otro tema para la polemica,ya que la mayoria de los musulmanes odian a los sionistas mas que todo por el problema palestino.y no creen que Israel es el pueblo escogido por Dios.
espero que este articulo les sirva
shalommmm
Los judíos y las moscas.
“Hay tres cosas que Alá no debería haber creado: los persas,
los judíos y las moscas”.
Leída así, la frase que Saddam Hussein obligaba a repetir a
los niños de Iraq, suena a grotesca y, por supuesto, a
bárbara. En nuestra civilizada y arrogante Europa nunca
diríamos algo así: nosotros no tenemos nada contra los persas,
ni contra las moscas. Diré más: las moscas son pesadas, pero
conforman de tal manera el paisaje mediterráneo, que han
acabado siendo entrañables. Y, por supuesto, los persas nos
caen bien. De manera que podemos respirar tranquilos: con
Saddam Hussein solo nos une el odio a los judíos. ¿Habrá sido
ese odio el que ha llevado a tantos manifestantes a quemar
banderas con la estrella de David, mientras gritaban consignas
a favor de Saddam? ¿Será la judeofobia el lugar simbólico
común donde árabes y europeos nos encontramos, nos reconocemos
y nos gustamos? Y, ¿es esa misma judeofobia la que convierte a
un déspota corrupto y violento como Arafat, en un resistente
romántico? ¿La que transforma el nihilismo terrorista
palestino, en una especie de nueva épica liberadora?
Sostengo, hoy y aquí, para desgracia de nuestro dual
continente, capaz de crear para el mundo las bases de la
democracia, y, al mismo tiempo, crear las termitas más activas
que la intentaron destruir, el estalinismo y el fascismo,
sotengo que estamos volviendo hacia nuestros propios demonios:
hoy por hoy, sobre las bases del viejo antisemitismo
exterminador que conformó nuestro pensamiento colectivo más
profundo, estamos construyendo un nuevo, activo y perverso
antisemitismo. “Un antisemitismo sin judíos”, que diría Pual
Lendvaï. El fenómeno se está elaborando en paralelo con dos
actitudes complementarias, las dos igualmente suicidas, el
antiamericanismo, y la indiferencia ante la aparición y
consolidación de un nuevo totalitarismo, el integrismo
islámico. Tres son, pues, las flexhcas que disparan hacia una
misma dirección preocupante: la conformación de un pensamiento
único europeo, capaz de movilizar las calles y las conciencias
de Europa, y que se fundamenta en pilares destructivos. Lo más
grave, desde mi punto de vista y desde mi propia militancia
progresista, es que este pensamiento único es de izquierdas.
De izquierdas es el nuevo antisemitismo europeo, disfrazado de
antisionismo; de izquierdas es el panarabismo romántico que
lleva a la minimización del terrorismo; y compartido con
determinada derecha, de izquierdas es el feroz
antiamericanismo que estamos padeciendo. Si estamos de acuerdo
en que la izquierda es quien configura las ideas con prestigio
de nuestra sociedad, y que son los intelectuales de izquierda
los que son reconocidos como defensores del progreso, entonces
estaremos de acuerdo en que tenemos un grave problema.
Hablemos de ello, del nuevo antisemitismo y de las dos patas
peludas que acompañan al monstruo.
Los nuevos antisemitas no se reconocen como tales. El
antisemitismo es una expresión clásica de la extrema derecha,
y, por tanto, la izquierda la aborrece y la niega. El paraguas
del antisionismo, sin embargo, o directamente del
antiisraelismo, son mucho más cómodos de llevar, paran bien la
lluvia de la crítica y permiten un disfraz intelectualmente
digerible. De Martin Luther King es esta frase pronunciada en
1967, en su “Carta a un amigo antisionista”: “Los tiempos han
convertido en impopular la manifestación abierta del odio a
los judíos. Siendo éste el caso, el antisemita busca nuevas
formas y foros en donde poder instalar su veneno. Ahora lo
esconde tras una nueva máscara. ¡Ahora no odia a los judíos,
solo es antisionista!” 36 años después, la frase es más
vigente que nunca, de manera que el antisionismo y la
demonización feroz de Israel se han convertido en una
obligación moral del pensamiento de izquierdas. Como si en el
catecismo no escrito de la izquierda existiera un dogma
inquebrantable: o eres antisionista, o no eres de izquierdas.
Yo misma, en mi país, soy expulsada del paraíso de la
izquierda, por parte de algunos gurús del dogma, cada vez que
no practico el tiro intelectual al judío. Perdón, al sionista.
Perdón, al israelí. ¿O no es todo lo mismo en la gramática
antisemita?
El resultado es el que estamos viendo. En su plasmación más
tangible, la dolorosa agresión que están sufriendo comunidades
judías en diversos países. Desde vetos personalizados –podría
explicar duras situaciones en España- hasta violencia física,
como la que padecieron los judíos pacifistas en la ya famosa
manifestación de París. Pero lo más profundo del nuevo
antisemitismo se sitúa en el corazón de Tierra Santa y tiene a
Israel como objetivo de tiro al plato. Israel es, hoy por hoy,
una auténtica obsesión de la izquierda europea y el ejemplo
más relevante de los tics fascistas que la izquierda puede
presentar. Estas son mis acusaciones:
manipulación informativa,
criminalización de la legitimidad del estado de Israel,
minimización de las víctimas judías
banalización de la Shoá,
e indiferencia –cuando no aplauso- ante los estragos
terroristas
del integrismo.
Primero. Acuso a la izquierda de matar a la información a
golpes de propaganda. La manipulación informativa de lo que
ocurre en Oriente Próximo es tan burda y excesiva que pasará a
los anales del periodismo como ejemplo de intoxicación de
masas. ¿Cuántos principios del periodismo se quiebran en la
información que la mayoría de “medias” europeos están dando?
no control de las fuentes,
tergiversación y manipulación de datos,
burla al principio de objetividad,
indiferencia ante lo que tendría que ser el anhelo de todo
informador: la verdad.
Ya sé que me dirán que la objetividad no existe, y menos en el
periodismo. Pero, entre la objetividad pura y la subjetividad
militante, hay un largo trecho que el periodismo serio podría
recorrer. Y que, respecto a Oriente Próximo, no recorre. La
gramática de este nuevo periodismo conforma el día a día de la
prensa influyente de la Europa Occidental, y es tan poderosa
que no se salva de ella ni la muy mitificada BBC. Una
gramática con reglas precisas:
no existen terroristas, sino milicianos;
nunca existen víctimas judías;
toda acción palestina es buena por naturaleza y, por supuesto,
defensiva;
toda acción israelí es sospechosa de criminalidad;
no existen los verdugos palestinos;
no existe la ingerencia internacional;
no existe la corrupción de Arafat;
por no existir, no existe ni su pasado violento;
y, evidentemente, no existe la democracia israelí.
El atentado diario que la información sufre en manos de la
propaganda, con total impunidad, ni es casual, ni es
espontáneo. Acuso, pues, a parte de la prensa europea de
manipular, mentir y cambiar las pautas de la información en
Oriente Próximo. Su neutralidad es, sin duda, una neutralidad
pro-palestina…
Segundo. Acuso a la izquierda de banalizar la Shoá, tema éste
que no es, en absoluto, menor. Quedará escrito, en los murales
de la vergüenza europea, la actitud de numerosos colectivos
activistas, perfectamente visualizables en las manifestaciones
pacifistas de estos días, y de muchos intelectuales de
izquierdas, que han utilizado la tragedia del holocausto como
arma arrojadiza contra Israel. El punto culminante de este
desprecio profundamente cruel –lanzar contra las víctimas de
la Shoá su propio martirio, es una forma de volver a matarlas-
han sido las declaraciones de Saramago en Jenín. Al respecto,
digo lo siguiente: Saramago ha sido el ejemplo más relevante
de una afirmación inapelable, uno puede escribir como los
ángeles y pensar como los demonios. En 1884 Auguste Bebel ya
llamó a esto “el socialismo de los imbéciles”.
Pero no es solo una imbecilidad. El azar, tan extrañamente
poético a veces, hace que esté escribiendo este párrafo justo
ahora, cuando aún estoy bajo el impacto del Museo del
Holocausto de Washington, que acabo de visitar. Como dice ese
gran constructor de la memoria que es Claude
Lanzmann, la Shoá es “la muerte del alma humana”. Ante su
recuerdo, ningún ciudadano del mundo puede ser indiferente.
Pero, sobretodo, ningún europeo puede ser ajeno. Europa creó
ese pensamiento único totalitario del cristianismo que
convirtió todo un pueblo en deicida (Por cierto, después de
oir las sandeces de Mel Gibson, supongo que no irán a verle
nunca más al cine). Europa fue la Inquisición española, fue
Lutero asegurando que los judíos eran “una plaga en el corazón
de la Tierra”. Europa fue la demonización, la persecución, la
culpabilización y la muerte de lo mejor de su propio cuerpo,
su alma judía. Europa fue el Vaticano y sus colaboraciones con
los nazis. Ausschwitz no es una contingencia trágica de la
historia. Una especie de perverso error. Ausschwitz es la
estación final de un largo proceso de destrucción. Por ello no
es exagerado asegurar que, siendo Europa tan profundamente
judía, con la Shoá se destruyó a sí misma. Lo que queda hoy de
Europa son los restos del naufragio. Un continente que,
secuestrado por sus propios demonios, perdió la dignidad.
Por eso banalizar la Shoá es algo tan brutal y perverso.
Hacerlo, además, desde la izquierda, la que tendría que ser la
vígia más rotunda de la justicia y la libertad, es un acto de
traición. De traición a la memoria trágica de Europa. ¿Es el
síntoma de un nuevo antisemitismo? Sin ninguna duda:
minimizando el holocausto, se reduce la dimensión de la
tragedia, se relativiza la culpa europea y lo judío vuelve a
ser sospechoso, poderoso y peligroso. Ya no existe la víctima
judía, existe el soldado israelí que mata niños en Belén,
metáfora moderna del judío medieval que bevía la sangre de
niños cristianos. Esa relación entre el judío medieval malvado
y el malvado soldado israelí resulta placentera para la culpa
europea.
La izquierda establece esa relación incluso inconscientemente,
de manera que podemos decir que la ortodoxia cristiana y la
izquierda ortodoxa también cohabitan felizmente en el
territorio inhóspito del antisemitismo.
Acuso, pues, a la izquierda de traición a la memoria trágica
de Europa.
Tercero. Acuso a la izquierda de minimizar, justificar e
incluso elogiar un nuevo totalitarismo que amenaza seriamente
a la libertad: el nihilismo terrorista islámico. Los ejemplos
son escandalosos: indiferencia ante atentados graves como la
bomba de Amia en Argentina, o el atentado contra las Torres
Gemelas, considerado, por parte de la izquierda, casi como
responsabilidad americana a causa de su política exterior. Por
supuesto, con culpa judía incorporada. La exaltación del
terrorismo palestino como fórmula de lucha legítima, hasta el
punto de considerar aceptable la inculcación, en la sociedad
palestina, y globalmente, en muchas de las sociedades
islámicas, de una cultura fatalista del odio y la muerte,
cultura que es, sin duda, totalitaria. El buen amigo Marcos
Aguinis llama a ello “un retroceso de la izquierda hacia la
antimodernidad”. Mientras perdona las bombas de Hamás o se
manifiesta por las calles contra la intervención americana en
Iraq, esa misma izquierda nunca se ha manifestado contra el
integrismo que mató más de 4.000 personas en Nueva York, o
contra el que ya lleva un millón de muertos en su guerra en
Sudán. Tampoco he visto nunca una ONG que quiera enviar
escudos humanos a las cafeterías de Tel Aviv. Hay una
solidaridad selectiva, derivada de un maniqueismo perverso que
convierte a los terroristas en víctimas, y a las víctimas en
culpables.
El integrismo islámico es el heredero natural de los grandes
totalitarismos de la humanidad, el nazismo y el estalinismo.
Como ellos es, fundacionalmente, antisemita, y, como ellos,
presenta un cuerpo doctrinal basado en el terror, la anulación
de todo principio de libertad y el expansionismo sangriento.
También, como ellos, actúa ante la indiferencia y/o la
complicidad europeas. Acuso, pues, a la izquierda de
traicionar a la democracia perdonando al nihilismo terrorista.
Nada nuevo, sin embargo, bajo el sol de una izquierda que se
ha ido enamorando de muchos de los dictadores que ha dado la
historia, Stalin, Pol Pot, Fidel, ahora Arafat. Huérfana de
épicas propias, desconcertada con su maleta de sueños rotos,
la izquierda mira hacia el mundo árabe buscando las
resonancias de Lawrence de Arabia. Y se enamora de las guerras
totales, de los cantos tribales de la revolución, quizás
convencidos que entre el “revolución o muerte” del Che y el
“viva la muerte” de Hamás no hay mucha diferencia. Buscan a
Lawrence de Arabia y, para desgracia de todos, aún no ha
descubierto que, con quien se ha encontrado, ha sido con Bin
Laden.
Y con ARafat, otro viejo autoritario, corrupto y sangriento.
Acuso, pues, a la izquierda de no considerar a las víctimas
del terrorismo, de no entender la amenaza que representa el
nihilismo, de traicionar, con su ceguera, a la democracia. La
acuso de llorar, solo, con el ojo izquierdo… Un ojo izquierdo
que, hoy por hoy, es deliberadamente antisemita.
¿Pongo el bonito ejemplo del Forum de Porto Alegre o de
Durban? Los residuos de las revoluciones frustradas del mundo
hicieron allí su lindo aquelarre. ¿El objeto de deseo? Por
supuesto, los judíos. Y es que la culpa judía siempre vende
bien en los mercados de la demagogia.
¿Hoy es, pues, Europa más antisemita que antes? ¿Lo es en
Francia? Hoy Europa y Francia están reinventando el
antisemitismo. Lo reiventan algunos populismos de derecha con
fuerte base católica, y lo reinventa la izquierda, dándole
brillo y prestigio a lo que antes era pura retórica de extrema
derecha. Ese nuevo antisemitismo trabaja adecuadamente el
olvido y banaliza la Shoá sabiendo que el olvido siempre es
una opción. De hecho, olvidarse es tener buena memoria. Sin
duda, la izquierda europea tiene una muy buena mala memoria.
Y, ocn el olvido bien asentado en la ideología, olvida también
las causas de la creación del estado de Israel, convierte su
legitimidad en sospechosa y criminaliza sus actos. Israel es,
quizás, uno de los estados cuya creación tiene más base moral
de cuántos estados existen. Sin embargo, es el único estado
del mundo que cada día tiene que pedir perdón por existir.
Sin ninguna duda, pues, acuso a la izquierda de poner en
cuestión la legitimidad del estado de Israel. De ahí que sus
actos sean considerados, por naturaleza, culpables. ¿No tiene
que ver, con ello, la actitud ciega del Parlamento Europeo,
indiferente al uso que l´ANP hace del dinero público europeo?
¿Cómo es posible, me pregunto en nombre de la democracia, que
sea dinero europeo el que financie las escuelas del odio donde
los niños palestinos son adoctrinados en el fatalismo suicida?
Siendo indiferentes somos, inequívocamente, responsables de
secuestrar la tolerancia y la modernidad, y de permitir que se
encadene en una espiral de odio, impotencia y venganza, a
generaciones enteras de palestinos.
Lo permitimos, lo financiamos y hasta lo justificamos. Lo cual
nos retrotrae nuevamente a la historia. ¿Recuerdan a Hermann
Broch?: la indiferencia, esa forma de violencia…
Y ello pasa porqué el odio a los judíos no levanta ampollas en
la fina piel europea. Fuera odio a los católicos, a los
protestantes, a los homosexuales, a los ciudadanos negros,
pero a los judíos…
ESTE ES EL NUEVO ANTISEMITISMO:
El que no se horroriza de que el “Mein Kampf” de Hitler o los
abominables “Protocolos de los sabios de Sión” sean
best-sellers en el mundo árabe.
El que repite los viejos tópicos demonizadores de los judíos,
especialmente desde planteamientos intelectuales.
El que se enamora de la épica totalitaria del terrorismo
palestino y, llevado de un antiamericanismo patológico, se
inhibe ante el peligro del integrismo islámico.
El que ha encontrado, en la excusa de Israel, un nuevo
paraguas donde canalizar un viejo demonio.
Acabo, pues, con esta convicción. El rompecabezas del
antisemitismo se está armando de nuevo. Estas son las piezas:
Primera pieza: el subconsciente europeo, resistente a las
lecciones de la historia e inmune a las vacunas que intentan
matar definitivamente el virus antisemita. Europa se ha
librado de su piel judía, pero no lo ha hecho de su viejo
odio.
Segunda pieza: un neo-catolicismo populista, más o menos
extremo, que también se asienta en una base judeofoba.
Tercera pieza: un pensamiento de izquierdas que, sin haber
hecho las paces con su pasado totalitario, se enamora de
nuevas épicas también totalitarias. Asienta, así, las bases
del antisemitismo más peligroso, porqué la izquierda le da
prestigio, le da cobertura intelectual y lo arma
ideológicamente.
Cuarta pieza: el antiamericanismo europeo, derivado del doble
complejo que arrastra Europa. Un gran complejo de
superioridad, no en vano es la cuna de la modernidad; y un
enorme complejo de inferioridad, puesto que es incapaz de
resolver ni una sola de sus propias tragedias. Por supuesto,
el antiamericanismo es, por definición, antisionista.
Quinta pieza: el integrismo islámico, ideología totalitaria y
nihilista, claramente enemiga de la modernidad, y cuya base
fundacional es el antisemitismo. Cabe decir que el hecho de
que 1.200 millones de musulmanes vivan en tiranías
teocráticas, no facilita para nada la lucha contra la
judeofobia.
Territorio común, pues, de más de un dogmatismo maniqueo, la
judeofobia actual encuentra nuevos camuflajes, crece y se
asienta. Hoy, aquí, ante la Unesco, amparada por ese ejemplo
de heroicidad, tenacidad y dignidad que es el Centro Simon
Wiesenthal, acuso a la izquierda europea, mi izquierda, de ser
la cobertura intelectual del nuevo antisemitismo que existe en
Europa. UNA IZQUIERDA QUE SE TRAICIONA A SÍ MISMA,
TRAICIONANDO A LA DEMOCRACIA.
Nuevamente en Europa ser judío empieza a ser difícil. Y eso
que la Europa más europea que ha existido nunca ha sido la
Europa judía. Nuestra tendencia al suicidio es,
desgraciadamente, patológica. Lo denuncio porqué soy europea.
Y, como tal, me siento judía ante el antisemitismo, única
posición moral que redime a un europeo de su pasado de
vergüenza.
Gracias por invitarme.
Shalom.
PILAR RAHOLA
[email protected]
[email protected]
>
_
JAVEROT VEJAVERIM, ANI GUEA LIHIYOT ITJEM HAEREV MEHOV
__
_Conferencia ante el American Jewish Comittee._
Cuando Winston Churchill increpó duramente a Chamberlain por
su
postura ante Hitler, pronunció una de sus frases históricas:
"Vd tuvo
para escoger entre la vergüenza y la guerra; escogió la
vergüenza y
tendrá la guerra". Resulta impresionante observar como la
historia tiene
una dura tendencia a repetir sus miserias y así, atrapada por
el
síndrome de Chamberlain, una buena parte de Europa escoge una
y otra vez
la vergüenza, sin antes ser capaz de ahuyentar sus muchas
guerras. Vengo
hoy aquí, desde el viejo continente, y desde ese más viejo
Sepharad
mítico y doliente, para pedirles disculpas por formar parte de
un cuerpo
social cada día más antisemita, cada día más antiamericano y,
día a día,
cada vez más alejado de su propio sentido moral. Soy una
europea
convencida, amante de lo mejor que ha dado de si esa cultura
heterodoxa
y vibrante que es la nuestra. Pero también estoy convencida de
que hoy
Europa no existe más allá del club de intereses en qué se ha
convertido,
vieja gruñona enfadada con su hijo pródigo americano y, a
pesar de todo,
considerado bastardo. El antiamericanismo es, hoy por hoy, una
de las
señas de identidad de Europa, casi tan poderosa como lo fue el
antisemitismo endémico que conformó su peor historia. Un
antisemitismo
que renace con virulencia y que, justificado bajo el paraguas
protector
del antisionismo (siempre más cómodo de vender, sobretodo
gracias a la
ONU), no es solo patrimonio de la extrema derecha. Hoy el
antisemitismo,
como el antiamericanismo, son de izquierdas. Y, si recordamos
que son
los intelectuales de izquierdas los que conforman el prestigio
del
pensamiento, y crean las grandes corrientes de opinión,
concluímos que
estamos ante un nuevo, peligroso y sutil pensamiento único.
Citando a mi
amigo el escritor Marcos Aguinis, podríamos hablar de un
retroceso de la
izquierda hacia la antimodernidad. En todo caso, mucho de lo
que ha
ocurrido estos días en las calles de Europa, tenía bastante de
antimoderno, demasiado de irresponsable. Hoy por hoy, la frase
despreciativa y arrogante de Clemenceau, asegurando que "los
Estados
Unidos son el único país que ha pasado de la prehistoria a la
decadencia
sin pasar por el estadio de la civilización", quedaría muy
corta. Europa
és más arrogante, más despreciativa y, por supuesto, aún más
antiamericana. En proceso paralelo, sin ser más antisemita de
lo que
siempre ha sido, vuelve sobre sus propios demonios y, liberada
salvajamente de su piel judía, no se libera de su odio a lo
judío.
Me preguntan por el impacto de America en el mundo después del
11-S y la guerra de Irak. La primera parada es Europa. Este es
mi
análisis. Por mucho que hablemos de la casa común europea,
nuestra casa
está vacía, como diría Carlos Semprun Maura, y presenta más de
un casero
y un buen número de pisos distintos. Ahí están los sueños
imperiales de
la Francia de Chirac, el ejemplo más notable de vergüenza y
fariseismo
político. Esa Francia que participa en las guerras más
sangrientas de la
Africa olvidada, que intenta vender reactores nucleares al
Irak del
despostismo -y cuyo peligro nuclear avortó Israel con la
intervención de
un héroe llamado Ilan Ramon-, esa Francia que tuvo una linda
intervención en la guerra Irán/Irak, una guerra donde el uso
de niños
soldados para limpiar campos de minas, fue una práctica
masiva, y que
nunca ha hecho las paces con sus dos pasados más sangrientos,
el
colaboracionismo nazi y el pasado colonial, esa Francia
intenta vender
la pancarta de la paz. El resultado es un imperialismo
reaccionario que,
buscando un "frente unido jamás vencido", alternativo al
frente
americano, no tiene problemas en inhibirse del terrorismo
islámico y en
considerar dignos aliados a un montón de dictaduras árabes.
Las
consignas de las calles de París, paradigma de muchas calles
europeas,
donde el terrorismo de Hamás era considerado una forma de
épica
defensiva, o donde Saddam parecía un abuelito entrañable, han
sido uno
de los espectáculos más bochornosos de la historia reciente.
Como dijo
alguien, un no a la guerra no significa un sí a la paz. En el
caso de
Francia, o de la coherente Bélgica, dispuesta a juzgar a
Presidentes de
Estados democráticos como el de Israel, pero encantada con su
pasado en
el Congo o en la Ruanda donde murieron 800.000 personas, o de
la bonita
Rusia que masacra en Chechenia pero llora por Saddam, en esos
casos es
más que evidente que el no a la guerra ha sido un sí a sus
propias
guerras. Con desprecio absoluto por la lucha a favor de la
libertad y la
democracia, aunque sea en nombre de la democracia que hayan
dicho actuar.
Claro que Europa no es solo Francia o Rusia, también es el
largo listado de paises del este, de Lituania a Bulgaria, que,
liberados
del yugo estalinista, están encantados de que Estados Unidos
luche
contra el totalitarismo, no en vano lo han sufrido en propia
carne. Y
también es, por supuesto, Inglaterra, Italia, España. Pero,
precisamente
porqué es todo ello, su definición es el puro desconcierto.
Hoy por hoy,
la identidad que une más número de europeos, es la misma que
recrea la
identidad francesa, y unifica ciudadanos de los barrios
periféricos con
niños ricos de las Universidades de París: la identidad es el
antiamericanismo. Convertido en pensamiento único, simplifica
los
problemas hasta el reduccionismo más primitivo, convierte a
Estados
Unidos en el tonto útil de sus propias miserias, y, en la
demonización
permanente del malo americano, se libera de sus propias
culpas. Esa
Europa, esa, que dibujó la vergüenza colonial del mundo, que
creo los
dos grandes totalitarismos de la historia de la modernidad, el
nazismo y
el estalinismo, que marcó el siglo XX con dos guerras
mundiales, esa
Europa que olvidó con cruel indiferencia los 221.484
americanos
enterrados en sus propios cementerios y que habían venido a
salvarla de
sí misma, esa misma Europa de la vergüenza balcánica, del
horror
africano, de la indiferencia con el exterminio armenio o
kurdo, esa
Europa no tiene el derecho histórico de dar lecciones morales.
Y es
precisamente por ello, por su mala posición en la historia, y
por la
necesidad permanente de pedir la ayuda americana, por lo que
se agarra
al antiamericanismo. Diría, si me atreviera a emular a Freud,
que Europa
padece un doble complejo respecto a Estados Unidos: un gran
complejo de
superioridad, derivado de su arrogancia histórica, no en vano
es la cuna
de la modernidad. Y un evidente complejo de inferioridad, dada
su
incapacidad notoria por evitar desastres propios y salvarle de
ellos.
Por tanto, orgullo herido, rencor, celos, impotencia..., pura
carne de
psicoanalista. Si Woody Allen hiciera una pelicula de las
frustraciones
europeas, sin duda haría un festín. Despreciando lo americano,
podemos
decir que Europa, quizás, intenta no despreciarse a si
misma...
La segunda parada del mismo viaje, es la izquierda europea,
base
social del pensamiento antiamericano. Les hablo de la
izquierda
dogmática, por supuesto, con el substrato comunista
pertienente y aún no
exorcizado. ¿Cuántos de los más entusiastas voceros en contra
de la
guerra de Irak, han hecho las paces con su pasado estalinista?
A pesar
de que pudieron existir muchos argumentos contra la guerra, y
algunos
muy oportunos, es evidente que el único argumento que no lo
es, es el
antiamericanismo. Y, sin embargo, podemos decir que el
movimiento
antiguerra se activó, unícamente, porqué detrás de los tanques
había
banderas con barras y estrellas. No se hagan ilusiones los más
bienintencionados que me escuchan. Europa no ha aumentado su
cultura de
la paz, ha aumentado su cultura antiamericana. Ni un solo de
los activos
más comprometidos que hay en Europa se ha movilizado nunca por
el millón
de muertos que lleva en su macabro ránquing el integrismo del
Sudan.
Tampoco por los miles de muertos del integrismo en Argelia, o
por el
setiembre negro de Hussein o las matanzas de opositores sirios
de Hafed
El Assad. Y, por supuesto, ni le interesan las guerras del
sudeste
asiático, derivadas de las aventuras comunistas de antaño, ni
se
conmueve por la lenta e invisible muerte africana. No vi
banderas contra
Francia por su intervención reciente en Costa de Marfil, en
estos días
de ocupación callejera. Ni las veré. Hace falta un tanque con
barras y
estrellas o un fusil con la estrella de David, para que la
conciencia de
la izquierda europea se indigne, se movilice y pida
explicaciones. En
contra del llamado imperialismo americano, esa misma izquierda
defiende
totalitarismos notorios y notorias dictaduras, en una derivada
dogmática
que se parece mucho a un fascismo de izquierdas. El sentido
común exige
pensar que algunas cosas son buenas, aunque las defienda Bush
o Sharon,
pero el maniqueismo de la izquierda dominante en el
pensamiento europeo
no permite ese poco común sentido que es el sentido común. Al
fin y al
cabo, ¿de qué nos sorprende una izquierda que se ha ido
enamorando de
todos los iluminados tiránicos, Stalin, Pol Pot, Fidel Castro,
y ahora
Arafat? Linda esa capacidad de llorar solo con el ojo
izquerdo...En mi
país, por ejemplo, hemos convertido al escritor Saramago en
una especie
de gurú del pensamiento, cuando Saramago es el paradigma,
junto con
García Marquez, de una afirmación irrefutable: uno puede
escribir como
los genios y pensar como los idiotas. Auguste Bebel, en 1884,
ya llamó a
eso "el socialismo de los imbéciles". ¿Por qué esa elevación a
los
altares de Saramago? Por su infamia de comparar la Shoa con
las víctimas
de Jenín -es difícil incontrar un ejemplo de inmoralidad más
cruel :
lanzar, sobre las víctimas de la Shoá su propio martirio, es
otra forma
de matarlas-, y porqué se ha convertido en el paladín
antiamericano.
Otro ejemplo también deplorable: Izquierda Unida (partido de
izquierdas
parlamentario en España), se ha negado a ir a la commemoración
del
Holocausto, por sentirse, y cito textualmente -hay
imbecilidades que
debemos citar con precisión- "solidaria con la causa palestina
y con los
millones de muertos soviéticos de la segunda guerra mundial".
Es decir,
a parte de demostrar que no ha entendido nada de la historia
de Europa
(nunca serán comparables las víctimas de una guerra, con el
horror
inigualable de la creación de una industria del exterminio de
un
pueblo), también demuestra que hay víctimas que no le
conmueven. Ese
mismo partido considera a Arafat un nuevo mito épico.
Decía Freud, en su célebre carta a Einstein de 1932, que todo
lo
que impulse la evolución cultural, obra en contra de la
guerra". Me
atrevo, humildemente, a refutar al gran erudito. En mi país y
en mi
continente, muchos de los agentes de la cultura son, también,
agentes
del discurso más maniqueo, acrítico y dogmático que existe hoy
en
Europa. Sin duda, leer mucho no garantiza pensar justo...
Desde mi punto de vista, lo peor de la izquierda actual es la
traición que está haciendo a la democracia perdonando el
nihilismo
terrorista. Con ello consigue dos penosos resultados:
traicionar el
principio de justicia, según el cual todas las víctimas son
iguales; y
dar alas al terrorismo. Los ejemplos son escandalosos: nunca
vi una sola
manifestación contra el terrorismo integrista, a raiz del
11-S, y nunca
he oido que ninguna ONG quiera enviar escudos humanos en las
cafeterías
de Tel Aviv. Hay una solidaridad selectiva, derivada de un
pacifismo
también selectivo que, en su momento, llegó a considerar el
atentado de
las Torres Gemelas como una pura consecuencia de la política
americana.
También en Israel las víctimas judías acaban siendo, en boca
de estos
chamberlianos, sus propios verdugos. Solo hizo falta pasearse
por esos
restos del naufragio revolucionario de los sesenta, que fue el
Forum de
Porto Alegre, para entender de qué hablamos. El lúcido
intelectual André
Glucksman avisa del peligro del nihilismo integrista, pero los
intelectuales europeos solo se preocupan de la democracia
americana. Y
con ello no pongo en cuestión la necesidad de una mirada
crítica
respecto a la política norteamericana, pero siempre que vaya a
la par de
una seria autocrítica europea y, sobretodo, de un tajante
rechazo al
integrismo islámico. Hoy, ello no se da, de manera que la
crítica
antiamericana pasa a ser una forma de maniqueismo. De
maniqueismo
irresponsable. El integrismo islámico es el heredero natural
de los dos
grandes totalitarismos de la humanidad, el nazismo y el
estalinismo.
Como ellos, es fundacionalmente antisemita, y como ellos
presenta un
cuerpo doctrinal basado en el terror, la anulación de todo
principio de
libertad, y el expansionismo sangriento. También como ellos,
actua ante
la indiferencia -recuerden la frase de Hermann Broch: "la
indiferencia
es una forma de violencia"-, la impotencia y el paternalismo
europeos.
Un paternalismo que, en el caso de la izquierda, llega a
convertirse en
complicidad.
Los motivos. Múltiples, entre ellos la ausencia de épicas
propias y
el hundimiento de las grandes utopías que marcaron la
modernidad.
Huérfanos de esos sueños, una gran mayoría de ciudadanos miran
hacia el
mundo árabe buscando las resonancias de Lawrence de Arabia. Y
se
enamoran de las guerras totales, de los cantos tribales de la
revolución, quizás convencidos que entre el "revolución o
muerte" del
Che y el "viva a la muerte" de Hamás no hay mucha diferencia.
Buscan,
pues, a Lawrence de Arabia, y aún no han descubierto que, con
quien se
han encontrado, ha sido con Bin Laden...
O con Arafat... Y es Arafat y la causa palestina lo que nos
obliga
a parar en la tercera estación: la estación terminal del
antisemitismo
europeo. Sostengo con dolor inmenso que lo europeo y lo
palestino se
quieren tanto, porqué son vecinos de un territorio común: la
judeofobia.
Y es la judeofobia, no reconocida como tal, excusada bajo el
paraguas
del antisionismo, la que explica la tremenda criminalización
que padece
Israel, la demonización de sus derechos legítimos y,
sobretodo, la
adscripción total a la causa palestina, esté o no bañada en
sangre. La
neutralidad europea, respecto a Oriente Próximo, es una
neutralidad
pro-palestina... -. Fue ese gran hombre, Martir Luther King
quien ya lo
dijo, en su "Carta a un amigo antisionista" de 1967: "Los
tiempos han
convertido en impopular la manifestación abierta del odio a
los judíos.
Siendo éste el caso, el antisemita busca nuevas formas y foros
en donde
poder instalar su veneno. Ahora lo esconde tras una nueva
máscara.
¡Ahora no odia a los judíos, solo es antisionista!". 36 años
después,
quien aquí les habla ha tenido que enfrentarse en foros
públicos, a más
de un intelectual celebrado que sostenía eso mismo que Luther
King
denunciaba: que solo era antisionista. Si el antisionismo es
la nueva
formulación retórica, la criminalización permanente e
implacable de
Israel, es su plasmación práctica. Israel es el único país del
mundo
obligado cada día a pedir perdón por existir, censurado,
distorsionado
y, a todas luces, rechazado. No se trata de la defensa de lo
palestino,
se trata, sobretodo, del rechazo a lo israelí, un rechazo que
está
comportando, en Europa, dos fatídicas agonías: la agonía de la
información, asesinada a golpes de sectarismo y propaganda; y
la agonía
de la inteligencia, asesinada a golpes de panfleto. Sin
ninguna duda,
podemos asegurar que Israel ha perdido la batalla de la
opinión y que,
hoy por hoy, no se proyecta como el país de paz que es. ¿La ha
perdido
por sus muchas culpas? Me atrevo a decir, que ni sus mejores
virtudes la
redimirían del odio europeo.
Nada sorprendente, al fin y al cabo. A pesar de la feroz
tradición cristiana que durante siglos convirtió al pueblo
judío en el
pueblo deicida, ("una plaga en el corazón de la tierra", decía
Lutero),
ningún europeo decente habla ahora en esos términos. (Por
cierto,
díganle a Mel Gibson, de mi parte, que es un cretino....).
Pero entre el
judío medieval malvado que mató a Jesús y el soldado del
Ejército
israelí que mata niños en Belén, existe una perversa y
placentera
relación simbólica que cualquier europeo goza
inconscientemente. De ahí
cuelgan las distorsiones informativas, las perversiones
gramaticales que
convierten a terroristas en nobles luchadores, y a dictadores
corruptos
en lideres románticos. No existen las víctimas judías, como
tampoco
existen los verdugos palestinos. En el colmo de la distorsión
de la
verdad, el terrorismo árabe pasa a ser comprensible y hasta
aceptable.
La tozuda realidad de una causa, la palestina, secuestrada por
todo tipo
de irredentismos asesinos, con una ingerencia internacional
brutal y
azuzada por una ideología totalitaria que ha comportado miles
de
muertos, sencillamente desaparece. Oriente Próximo es un
cúmulo de
falsedades que ha hecho de la confusión el peor enemigo de la
verdad. Y,
probablemente, el más feroz enemigo de la paz. Sin ninguna
duda, Israel
paga muy caro el optimismo de Camp David. No siendo
responsable de su
fracaso, paga ella sus consecuencias.
Vengo de Europa. Y nuevamente pido disculpas. Es mi
Parlamento,
el europeo, el que financia el sistema educativo palestino
donde, día a
día, se inculca el odio contra los judíos, en una apología del
fatalismo
que acaba siendo un elogio planificado de la cultura de la
muerte. Un
fatalismo que, además, imposibilita el acceso a la cultura
democrática
de generaciones enteras. Es mi Parlamento, el europeo, el que
se niega a
conocer qué pasa con esos fondos, qué ocurre con la corrupción
de Arafat
y sus aliados, qué consecuencias tendrá la hipermilitarización
de la
sociedada palestina. Es mi Parlamento quien se muestra
indiferente al
único peligro real de la zona: la desaparición de Israel. Por
supuesto,
ni esa flamante ONU que tuvo al bonito Waldheim entre sus
presidentes,
que convirtió al sionismo en una forma de racismo y que, de
sus 220
estados, 150 de ellos son dictaduras, ni la ONU, ni Europa
enviarían
nunca un solo soldado a salvar a Israel. Diré más, en el
corazón mismo
del Parlamento europeo subyace la idea de que el estado de
Israel no
tendría que existir. Por supuesto, las responsabilidades de
esa misma
Europa en la creación del estado, después del intento de
exterminio de
todo un pueblo, han desaparecido en un olvido memorable. Pero
déjenme
decir algo con rabia: el olvido es siempre una opción. De
hecho,
olvidarse significa tener buena memoria. Europa tiene, para
desgracia
del racionalismo, una muy buena mala memoria. Y sabe bien que
la culpa
judía siempre vende en los mercados de la demagogia.
Dejo para el final el tema islámico, la última parada. Europa
también es islámica. Lo son los barrios periféricos de muchas
ciudades
franceses, inglesas o alemanas y pronto, también, españolas.
Ingleses
fueron los terroristas que perpetraron uno de los últimos
atentados en
Israel. Y en las mezquitas de Barcelona, fueron ciudadanos
españoles los
que se enrolaron a favor de Bin Laden primero, y de Saddam
después. Uno
de los chistes de Efraim Kishon decía que "Israel era el país
más
avanzado del Próchimo Oriente, gracias a sus vecinos".
¿Cierto? Sin
ninguna duda el gran lastre del mundo y el peligro más serio
para la
democracia, es éste: 1.200 millones de musulmanes viven
encadenados a
régimes teocráticos y, aunque varios millones viven en
democracias (16
en Europa), la permeabilidad de algunos al irredentismo
integrista es
preocupante. Como lo fue históricamente la permeabilidad al
fascimo de
algunos populismos cristianos. Sabemos que, en el mundo
musulmán, se
banaliza la shoá e incluso se niega. El mismísimo Abu Mazen,
esperanza
blanca de la paz, escribió una tesis doctoral negacionista.
Aún se puede
leer su afirmación de que solo murieron 890.000 judíos, y que
el resto
fue un invento sionista. ¿Y cómo era la frase que
obligatoriamente
estudiaban los niños de las escuelas de Saddam?: "hay tres
cosas que
Allà no debería haber creado: los persas, los judíos y las
moscas". Los
terribles Protocolos de los Sabios de Sión son, junto con el
Mein Kampf,
auténticos best-sellers y en las madrazas de medio mundo, se
inculca,
día tras otro, una cultura fatalista que odia lo judío como
base de la
identidad. Y que, por supuesto, odia a la democracia. Solo en
Pakistán
existen 7.000 de ellas que atienden a 600.000 alumnos. Se
calcula que la
mitad pasan a ser militantes radicales. ¿Su objetivo? Su
objetivo, sin
ninguna duda, es el combate contra la modernidad. Como el
estalinismo,
como el nazismo. Por eso es evidente que la caída de dos
dictaduras en
Oriente medio, Afganistan y Irak, las dos nutrientes poderosos
del
terrorismo, y las dos angentes desastibilizadores de la zona,
son las
dos mejores noticias del combate actual por la democracia. Por
supuesto,
Siria, Arabia Saudí y Egipto están ahí, con nuestros peores
sueños, pero
algo se mueves muy seriamente en ese polvorín del mundo.
Por ello, porqué el mundo está mejor sin Saddam y sin Bin
Laden y,
sobretodo, está más segura la democracia, por ello sostengo
que se
traiciona a sí misma cuando no combate el integrismo islámico.
Pasa a
ser ahistórica, cuando no, antihistórica. Y se traiciona
Europa, otra
vez repitiendo sus propios errores. Hay quien dice que Europa
no tiene
solución.
Pero necesitamos una solución. Y desde luego pasa por el
combate a
favor de la democracia. El mismo combate que Israel hace 55
años que
mantiene, rodeada de enemigos antidemocráticos. Sin ninguna
duda paga la
anomalía de ser eso, un estado racionalista en medio del
irracionalismo.
El mismo combate que siempre ha sostenido Estados Unidos, a
pesar de sus
muchos enemigos y de sus graves errores. El mismo combate que
Europa ha
perdido tantas veces... Una escritora española escribió hace
poco que
"un pensamiento independiente es un lugar desapacible y
solitario". Hoy
por hoy, ese lugar desapacible lo ocupamos, en Europa, los que
no nos
apuntamos al tiro al israelí, al odio al americano y al olvido
ciego a
las propias culpas. Pero somos los que tenemos la razón, sin
ninguna
duda, porqué la historia nos habla muy claro: ante cada nuevo
totalitarismo, la mayoría de Europa se fue a dormir la siesta.
Y
algunos, encantados del pasado estalinista, aún la duermen. El
integrismo islámico es el nuevo totalitarismo del mundo. Como
tal es
enemigo del mundo libre y, también, enemigo del propio mundo
musulmán,
al cual esclaviza en una espiral de odio, fanatismo e
ignorancia.
Levantar la voz contra él no solo es una exigencia moral y una
obligación del pensamiento. Es, también, un acto de
autodefensa.
Acabo con el deseo de que sean indulgentes con la vieja
Europa.
Somos como esas ancianas aristócratas cansadas, arrugadas y
amargadas
que no dejan hacer, quizás para no enfrentarse con su propia
decadencia.
Europa ha dado al mundo los pilares de la democracia. También
ha
fabricado las termitas que han intentado destruirla. El bien y
el mal en
ese viejo, triste y a pesar de todo bello continente. Más
antinorteamericanos que nunca, nuevamente antisemitas y encima
panarabistas. Somos una parte del problema, pero tenemos que
formar
parte de la solución. Como americanos, no caigan, por soledad,
en la
prepotencia. Como judíos, ¡qué puedo decirles! Que me siento
judía
porqué soy europea, y esa es la única condición moral que
redime a un
europeo de su pasado de verguenza.
Shalom.
PILAR RAHOLA
*PILAR RAHOLA*
La rabia, el orgullo y la duda Por ORIANA FALLACI
Para evitarme el dilema y ahorrarme la dolorosa pregunta de si
«debe o
no debe hacerse esta guerra», para superar las reservas, las
repugnancias y las dudas que todavía me torturan, a menudo me
digo a mí
misma: «¡Ojalá los iraquíes se liberasen por sí solos de Sadam
Husein!
¡Ojalá que cualquier Ahmed o cualquier Abdul lo liquidase y lo
colgase
por los pies en cualquier plaza como en 1945 hicieron los
italianos con
Mussolini!». Pero eso no sirve. O sólo sirve en un sentido. De
hecho, en
1945, los italianos se liberaron de Mussolini, porque los
aliados habían
ocupado las tres cuartas partes de Italia y, por lo tanto,
habían hecho
posible la insurrección del Norte. En otras palabras, porque
habían
hecho la guerra. Una guerra sin la cual habríamos tenido que
aguantar a
Mussolini mientras viviese (y lo mismo a Hitler).Una guerra
durante la
cual los aliados nos habían bombardeado sin piedad y en la que
habíamos
muerto como moscas. Ellos, también.En Salerno, en Anzio, en
Cassino. En
el avance hacia Florencia, en la Línea de Gotica. En la
tremenda Línea
de Gotica que los alemanes habían trazado desde el Tirreno al
Adriático.
En menos de dos años, 45.806 muertos norteamericanos y 17.500
entre
ingleses, canadienses, australianos, neozelandeses,
sudafricanos,
hindúes, brasileños y polacos. También los franceses que
habían optado
por De Gaulle y los italianos del Quinto o del Octavo
Ejército.(¿Saben
cuántos cementerios militares aliados hay en Italia? Más de
130. Y los
más grandes y los más llenos son precisamente los de los
americanos.
Sólo en Nettuno, 10.950 tumbas. Sólo en Falciani, cerca de
Florencia,
5.811... Cada vez que paso por delante y veo ese lago de
cruces, me
estremezco de dolor y de gratitud). Porque en Italia también
había un
Frente de Liberación Nacional. Una Resistencia a la que los
aliados
suministraban armas y municiones. Porque, a pesar de mi tierna
edad, yo
también colaboraba. Recuerdo perfectamente el Dakota que,
desafiando a
los antiaéreos, lanzaba a los paracaidistas en la
Toscana.Exactamente en
el Monte Giovi, donde, para hacernos localizar, encendíamos
fuegos y
donde una noche lanzaron en paracaídas incluso un comando cuya
misión
era instalar una radio clandestina, llamada Radio Cora. Diez
simpatiquísimos americanos que hablaban un perfecto italiano.
Y que,
tres meses después, fueron capturados por las SS, torturados
de una
forma salvaje y fusilados junto a la partisana Anna Maria
Enriquez-Agnoletti. Por eso el dilema persiste. Atormentador y
agobiante.
***
Persiste por los motivos que me dispongo a exponer. El primer
motivo es
que, contrariamente a los pacifistas que nunca berrean contra
Sadam
Husein o Bin Laden y se meten sólo con Bush o con Blair (en la
manifestación de Roma gritaban incluso contra mí, al parecer
deseando
que saltase en mil pedazos con el próximo transbordador), yo
conozco la
guerra. Sé muy bien qué significa vivir en el terror, correr
bajo el
fuego de los cañones o las bombas de mil kilos, ver morir a la
gente y
explotar las casas, reventar de hambre y no tener ni siquiera
agua para
beber. Y lo que es peor, sentirse responsable por la muerte de
otro ser
humano (aunque ese ser humano sea un enemigo, por ejemplo un
fascista o
un soldado alemán). Lo sé porque pertenezco, precisamente, a
la
generación de la Segunda Guerra Mundial. Y porque gran parte
de mi vida
he sido corresponsal de guerra. No uno de esos corresponsales
que ven la
guerra desde los hoteles, sino de los que realmente se patean
el frente.
Por tanto, desde Vietnam hasta ahora, he visto horrores que el
que sólo
conoce la guerra a través de la televisión o de las películas,
donde la
sangre es salsa de tomate, ni siquiera puede imaginar. Odio la
guerra de
una forma que nunca podrán odiar los pacifistas de buena o
mala fe. La
odio tanto que cada uno de mis libros rezuma ese odio. La odio
tanto que
incluso las escopetas de caza me molestan y los disparos de
los
cazadores hacen que me suba la sangre a la cabeza. Pero no
acepto el
farisaico principio o el eslogan de los que dicen: «Todas las
guerras
son injustas, todas las guerras son ilegítimas».La guerra
contra Hitler
y Mussolini era una guerra justa, por todos los santos. Una
guerra
legítima. Incluso, obligatoria.Las guerras del resurgimiento
italiano
que mis abuelos hicieron en el siglo XIX para expulsar al
extranjero
invasor eran guerras justas, por todos los santos. Guerras
legítimas.
Obligatorias.Y lo mismo se puede decir de la Guerra de la
Independencia
que los colonos americanos hicieron contra Inglaterra. Y lo
mismo las
guerras (o las revoluciones) que tienen lugar para reencontrar
la
dignidad y la libertad. Yo no creo en las rápidas
absoluciones, en las
cómodas pacificaciones, en el perdón fácil. Y todavía creo
menos en la
explotación de la palabra paz, en el chantaje de la palabra
paz. Cuando
en nombre de la paz se cede a la prepotencia, a la violencia y
a la
tiranía. Cuando en nombre de la paz un pueblo se resigna al
miedo y
renuncia a la dignidad y a la libertad, la paz ya no es paz.
Es un suicidio.
***
El segundo motivo es que, a pesar de ser justa como espero y
legítima
como deseo, esta guerra no debería tener lugar ahora.Habría
tenido que
desarrollarse hace un año. Es decir, cuando las ruinas de las
dos torres
estaban todavía humeantes, y todo el mundo civilizado se
sentía
americano.Y si se hubiese hecho entonces, hoy los
simpatizantes de Bin
Laden y de Sadam Husein no llenarían las plazas con su
pacifismo de
sentido único. Las estrellas de Hollywood no se habrían
exhibido en el
papel (en el fondo grotesco) de jefes de Estado. Y la ambigua
Turquía
que está volviendo a poner el velo a las mujeres no negaría el
paso a
los marines que se dirigen al frente Norte. A pesar de las
chicharras
europeas que, junto a los palestinos, gritaban «les ha estado
bien
empleado a los americanos», hace un año nadie negaba que
Estados Unidos
había sufrido un segundo Pearl Harbor y que, por tanto, tenían
derecho a
reaccionar. Más aún, a pesar de ser justa como espero y
legítima como
deseo, ésta es una guerra que habría tenido que desarrollarse
incluso
antes. Es decir, cuando Clinton era presidente y las pequeñas
Pearl
Harbor surgían en todo el mundo. En Somalia, por ejemplo,
donde los
marines en misión de paz eran asesinados y mutilados y,
después,
entregados a las muchedumbres enloquecidas. En Yemen, en Kenia
y en
otros muchos sitios. El 11-S no fue más que la brutal
confirmación de
una realidad ya fosilizada. La indiscutible diagnosis del
médico que te
pone ante la cara la radiografía y sin miramientos te dice:
«Señor,
señora, tiene usted un cáncer». Si Clinton hubiese pasado
menos tiempo
con mozas lozanas, si hubiese utilizado de una forma más
responsable el
Despacho Oval, quizá no hubiese tenido lugar el 11-S. Y es
inútil añadir
que, menos aún, el 11-S tampoco habría tenido lugar si George
Bush
Senior hubiese eliminado a Sadam Husein en la Guerra del
Golfo.
¿Recuerdan? En 1991, el Ejército iraquí se desinfló como un
balón
pinchado. Se desintegró tan rápidamente que hasta yo capturé a
cuatro
soldados suyos.Estaba detrás de una duna del desierto saudí,
sola e
indefensa, cuando cuatro esqueletos indefensos y harapientos
vinieron
hacia mí con las manos en alto. «¡Bush!», susurraron en tono
suplicante.«¡Bush!», palabra que, para ellos significaba
«Tengo hambre y
sed. Hágannos prisioneros, por caridad». Les cogí, les
entregué al
teniente y, éste, en vez de alegrarse, comenzó a gruñir: «¡Uf!
Ya
tenemos 50.000. ¿Le va a dar usted de comer y de beber?».Y sin
embargo,
los americanos no llegaron a Bagdad. George Bush Senior no
derrocó a
Sadam. («El mandato de Naciones Unidas era liberar Kuwait y
nada más»).
Y para darle las gracias, Sadam intentó hacerlo asesinar. A
veces, me
pregunto si esta guerra tardía no es una represalia
pacientemente
esperada. Una promesa filial, una venganza de tragedia
shakesperiana o
griega.
***
El tercer motivo es la forma equivocada en la que se realizó
la
hipotética promesa al padre. ¿Quién se atrevería a refutarle?
Desde el
11-S hasta los comienzos del pasado otoño todo el énfasis se
concentró
en Bin Laden, en Al Qaeda y en Afganistán. Sadam Husein e Irak
fueron
prácticamente ignorados. Y sólo cuando quedó claro que Bin
Laden gozaba
de una excelente salud, porque el intento de cogerlo vivo o
muerto había
fallado, Bush y Powell se acordaron de su rival. Nos dijeron
que Sadam
Husein era malo, que cortaba la lengua y las orejas a los
enemigos, que
mataba a los niños delante de sus propios padres (cierto). Que
decapitaba a las prostitutas y, después, exhibía sus cabezas
en las
plazas (cierto). Que sus prisiones estaban repletas de presos
políticos
encerrados en celdas tan pequeñas como grandes, que los
experimentos
químicos y biológicos los realizaba sobre tales víctimas con
especial
predilección (cierto). Que mantenía relaciones con Al Qaeda y
que
financiaba el terrorismo, premiaba a las familias de los
kamikazes
palestinos con 25.000 dólares a cada familia (cierto). Y por
último, que
jamás había renunciado a su arsenal de armas letales y que,
por lo
tanto, Naciones Unidas tenía que volver a enviar a los
inspectores a
Irak. De acuerdo, pero seamos serios. Si en los años 30 la
ineficaz Liga
de las Naciones hubiese enviado sus inspectores a Alemania,
¿Hitler les
habría mostrado Peenemünde, donde Von Braun fabricaba los V1 y
los V2
para pulverizar Londres? ¿Seguro que les hubiese mostrado los
campos de
concentración de Dachau y Mathausen, Auschwitz y Buchenwald? A
pesar de
todo, la comedia de los inspectores se puso en marcha y con
tal
intensidad que el papel de estrella pasó de Bin Laden a Sadam
Husein. Y
ni siquiera la detención de Khalid Muhammed, el arquitecto del
11-S,
provocó el júbilo popular. Y la noticia de que Bin Laden fue
localizado
en Pakistán y corrió el riesgo de tener la misma suerte,
también pasó
desapercibida. Una comedia repleta de miserias la de los
inspectores.
Una comedia de vil doble juego y de complicidad.Una comedia
llena de
estrategias equivocadas por parte de Bush que, teniendo el pie
en los
estribos, pedía al Consejo de Seguridad permiso para hacer la
guerra y,
al mismo tiempo, enviaba las tropas a las fronteras de Irak.
En menos de
dos meses, un cuarto de millón de soldados. Con los ingleses y
australianos, más de 300.000. Y eso sin tener en cuenta que
los enemigos
de América (o de Occidente debería decir) no están sólo en
Bagdad.
Porque sus enemigos están también en Europa, señor Bush. Están
en París,
donde el melifluo Chirac pasa ampliamente de la paz, pero
sueña con
satisfacer su vanidad con el Premio Nobel de la Paz. Donde
nadie quiere
derrocar a Sadam, porque Sadam es el petróleo que las
compañías
petrolíferas francesas extraen de Irak. Y donde, olvidando el
pequeño
lunar llamado Pétain, Francia sigue teniendo la napoleónica
pretensión
de dominar la Unión Europea. Asumir su hegemonía. Sus
enemigos, señor
Bush, están en Berlín, donde el partido del mediocre Schröder
ha ganado
las elecciones comparándole con Hitler. Donde las banderas
americanas se
ensucian con la esvástica, símbolo de la Alemania nazi. Y
donde los
alemanes van de la mano de los franceses, creyendo que son
nuevamente
los amos. Sus enemigos, señor Bush, están en Roma, donde los
comunistas
salieron por la puerta para entrar por las ventanas como los
pájaros de
la homónima película de Hitchcock. Donde los curas católicos
son más
bolcheviques que los comunistas. Y donde afligiendo al próximo
Papa con
su ecumenismo, su tercermundismo y su fundamentalismo, Karol
Wojtyla
recibe a Aziz como si fuese una paloma con la rama de olivo en
el pico o
un mártir a punto de ser devorado por los leones del Coliseo
(y después
lo manda a Asís, donde los frailes le acompañan hasta la tumba
de San
Francisco, pobre San Francisco).Y en los demás países, lo
mismo o peor.
¿Todavía no le han informado sus embajadores? Señor Bush, en
Europa hay
enemigos de Estados Unidos por todas partes. Lo que usted
llamaba
diplomáticamente «diferencias de opinión» es odio puro. Un
odio parecido
al que exhibía la Unión Soviética hasta la caída del Muro. Su
pacifismo
es sinónimo de antiamericanismo y, acompañado de un profundo
renacimiento del antisemitismo, triunfa igual que el Islam.
¿Sabe por qué? Porque Europa ya no es Europa. Se ha convertido
en una
provincia del Islam, como España y Portugal en tiempo de los
moros.
Europa alberga 16 millones de inmigrantes musulmanes, es
decir, el
triple de los que hay en América (y América es tres veces
mayor). Europa
hierve de mulás, de ayatolás, de imames, de mezquitas, de
turbantes, de
barbas, de burkas, de chadores.Y cuidado con protestar. Europa
esconde
miles de terroristas que nuestros gobiernos no consiguen ni
controlar ni
identificar.Por eso, la gente tiene miedo y enarbola la
bandera del
pacifismo, pacifismo igual a antiamericanismo, y así se siente
protegida.Y por si eso fuera poco, Europa olvidó a los 221.484
americanos muertos por ella en la Segunda Guerra Mundial... Le
importa
un bledo sus cementerios en Normandía, en las Ardenas, en los
Vosgos, en
el valle del Rin, en Bélgica, en Holanda, en Luxemburgo, en
Lorena, en
Dinamarca o en Italia. En vez de gratitud, Europa siente
envidia, celos
y odio. Ninguna nación europea apoyará esta guerra, señor
Bush. Ni
siquiera las realmente aliadas, como España, o las dirigidas
por tipos
como Berlusconi que le llama «mi amigo George». En Europa
usted sólo
tiene un amigo y un aliado: Tony Blair. Pero incluso Blair
dirige un
país invadido por los moros y lleno de envidia, celos y odio
hacia
Estados Unidos.Incluso su partido lo persigue y le vuelve la
espalda.
Por cierto, tengo que pedirle disculpas, señor Blair. Porque,
en mi
libro La rabia y el orgullo, fui injusta con usted. Equivocada
por su
exceso de cortesía hacia la cultura islámica, escribí que era
usted una
chicharra entre las chicharras, que su coraje era flor de un
día y que,
una vez que ya no le sirviese a su carrera política, lo
dejaría de lado.
Pero la verdad es que está sacrificando su carrera política en
aras de
sus propias convicciones. Con una impecable coherencia. Pido
disculpas
de verdad y retiro incluso la dura frase que aumentaba la
injusticia:
«Si nuestra cultura tiene el mismo valor que una cultura que
obliga a
llevar el burka, ¿por qué pasa las vacaciones en mi Toscana y
no en
Arabia Saudí o en Afganistán?». Y le digo: «Venga cuando
quiera. Mi
Toscana es su Toscana y mi casa, su casa. My home is your
home».
***
El motivo final de mi dilema radica en los términos con los
que Bush y
Blair y sus consejeros definen esta guerra. «Una guerra de
liberación,
una guerra humanitaria para llevar la libertad y la democracia
a Irak».
Pues no, queridos señores, no. El humanitarismo no tiene nada
que ver
con las guerras. Todas las guerras, incluso las justas,
incluso las
legítimas, son muerte y desgracia y atrocidad y lágrimas. Y
ésta no es
una guerra de liberación (ni siquiera es una guerra por el
petróleo,
como muchos sostienen. Contrariamente a los franceses, los
americanos no
necesitan el petróleo iraquí).Es una guerra política. Una
guerra hecha a
sangre fría para responder a la Guerra Santa que los enemigos
de
Occidente declararon el 11-S. Es una guerra profiláctica.Una
vacuna,
como la vacuna contra la polio y la varicela, una intervención
quirúrgica que se abate sobre Sadam Husein, porque entre los
diversos
focos cancerígenos, Sadam Husein es el más obvio. El más
evidente y el
más peligroso. Además, Sadam constituye el obstáculo (piensan
Bush y
Blair y sus consejeros) que, una vez retirado, les permitirá
rediseñar
el mapa de Oriente Próximo. Es decir, hacer lo que los
ingleses y los
franceses hicieron tras la caída del Imperio Otomano.
Rediseñar y
difundir una Pax Romana, perdón, una Pax Americana, donde
reine la
libertad y la democracia. Donde nadie moleste con atentados ni
matanzas.
Donde todos puedan prosperar, vivir felices y contentos.
Tonterías. La
libertad no se puede regalar, como un trozo de chocolate y la
democracia
no se puede imponer con ejércitos. Como decía mi padre, cuando
invitaba
a los antifascistas a entrar en la Resistencia, y como digo yo
cuando
hablo con los que creen honestamente en la Pax Americana, la
libertad
tiene uno que conquistarla. La democracia nace de la
civilización y, en
ambos casos, hay que saber de qué se trata.La Segunda Guerra
Mundial fue
una guerra de liberación no porque regalase a Europa dos
trozos de
chocolate, es decir dos novedades llamadas libertad y
democracia, sino
porque las restableció.Y las restableció porque los europeos
las habían
perdido con Hitler y Mussolini. Pero las conocían bien y
sabían de qué
se trataba. Los japoneses, no. Estoy de acuerdo. Para los
japoneses los
dos trozos de chocolate fueron un regalo que les reembolsaba,
sobre
todo, Hiroshima y Nagasaki. Pero Japón ya había iniciado su
marcha hacia
el progreso, y ya no pertenecía al mundo que en La rabia y el
orgullo
llamo La Montaña. Una montaña que, desde hace 1.400 años no se
mueve, no
cambia, no emerge de los abismos de su ceguera. En definitiva,
el Islam.
Los modernos conceptos de libertad y democracia son
absolutamente
extraños al tejido ideológico del Islam, totalmente opuestos
al
despotismo y a la tiranía de sus estados teocráticos. En ese
tejido
ideológico es Dios el que manda, es Dios el que decide el
destino de los
hombres y de ese Dios los hombres no son hijos, sino súbditos
y
esclavos. Insciallah -lo que Dios quiera-, Insciallah. Es
decir, en el
Corán no hay lugar para el libre albedrío, para la elección y,
por lo
tanto, para la libertad. No hay lugar para un régimen que, al
menos
jurídicamente, se basa en la igualdad, en el voto, en el
sufragio
universal, es decir, no hay lugar para la democracia.De hecho,
los
musulmanes no entienden estos dos conceptos modernos.Los
rechazan, e
invadiéndonos, conquistándonos, los quieren borrar incluso de
nuestra vida.
***
Apoyados en su profundo optimismo, el mismo optimismo con el
que en Fort
Alamo combatieron con tanto heroísmo y terminaron todos
masacrados por
el general Santa Ana, los americanos están seguros de que en
Bagdad
serán acogidos como en Roma y en Florencia y en París. «Nos
aplaudirán,
nos echarán flores», me dijo, todo contento, un cabeza de
huevo de
Washington. Quizá. En Bagdad puede pasar de todo. ¿Y después?
¿Qué
pasará después? Más de dos tercios de los iraquíes que en las
últimas
elecciones dieron el 100% de los votos a Sadam son chiítas
que, desde
siempre, sueñan con establecer la república islámica de Irak.
Y en los
años 80, incluso los soviéticos fueron bien acogidos en
Kabul.También
los soviéticos impusieron su pax con el Ejército. Convencieron
a las
mujeres de quitarse el burka, ¿recuerdan? Pero, 10 años
después,
tuvieron que irse y ceder el sitio a los talibán. ¿Y si, en
vez de
descubrir la libertad, Irak se convirtiese en un segundo
Afganistán?
Pregunta: ¿Y si en vez de descubrir la libertad, todo el
Oriente Próximo
saltase por los aires y el cáncer se multiplicase? De país en
país, como
una especie de reacción en cadena... Como occidental orgullosa
de su
civilización y, por lo tanto, decidida a defenderla hasta el
último
suspiro, en ese caso tendré que unirme sin reservas a Bush y a
Blair,
atrincherados en un nuevo Fort Alamo. Sin repugnancia, debería
luchar y
morir con ellos.
Es lo único sobre lo que no tengo duda alguna.
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espero que este articulo les sirva
shalommmm

Los judíos y las moscas.
“Hay tres cosas que Alá no debería haber creado: los persas,
los judíos y las moscas”.
Leída así, la frase que Saddam Hussein obligaba a repetir a
los niños de Iraq, suena a grotesca y, por supuesto, a
bárbara. En nuestra civilizada y arrogante Europa nunca
diríamos algo así: nosotros no tenemos nada contra los persas,
ni contra las moscas. Diré más: las moscas son pesadas, pero
conforman de tal manera el paisaje mediterráneo, que han
acabado siendo entrañables. Y, por supuesto, los persas nos
caen bien. De manera que podemos respirar tranquilos: con
Saddam Hussein solo nos une el odio a los judíos. ¿Habrá sido
ese odio el que ha llevado a tantos manifestantes a quemar
banderas con la estrella de David, mientras gritaban consignas
a favor de Saddam? ¿Será la judeofobia el lugar simbólico
común donde árabes y europeos nos encontramos, nos reconocemos
y nos gustamos? Y, ¿es esa misma judeofobia la que convierte a
un déspota corrupto y violento como Arafat, en un resistente
romántico? ¿La que transforma el nihilismo terrorista
palestino, en una especie de nueva épica liberadora?
Sostengo, hoy y aquí, para desgracia de nuestro dual
continente, capaz de crear para el mundo las bases de la
democracia, y, al mismo tiempo, crear las termitas más activas
que la intentaron destruir, el estalinismo y el fascismo,
sotengo que estamos volviendo hacia nuestros propios demonios:
hoy por hoy, sobre las bases del viejo antisemitismo
exterminador que conformó nuestro pensamiento colectivo más
profundo, estamos construyendo un nuevo, activo y perverso
antisemitismo. “Un antisemitismo sin judíos”, que diría Pual
Lendvaï. El fenómeno se está elaborando en paralelo con dos
actitudes complementarias, las dos igualmente suicidas, el
antiamericanismo, y la indiferencia ante la aparición y
consolidación de un nuevo totalitarismo, el integrismo
islámico. Tres son, pues, las flexhcas que disparan hacia una
misma dirección preocupante: la conformación de un pensamiento
único europeo, capaz de movilizar las calles y las conciencias
de Europa, y que se fundamenta en pilares destructivos. Lo más
grave, desde mi punto de vista y desde mi propia militancia
progresista, es que este pensamiento único es de izquierdas.
De izquierdas es el nuevo antisemitismo europeo, disfrazado de
antisionismo; de izquierdas es el panarabismo romántico que
lleva a la minimización del terrorismo; y compartido con
determinada derecha, de izquierdas es el feroz
antiamericanismo que estamos padeciendo. Si estamos de acuerdo
en que la izquierda es quien configura las ideas con prestigio
de nuestra sociedad, y que son los intelectuales de izquierda
los que son reconocidos como defensores del progreso, entonces
estaremos de acuerdo en que tenemos un grave problema.
Hablemos de ello, del nuevo antisemitismo y de las dos patas
peludas que acompañan al monstruo.
Los nuevos antisemitas no se reconocen como tales. El
antisemitismo es una expresión clásica de la extrema derecha,
y, por tanto, la izquierda la aborrece y la niega. El paraguas
del antisionismo, sin embargo, o directamente del
antiisraelismo, son mucho más cómodos de llevar, paran bien la
lluvia de la crítica y permiten un disfraz intelectualmente
digerible. De Martin Luther King es esta frase pronunciada en
1967, en su “Carta a un amigo antisionista”: “Los tiempos han
convertido en impopular la manifestación abierta del odio a
los judíos. Siendo éste el caso, el antisemita busca nuevas
formas y foros en donde poder instalar su veneno. Ahora lo
esconde tras una nueva máscara. ¡Ahora no odia a los judíos,
solo es antisionista!” 36 años después, la frase es más
vigente que nunca, de manera que el antisionismo y la
demonización feroz de Israel se han convertido en una
obligación moral del pensamiento de izquierdas. Como si en el
catecismo no escrito de la izquierda existiera un dogma
inquebrantable: o eres antisionista, o no eres de izquierdas.
Yo misma, en mi país, soy expulsada del paraíso de la
izquierda, por parte de algunos gurús del dogma, cada vez que
no practico el tiro intelectual al judío. Perdón, al sionista.
Perdón, al israelí. ¿O no es todo lo mismo en la gramática
antisemita?
El resultado es el que estamos viendo. En su plasmación más
tangible, la dolorosa agresión que están sufriendo comunidades
judías en diversos países. Desde vetos personalizados –podría
explicar duras situaciones en España- hasta violencia física,
como la que padecieron los judíos pacifistas en la ya famosa
manifestación de París. Pero lo más profundo del nuevo
antisemitismo se sitúa en el corazón de Tierra Santa y tiene a
Israel como objetivo de tiro al plato. Israel es, hoy por hoy,
una auténtica obsesión de la izquierda europea y el ejemplo
más relevante de los tics fascistas que la izquierda puede
presentar. Estas son mis acusaciones:
manipulación informativa,
criminalización de la legitimidad del estado de Israel,
minimización de las víctimas judías
banalización de la Shoá,
e indiferencia –cuando no aplauso- ante los estragos
terroristas
del integrismo.
Primero. Acuso a la izquierda de matar a la información a
golpes de propaganda. La manipulación informativa de lo que
ocurre en Oriente Próximo es tan burda y excesiva que pasará a
los anales del periodismo como ejemplo de intoxicación de
masas. ¿Cuántos principios del periodismo se quiebran en la
información que la mayoría de “medias” europeos están dando?
no control de las fuentes,
tergiversación y manipulación de datos,
burla al principio de objetividad,
indiferencia ante lo que tendría que ser el anhelo de todo
informador: la verdad.
Ya sé que me dirán que la objetividad no existe, y menos en el
periodismo. Pero, entre la objetividad pura y la subjetividad
militante, hay un largo trecho que el periodismo serio podría
recorrer. Y que, respecto a Oriente Próximo, no recorre. La
gramática de este nuevo periodismo conforma el día a día de la
prensa influyente de la Europa Occidental, y es tan poderosa
que no se salva de ella ni la muy mitificada BBC. Una
gramática con reglas precisas:
no existen terroristas, sino milicianos;
nunca existen víctimas judías;
toda acción palestina es buena por naturaleza y, por supuesto,
defensiva;
toda acción israelí es sospechosa de criminalidad;
no existen los verdugos palestinos;
no existe la ingerencia internacional;
no existe la corrupción de Arafat;
por no existir, no existe ni su pasado violento;
y, evidentemente, no existe la democracia israelí.
El atentado diario que la información sufre en manos de la
propaganda, con total impunidad, ni es casual, ni es
espontáneo. Acuso, pues, a parte de la prensa europea de
manipular, mentir y cambiar las pautas de la información en
Oriente Próximo. Su neutralidad es, sin duda, una neutralidad
pro-palestina…
Segundo. Acuso a la izquierda de banalizar la Shoá, tema éste
que no es, en absoluto, menor. Quedará escrito, en los murales
de la vergüenza europea, la actitud de numerosos colectivos
activistas, perfectamente visualizables en las manifestaciones
pacifistas de estos días, y de muchos intelectuales de
izquierdas, que han utilizado la tragedia del holocausto como
arma arrojadiza contra Israel. El punto culminante de este
desprecio profundamente cruel –lanzar contra las víctimas de
la Shoá su propio martirio, es una forma de volver a matarlas-
han sido las declaraciones de Saramago en Jenín. Al respecto,
digo lo siguiente: Saramago ha sido el ejemplo más relevante
de una afirmación inapelable, uno puede escribir como los
ángeles y pensar como los demonios. En 1884 Auguste Bebel ya
llamó a esto “el socialismo de los imbéciles”.
Pero no es solo una imbecilidad. El azar, tan extrañamente
poético a veces, hace que esté escribiendo este párrafo justo
ahora, cuando aún estoy bajo el impacto del Museo del
Holocausto de Washington, que acabo de visitar. Como dice ese
gran constructor de la memoria que es Claude
Lanzmann, la Shoá es “la muerte del alma humana”. Ante su
recuerdo, ningún ciudadano del mundo puede ser indiferente.
Pero, sobretodo, ningún europeo puede ser ajeno. Europa creó
ese pensamiento único totalitario del cristianismo que
convirtió todo un pueblo en deicida (Por cierto, después de
oir las sandeces de Mel Gibson, supongo que no irán a verle
nunca más al cine). Europa fue la Inquisición española, fue
Lutero asegurando que los judíos eran “una plaga en el corazón
de la Tierra”. Europa fue la demonización, la persecución, la
culpabilización y la muerte de lo mejor de su propio cuerpo,
su alma judía. Europa fue el Vaticano y sus colaboraciones con
los nazis. Ausschwitz no es una contingencia trágica de la
historia. Una especie de perverso error. Ausschwitz es la
estación final de un largo proceso de destrucción. Por ello no
es exagerado asegurar que, siendo Europa tan profundamente
judía, con la Shoá se destruyó a sí misma. Lo que queda hoy de
Europa son los restos del naufragio. Un continente que,
secuestrado por sus propios demonios, perdió la dignidad.
Por eso banalizar la Shoá es algo tan brutal y perverso.
Hacerlo, además, desde la izquierda, la que tendría que ser la
vígia más rotunda de la justicia y la libertad, es un acto de
traición. De traición a la memoria trágica de Europa. ¿Es el
síntoma de un nuevo antisemitismo? Sin ninguna duda:
minimizando el holocausto, se reduce la dimensión de la
tragedia, se relativiza la culpa europea y lo judío vuelve a
ser sospechoso, poderoso y peligroso. Ya no existe la víctima
judía, existe el soldado israelí que mata niños en Belén,
metáfora moderna del judío medieval que bevía la sangre de
niños cristianos. Esa relación entre el judío medieval malvado
y el malvado soldado israelí resulta placentera para la culpa
europea.
La izquierda establece esa relación incluso inconscientemente,
de manera que podemos decir que la ortodoxia cristiana y la
izquierda ortodoxa también cohabitan felizmente en el
territorio inhóspito del antisemitismo.
Acuso, pues, a la izquierda de traición a la memoria trágica
de Europa.
Tercero. Acuso a la izquierda de minimizar, justificar e
incluso elogiar un nuevo totalitarismo que amenaza seriamente
a la libertad: el nihilismo terrorista islámico. Los ejemplos
son escandalosos: indiferencia ante atentados graves como la
bomba de Amia en Argentina, o el atentado contra las Torres
Gemelas, considerado, por parte de la izquierda, casi como
responsabilidad americana a causa de su política exterior. Por
supuesto, con culpa judía incorporada. La exaltación del
terrorismo palestino como fórmula de lucha legítima, hasta el
punto de considerar aceptable la inculcación, en la sociedad
palestina, y globalmente, en muchas de las sociedades
islámicas, de una cultura fatalista del odio y la muerte,
cultura que es, sin duda, totalitaria. El buen amigo Marcos
Aguinis llama a ello “un retroceso de la izquierda hacia la
antimodernidad”. Mientras perdona las bombas de Hamás o se
manifiesta por las calles contra la intervención americana en
Iraq, esa misma izquierda nunca se ha manifestado contra el
integrismo que mató más de 4.000 personas en Nueva York, o
contra el que ya lleva un millón de muertos en su guerra en
Sudán. Tampoco he visto nunca una ONG que quiera enviar
escudos humanos a las cafeterías de Tel Aviv. Hay una
solidaridad selectiva, derivada de un maniqueismo perverso que
convierte a los terroristas en víctimas, y a las víctimas en
culpables.
El integrismo islámico es el heredero natural de los grandes
totalitarismos de la humanidad, el nazismo y el estalinismo.
Como ellos es, fundacionalmente, antisemita, y, como ellos,
presenta un cuerpo doctrinal basado en el terror, la anulación
de todo principio de libertad y el expansionismo sangriento.
También, como ellos, actúa ante la indiferencia y/o la
complicidad europeas. Acuso, pues, a la izquierda de
traicionar a la democracia perdonando al nihilismo terrorista.
Nada nuevo, sin embargo, bajo el sol de una izquierda que se
ha ido enamorando de muchos de los dictadores que ha dado la
historia, Stalin, Pol Pot, Fidel, ahora Arafat. Huérfana de
épicas propias, desconcertada con su maleta de sueños rotos,
la izquierda mira hacia el mundo árabe buscando las
resonancias de Lawrence de Arabia. Y se enamora de las guerras
totales, de los cantos tribales de la revolución, quizás
convencidos que entre el “revolución o muerte” del Che y el
“viva la muerte” de Hamás no hay mucha diferencia. Buscan a
Lawrence de Arabia y, para desgracia de todos, aún no ha
descubierto que, con quien se ha encontrado, ha sido con Bin
Laden.
Y con ARafat, otro viejo autoritario, corrupto y sangriento.
Acuso, pues, a la izquierda de no considerar a las víctimas
del terrorismo, de no entender la amenaza que representa el
nihilismo, de traicionar, con su ceguera, a la democracia. La
acuso de llorar, solo, con el ojo izquierdo… Un ojo izquierdo
que, hoy por hoy, es deliberadamente antisemita.
¿Pongo el bonito ejemplo del Forum de Porto Alegre o de
Durban? Los residuos de las revoluciones frustradas del mundo
hicieron allí su lindo aquelarre. ¿El objeto de deseo? Por
supuesto, los judíos. Y es que la culpa judía siempre vende
bien en los mercados de la demagogia.
¿Hoy es, pues, Europa más antisemita que antes? ¿Lo es en
Francia? Hoy Europa y Francia están reinventando el
antisemitismo. Lo reiventan algunos populismos de derecha con
fuerte base católica, y lo reinventa la izquierda, dándole
brillo y prestigio a lo que antes era pura retórica de extrema
derecha. Ese nuevo antisemitismo trabaja adecuadamente el
olvido y banaliza la Shoá sabiendo que el olvido siempre es
una opción. De hecho, olvidarse es tener buena memoria. Sin
duda, la izquierda europea tiene una muy buena mala memoria.
Y, ocn el olvido bien asentado en la ideología, olvida también
las causas de la creación del estado de Israel, convierte su
legitimidad en sospechosa y criminaliza sus actos. Israel es,
quizás, uno de los estados cuya creación tiene más base moral
de cuántos estados existen. Sin embargo, es el único estado
del mundo que cada día tiene que pedir perdón por existir.
Sin ninguna duda, pues, acuso a la izquierda de poner en
cuestión la legitimidad del estado de Israel. De ahí que sus
actos sean considerados, por naturaleza, culpables. ¿No tiene
que ver, con ello, la actitud ciega del Parlamento Europeo,
indiferente al uso que l´ANP hace del dinero público europeo?
¿Cómo es posible, me pregunto en nombre de la democracia, que
sea dinero europeo el que financie las escuelas del odio donde
los niños palestinos son adoctrinados en el fatalismo suicida?
Siendo indiferentes somos, inequívocamente, responsables de
secuestrar la tolerancia y la modernidad, y de permitir que se
encadene en una espiral de odio, impotencia y venganza, a
generaciones enteras de palestinos.
Lo permitimos, lo financiamos y hasta lo justificamos. Lo cual
nos retrotrae nuevamente a la historia. ¿Recuerdan a Hermann
Broch?: la indiferencia, esa forma de violencia…
Y ello pasa porqué el odio a los judíos no levanta ampollas en
la fina piel europea. Fuera odio a los católicos, a los
protestantes, a los homosexuales, a los ciudadanos negros,
pero a los judíos…
ESTE ES EL NUEVO ANTISEMITISMO:
El que no se horroriza de que el “Mein Kampf” de Hitler o los
abominables “Protocolos de los sabios de Sión” sean
best-sellers en el mundo árabe.
El que repite los viejos tópicos demonizadores de los judíos,
especialmente desde planteamientos intelectuales.
El que se enamora de la épica totalitaria del terrorismo
palestino y, llevado de un antiamericanismo patológico, se
inhibe ante el peligro del integrismo islámico.
El que ha encontrado, en la excusa de Israel, un nuevo
paraguas donde canalizar un viejo demonio.
Acabo, pues, con esta convicción. El rompecabezas del
antisemitismo se está armando de nuevo. Estas son las piezas:
Primera pieza: el subconsciente europeo, resistente a las
lecciones de la historia e inmune a las vacunas que intentan
matar definitivamente el virus antisemita. Europa se ha
librado de su piel judía, pero no lo ha hecho de su viejo
odio.
Segunda pieza: un neo-catolicismo populista, más o menos
extremo, que también se asienta en una base judeofoba.
Tercera pieza: un pensamiento de izquierdas que, sin haber
hecho las paces con su pasado totalitario, se enamora de
nuevas épicas también totalitarias. Asienta, así, las bases
del antisemitismo más peligroso, porqué la izquierda le da
prestigio, le da cobertura intelectual y lo arma
ideológicamente.
Cuarta pieza: el antiamericanismo europeo, derivado del doble
complejo que arrastra Europa. Un gran complejo de
superioridad, no en vano es la cuna de la modernidad; y un
enorme complejo de inferioridad, puesto que es incapaz de
resolver ni una sola de sus propias tragedias. Por supuesto,
el antiamericanismo es, por definición, antisionista.
Quinta pieza: el integrismo islámico, ideología totalitaria y
nihilista, claramente enemiga de la modernidad, y cuya base
fundacional es el antisemitismo. Cabe decir que el hecho de
que 1.200 millones de musulmanes vivan en tiranías
teocráticas, no facilita para nada la lucha contra la
judeofobia.
Territorio común, pues, de más de un dogmatismo maniqueo, la
judeofobia actual encuentra nuevos camuflajes, crece y se
asienta. Hoy, aquí, ante la Unesco, amparada por ese ejemplo
de heroicidad, tenacidad y dignidad que es el Centro Simon
Wiesenthal, acuso a la izquierda europea, mi izquierda, de ser
la cobertura intelectual del nuevo antisemitismo que existe en
Europa. UNA IZQUIERDA QUE SE TRAICIONA A SÍ MISMA,
TRAICIONANDO A LA DEMOCRACIA.
Nuevamente en Europa ser judío empieza a ser difícil. Y eso
que la Europa más europea que ha existido nunca ha sido la
Europa judía. Nuestra tendencia al suicidio es,
desgraciadamente, patológica. Lo denuncio porqué soy europea.
Y, como tal, me siento judía ante el antisemitismo, única
posición moral que redime a un europeo de su pasado de
vergüenza.
Gracias por invitarme.
Shalom.
PILAR RAHOLA
[email protected]
[email protected]
>
_
JAVEROT VEJAVERIM, ANI GUEA LIHIYOT ITJEM HAEREV MEHOV
__
_Conferencia ante el American Jewish Comittee._
Cuando Winston Churchill increpó duramente a Chamberlain por
su
postura ante Hitler, pronunció una de sus frases históricas:
"Vd tuvo
para escoger entre la vergüenza y la guerra; escogió la
vergüenza y
tendrá la guerra". Resulta impresionante observar como la
historia tiene
una dura tendencia a repetir sus miserias y así, atrapada por
el
síndrome de Chamberlain, una buena parte de Europa escoge una
y otra vez
la vergüenza, sin antes ser capaz de ahuyentar sus muchas
guerras. Vengo
hoy aquí, desde el viejo continente, y desde ese más viejo
Sepharad
mítico y doliente, para pedirles disculpas por formar parte de
un cuerpo
social cada día más antisemita, cada día más antiamericano y,
día a día,
cada vez más alejado de su propio sentido moral. Soy una
europea
convencida, amante de lo mejor que ha dado de si esa cultura
heterodoxa
y vibrante que es la nuestra. Pero también estoy convencida de
que hoy
Europa no existe más allá del club de intereses en qué se ha
convertido,
vieja gruñona enfadada con su hijo pródigo americano y, a
pesar de todo,
considerado bastardo. El antiamericanismo es, hoy por hoy, una
de las
señas de identidad de Europa, casi tan poderosa como lo fue el
antisemitismo endémico que conformó su peor historia. Un
antisemitismo
que renace con virulencia y que, justificado bajo el paraguas
protector
del antisionismo (siempre más cómodo de vender, sobretodo
gracias a la
ONU), no es solo patrimonio de la extrema derecha. Hoy el
antisemitismo,
como el antiamericanismo, son de izquierdas. Y, si recordamos
que son
los intelectuales de izquierdas los que conforman el prestigio
del
pensamiento, y crean las grandes corrientes de opinión,
concluímos que
estamos ante un nuevo, peligroso y sutil pensamiento único.
Citando a mi
amigo el escritor Marcos Aguinis, podríamos hablar de un
retroceso de la
izquierda hacia la antimodernidad. En todo caso, mucho de lo
que ha
ocurrido estos días en las calles de Europa, tenía bastante de
antimoderno, demasiado de irresponsable. Hoy por hoy, la frase
despreciativa y arrogante de Clemenceau, asegurando que "los
Estados
Unidos son el único país que ha pasado de la prehistoria a la
decadencia
sin pasar por el estadio de la civilización", quedaría muy
corta. Europa
és más arrogante, más despreciativa y, por supuesto, aún más
antiamericana. En proceso paralelo, sin ser más antisemita de
lo que
siempre ha sido, vuelve sobre sus propios demonios y, liberada
salvajamente de su piel judía, no se libera de su odio a lo
judío.
Me preguntan por el impacto de America en el mundo después del
11-S y la guerra de Irak. La primera parada es Europa. Este es
mi
análisis. Por mucho que hablemos de la casa común europea,
nuestra casa
está vacía, como diría Carlos Semprun Maura, y presenta más de
un casero
y un buen número de pisos distintos. Ahí están los sueños
imperiales de
la Francia de Chirac, el ejemplo más notable de vergüenza y
fariseismo
político. Esa Francia que participa en las guerras más
sangrientas de la
Africa olvidada, que intenta vender reactores nucleares al
Irak del
despostismo -y cuyo peligro nuclear avortó Israel con la
intervención de
un héroe llamado Ilan Ramon-, esa Francia que tuvo una linda
intervención en la guerra Irán/Irak, una guerra donde el uso
de niños
soldados para limpiar campos de minas, fue una práctica
masiva, y que
nunca ha hecho las paces con sus dos pasados más sangrientos,
el
colaboracionismo nazi y el pasado colonial, esa Francia
intenta vender
la pancarta de la paz. El resultado es un imperialismo
reaccionario que,
buscando un "frente unido jamás vencido", alternativo al
frente
americano, no tiene problemas en inhibirse del terrorismo
islámico y en
considerar dignos aliados a un montón de dictaduras árabes.
Las
consignas de las calles de París, paradigma de muchas calles
europeas,
donde el terrorismo de Hamás era considerado una forma de
épica
defensiva, o donde Saddam parecía un abuelito entrañable, han
sido uno
de los espectáculos más bochornosos de la historia reciente.
Como dijo
alguien, un no a la guerra no significa un sí a la paz. En el
caso de
Francia, o de la coherente Bélgica, dispuesta a juzgar a
Presidentes de
Estados democráticos como el de Israel, pero encantada con su
pasado en
el Congo o en la Ruanda donde murieron 800.000 personas, o de
la bonita
Rusia que masacra en Chechenia pero llora por Saddam, en esos
casos es
más que evidente que el no a la guerra ha sido un sí a sus
propias
guerras. Con desprecio absoluto por la lucha a favor de la
libertad y la
democracia, aunque sea en nombre de la democracia que hayan
dicho actuar.
Claro que Europa no es solo Francia o Rusia, también es el
largo listado de paises del este, de Lituania a Bulgaria, que,
liberados
del yugo estalinista, están encantados de que Estados Unidos
luche
contra el totalitarismo, no en vano lo han sufrido en propia
carne. Y
también es, por supuesto, Inglaterra, Italia, España. Pero,
precisamente
porqué es todo ello, su definición es el puro desconcierto.
Hoy por hoy,
la identidad que une más número de europeos, es la misma que
recrea la
identidad francesa, y unifica ciudadanos de los barrios
periféricos con
niños ricos de las Universidades de París: la identidad es el
antiamericanismo. Convertido en pensamiento único, simplifica
los
problemas hasta el reduccionismo más primitivo, convierte a
Estados
Unidos en el tonto útil de sus propias miserias, y, en la
demonización
permanente del malo americano, se libera de sus propias
culpas. Esa
Europa, esa, que dibujó la vergüenza colonial del mundo, que
creo los
dos grandes totalitarismos de la historia de la modernidad, el
nazismo y
el estalinismo, que marcó el siglo XX con dos guerras
mundiales, esa
Europa que olvidó con cruel indiferencia los 221.484
americanos
enterrados en sus propios cementerios y que habían venido a
salvarla de
sí misma, esa misma Europa de la vergüenza balcánica, del
horror
africano, de la indiferencia con el exterminio armenio o
kurdo, esa
Europa no tiene el derecho histórico de dar lecciones morales.
Y es
precisamente por ello, por su mala posición en la historia, y
por la
necesidad permanente de pedir la ayuda americana, por lo que
se agarra
al antiamericanismo. Diría, si me atreviera a emular a Freud,
que Europa
padece un doble complejo respecto a Estados Unidos: un gran
complejo de
superioridad, derivado de su arrogancia histórica, no en vano
es la cuna
de la modernidad. Y un evidente complejo de inferioridad, dada
su
incapacidad notoria por evitar desastres propios y salvarle de
ellos.
Por tanto, orgullo herido, rencor, celos, impotencia..., pura
carne de
psicoanalista. Si Woody Allen hiciera una pelicula de las
frustraciones
europeas, sin duda haría un festín. Despreciando lo americano,
podemos
decir que Europa, quizás, intenta no despreciarse a si
misma...
La segunda parada del mismo viaje, es la izquierda europea,
base
social del pensamiento antiamericano. Les hablo de la
izquierda
dogmática, por supuesto, con el substrato comunista
pertienente y aún no
exorcizado. ¿Cuántos de los más entusiastas voceros en contra
de la
guerra de Irak, han hecho las paces con su pasado estalinista?
A pesar
de que pudieron existir muchos argumentos contra la guerra, y
algunos
muy oportunos, es evidente que el único argumento que no lo
es, es el
antiamericanismo. Y, sin embargo, podemos decir que el
movimiento
antiguerra se activó, unícamente, porqué detrás de los tanques
había
banderas con barras y estrellas. No se hagan ilusiones los más
bienintencionados que me escuchan. Europa no ha aumentado su
cultura de
la paz, ha aumentado su cultura antiamericana. Ni un solo de
los activos
más comprometidos que hay en Europa se ha movilizado nunca por
el millón
de muertos que lleva en su macabro ránquing el integrismo del
Sudan.
Tampoco por los miles de muertos del integrismo en Argelia, o
por el
setiembre negro de Hussein o las matanzas de opositores sirios
de Hafed
El Assad. Y, por supuesto, ni le interesan las guerras del
sudeste
asiático, derivadas de las aventuras comunistas de antaño, ni
se
conmueve por la lenta e invisible muerte africana. No vi
banderas contra
Francia por su intervención reciente en Costa de Marfil, en
estos días
de ocupación callejera. Ni las veré. Hace falta un tanque con
barras y
estrellas o un fusil con la estrella de David, para que la
conciencia de
la izquierda europea se indigne, se movilice y pida
explicaciones. En
contra del llamado imperialismo americano, esa misma izquierda
defiende
totalitarismos notorios y notorias dictaduras, en una derivada
dogmática
que se parece mucho a un fascismo de izquierdas. El sentido
común exige
pensar que algunas cosas son buenas, aunque las defienda Bush
o Sharon,
pero el maniqueismo de la izquierda dominante en el
pensamiento europeo
no permite ese poco común sentido que es el sentido común. Al
fin y al
cabo, ¿de qué nos sorprende una izquierda que se ha ido
enamorando de
todos los iluminados tiránicos, Stalin, Pol Pot, Fidel Castro,
y ahora
Arafat? Linda esa capacidad de llorar solo con el ojo
izquerdo...En mi
país, por ejemplo, hemos convertido al escritor Saramago en
una especie
de gurú del pensamiento, cuando Saramago es el paradigma,
junto con
García Marquez, de una afirmación irrefutable: uno puede
escribir como
los genios y pensar como los idiotas. Auguste Bebel, en 1884,
ya llamó a
eso "el socialismo de los imbéciles". ¿Por qué esa elevación a
los
altares de Saramago? Por su infamia de comparar la Shoa con
las víctimas
de Jenín -es difícil incontrar un ejemplo de inmoralidad más
cruel :
lanzar, sobre las víctimas de la Shoá su propio martirio, es
otra forma
de matarlas-, y porqué se ha convertido en el paladín
antiamericano.
Otro ejemplo también deplorable: Izquierda Unida (partido de
izquierdas
parlamentario en España), se ha negado a ir a la commemoración
del
Holocausto, por sentirse, y cito textualmente -hay
imbecilidades que
debemos citar con precisión- "solidaria con la causa palestina
y con los
millones de muertos soviéticos de la segunda guerra mundial".
Es decir,
a parte de demostrar que no ha entendido nada de la historia
de Europa
(nunca serán comparables las víctimas de una guerra, con el
horror
inigualable de la creación de una industria del exterminio de
un
pueblo), también demuestra que hay víctimas que no le
conmueven. Ese
mismo partido considera a Arafat un nuevo mito épico.
Decía Freud, en su célebre carta a Einstein de 1932, que todo
lo
que impulse la evolución cultural, obra en contra de la
guerra". Me
atrevo, humildemente, a refutar al gran erudito. En mi país y
en mi
continente, muchos de los agentes de la cultura son, también,
agentes
del discurso más maniqueo, acrítico y dogmático que existe hoy
en
Europa. Sin duda, leer mucho no garantiza pensar justo...
Desde mi punto de vista, lo peor de la izquierda actual es la
traición que está haciendo a la democracia perdonando el
nihilismo
terrorista. Con ello consigue dos penosos resultados:
traicionar el
principio de justicia, según el cual todas las víctimas son
iguales; y
dar alas al terrorismo. Los ejemplos son escandalosos: nunca
vi una sola
manifestación contra el terrorismo integrista, a raiz del
11-S, y nunca
he oido que ninguna ONG quiera enviar escudos humanos en las
cafeterías
de Tel Aviv. Hay una solidaridad selectiva, derivada de un
pacifismo
también selectivo que, en su momento, llegó a considerar el
atentado de
las Torres Gemelas como una pura consecuencia de la política
americana.
También en Israel las víctimas judías acaban siendo, en boca
de estos
chamberlianos, sus propios verdugos. Solo hizo falta pasearse
por esos
restos del naufragio revolucionario de los sesenta, que fue el
Forum de
Porto Alegre, para entender de qué hablamos. El lúcido
intelectual André
Glucksman avisa del peligro del nihilismo integrista, pero los
intelectuales europeos solo se preocupan de la democracia
americana. Y
con ello no pongo en cuestión la necesidad de una mirada
crítica
respecto a la política norteamericana, pero siempre que vaya a
la par de
una seria autocrítica europea y, sobretodo, de un tajante
rechazo al
integrismo islámico. Hoy, ello no se da, de manera que la
crítica
antiamericana pasa a ser una forma de maniqueismo. De
maniqueismo
irresponsable. El integrismo islámico es el heredero natural
de los dos
grandes totalitarismos de la humanidad, el nazismo y el
estalinismo.
Como ellos, es fundacionalmente antisemita, y como ellos
presenta un
cuerpo doctrinal basado en el terror, la anulación de todo
principio de
libertad, y el expansionismo sangriento. También como ellos,
actua ante
la indiferencia -recuerden la frase de Hermann Broch: "la
indiferencia
es una forma de violencia"-, la impotencia y el paternalismo
europeos.
Un paternalismo que, en el caso de la izquierda, llega a
convertirse en
complicidad.
Los motivos. Múltiples, entre ellos la ausencia de épicas
propias y
el hundimiento de las grandes utopías que marcaron la
modernidad.
Huérfanos de esos sueños, una gran mayoría de ciudadanos miran
hacia el
mundo árabe buscando las resonancias de Lawrence de Arabia. Y
se
enamoran de las guerras totales, de los cantos tribales de la
revolución, quizás convencidos que entre el "revolución o
muerte" del
Che y el "viva a la muerte" de Hamás no hay mucha diferencia.
Buscan,
pues, a Lawrence de Arabia, y aún no han descubierto que, con
quien se
han encontrado, ha sido con Bin Laden...
O con Arafat... Y es Arafat y la causa palestina lo que nos
obliga
a parar en la tercera estación: la estación terminal del
antisemitismo
europeo. Sostengo con dolor inmenso que lo europeo y lo
palestino se
quieren tanto, porqué son vecinos de un territorio común: la
judeofobia.
Y es la judeofobia, no reconocida como tal, excusada bajo el
paraguas
del antisionismo, la que explica la tremenda criminalización
que padece
Israel, la demonización de sus derechos legítimos y,
sobretodo, la
adscripción total a la causa palestina, esté o no bañada en
sangre. La
neutralidad europea, respecto a Oriente Próximo, es una
neutralidad
pro-palestina... -. Fue ese gran hombre, Martir Luther King
quien ya lo
dijo, en su "Carta a un amigo antisionista" de 1967: "Los
tiempos han
convertido en impopular la manifestación abierta del odio a
los judíos.
Siendo éste el caso, el antisemita busca nuevas formas y foros
en donde
poder instalar su veneno. Ahora lo esconde tras una nueva
máscara.
¡Ahora no odia a los judíos, solo es antisionista!". 36 años
después,
quien aquí les habla ha tenido que enfrentarse en foros
públicos, a más
de un intelectual celebrado que sostenía eso mismo que Luther
King
denunciaba: que solo era antisionista. Si el antisionismo es
la nueva
formulación retórica, la criminalización permanente e
implacable de
Israel, es su plasmación práctica. Israel es el único país del
mundo
obligado cada día a pedir perdón por existir, censurado,
distorsionado
y, a todas luces, rechazado. No se trata de la defensa de lo
palestino,
se trata, sobretodo, del rechazo a lo israelí, un rechazo que
está
comportando, en Europa, dos fatídicas agonías: la agonía de la
información, asesinada a golpes de sectarismo y propaganda; y
la agonía
de la inteligencia, asesinada a golpes de panfleto. Sin
ninguna duda,
podemos asegurar que Israel ha perdido la batalla de la
opinión y que,
hoy por hoy, no se proyecta como el país de paz que es. ¿La ha
perdido
por sus muchas culpas? Me atrevo a decir, que ni sus mejores
virtudes la
redimirían del odio europeo.
Nada sorprendente, al fin y al cabo. A pesar de la feroz
tradición cristiana que durante siglos convirtió al pueblo
judío en el
pueblo deicida, ("una plaga en el corazón de la tierra", decía
Lutero),
ningún europeo decente habla ahora en esos términos. (Por
cierto,
díganle a Mel Gibson, de mi parte, que es un cretino....).
Pero entre el
judío medieval malvado que mató a Jesús y el soldado del
Ejército
israelí que mata niños en Belén, existe una perversa y
placentera
relación simbólica que cualquier europeo goza
inconscientemente. De ahí
cuelgan las distorsiones informativas, las perversiones
gramaticales que
convierten a terroristas en nobles luchadores, y a dictadores
corruptos
en lideres románticos. No existen las víctimas judías, como
tampoco
existen los verdugos palestinos. En el colmo de la distorsión
de la
verdad, el terrorismo árabe pasa a ser comprensible y hasta
aceptable.
La tozuda realidad de una causa, la palestina, secuestrada por
todo tipo
de irredentismos asesinos, con una ingerencia internacional
brutal y
azuzada por una ideología totalitaria que ha comportado miles
de
muertos, sencillamente desaparece. Oriente Próximo es un
cúmulo de
falsedades que ha hecho de la confusión el peor enemigo de la
verdad. Y,
probablemente, el más feroz enemigo de la paz. Sin ninguna
duda, Israel
paga muy caro el optimismo de Camp David. No siendo
responsable de su
fracaso, paga ella sus consecuencias.
Vengo de Europa. Y nuevamente pido disculpas. Es mi
Parlamento,
el europeo, el que financia el sistema educativo palestino
donde, día a
día, se inculca el odio contra los judíos, en una apología del
fatalismo
que acaba siendo un elogio planificado de la cultura de la
muerte. Un
fatalismo que, además, imposibilita el acceso a la cultura
democrática
de generaciones enteras. Es mi Parlamento, el europeo, el que
se niega a
conocer qué pasa con esos fondos, qué ocurre con la corrupción
de Arafat
y sus aliados, qué consecuencias tendrá la hipermilitarización
de la
sociedada palestina. Es mi Parlamento quien se muestra
indiferente al
único peligro real de la zona: la desaparición de Israel. Por
supuesto,
ni esa flamante ONU que tuvo al bonito Waldheim entre sus
presidentes,
que convirtió al sionismo en una forma de racismo y que, de
sus 220
estados, 150 de ellos son dictaduras, ni la ONU, ni Europa
enviarían
nunca un solo soldado a salvar a Israel. Diré más, en el
corazón mismo
del Parlamento europeo subyace la idea de que el estado de
Israel no
tendría que existir. Por supuesto, las responsabilidades de
esa misma
Europa en la creación del estado, después del intento de
exterminio de
todo un pueblo, han desaparecido en un olvido memorable. Pero
déjenme
decir algo con rabia: el olvido es siempre una opción. De
hecho,
olvidarse significa tener buena memoria. Europa tiene, para
desgracia
del racionalismo, una muy buena mala memoria. Y sabe bien que
la culpa
judía siempre vende en los mercados de la demagogia.
Dejo para el final el tema islámico, la última parada. Europa
también es islámica. Lo son los barrios periféricos de muchas
ciudades
franceses, inglesas o alemanas y pronto, también, españolas.
Ingleses
fueron los terroristas que perpetraron uno de los últimos
atentados en
Israel. Y en las mezquitas de Barcelona, fueron ciudadanos
españoles los
que se enrolaron a favor de Bin Laden primero, y de Saddam
después. Uno
de los chistes de Efraim Kishon decía que "Israel era el país
más
avanzado del Próchimo Oriente, gracias a sus vecinos".
¿Cierto? Sin
ninguna duda el gran lastre del mundo y el peligro más serio
para la
democracia, es éste: 1.200 millones de musulmanes viven
encadenados a
régimes teocráticos y, aunque varios millones viven en
democracias (16
en Europa), la permeabilidad de algunos al irredentismo
integrista es
preocupante. Como lo fue históricamente la permeabilidad al
fascimo de
algunos populismos cristianos. Sabemos que, en el mundo
musulmán, se
banaliza la shoá e incluso se niega. El mismísimo Abu Mazen,
esperanza
blanca de la paz, escribió una tesis doctoral negacionista.
Aún se puede
leer su afirmación de que solo murieron 890.000 judíos, y que
el resto
fue un invento sionista. ¿Y cómo era la frase que
obligatoriamente
estudiaban los niños de las escuelas de Saddam?: "hay tres
cosas que
Allà no debería haber creado: los persas, los judíos y las
moscas". Los
terribles Protocolos de los Sabios de Sión son, junto con el
Mein Kampf,
auténticos best-sellers y en las madrazas de medio mundo, se
inculca,
día tras otro, una cultura fatalista que odia lo judío como
base de la
identidad. Y que, por supuesto, odia a la democracia. Solo en
Pakistán
existen 7.000 de ellas que atienden a 600.000 alumnos. Se
calcula que la
mitad pasan a ser militantes radicales. ¿Su objetivo? Su
objetivo, sin
ninguna duda, es el combate contra la modernidad. Como el
estalinismo,
como el nazismo. Por eso es evidente que la caída de dos
dictaduras en
Oriente medio, Afganistan y Irak, las dos nutrientes poderosos
del
terrorismo, y las dos angentes desastibilizadores de la zona,
son las
dos mejores noticias del combate actual por la democracia. Por
supuesto,
Siria, Arabia Saudí y Egipto están ahí, con nuestros peores
sueños, pero
algo se mueves muy seriamente en ese polvorín del mundo.
Por ello, porqué el mundo está mejor sin Saddam y sin Bin
Laden y,
sobretodo, está más segura la democracia, por ello sostengo
que se
traiciona a sí misma cuando no combate el integrismo islámico.
Pasa a
ser ahistórica, cuando no, antihistórica. Y se traiciona
Europa, otra
vez repitiendo sus propios errores. Hay quien dice que Europa
no tiene
solución.
Pero necesitamos una solución. Y desde luego pasa por el
combate a
favor de la democracia. El mismo combate que Israel hace 55
años que
mantiene, rodeada de enemigos antidemocráticos. Sin ninguna
duda paga la
anomalía de ser eso, un estado racionalista en medio del
irracionalismo.
El mismo combate que siempre ha sostenido Estados Unidos, a
pesar de sus
muchos enemigos y de sus graves errores. El mismo combate que
Europa ha
perdido tantas veces... Una escritora española escribió hace
poco que
"un pensamiento independiente es un lugar desapacible y
solitario". Hoy
por hoy, ese lugar desapacible lo ocupamos, en Europa, los que
no nos
apuntamos al tiro al israelí, al odio al americano y al olvido
ciego a
las propias culpas. Pero somos los que tenemos la razón, sin
ninguna
duda, porqué la historia nos habla muy claro: ante cada nuevo
totalitarismo, la mayoría de Europa se fue a dormir la siesta.
Y
algunos, encantados del pasado estalinista, aún la duermen. El
integrismo islámico es el nuevo totalitarismo del mundo. Como
tal es
enemigo del mundo libre y, también, enemigo del propio mundo
musulmán,
al cual esclaviza en una espiral de odio, fanatismo e
ignorancia.
Levantar la voz contra él no solo es una exigencia moral y una
obligación del pensamiento. Es, también, un acto de
autodefensa.
Acabo con el deseo de que sean indulgentes con la vieja
Europa.
Somos como esas ancianas aristócratas cansadas, arrugadas y
amargadas
que no dejan hacer, quizás para no enfrentarse con su propia
decadencia.
Europa ha dado al mundo los pilares de la democracia. También
ha
fabricado las termitas que han intentado destruirla. El bien y
el mal en
ese viejo, triste y a pesar de todo bello continente. Más
antinorteamericanos que nunca, nuevamente antisemitas y encima
panarabistas. Somos una parte del problema, pero tenemos que
formar
parte de la solución. Como americanos, no caigan, por soledad,
en la
prepotencia. Como judíos, ¡qué puedo decirles! Que me siento
judía
porqué soy europea, y esa es la única condición moral que
redime a un
europeo de su pasado de verguenza.
Shalom.
PILAR RAHOLA
*PILAR RAHOLA*
La rabia, el orgullo y la duda Por ORIANA FALLACI
Para evitarme el dilema y ahorrarme la dolorosa pregunta de si
«debe o
no debe hacerse esta guerra», para superar las reservas, las
repugnancias y las dudas que todavía me torturan, a menudo me
digo a mí
misma: «¡Ojalá los iraquíes se liberasen por sí solos de Sadam
Husein!
¡Ojalá que cualquier Ahmed o cualquier Abdul lo liquidase y lo
colgase
por los pies en cualquier plaza como en 1945 hicieron los
italianos con
Mussolini!». Pero eso no sirve. O sólo sirve en un sentido. De
hecho, en
1945, los italianos se liberaron de Mussolini, porque los
aliados habían
ocupado las tres cuartas partes de Italia y, por lo tanto,
habían hecho
posible la insurrección del Norte. En otras palabras, porque
habían
hecho la guerra. Una guerra sin la cual habríamos tenido que
aguantar a
Mussolini mientras viviese (y lo mismo a Hitler).Una guerra
durante la
cual los aliados nos habían bombardeado sin piedad y en la que
habíamos
muerto como moscas. Ellos, también.En Salerno, en Anzio, en
Cassino. En
el avance hacia Florencia, en la Línea de Gotica. En la
tremenda Línea
de Gotica que los alemanes habían trazado desde el Tirreno al
Adriático.
En menos de dos años, 45.806 muertos norteamericanos y 17.500
entre
ingleses, canadienses, australianos, neozelandeses,
sudafricanos,
hindúes, brasileños y polacos. También los franceses que
habían optado
por De Gaulle y los italianos del Quinto o del Octavo
Ejército.(¿Saben
cuántos cementerios militares aliados hay en Italia? Más de
130. Y los
más grandes y los más llenos son precisamente los de los
americanos.
Sólo en Nettuno, 10.950 tumbas. Sólo en Falciani, cerca de
Florencia,
5.811... Cada vez que paso por delante y veo ese lago de
cruces, me
estremezco de dolor y de gratitud). Porque en Italia también
había un
Frente de Liberación Nacional. Una Resistencia a la que los
aliados
suministraban armas y municiones. Porque, a pesar de mi tierna
edad, yo
también colaboraba. Recuerdo perfectamente el Dakota que,
desafiando a
los antiaéreos, lanzaba a los paracaidistas en la
Toscana.Exactamente en
el Monte Giovi, donde, para hacernos localizar, encendíamos
fuegos y
donde una noche lanzaron en paracaídas incluso un comando cuya
misión
era instalar una radio clandestina, llamada Radio Cora. Diez
simpatiquísimos americanos que hablaban un perfecto italiano.
Y que,
tres meses después, fueron capturados por las SS, torturados
de una
forma salvaje y fusilados junto a la partisana Anna Maria
Enriquez-Agnoletti. Por eso el dilema persiste. Atormentador y
agobiante.
***
Persiste por los motivos que me dispongo a exponer. El primer
motivo es
que, contrariamente a los pacifistas que nunca berrean contra
Sadam
Husein o Bin Laden y se meten sólo con Bush o con Blair (en la
manifestación de Roma gritaban incluso contra mí, al parecer
deseando
que saltase en mil pedazos con el próximo transbordador), yo
conozco la
guerra. Sé muy bien qué significa vivir en el terror, correr
bajo el
fuego de los cañones o las bombas de mil kilos, ver morir a la
gente y
explotar las casas, reventar de hambre y no tener ni siquiera
agua para
beber. Y lo que es peor, sentirse responsable por la muerte de
otro ser
humano (aunque ese ser humano sea un enemigo, por ejemplo un
fascista o
un soldado alemán). Lo sé porque pertenezco, precisamente, a
la
generación de la Segunda Guerra Mundial. Y porque gran parte
de mi vida
he sido corresponsal de guerra. No uno de esos corresponsales
que ven la
guerra desde los hoteles, sino de los que realmente se patean
el frente.
Por tanto, desde Vietnam hasta ahora, he visto horrores que el
que sólo
conoce la guerra a través de la televisión o de las películas,
donde la
sangre es salsa de tomate, ni siquiera puede imaginar. Odio la
guerra de
una forma que nunca podrán odiar los pacifistas de buena o
mala fe. La
odio tanto que cada uno de mis libros rezuma ese odio. La odio
tanto que
incluso las escopetas de caza me molestan y los disparos de
los
cazadores hacen que me suba la sangre a la cabeza. Pero no
acepto el
farisaico principio o el eslogan de los que dicen: «Todas las
guerras
son injustas, todas las guerras son ilegítimas».La guerra
contra Hitler
y Mussolini era una guerra justa, por todos los santos. Una
guerra
legítima. Incluso, obligatoria.Las guerras del resurgimiento
italiano
que mis abuelos hicieron en el siglo XIX para expulsar al
extranjero
invasor eran guerras justas, por todos los santos. Guerras
legítimas.
Obligatorias.Y lo mismo se puede decir de la Guerra de la
Independencia
que los colonos americanos hicieron contra Inglaterra. Y lo
mismo las
guerras (o las revoluciones) que tienen lugar para reencontrar
la
dignidad y la libertad. Yo no creo en las rápidas
absoluciones, en las
cómodas pacificaciones, en el perdón fácil. Y todavía creo
menos en la
explotación de la palabra paz, en el chantaje de la palabra
paz. Cuando
en nombre de la paz se cede a la prepotencia, a la violencia y
a la
tiranía. Cuando en nombre de la paz un pueblo se resigna al
miedo y
renuncia a la dignidad y a la libertad, la paz ya no es paz.
Es un suicidio.
***
El segundo motivo es que, a pesar de ser justa como espero y
legítima
como deseo, esta guerra no debería tener lugar ahora.Habría
tenido que
desarrollarse hace un año. Es decir, cuando las ruinas de las
dos torres
estaban todavía humeantes, y todo el mundo civilizado se
sentía
americano.Y si se hubiese hecho entonces, hoy los
simpatizantes de Bin
Laden y de Sadam Husein no llenarían las plazas con su
pacifismo de
sentido único. Las estrellas de Hollywood no se habrían
exhibido en el
papel (en el fondo grotesco) de jefes de Estado. Y la ambigua
Turquía
que está volviendo a poner el velo a las mujeres no negaría el
paso a
los marines que se dirigen al frente Norte. A pesar de las
chicharras
europeas que, junto a los palestinos, gritaban «les ha estado
bien
empleado a los americanos», hace un año nadie negaba que
Estados Unidos
había sufrido un segundo Pearl Harbor y que, por tanto, tenían
derecho a
reaccionar. Más aún, a pesar de ser justa como espero y
legítima como
deseo, ésta es una guerra que habría tenido que desarrollarse
incluso
antes. Es decir, cuando Clinton era presidente y las pequeñas
Pearl
Harbor surgían en todo el mundo. En Somalia, por ejemplo,
donde los
marines en misión de paz eran asesinados y mutilados y,
después,
entregados a las muchedumbres enloquecidas. En Yemen, en Kenia
y en
otros muchos sitios. El 11-S no fue más que la brutal
confirmación de
una realidad ya fosilizada. La indiscutible diagnosis del
médico que te
pone ante la cara la radiografía y sin miramientos te dice:
«Señor,
señora, tiene usted un cáncer». Si Clinton hubiese pasado
menos tiempo
con mozas lozanas, si hubiese utilizado de una forma más
responsable el
Despacho Oval, quizá no hubiese tenido lugar el 11-S. Y es
inútil añadir
que, menos aún, el 11-S tampoco habría tenido lugar si George
Bush
Senior hubiese eliminado a Sadam Husein en la Guerra del
Golfo.
¿Recuerdan? En 1991, el Ejército iraquí se desinfló como un
balón
pinchado. Se desintegró tan rápidamente que hasta yo capturé a
cuatro
soldados suyos.Estaba detrás de una duna del desierto saudí,
sola e
indefensa, cuando cuatro esqueletos indefensos y harapientos
vinieron
hacia mí con las manos en alto. «¡Bush!», susurraron en tono
suplicante.«¡Bush!», palabra que, para ellos significaba
«Tengo hambre y
sed. Hágannos prisioneros, por caridad». Les cogí, les
entregué al
teniente y, éste, en vez de alegrarse, comenzó a gruñir: «¡Uf!
Ya
tenemos 50.000. ¿Le va a dar usted de comer y de beber?».Y sin
embargo,
los americanos no llegaron a Bagdad. George Bush Senior no
derrocó a
Sadam. («El mandato de Naciones Unidas era liberar Kuwait y
nada más»).
Y para darle las gracias, Sadam intentó hacerlo asesinar. A
veces, me
pregunto si esta guerra tardía no es una represalia
pacientemente
esperada. Una promesa filial, una venganza de tragedia
shakesperiana o
griega.
***
El tercer motivo es la forma equivocada en la que se realizó
la
hipotética promesa al padre. ¿Quién se atrevería a refutarle?
Desde el
11-S hasta los comienzos del pasado otoño todo el énfasis se
concentró
en Bin Laden, en Al Qaeda y en Afganistán. Sadam Husein e Irak
fueron
prácticamente ignorados. Y sólo cuando quedó claro que Bin
Laden gozaba
de una excelente salud, porque el intento de cogerlo vivo o
muerto había
fallado, Bush y Powell se acordaron de su rival. Nos dijeron
que Sadam
Husein era malo, que cortaba la lengua y las orejas a los
enemigos, que
mataba a los niños delante de sus propios padres (cierto). Que
decapitaba a las prostitutas y, después, exhibía sus cabezas
en las
plazas (cierto). Que sus prisiones estaban repletas de presos
políticos
encerrados en celdas tan pequeñas como grandes, que los
experimentos
químicos y biológicos los realizaba sobre tales víctimas con
especial
predilección (cierto). Que mantenía relaciones con Al Qaeda y
que
financiaba el terrorismo, premiaba a las familias de los
kamikazes
palestinos con 25.000 dólares a cada familia (cierto). Y por
último, que
jamás había renunciado a su arsenal de armas letales y que,
por lo
tanto, Naciones Unidas tenía que volver a enviar a los
inspectores a
Irak. De acuerdo, pero seamos serios. Si en los años 30 la
ineficaz Liga
de las Naciones hubiese enviado sus inspectores a Alemania,
¿Hitler les
habría mostrado Peenemünde, donde Von Braun fabricaba los V1 y
los V2
para pulverizar Londres? ¿Seguro que les hubiese mostrado los
campos de
concentración de Dachau y Mathausen, Auschwitz y Buchenwald? A
pesar de
todo, la comedia de los inspectores se puso en marcha y con
tal
intensidad que el papel de estrella pasó de Bin Laden a Sadam
Husein. Y
ni siquiera la detención de Khalid Muhammed, el arquitecto del
11-S,
provocó el júbilo popular. Y la noticia de que Bin Laden fue
localizado
en Pakistán y corrió el riesgo de tener la misma suerte,
también pasó
desapercibida. Una comedia repleta de miserias la de los
inspectores.
Una comedia de vil doble juego y de complicidad.Una comedia
llena de
estrategias equivocadas por parte de Bush que, teniendo el pie
en los
estribos, pedía al Consejo de Seguridad permiso para hacer la
guerra y,
al mismo tiempo, enviaba las tropas a las fronteras de Irak.
En menos de
dos meses, un cuarto de millón de soldados. Con los ingleses y
australianos, más de 300.000. Y eso sin tener en cuenta que
los enemigos
de América (o de Occidente debería decir) no están sólo en
Bagdad.
Porque sus enemigos están también en Europa, señor Bush. Están
en París,
donde el melifluo Chirac pasa ampliamente de la paz, pero
sueña con
satisfacer su vanidad con el Premio Nobel de la Paz. Donde
nadie quiere
derrocar a Sadam, porque Sadam es el petróleo que las
compañías
petrolíferas francesas extraen de Irak. Y donde, olvidando el
pequeño
lunar llamado Pétain, Francia sigue teniendo la napoleónica
pretensión
de dominar la Unión Europea. Asumir su hegemonía. Sus
enemigos, señor
Bush, están en Berlín, donde el partido del mediocre Schröder
ha ganado
las elecciones comparándole con Hitler. Donde las banderas
americanas se
ensucian con la esvástica, símbolo de la Alemania nazi. Y
donde los
alemanes van de la mano de los franceses, creyendo que son
nuevamente
los amos. Sus enemigos, señor Bush, están en Roma, donde los
comunistas
salieron por la puerta para entrar por las ventanas como los
pájaros de
la homónima película de Hitchcock. Donde los curas católicos
son más
bolcheviques que los comunistas. Y donde afligiendo al próximo
Papa con
su ecumenismo, su tercermundismo y su fundamentalismo, Karol
Wojtyla
recibe a Aziz como si fuese una paloma con la rama de olivo en
el pico o
un mártir a punto de ser devorado por los leones del Coliseo
(y después
lo manda a Asís, donde los frailes le acompañan hasta la tumba
de San
Francisco, pobre San Francisco).Y en los demás países, lo
mismo o peor.
¿Todavía no le han informado sus embajadores? Señor Bush, en
Europa hay
enemigos de Estados Unidos por todas partes. Lo que usted
llamaba
diplomáticamente «diferencias de opinión» es odio puro. Un
odio parecido
al que exhibía la Unión Soviética hasta la caída del Muro. Su
pacifismo
es sinónimo de antiamericanismo y, acompañado de un profundo
renacimiento del antisemitismo, triunfa igual que el Islam.
¿Sabe por qué? Porque Europa ya no es Europa. Se ha convertido
en una
provincia del Islam, como España y Portugal en tiempo de los
moros.
Europa alberga 16 millones de inmigrantes musulmanes, es
decir, el
triple de los que hay en América (y América es tres veces
mayor). Europa
hierve de mulás, de ayatolás, de imames, de mezquitas, de
turbantes, de
barbas, de burkas, de chadores.Y cuidado con protestar. Europa
esconde
miles de terroristas que nuestros gobiernos no consiguen ni
controlar ni
identificar.Por eso, la gente tiene miedo y enarbola la
bandera del
pacifismo, pacifismo igual a antiamericanismo, y así se siente
protegida.Y por si eso fuera poco, Europa olvidó a los 221.484
americanos muertos por ella en la Segunda Guerra Mundial... Le
importa
un bledo sus cementerios en Normandía, en las Ardenas, en los
Vosgos, en
el valle del Rin, en Bélgica, en Holanda, en Luxemburgo, en
Lorena, en
Dinamarca o en Italia. En vez de gratitud, Europa siente
envidia, celos
y odio. Ninguna nación europea apoyará esta guerra, señor
Bush. Ni
siquiera las realmente aliadas, como España, o las dirigidas
por tipos
como Berlusconi que le llama «mi amigo George». En Europa
usted sólo
tiene un amigo y un aliado: Tony Blair. Pero incluso Blair
dirige un
país invadido por los moros y lleno de envidia, celos y odio
hacia
Estados Unidos.Incluso su partido lo persigue y le vuelve la
espalda.
Por cierto, tengo que pedirle disculpas, señor Blair. Porque,
en mi
libro La rabia y el orgullo, fui injusta con usted. Equivocada
por su
exceso de cortesía hacia la cultura islámica, escribí que era
usted una
chicharra entre las chicharras, que su coraje era flor de un
día y que,
una vez que ya no le sirviese a su carrera política, lo
dejaría de lado.
Pero la verdad es que está sacrificando su carrera política en
aras de
sus propias convicciones. Con una impecable coherencia. Pido
disculpas
de verdad y retiro incluso la dura frase que aumentaba la
injusticia:
«Si nuestra cultura tiene el mismo valor que una cultura que
obliga a
llevar el burka, ¿por qué pasa las vacaciones en mi Toscana y
no en
Arabia Saudí o en Afganistán?». Y le digo: «Venga cuando
quiera. Mi
Toscana es su Toscana y mi casa, su casa. My home is your
home».
***
El motivo final de mi dilema radica en los términos con los
que Bush y
Blair y sus consejeros definen esta guerra. «Una guerra de
liberación,
una guerra humanitaria para llevar la libertad y la democracia
a Irak».
Pues no, queridos señores, no. El humanitarismo no tiene nada
que ver
con las guerras. Todas las guerras, incluso las justas,
incluso las
legítimas, son muerte y desgracia y atrocidad y lágrimas. Y
ésta no es
una guerra de liberación (ni siquiera es una guerra por el
petróleo,
como muchos sostienen. Contrariamente a los franceses, los
americanos no
necesitan el petróleo iraquí).Es una guerra política. Una
guerra hecha a
sangre fría para responder a la Guerra Santa que los enemigos
de
Occidente declararon el 11-S. Es una guerra profiláctica.Una
vacuna,
como la vacuna contra la polio y la varicela, una intervención
quirúrgica que se abate sobre Sadam Husein, porque entre los
diversos
focos cancerígenos, Sadam Husein es el más obvio. El más
evidente y el
más peligroso. Además, Sadam constituye el obstáculo (piensan
Bush y
Blair y sus consejeros) que, una vez retirado, les permitirá
rediseñar
el mapa de Oriente Próximo. Es decir, hacer lo que los
ingleses y los
franceses hicieron tras la caída del Imperio Otomano.
Rediseñar y
difundir una Pax Romana, perdón, una Pax Americana, donde
reine la
libertad y la democracia. Donde nadie moleste con atentados ni
matanzas.
Donde todos puedan prosperar, vivir felices y contentos.
Tonterías. La
libertad no se puede regalar, como un trozo de chocolate y la
democracia
no se puede imponer con ejércitos. Como decía mi padre, cuando
invitaba
a los antifascistas a entrar en la Resistencia, y como digo yo
cuando
hablo con los que creen honestamente en la Pax Americana, la
libertad
tiene uno que conquistarla. La democracia nace de la
civilización y, en
ambos casos, hay que saber de qué se trata.La Segunda Guerra
Mundial fue
una guerra de liberación no porque regalase a Europa dos
trozos de
chocolate, es decir dos novedades llamadas libertad y
democracia, sino
porque las restableció.Y las restableció porque los europeos
las habían
perdido con Hitler y Mussolini. Pero las conocían bien y
sabían de qué
se trataba. Los japoneses, no. Estoy de acuerdo. Para los
japoneses los
dos trozos de chocolate fueron un regalo que les reembolsaba,
sobre
todo, Hiroshima y Nagasaki. Pero Japón ya había iniciado su
marcha hacia
el progreso, y ya no pertenecía al mundo que en La rabia y el
orgullo
llamo La Montaña. Una montaña que, desde hace 1.400 años no se
mueve, no
cambia, no emerge de los abismos de su ceguera. En definitiva,
el Islam.
Los modernos conceptos de libertad y democracia son
absolutamente
extraños al tejido ideológico del Islam, totalmente opuestos
al
despotismo y a la tiranía de sus estados teocráticos. En ese
tejido
ideológico es Dios el que manda, es Dios el que decide el
destino de los
hombres y de ese Dios los hombres no son hijos, sino súbditos
y
esclavos. Insciallah -lo que Dios quiera-, Insciallah. Es
decir, en el
Corán no hay lugar para el libre albedrío, para la elección y,
por lo
tanto, para la libertad. No hay lugar para un régimen que, al
menos
jurídicamente, se basa en la igualdad, en el voto, en el
sufragio
universal, es decir, no hay lugar para la democracia.De hecho,
los
musulmanes no entienden estos dos conceptos modernos.Los
rechazan, e
invadiéndonos, conquistándonos, los quieren borrar incluso de
nuestra vida.
***
Apoyados en su profundo optimismo, el mismo optimismo con el
que en Fort
Alamo combatieron con tanto heroísmo y terminaron todos
masacrados por
el general Santa Ana, los americanos están seguros de que en
Bagdad
serán acogidos como en Roma y en Florencia y en París. «Nos
aplaudirán,
nos echarán flores», me dijo, todo contento, un cabeza de
huevo de
Washington. Quizá. En Bagdad puede pasar de todo. ¿Y después?
¿Qué
pasará después? Más de dos tercios de los iraquíes que en las
últimas
elecciones dieron el 100% de los votos a Sadam son chiítas
que, desde
siempre, sueñan con establecer la república islámica de Irak.
Y en los
años 80, incluso los soviéticos fueron bien acogidos en
Kabul.También
los soviéticos impusieron su pax con el Ejército. Convencieron
a las
mujeres de quitarse el burka, ¿recuerdan? Pero, 10 años
después,
tuvieron que irse y ceder el sitio a los talibán. ¿Y si, en
vez de
descubrir la libertad, Irak se convirtiese en un segundo
Afganistán?
Pregunta: ¿Y si en vez de descubrir la libertad, todo el
Oriente Próximo
saltase por los aires y el cáncer se multiplicase? De país en
país, como
una especie de reacción en cadena... Como occidental orgullosa
de su
civilización y, por lo tanto, decidida a defenderla hasta el
último
suspiro, en ese caso tendré que unirme sin reservas a Bush y a
Blair,
atrincherados en un nuevo Fort Alamo. Sin repugnancia, debería
luchar y
morir con ellos.
Es lo único sobre lo que no tengo duda alguna.
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