro Señor Jesucristo (Jn 13:2-17) no cuadra en nuestro mundo moderno, donde tras el baño cubrimos nuestros pies con medias o calcetines, para calzarlos con zapatos y caminar por calles pavimentadas. Jesús se levantó de la cena (v.4) pues todos ellos se habían sentado a comer con los pies sucios por el sudor y polvo del camino. Algo se había omitido. La práctica acostumbrada aquí había sido dejada de lado, porque ninguno de los doce quiso asumir tal iniciativa. Nadie quiso deponer su orgullo personal. La humildad estaba faltando en aquel trascendental encuentro, y la repentina acción del Señor seguramente sorprendió a todos.
Hoy día el ejemplo de Jesús sigue vigente, pero no ya con agua y toalla, sino con el reconocimiento que debemos hacer del caminar de nuestros hermanos por este mundo. Que este andar por el camino los contamine con impurezas propias de su tránsito, debe suscitar nuestra compresión y compasión. Tal como nos acontece a nosotros mismo sucede a todos, por lo que humildemente debemos aceptar que lo que no nos parezca bien en los demás requiere de nuestra súplica intercesora ante el trono de la gracia.
Me consta que hay grupos cristianos evangélicos que hasta hoy día mantienen la observancia de este rito, pero ello obviamente que en lo espiritual nada representa, pues es fácil asumir por un rato una postura que en la práctica habitual de la vida no desmiente la altivez natural del tenido por ministro religioso.
Gracias a Dios, sin embargo, todos tenemos la oportunidad de la sana práctica aconsejada en Hebreos 10:24: "Considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras".
Cordiales saludos