http://www.tscpulpitseries.org/spanish/ts030407.htm
<CENTER>El implacable amor de Dios
(The Unrelenting Love of God)</CENTER>
Por David Wilkerson
7 de abril de 2003
__________
“Quiero hablarles acerca de la palabra implacable. Significa que no disminuye en intensidad o esfuerzo - no se rinde, ni se compromete, es incapaz de ser cambiado o persuadido con argumentos. Ser implacable es apegarse a un rumbo determinado.
Qué maravillosa descripción del amor de Dios. El amor de nuestro Señor es absolutamente implacable. Nada puede entorpecer o disminuir su búsqueda amorosa tanto de pecadores como de santos. David, el salmista, lo expresó de esta manera: “Detrás y delante me rodeaste… ¿a dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estas tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás.” (Salmo 139:5, 7-8).
David está hablando de las grandes altas y bajas que enfrentamos en la vida. Él está diciendo: “Hay tiempos cuando soy tan bendecido que me siento levantado con gozo. En otros tiempos, me siento como si estuviera en el mismo infierno, condenado e indigno. Pero no importa donde esté, Señor - no importa cuán bendecido me sienta o cuán baja sea mi condición - tú estás allí. No me puedo alejar de tu amor implacable. Y no puedo ahuyentarlo. Tú nunca aceptas mis argumentos acerca de cuán indigno soy. Aún cuando soy desobediente - pecando contra tu verdad, cuando no aprecio tu gracia - tú nunca dejas de amarme. ¡Tu amor por mí es implacable!”
En un momento bajo, David oro: “Señor, tú asentaste mi alma en un lugar celestial. Me diste luz para que entienda tu Palabra. La hiciste una lámpara para guiar mis pies. Pero he caído tan bajo, no veo como pueda recuperarme. He preparado mi cama en el infierno; y merezco ira y castigo. Tú eres muy exaltado y santo para amarme en esta condición.”
David había pecado gravemente. Este es el mismo hombre que había disfrutado diariamente de aportación espiritual de consejeros piadosos. Él fue enseñado por rectos hombres de Dios. Él fue ministrado por el Espíritu Santo. Él recibió revelaciones de la Palabra de Dios. Aún así, a pesar de muchas bendiciones y su vida consagrada, David desobedeció la ley de Dios rotundamente.
Estoy seguro que conoces la historia del pecado de David. Él deseó la mujer de otro hombre y la embarazó. Entonces él trató de cubrir su pecado emborrachando al esposo, esperando que el hombre se acostara con su esposa embarazada. Cuando eso fracasó, David mató al esposo. Él confabuló enviando al hombre a una batalla perdida, sabiendo que él moriría.
Las Escrituras dicen: “Mas esto que David había hecho; fue desagradable ante los ojos de Jehová.” (2 Samuel 11:27). Dios llamó las acciones de David “un gran mal.” Y él envió al profeta Natán a decirle: “Con este asunto hiciste blasfemar a los enemigos de Jehová.” (12:14).
El Señor entonces disciplinó a David, diciendo que él sufriría severas consecuencias. Natán profetizó: “El hijo que te ha nacido ciertamente morirá.” (12:14). David oró el día entero por la salud del bebé. Pero la criatura murió, y David lloró profundamente por las cosas terribles que él había causado.
Todavía, a pesar del pecado de David, Dios seguía persiguiéndolo con su amor. Mientras el mundo se mofaba de la fe de este hombre caído, Dios le dio a David una muestra de su amor implacable. Betsabé ahora era la esposa de David y ella dio a luz a otra criatura. David, “llamó su nombre Salomón, al cual amó Jehová.” (12:24). El nacimiento y la vida de Salomón fueron una bendición totalmente inmerecida para David. Pero el amor de Dios por David nunca amainó, aún en la hora de su mayor vergüenza. Él siguió tras David de manera implacable.
Considera también el testimonio del apóstol Pablo. Mientras leemos de la vida de Pablo, vemos a un hombre empeñado por destruir la iglesia de Dios. Pablo parecía un loco en su odio hacia los cristianos. Él suspiraba amenazas de matanza contra todos los que seguían a Jesús. Él buscó la autorización del sumo sacerdote para cazar a los creyentes, para así entrar en sus casas y arrastrarlos a la prisión.
Después que fue convertido, Pablo testificó que aún durante esos años llenos de odio - mientras él estaba lleno de prejuicios y mataba ciegamente a los discípulos de Cristo - Dios lo amaba. El apóstol escribió: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aun pecadores, Cristo murió por nosotros.” (Romanos 5:8). Él dijo en esencia: “Aunque yo no estaba conciente de esto, Dios me estaba persiguiendo. Él siguió detrás de mi en amor, hasta ese día cuando literalmente él me tumbo de mi cabalgadura. Ese fue el implacable amor de Dios.”
A través de los años, Pablo estaba aun más convencido que Dios le amaría fervientemente hasta el fin, a través de sus altas y bajas. Él declaró: “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (8:38-39). Él estaba declarando: “Ahora que le pertenezco a Dios, nada puede separarme de su amor. Ningún diablo, ni demonio, ni principado, ni hombre, ni ángel - nada puede detener a Dios de amarme.”
La mayoría de los creyentes han leído este pasaje una y otra vez. Lo han escuchado predicar por años. Sin embargo, creo que la mayoría de los cristianos encuentran que las palabras de Pablo son difíciles de creer. Cada vez que nosotros pecamos o le fallamos a Dios, perdemos todo sentido de la verdad de su amor por nosotros. Luego, cuando algo malo nos pasa, pensamos: “Dios me esta azotando.” Terminamos culpándolo de cada problema, prueba, enfermedad y dificultad.
En realidad, estamos diciendo: “Dios has dejado de amarme, porque te falle. Le disgusté y él esta enojado conmigo.” De repente, dejamos de comprender el implacable amor de Dios por nosotros. Olvidamos que él nos persigue continuamente en todo tiempo, sin importar nuestra condición. Todavía aun, lo cierto es, que no podemos enfrentar la vida y todos sus terrores y penurias sin asirnos de esta verdad. Debemos estar convencidos del amor de Dios por nosotros.
Conozco a muchos ministros que hablan mucho del amor de Dios y libremente lo ofrecen a los demás. Pero cuando el enemigo viene rugiendo como un diluvio a sus propias vidas, son llevados por él. Caen en un hoyo de desesperación; incapaces de confiar en la Palabra de Dios. Ellos no pueden creer que Dios pueda aceptarlos, porque están convencidos que Dios se dio por vencido en ellos.
Pablo se dirige a este asunto crucial para todos nosotros en un solo versículo. Él les había escrito dos cartas a los Corintios y decidió terminar la última con esta oración: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros” (2 Corintios 13:14).
Puede que reconozcas este versículo. A menudo es usado en los servicios eclesiásticos como una bendición. Usualmente es pronunciado de memoria por el pastor y pocos oidores echan mano de su enorme significado. Sin embargo, este versículo no es tan sólo una bendición. Es el resumen de todo lo que Pablo le había enseñado a los Corintios acerca del amor de Dios.
Este versículo trata con tres temas divinos: la gracia de Cristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo. Pablo estaba orando que los Corintios pudieran echar mano de estas verdades. Creo que si nosotros también podemos comprender estos tres temas, nunca más dudaremos del implacable amor de Dios por nosotros:
<CENTER>1. Primero, Pablo considera la gracia de Jesucristo.</CENTER>
Exactamente, ¿qué es la gracia? Sabemos esto de ella: lo que sea la gracia, Pablo dice que nos “(enseñará) que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente” (Tito 2:12).
¿Cómo alcanzamos tal lugar, donde podamos ser enseñados por la gracia? ¿Y cuál es la enseñanza que la gracia ofrece? Según Pablo, la gracia nos enseña a renunciar a la impiedad y la lujuria, y a vivir una vida santa y pura. Si es así, entonces necesitamos que el Espíritu Santo ilumine en nuestras almas los fundamentos verdaderos de esta doctrina.
Encontramos el secreto a la declaración de Pablo acerca de la gracia en 2 de Corintios 8:9. Él declara: “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos.” Pablo no se está refiriendo a riquezas materiales aquí, sino acerca de riquezas espirituales. (Numerosos pasajes comprueban esto. En todas sus cartas, Pablo habla de las riquezas de la gloria de Cristo, las riquezas de la sabiduría, riquezas de gracia, de ser ricos en misericordia, fe y buenas obras. De igual manera, el Nuevo Testamento se refiere a las riquezas espirituales como opuestas a la mentira de las riquezas mundanas.)
Pablo nos está diciendo: “Aquí esta todo lo que necesitas saber acerca del significado de la gracia. Llega a nosotros a través del ejemplo del Señor. Sencillamente, Jesús vino a bendecir, edificar y animar a otros a expensa propia. Esa es la gracia de Cristo. “Siendo rico, por nosotros se hizo pobre, para que a través de su pobreza nosotros fuésemos ricos.”
Jesús no vino a magnificarse o traer gloria a sí mismo. Él entregó todo derecho al “Yo” en mayúscula, significando todo énfasis en el “Yo, y lo mío.” Cristo dejó pasar toda oportunidad para ser el mayor entre sus compañeros. Piénselo: él nunca pidió que la bendición se derramara sobre él para ser conocido o aceptado por los demás. Él no impuso su peso divino para obtener poder o reconocimiento. Él no se exaltó a expensas del pobre; u hombres menos hábiles. Y él no se glorió en su propio poder; habilidad o logros. No, Jesús vino a edificar un cuerpo. Y él lo demostró al gloriarse en las bendiciones de Dios sobre los demás.
Cuando Cristo caminó sobre la tierra, él no estaba en competencia con nadie. Seguramente que escuchó a sus discípulos glorificando sus grandes obras. Sin embargo, en toda humildad, Jesús respondió: “Ustedes van a sobrepasarme. Les digo, ustedes harán mayores obras que todas las mías.” Luego, cuando llegaron los reportes que sus discípulos estaban haciendo esas mismas obras, echando fuera demonios y sanando gente, él danzó con gozo.
¿Cuántos de nosotros podemos reclamar este mismo tipo de gracia? A mi vista, dolorosamente está en falta en la mayor parte de la iglesia. Pocos cristianos verdaderamente se regocijan cuando ven a sus hermanos o hermanas bendecidos por Dios. Esto es especialmente cierto de muchos pastores. Cuando ellos ven a otro pastor cosechando las bendiciones de Dios, sólo piensan en su propia condición. Ellos dicen: “Yo he estado luchando en oración por años. Pero ahora este joven predicador viene al pueblo y Dios comienza a derramar bendición sobre él. ¿Y yo?”
Aquí está el implacable amor de Dios: el regocijarnos al ver a otros bendecidos por encima de nosotros. Pablo escribe: “El amor sea sin fingimiento. Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a la honra, prefiriéndoos los unos a los otros.” (Romanos 12:9-10). Aquí tenemos una gracia que está dispuesta a mantenerse humilde, aún cuando se regocija en la bendición de otro.
<CENTER>En la primera carta de Pablo a los Corintios,
él dice que ve muy poco de este tipo de gracia.</CENTER>
Pablo encontró a los cristianos Corintios en competencia unos con otros. La iglesia estaba llena de auto exaltación, autopromoción, y búsqueda propia. Hombres y mujeres se gloriaban en sus dones espirituales, empujando por estatus y posición. Ellos hasta competían en la mesa de santa cena. Los creyentes opulentos desfilaban sus comidas exóticas, mientras que los pobres no tenían nada que traer. Otros estaban tan orgullosos, que les parecía como nada demandarse unos contra otros para arreglar sus disputas.
Todo esto era contrario a la gracia que Pablo predicaba. Estos corintios estaban sellados con un “Yo” en mayúsculas inmensas. Para ellos era todo tomar y no dar. Aún hoy la palabra “corintio” tiene como connotación su carnalidad y mundanalidad.
Pablo les dijo a estos creyentes: “De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. … ¿no sois carnales, y andáis como hombres?” (1 Corintios 3:1,3). Piensa en lo que Pablo estaba diciendo. Los bebés sólo buscan satisfacer sus propias necesidades. Gritan para que los mimen. Y los corintios eran niños en esta forma. Esta gente era suave con el pecado, algunos entregándose a la fornicación y hasta el incesto.
Cuando pensamos en tales creyentes, la palabra “santo” no llega a la mente. Sin embargo, a pesar de toda su carnalidad, Dios dirigió a Pablo a escribirles a esta gente como “la iglesia de Dios… a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos… Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo” (1:2-3).
¿Era esto un error? ¿Estaría Dios guiñando al compromiso de la iglesia? No, nunca. Dios conocía todo acerca de la condición de los Corintios. Y él nunca pasa por alto sus pecados. No, él saludo lleno de gracia de Pablo es un cuadro del amor implacable de Dios. Trata de imaginarte la maravilla de los corintios mientras escuchaban leer la carta de Pablo en la iglesia. Aquí estaban creyentes contentos consigo mismos sólo mirando por el numero uno. Sin embargo, Pablo, escribiendo bajo inspiración divina, se dirige a ellos como “santos” y “santificados en Cristo.” ¿Por qué? Dios estaba asegurando a su pueblo. Déjame explicar.
Si Dios nos juzgara conforme a nuestra condición, seríamos salvos un minuto y condenados el otro. Seríamos convertidos diez veces al día y nos deslizaríamos diez veces diariamente. Cada cristiano honesto debe admitir que su propia condición, aun en lo mejor, es una de lucha. Todos aún estamos peleando, aún tenemos que depender de la fe en las promesas de Dios de misericordia. Eso es porque aún tenemos debilidades y fragilidades en la carne.
Gracias al Señor que él no nos juzga conforme a nuestra condición. Al contrario, él nos juzga por nuestra posición. Ves, aunque somos débiles y pecadores, le hemos entregado nuestros corazones a Jesús, y por fe el Padre nos ha sentado con Cristo en lugares celestiales. Esa es nuestra posición. Por lo tanto, cuando Dios nos mira, él no nos ve según nuestra condición pecadora sino según nuestra posición celestial en Cristo.
Por favor no me malinterprete. Cuando digo que Dios asegura a su pueblo en gracia, no me estoy refiriendo a la doctrina que permite al creyente a continuar en pecado promiscuo. La Biblia aclara que es posible para cualquier creyente alejarse de Dios y rechazar su amor. Tal persona puede endurecer su corazón tan repetidamente y tan rígidamente, que el amor de Dios no penetrara las paredes que él ha levantado.
Ahora mismo, puedes estar en una condición como la de los corintios. Pero Dios ve tu posición como que estas únicamente en Cristo. Así fue como él trató con los corintios. Cuando Dios los miraba, él sabía que ellos no tenían recursos para cambiar. Ellos no tenían poder en sí mismos para ser piadosos de repente. Por eso él inspiró a Pablo a dirigirse a ellos como santos santificados. El Señor quería que ellos conocieran la seguridad de su posición en Cristo.
¿Luchas con una debilidad? Si es así, quiero que sepas que Dios nunca será obstaculizado en su amor por ti. Escúchalo llamándote “santo,” “santificado,” “aceptado.” Y echa mano de la verdad que Pablo describe: “Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención;” (1 Corintios 1:30).
<CENTER>2. A continuación, Pablo habla del amor de Dios.</CENTER>
En la primera epístola de Pablo a los Corintios, él se dirige a la necesidad de ellos por la gracia de Dios. Esto es a causa de sus fracasos. Pero en su segunda carta, Pablo enfoca sobre el amor de Dios. Él sabia que el implacable amor de Dios era el único poder capaz de cambiar el corazón de cualquiera. Y la segunda carta de Pablo comprueba que Dios elige usar amor como su manera de mostrar su poder.
Primera de Corintios 13:4-8 nos ofrece una poderosa verdad acerca del amor implacable de Dios. Sin duda, has escuchado este pasaje muchas veces, desde los púlpitos de la iglesia y en bodas: “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser;…”
La mayoría de nosotros piensa: “Este es el tipo de amor que Dios espera de nosotros.” Eso es verdad, en cierto sentido. Pero el hecho es que nadie puede dar la medida de esta definición de amor. No, todo este pasaje es acerca del amor de Dios. El versículo 8 lo comprueba: “El amor nunca deja de ser.” El amor humano falla. Pero aquí tenemos un amor que es incondicional, nunca se da por vencido. Soporta cada fallo, cada desilusión. No se recrea mirando los pecados de los hijos de Dios; al contrario, llora por ellos. Y resiste todo argumento que dice que somos demasiado pecadores y no merecedores de ser ser amados. En resumen, este tipo de amor es implacable, nunca se detiene en su persecución del amado. Esto sólo puede describir el amor de Dios todopoderoso.
Considera como este amor poderoso afectó a Pablo. En su primera carta a los Corintios, el apóstol tenía toda razón para abandonar la iglesia. Él tenía muchas razones para estar enojado con ellos. Y fácilmente él podía desecharlos por inútiles, desesperarse con sus niñerías y pecaminosidad. Él podía comenzar su carta de esta manera: “Me lavo las manos de ustedes. Ustedes son un pueblo incorregible. Todo este tiempo he derramado mi propia vida por ustedes. Sin embargo, mientras más los amo, menos me aman ustedes a mí. Basta ya - los entrego a sus propios deseos. Adelante, peleen entre ustedes. Mi trabajo con ustedes terminó.”
Pablo nunca podría escribir esto. ¿Por qué? Él había sido detenido por el amor de Dios. En Primera de Corintios, leemos de él entregando a un hombre a Satanás, para la destrucción de la carne del hombre. Esto suena severo. Pero, ¿cuál era el propósito de Pablo? Era para que el alma del hombre pudiera ser salva (ver 1 Corintios 5:5). También vemos a Pablo, agudamente reprendiendo, corrigiendo y amonestando. Pero él lo hizo todo con lagrimas, con la suavidad de una enfermera.
¿Cómo reaccionaron los carnales Corintios al mensaje de Pablo del amor triunfante de Dios? Ellos se derritieron ante sus palabras. Pablo después les dijo: “Porque he aquí, esto mismo de que hayáis sido contristados según Dios… ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados, sino porque fuisteis contristados para arrepentimiento; porque habéis sido contristados según Dios, para que ninguna pérdida padeciéseis por nuestra parte. Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación.” (2 Corintios 7:11, 9-10). Pablo les estaba diciendo: “Ustedes se han limpiado, estaban indignados por sus pecados, y ahora están llenos de celo y temor santo. Se han probado claros y limpios.”
Les digo, esos corintios fueron cambiados por el poder del amor implacable de Dios. Mientras leemos la segunda carta de Pablo a ellos, encontramos que el gran “Yo” en esta iglesia desapareció. El poder del pecado fue roto y el “yo” tragado por la tristeza santa. Esta gente ya no estaba envuelta en dones, señales y maravillas. Su énfasis ahora era dar en vez de recibir. Ellos recaudaban ofrendas para enviarlas a creyentes que habían sido azotados con gran hambruna. Y el cambio vino por la predicación del amor de Dios.
Yo estoy personalmente convencido por esta verdad. En mi juventud, yo prediqué mensajes acerca de la mala condición de la iglesia. Me desesperaba por el estado deplorable de tanta gente de Dios. Y salí a corregir estas cosas con espada y martillo. Golpeé el compromiso y desmenucé todo lo que estaba a mi vista. Y en el proceso, puse a la gente bajo condenación que nunca debió ser.
Si Pablo hubiera predicado de esa manera en Corintios, seguro que hubiera desmenuzado toda carnalidad, hubiera echado abajo a los fornicarios, y hubiera detenido las demandas. Pero esa iglesia se hubiera deshecho. No hubiera quedado congregación para ser reprendida por Pablo. Tal forma de predicar es mal dirigida por celo humano. Es usualmente el resultado de la falta de revelación personal del predicador, del amor de Dios por él.
<CENTER>3. Finalmente, Pablo enfoca la comunión del Espíritu Santo.</CENTER>
La frase griega que Pablo usa se traduce como, “el compañerismo del Espíritu Santo.” Al principio, los corintios no sabían nada acerca de tal compañerismo. El cuerpo de la iglesia estaba galopante con individualismo. Pablo dijo de ellos: “…cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y Yo de Cristo” (1 Corintios 1:12).
Este individualismo lo llevaban a los dones espirituales de la gente. Aparentemente, los corintios sólo iban a la iglesia para edificarse a sí mismos. Uno llegaba con el don de lenguas, otro con una profecía, otro con una palabra de sabiduría - todavía ellos están usando sus dones para servirse a sí mismos. Todos querían irse diciendo, “Hoy, yo di una profecía,” o “Hablé poderosamente en el Espíritu.” Y estaba ocasionando gran desorden. Pablo hizo un llamado explícito por orden, enseñándoles: “Aprendan a callar. Dejen que otro hable. Busquen edificar el cuerpo y no tan sólo a ustedes mismos.”
La obra más profunda del Espíritu Santo trata con algo más que dones espirituales. Señales, maravillas y milagros son todos necesarios, y todos tienen su lugar. Pero la obra más preciosa del Espíritu de Dios es unir al cuerpo de Cristo. Él busca establecer compañerismo entre el pueblo de Dios, por su poder para unir. Más, muy a menudo hoy, cuando hablamos del compañerismo del Espíritu Santo, tendemos a pensar individualmente. Pensamos en términos de “yo y el Espíritu Santo,” diciendo: “El Espíritu y yo disfrutamos intimidad con Cristo.”
Pablo ata compañerismo y unidad a dos temas que ya hemos tratado: la gracia de Cristo y el amor de Dios. Él dice, en esencia: “Para verdaderamente entender estos dos temas, tienen que unirte. Así es como puedes medir la gracia de Cristo y el amor de Dios en tu vida. Está determinado por tu disponibilidad a ser en plena unidad con todo el cuerpo de Cristo.”
¿Qué significa tener unidad? Significa sacando todo celo y competencia, y no compararte más con otros. En lugar de eso, todos se regocijan cuando un hermano o hermana es bendecido. Y todos están ansiosos por dar en vez de tomar. Sólo esta clase de compañerismo revela verdaderamente la gracia de Cristo y el amor de Dios.
<CENTER>Este mensaje se reduce a esto:
¿Estoy dispuesto a cambiar?</CENTER>
La pregunta es: “¿Realmente quiero permitirle al Espíritu Santo que me muestre dónde necesito cambiar?” Ves, hay un propósito detrás del amor implacable de Dios. Es esto: hay poder en el amor de Dios para solucionar todos tus problemas al cambiarte.
Si me dices que eres buena persona - bondadosa, caritativa, perdonadora, lavada en la sangre de Cristo - yo contesto, el amor de Dios provee algo más que perdón. Puedes ser perdonado y una buena persona, pero aún ser gobernada y esclavizada por tu naturaleza pecaminosa. Todos nacemos con la naturaleza de Adán, la tendencia a pecar. De hecho, es esa naturaleza en nosotros que es fácilmente provocada, envidiosa, lujuriosa, airada, que no perdona. Esta misma naturaleza es la que en nosotros ama el dinero, siembra semillas de destrucción, y no se puede regocijar cuando otros son bendecidos.
Si has estado peleando contra tu naturaleza pecaminosa, estas en una guerra perdida. Esa naturaleza no puede ser cambiada. Siempre será carne y siempre resistirá al Espíritu Santo. Nuestra naturaleza carnal esta más allá de la redención, y por lo tanto, debe ser crucificada. Esto significa admitir: “Nunca podré agradar a Dios por si solo. Yo sé que mi carne nunca me podrá ayudar.”
Debemos recibir una naturaleza nueva, y esa naturaleza es la misma naturaleza de Cristo. Esto no es un rehacer de la vieja naturaleza o un traspasar de la carne. Lo viejo tiene que morir. A lo que me estoy refiriendo es al nacimiento de una naturaleza totalmente nueva. Y el Nuevo Pacto ha hecho provisión para esto: “por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4).
El amor de Dios nos dice: “Quiero asegurar tu posición en Cristo. Tienes que darte por vencido en tratar de cambiar la naturaleza de tu carne, y déjame darte la naturaleza de mi Hijo. Existe sólo una condición para que esto suceda: simplemente cree. Este cambio en naturaleza viene solo por la fe. Debes creer y yo seré Dios para ti.”
Amados, cualquier creyente puede ser como Cristo tanto como desee. Si tan sólo puedes decir: “Creo que Dios realmente me ama,” estás confesando que él te ha ofrecido poder para ser cambiado.
Las Escrituras dicen que todos hemos recibido una medida de fe. Por lo tanto, todos tenemos la capacidad para creerle al Señor por esta infusión de su naturaleza.
Haz esta oración, hoy: “Espíritu Santo, yo sé que no tengo mucha de la gracia a la que Pablo se refiere. Muéstrame dónde necesito cambiar. Yo creo que mi Padre me ama implacablemente. Y ese amor ha hecho provisión para que yo tome su naturaleza. Yo sé que me has dado el poder para ser cambiado por ti. Dame tu naturaleza, Jesús.”
<CENTER>---</CENTER>
Usado con permiso por World Challenge, P. O. Box 260, Lindale, TX 75771, USA.
¿Fue este mensaje de bendición para usted? Entonces compártalo con un amigo.
<CENTER>El implacable amor de Dios
(The Unrelenting Love of God)</CENTER>
Por David Wilkerson
7 de abril de 2003
__________
“Quiero hablarles acerca de la palabra implacable. Significa que no disminuye en intensidad o esfuerzo - no se rinde, ni se compromete, es incapaz de ser cambiado o persuadido con argumentos. Ser implacable es apegarse a un rumbo determinado.
Qué maravillosa descripción del amor de Dios. El amor de nuestro Señor es absolutamente implacable. Nada puede entorpecer o disminuir su búsqueda amorosa tanto de pecadores como de santos. David, el salmista, lo expresó de esta manera: “Detrás y delante me rodeaste… ¿a dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estas tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás.” (Salmo 139:5, 7-8).
David está hablando de las grandes altas y bajas que enfrentamos en la vida. Él está diciendo: “Hay tiempos cuando soy tan bendecido que me siento levantado con gozo. En otros tiempos, me siento como si estuviera en el mismo infierno, condenado e indigno. Pero no importa donde esté, Señor - no importa cuán bendecido me sienta o cuán baja sea mi condición - tú estás allí. No me puedo alejar de tu amor implacable. Y no puedo ahuyentarlo. Tú nunca aceptas mis argumentos acerca de cuán indigno soy. Aún cuando soy desobediente - pecando contra tu verdad, cuando no aprecio tu gracia - tú nunca dejas de amarme. ¡Tu amor por mí es implacable!”
En un momento bajo, David oro: “Señor, tú asentaste mi alma en un lugar celestial. Me diste luz para que entienda tu Palabra. La hiciste una lámpara para guiar mis pies. Pero he caído tan bajo, no veo como pueda recuperarme. He preparado mi cama en el infierno; y merezco ira y castigo. Tú eres muy exaltado y santo para amarme en esta condición.”
David había pecado gravemente. Este es el mismo hombre que había disfrutado diariamente de aportación espiritual de consejeros piadosos. Él fue enseñado por rectos hombres de Dios. Él fue ministrado por el Espíritu Santo. Él recibió revelaciones de la Palabra de Dios. Aún así, a pesar de muchas bendiciones y su vida consagrada, David desobedeció la ley de Dios rotundamente.
Estoy seguro que conoces la historia del pecado de David. Él deseó la mujer de otro hombre y la embarazó. Entonces él trató de cubrir su pecado emborrachando al esposo, esperando que el hombre se acostara con su esposa embarazada. Cuando eso fracasó, David mató al esposo. Él confabuló enviando al hombre a una batalla perdida, sabiendo que él moriría.
Las Escrituras dicen: “Mas esto que David había hecho; fue desagradable ante los ojos de Jehová.” (2 Samuel 11:27). Dios llamó las acciones de David “un gran mal.” Y él envió al profeta Natán a decirle: “Con este asunto hiciste blasfemar a los enemigos de Jehová.” (12:14).
El Señor entonces disciplinó a David, diciendo que él sufriría severas consecuencias. Natán profetizó: “El hijo que te ha nacido ciertamente morirá.” (12:14). David oró el día entero por la salud del bebé. Pero la criatura murió, y David lloró profundamente por las cosas terribles que él había causado.
Todavía, a pesar del pecado de David, Dios seguía persiguiéndolo con su amor. Mientras el mundo se mofaba de la fe de este hombre caído, Dios le dio a David una muestra de su amor implacable. Betsabé ahora era la esposa de David y ella dio a luz a otra criatura. David, “llamó su nombre Salomón, al cual amó Jehová.” (12:24). El nacimiento y la vida de Salomón fueron una bendición totalmente inmerecida para David. Pero el amor de Dios por David nunca amainó, aún en la hora de su mayor vergüenza. Él siguió tras David de manera implacable.
Considera también el testimonio del apóstol Pablo. Mientras leemos de la vida de Pablo, vemos a un hombre empeñado por destruir la iglesia de Dios. Pablo parecía un loco en su odio hacia los cristianos. Él suspiraba amenazas de matanza contra todos los que seguían a Jesús. Él buscó la autorización del sumo sacerdote para cazar a los creyentes, para así entrar en sus casas y arrastrarlos a la prisión.
Después que fue convertido, Pablo testificó que aún durante esos años llenos de odio - mientras él estaba lleno de prejuicios y mataba ciegamente a los discípulos de Cristo - Dios lo amaba. El apóstol escribió: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aun pecadores, Cristo murió por nosotros.” (Romanos 5:8). Él dijo en esencia: “Aunque yo no estaba conciente de esto, Dios me estaba persiguiendo. Él siguió detrás de mi en amor, hasta ese día cuando literalmente él me tumbo de mi cabalgadura. Ese fue el implacable amor de Dios.”
A través de los años, Pablo estaba aun más convencido que Dios le amaría fervientemente hasta el fin, a través de sus altas y bajas. Él declaró: “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (8:38-39). Él estaba declarando: “Ahora que le pertenezco a Dios, nada puede separarme de su amor. Ningún diablo, ni demonio, ni principado, ni hombre, ni ángel - nada puede detener a Dios de amarme.”
La mayoría de los creyentes han leído este pasaje una y otra vez. Lo han escuchado predicar por años. Sin embargo, creo que la mayoría de los cristianos encuentran que las palabras de Pablo son difíciles de creer. Cada vez que nosotros pecamos o le fallamos a Dios, perdemos todo sentido de la verdad de su amor por nosotros. Luego, cuando algo malo nos pasa, pensamos: “Dios me esta azotando.” Terminamos culpándolo de cada problema, prueba, enfermedad y dificultad.
En realidad, estamos diciendo: “Dios has dejado de amarme, porque te falle. Le disgusté y él esta enojado conmigo.” De repente, dejamos de comprender el implacable amor de Dios por nosotros. Olvidamos que él nos persigue continuamente en todo tiempo, sin importar nuestra condición. Todavía aun, lo cierto es, que no podemos enfrentar la vida y todos sus terrores y penurias sin asirnos de esta verdad. Debemos estar convencidos del amor de Dios por nosotros.
Conozco a muchos ministros que hablan mucho del amor de Dios y libremente lo ofrecen a los demás. Pero cuando el enemigo viene rugiendo como un diluvio a sus propias vidas, son llevados por él. Caen en un hoyo de desesperación; incapaces de confiar en la Palabra de Dios. Ellos no pueden creer que Dios pueda aceptarlos, porque están convencidos que Dios se dio por vencido en ellos.
Pablo se dirige a este asunto crucial para todos nosotros en un solo versículo. Él les había escrito dos cartas a los Corintios y decidió terminar la última con esta oración: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros” (2 Corintios 13:14).
Puede que reconozcas este versículo. A menudo es usado en los servicios eclesiásticos como una bendición. Usualmente es pronunciado de memoria por el pastor y pocos oidores echan mano de su enorme significado. Sin embargo, este versículo no es tan sólo una bendición. Es el resumen de todo lo que Pablo le había enseñado a los Corintios acerca del amor de Dios.
Este versículo trata con tres temas divinos: la gracia de Cristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo. Pablo estaba orando que los Corintios pudieran echar mano de estas verdades. Creo que si nosotros también podemos comprender estos tres temas, nunca más dudaremos del implacable amor de Dios por nosotros:
<CENTER>1. Primero, Pablo considera la gracia de Jesucristo.</CENTER>
Exactamente, ¿qué es la gracia? Sabemos esto de ella: lo que sea la gracia, Pablo dice que nos “(enseñará) que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente” (Tito 2:12).
¿Cómo alcanzamos tal lugar, donde podamos ser enseñados por la gracia? ¿Y cuál es la enseñanza que la gracia ofrece? Según Pablo, la gracia nos enseña a renunciar a la impiedad y la lujuria, y a vivir una vida santa y pura. Si es así, entonces necesitamos que el Espíritu Santo ilumine en nuestras almas los fundamentos verdaderos de esta doctrina.
Encontramos el secreto a la declaración de Pablo acerca de la gracia en 2 de Corintios 8:9. Él declara: “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos.” Pablo no se está refiriendo a riquezas materiales aquí, sino acerca de riquezas espirituales. (Numerosos pasajes comprueban esto. En todas sus cartas, Pablo habla de las riquezas de la gloria de Cristo, las riquezas de la sabiduría, riquezas de gracia, de ser ricos en misericordia, fe y buenas obras. De igual manera, el Nuevo Testamento se refiere a las riquezas espirituales como opuestas a la mentira de las riquezas mundanas.)
Pablo nos está diciendo: “Aquí esta todo lo que necesitas saber acerca del significado de la gracia. Llega a nosotros a través del ejemplo del Señor. Sencillamente, Jesús vino a bendecir, edificar y animar a otros a expensa propia. Esa es la gracia de Cristo. “Siendo rico, por nosotros se hizo pobre, para que a través de su pobreza nosotros fuésemos ricos.”
Jesús no vino a magnificarse o traer gloria a sí mismo. Él entregó todo derecho al “Yo” en mayúscula, significando todo énfasis en el “Yo, y lo mío.” Cristo dejó pasar toda oportunidad para ser el mayor entre sus compañeros. Piénselo: él nunca pidió que la bendición se derramara sobre él para ser conocido o aceptado por los demás. Él no impuso su peso divino para obtener poder o reconocimiento. Él no se exaltó a expensas del pobre; u hombres menos hábiles. Y él no se glorió en su propio poder; habilidad o logros. No, Jesús vino a edificar un cuerpo. Y él lo demostró al gloriarse en las bendiciones de Dios sobre los demás.
Cuando Cristo caminó sobre la tierra, él no estaba en competencia con nadie. Seguramente que escuchó a sus discípulos glorificando sus grandes obras. Sin embargo, en toda humildad, Jesús respondió: “Ustedes van a sobrepasarme. Les digo, ustedes harán mayores obras que todas las mías.” Luego, cuando llegaron los reportes que sus discípulos estaban haciendo esas mismas obras, echando fuera demonios y sanando gente, él danzó con gozo.
¿Cuántos de nosotros podemos reclamar este mismo tipo de gracia? A mi vista, dolorosamente está en falta en la mayor parte de la iglesia. Pocos cristianos verdaderamente se regocijan cuando ven a sus hermanos o hermanas bendecidos por Dios. Esto es especialmente cierto de muchos pastores. Cuando ellos ven a otro pastor cosechando las bendiciones de Dios, sólo piensan en su propia condición. Ellos dicen: “Yo he estado luchando en oración por años. Pero ahora este joven predicador viene al pueblo y Dios comienza a derramar bendición sobre él. ¿Y yo?”
Aquí está el implacable amor de Dios: el regocijarnos al ver a otros bendecidos por encima de nosotros. Pablo escribe: “El amor sea sin fingimiento. Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a la honra, prefiriéndoos los unos a los otros.” (Romanos 12:9-10). Aquí tenemos una gracia que está dispuesta a mantenerse humilde, aún cuando se regocija en la bendición de otro.
<CENTER>En la primera carta de Pablo a los Corintios,
él dice que ve muy poco de este tipo de gracia.</CENTER>
Pablo encontró a los cristianos Corintios en competencia unos con otros. La iglesia estaba llena de auto exaltación, autopromoción, y búsqueda propia. Hombres y mujeres se gloriaban en sus dones espirituales, empujando por estatus y posición. Ellos hasta competían en la mesa de santa cena. Los creyentes opulentos desfilaban sus comidas exóticas, mientras que los pobres no tenían nada que traer. Otros estaban tan orgullosos, que les parecía como nada demandarse unos contra otros para arreglar sus disputas.
Todo esto era contrario a la gracia que Pablo predicaba. Estos corintios estaban sellados con un “Yo” en mayúsculas inmensas. Para ellos era todo tomar y no dar. Aún hoy la palabra “corintio” tiene como connotación su carnalidad y mundanalidad.
Pablo les dijo a estos creyentes: “De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. … ¿no sois carnales, y andáis como hombres?” (1 Corintios 3:1,3). Piensa en lo que Pablo estaba diciendo. Los bebés sólo buscan satisfacer sus propias necesidades. Gritan para que los mimen. Y los corintios eran niños en esta forma. Esta gente era suave con el pecado, algunos entregándose a la fornicación y hasta el incesto.
Cuando pensamos en tales creyentes, la palabra “santo” no llega a la mente. Sin embargo, a pesar de toda su carnalidad, Dios dirigió a Pablo a escribirles a esta gente como “la iglesia de Dios… a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos… Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo” (1:2-3).
¿Era esto un error? ¿Estaría Dios guiñando al compromiso de la iglesia? No, nunca. Dios conocía todo acerca de la condición de los Corintios. Y él nunca pasa por alto sus pecados. No, él saludo lleno de gracia de Pablo es un cuadro del amor implacable de Dios. Trata de imaginarte la maravilla de los corintios mientras escuchaban leer la carta de Pablo en la iglesia. Aquí estaban creyentes contentos consigo mismos sólo mirando por el numero uno. Sin embargo, Pablo, escribiendo bajo inspiración divina, se dirige a ellos como “santos” y “santificados en Cristo.” ¿Por qué? Dios estaba asegurando a su pueblo. Déjame explicar.
Si Dios nos juzgara conforme a nuestra condición, seríamos salvos un minuto y condenados el otro. Seríamos convertidos diez veces al día y nos deslizaríamos diez veces diariamente. Cada cristiano honesto debe admitir que su propia condición, aun en lo mejor, es una de lucha. Todos aún estamos peleando, aún tenemos que depender de la fe en las promesas de Dios de misericordia. Eso es porque aún tenemos debilidades y fragilidades en la carne.
Gracias al Señor que él no nos juzga conforme a nuestra condición. Al contrario, él nos juzga por nuestra posición. Ves, aunque somos débiles y pecadores, le hemos entregado nuestros corazones a Jesús, y por fe el Padre nos ha sentado con Cristo en lugares celestiales. Esa es nuestra posición. Por lo tanto, cuando Dios nos mira, él no nos ve según nuestra condición pecadora sino según nuestra posición celestial en Cristo.
Por favor no me malinterprete. Cuando digo que Dios asegura a su pueblo en gracia, no me estoy refiriendo a la doctrina que permite al creyente a continuar en pecado promiscuo. La Biblia aclara que es posible para cualquier creyente alejarse de Dios y rechazar su amor. Tal persona puede endurecer su corazón tan repetidamente y tan rígidamente, que el amor de Dios no penetrara las paredes que él ha levantado.
Ahora mismo, puedes estar en una condición como la de los corintios. Pero Dios ve tu posición como que estas únicamente en Cristo. Así fue como él trató con los corintios. Cuando Dios los miraba, él sabía que ellos no tenían recursos para cambiar. Ellos no tenían poder en sí mismos para ser piadosos de repente. Por eso él inspiró a Pablo a dirigirse a ellos como santos santificados. El Señor quería que ellos conocieran la seguridad de su posición en Cristo.
¿Luchas con una debilidad? Si es así, quiero que sepas que Dios nunca será obstaculizado en su amor por ti. Escúchalo llamándote “santo,” “santificado,” “aceptado.” Y echa mano de la verdad que Pablo describe: “Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención;” (1 Corintios 1:30).
<CENTER>2. A continuación, Pablo habla del amor de Dios.</CENTER>
En la primera epístola de Pablo a los Corintios, él se dirige a la necesidad de ellos por la gracia de Dios. Esto es a causa de sus fracasos. Pero en su segunda carta, Pablo enfoca sobre el amor de Dios. Él sabia que el implacable amor de Dios era el único poder capaz de cambiar el corazón de cualquiera. Y la segunda carta de Pablo comprueba que Dios elige usar amor como su manera de mostrar su poder.
Primera de Corintios 13:4-8 nos ofrece una poderosa verdad acerca del amor implacable de Dios. Sin duda, has escuchado este pasaje muchas veces, desde los púlpitos de la iglesia y en bodas: “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser;…”
La mayoría de nosotros piensa: “Este es el tipo de amor que Dios espera de nosotros.” Eso es verdad, en cierto sentido. Pero el hecho es que nadie puede dar la medida de esta definición de amor. No, todo este pasaje es acerca del amor de Dios. El versículo 8 lo comprueba: “El amor nunca deja de ser.” El amor humano falla. Pero aquí tenemos un amor que es incondicional, nunca se da por vencido. Soporta cada fallo, cada desilusión. No se recrea mirando los pecados de los hijos de Dios; al contrario, llora por ellos. Y resiste todo argumento que dice que somos demasiado pecadores y no merecedores de ser ser amados. En resumen, este tipo de amor es implacable, nunca se detiene en su persecución del amado. Esto sólo puede describir el amor de Dios todopoderoso.
Considera como este amor poderoso afectó a Pablo. En su primera carta a los Corintios, el apóstol tenía toda razón para abandonar la iglesia. Él tenía muchas razones para estar enojado con ellos. Y fácilmente él podía desecharlos por inútiles, desesperarse con sus niñerías y pecaminosidad. Él podía comenzar su carta de esta manera: “Me lavo las manos de ustedes. Ustedes son un pueblo incorregible. Todo este tiempo he derramado mi propia vida por ustedes. Sin embargo, mientras más los amo, menos me aman ustedes a mí. Basta ya - los entrego a sus propios deseos. Adelante, peleen entre ustedes. Mi trabajo con ustedes terminó.”
Pablo nunca podría escribir esto. ¿Por qué? Él había sido detenido por el amor de Dios. En Primera de Corintios, leemos de él entregando a un hombre a Satanás, para la destrucción de la carne del hombre. Esto suena severo. Pero, ¿cuál era el propósito de Pablo? Era para que el alma del hombre pudiera ser salva (ver 1 Corintios 5:5). También vemos a Pablo, agudamente reprendiendo, corrigiendo y amonestando. Pero él lo hizo todo con lagrimas, con la suavidad de una enfermera.
¿Cómo reaccionaron los carnales Corintios al mensaje de Pablo del amor triunfante de Dios? Ellos se derritieron ante sus palabras. Pablo después les dijo: “Porque he aquí, esto mismo de que hayáis sido contristados según Dios… ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados, sino porque fuisteis contristados para arrepentimiento; porque habéis sido contristados según Dios, para que ninguna pérdida padeciéseis por nuestra parte. Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación.” (2 Corintios 7:11, 9-10). Pablo les estaba diciendo: “Ustedes se han limpiado, estaban indignados por sus pecados, y ahora están llenos de celo y temor santo. Se han probado claros y limpios.”
Les digo, esos corintios fueron cambiados por el poder del amor implacable de Dios. Mientras leemos la segunda carta de Pablo a ellos, encontramos que el gran “Yo” en esta iglesia desapareció. El poder del pecado fue roto y el “yo” tragado por la tristeza santa. Esta gente ya no estaba envuelta en dones, señales y maravillas. Su énfasis ahora era dar en vez de recibir. Ellos recaudaban ofrendas para enviarlas a creyentes que habían sido azotados con gran hambruna. Y el cambio vino por la predicación del amor de Dios.
Yo estoy personalmente convencido por esta verdad. En mi juventud, yo prediqué mensajes acerca de la mala condición de la iglesia. Me desesperaba por el estado deplorable de tanta gente de Dios. Y salí a corregir estas cosas con espada y martillo. Golpeé el compromiso y desmenucé todo lo que estaba a mi vista. Y en el proceso, puse a la gente bajo condenación que nunca debió ser.
Si Pablo hubiera predicado de esa manera en Corintios, seguro que hubiera desmenuzado toda carnalidad, hubiera echado abajo a los fornicarios, y hubiera detenido las demandas. Pero esa iglesia se hubiera deshecho. No hubiera quedado congregación para ser reprendida por Pablo. Tal forma de predicar es mal dirigida por celo humano. Es usualmente el resultado de la falta de revelación personal del predicador, del amor de Dios por él.
<CENTER>3. Finalmente, Pablo enfoca la comunión del Espíritu Santo.</CENTER>
La frase griega que Pablo usa se traduce como, “el compañerismo del Espíritu Santo.” Al principio, los corintios no sabían nada acerca de tal compañerismo. El cuerpo de la iglesia estaba galopante con individualismo. Pablo dijo de ellos: “…cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y Yo de Cristo” (1 Corintios 1:12).
Este individualismo lo llevaban a los dones espirituales de la gente. Aparentemente, los corintios sólo iban a la iglesia para edificarse a sí mismos. Uno llegaba con el don de lenguas, otro con una profecía, otro con una palabra de sabiduría - todavía ellos están usando sus dones para servirse a sí mismos. Todos querían irse diciendo, “Hoy, yo di una profecía,” o “Hablé poderosamente en el Espíritu.” Y estaba ocasionando gran desorden. Pablo hizo un llamado explícito por orden, enseñándoles: “Aprendan a callar. Dejen que otro hable. Busquen edificar el cuerpo y no tan sólo a ustedes mismos.”
La obra más profunda del Espíritu Santo trata con algo más que dones espirituales. Señales, maravillas y milagros son todos necesarios, y todos tienen su lugar. Pero la obra más preciosa del Espíritu de Dios es unir al cuerpo de Cristo. Él busca establecer compañerismo entre el pueblo de Dios, por su poder para unir. Más, muy a menudo hoy, cuando hablamos del compañerismo del Espíritu Santo, tendemos a pensar individualmente. Pensamos en términos de “yo y el Espíritu Santo,” diciendo: “El Espíritu y yo disfrutamos intimidad con Cristo.”
Pablo ata compañerismo y unidad a dos temas que ya hemos tratado: la gracia de Cristo y el amor de Dios. Él dice, en esencia: “Para verdaderamente entender estos dos temas, tienen que unirte. Así es como puedes medir la gracia de Cristo y el amor de Dios en tu vida. Está determinado por tu disponibilidad a ser en plena unidad con todo el cuerpo de Cristo.”
¿Qué significa tener unidad? Significa sacando todo celo y competencia, y no compararte más con otros. En lugar de eso, todos se regocijan cuando un hermano o hermana es bendecido. Y todos están ansiosos por dar en vez de tomar. Sólo esta clase de compañerismo revela verdaderamente la gracia de Cristo y el amor de Dios.
<CENTER>Este mensaje se reduce a esto:
¿Estoy dispuesto a cambiar?</CENTER>
La pregunta es: “¿Realmente quiero permitirle al Espíritu Santo que me muestre dónde necesito cambiar?” Ves, hay un propósito detrás del amor implacable de Dios. Es esto: hay poder en el amor de Dios para solucionar todos tus problemas al cambiarte.
Si me dices que eres buena persona - bondadosa, caritativa, perdonadora, lavada en la sangre de Cristo - yo contesto, el amor de Dios provee algo más que perdón. Puedes ser perdonado y una buena persona, pero aún ser gobernada y esclavizada por tu naturaleza pecaminosa. Todos nacemos con la naturaleza de Adán, la tendencia a pecar. De hecho, es esa naturaleza en nosotros que es fácilmente provocada, envidiosa, lujuriosa, airada, que no perdona. Esta misma naturaleza es la que en nosotros ama el dinero, siembra semillas de destrucción, y no se puede regocijar cuando otros son bendecidos.
Si has estado peleando contra tu naturaleza pecaminosa, estas en una guerra perdida. Esa naturaleza no puede ser cambiada. Siempre será carne y siempre resistirá al Espíritu Santo. Nuestra naturaleza carnal esta más allá de la redención, y por lo tanto, debe ser crucificada. Esto significa admitir: “Nunca podré agradar a Dios por si solo. Yo sé que mi carne nunca me podrá ayudar.”
Debemos recibir una naturaleza nueva, y esa naturaleza es la misma naturaleza de Cristo. Esto no es un rehacer de la vieja naturaleza o un traspasar de la carne. Lo viejo tiene que morir. A lo que me estoy refiriendo es al nacimiento de una naturaleza totalmente nueva. Y el Nuevo Pacto ha hecho provisión para esto: “por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4).
El amor de Dios nos dice: “Quiero asegurar tu posición en Cristo. Tienes que darte por vencido en tratar de cambiar la naturaleza de tu carne, y déjame darte la naturaleza de mi Hijo. Existe sólo una condición para que esto suceda: simplemente cree. Este cambio en naturaleza viene solo por la fe. Debes creer y yo seré Dios para ti.”
Amados, cualquier creyente puede ser como Cristo tanto como desee. Si tan sólo puedes decir: “Creo que Dios realmente me ama,” estás confesando que él te ha ofrecido poder para ser cambiado.
Las Escrituras dicen que todos hemos recibido una medida de fe. Por lo tanto, todos tenemos la capacidad para creerle al Señor por esta infusión de su naturaleza.
Haz esta oración, hoy: “Espíritu Santo, yo sé que no tengo mucha de la gracia a la que Pablo se refiere. Muéstrame dónde necesito cambiar. Yo creo que mi Padre me ama implacablemente. Y ese amor ha hecho provisión para que yo tome su naturaleza. Yo sé que me has dado el poder para ser cambiado por ti. Dame tu naturaleza, Jesús.”
<CENTER>---</CENTER>
Usado con permiso por World Challenge, P. O. Box 260, Lindale, TX 75771, USA.
¿Fue este mensaje de bendición para usted? Entonces compártalo con un amigo.