El espíritu santo, ¿es una persona?

16 Mayo 2010
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El espíritu santo, ¿es una persona?

Muchos piensan que sí, y están convencidos de que lo es, quizás basándose en las palabras de Jesús cuando dijo a sus discípulos que fueran por todas partes haciendo discípulos de gente de todas las naciones, “bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del espíritu santo, enseñándoles todas las cosas que él les había mandado” (Mateo 28:19). Sin embargo, en ningún lugar de la Biblia dice explícitamente que el espíritu santo sea una persona, mientras que por otro lado podemos encontrar muchas indicaciones y razones que demuestran lo contrario.
En las Escrituras a toda persona se le da un nombre que la define o identifica, y especialmente a las personas que juegan un papel destacado en el propósito divino, pero el espíritu santo no tiene nombre, a pesar de que se le da un puesto de lo más elevado, equivalente al del Padre y al del Hijo, ¿no es esto significativo y contradictorio a la posición que se le atribuye? ¿Cómo podríamos discernir racionalmente qué es realmente el espíritu santo tal como lo muestra la palabra de Dios?
Pues bien, en la Biblia se dice que Dios ha hecho al hombre a su imagen y semejanza (Génesis 1:26); naturalmente, esta semejanza no podía ser en el aspecto físico, pues Dios es solo espíritu, invisible e inmaterial, por lo tanto solo podemos asemejarnos a él en el aspecto o facultades espirituales, bondad, sabiduría, justicia, y muchas más, y en eso sí podemos parecernos a él. Dios es un espíritu, y nosotros tenemos un espíritu, cada persona tiene el suyo propio, que puede reflejar las cualidades divinas, ¿diríamos que nosotros estamos formados de dos personas, la material o física y la espiritual? evidentemente no, pues solo somos una sola persona, cada uno de nosotros, hecha de carne y huesos, pero con cualidades espirituales que ni se ven ni se tocan, pero reales, pues producen efectos en nosotros y en los demás.
El espíritu de Dios es santo, al igual que el de Cristo, pues en ellos no existe nada malo, injusto, son perfectos, puros, santos, tanto en pensamientos como en acciones, nunca han hecho ni harán nada que no sea lo mejor para todas sus criaturas inteligentes. Nuestro espíritu no puede ser santo, pues todos somos pecadores con tendencias injustas, y siempre cometemos errores de pensamientos o acción.
Pero cuando vamos conociendo a Dios, sus cualidades y propósitos, y nos sentimos atraídos por ellos, si le abrimos nuestro corazón y nuestra mente, el espíritu santo de Dios penetra en nosotros y nos inunda y purifica interiormente haciendo que empecemos a pensar y sentir como él, y a desear las mismas cosas que él desea que hagamos, esto es lo que significa recibir el espíritu santo en nuestro propio corazón, porque le hemos dado entrada en él.
Y aunque no podemos borrar de nuestra mente los actos y pensamientos malos que siempre quedan grabados en ella cuando los hemos cometido, los nuevos sentimientos que engendra en nuestro corazón la acción del espíritu divino hace que prevalezca en él el deseo de agradar a Dios dejando que dirija nuestras vidas y acciones. Ahora ya no somos controlados por nuestros deseos egoístas e injustos, sino que es la fuerza del espíritu santo la que nos impulsa a hacer lo que Dios quiere que hagamos, actuar siempre con justicia y bondad, igual que el espíritu que nos dirige.
¿Qué significado podemos darle, pues, a las palabras de Jesús mencionadas anteriormente? Pues bien, cuando aceptamos la influencia que el espíritu santo de Dios ejerce sobre nosotros, ya no actuamos impulsados por deseos egoístas y pecaminosos, sino que voluntariamente deseamos hacer solo la voluntad divina, y en su nombre nos dedicamos a dar a conocer a las demás personas las cualidades maravillosas de nuestro Creador y su propósito salvador para todos aquellos que quieran dejarse guiar e instruir por sus enseñanzas justas.
Por eso actuamos en su nombre como enviados o representantes suyo, y podemos decir que cuanto decimos y hacemos es en el nombre del Padre, y también en el nombre del Hijo, puesto que Jesús ha sido nombrado por el Padre para llevar a cabo el propósito divino de redimir a la humanidad de todos sus pecados mediante su sacrificio redentor, por lo cual nosotros lo reconocemos como nuestro salvador y actuamos también en nombre suyo. Por último, porque ahora somos impulsados por el espíritu divino junto con nuestro propio espíritu, podemos decir: y del espíritu santo que hay en nosotros. Es como si dijéramos con otras palabras: Lo que hacemos es porque Dios y Jesús lo desean también, y porque nosotros mismos lo deseamos, pues sabemos que todo cuanto ellos quieren es para nuestro bien, y nos sentimos agradecidos.