Acabamos de presenciar los juegos olímpicos, y reconozco que me gustan las competiciones deportivas, porque de ellas se pueden sacar muchas ilustraciones útiles para la vida espiritual. Un anuncio de televisión decía que todos teníamos dentro el espíritu olímpico, y mostraba como un hombre mayor estimulado al ver a una dama haciendo footing se animaba a hacer deporte.
Al apóstol Pablo seguro que también le gustaban las competiciones deportivas y por ello menciona en su epístola a los corintios a los atletas como un ejemplo a imitar para la vida cristiana. 1Co 9:24-27 "¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos en verdad corren, pero sólo uno obtiene el premio? Corred de tal modo que ganéis. 25 Y todo el que compite en los juegos se abstiene de todo. Ellos lo hacen para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. 26 Por tanto, yo de esta manera corro, no como sin tener meta; de esta manera peleo, no como dando golpes al aire, 27 sino que golpeo mi cuerpo y lo hago mi esclavo, no sea que habiendo predicado a otros, yo mismo sea descalificado."
Desde luego son muchas las enseñanzas que se obtienen de un texto tan singular y que además se nos manifiestan más claramente cuando acabamos de presenciar las competiciones deportivas más importantes que se celebran en el mundo. Como no ver y entender el ?espíritu deportivo de competición? que se nos pone de ejemplo para que nuestra vida cristiana se desarrolle bajo algunos de esos mismos principios.
En primer lugar encontramos con que la olimpiada es una competición deportiva que tiene ciertas reglas. Y todos los que participan tienen que sujetarse a las normas que el COI ha determinado para participar. En el mundo actual hay muchos deportes que no son olímpicos. Lo cual vale para decir que hay asimismo muchos deportistas, algunos con mucho esmero y arte, que practican especialidades deportivas que no están admitidas en el deporte olímpico. Por ello ninguno de sus practicantes pueden participar en los Juegos, desfilando, compitiendo ni, por supuesto, alcanzar las preciadas medallas y diplomas. Así, nadie puede acceder a la competición por muy hábil que sea en cualquier tipo de disciplina que no este reconocida ó cuyo reglamento no se ajusta a lo aprobado por el COI. Tampoco se puede incluir un deporte por la presión de un gobernante ó de un rico, ni siquiera por la petición popular ó por un referéndum. Solo la Asamblea General del COI está facultada para admitir y aprobar los deportes incluidos y sus reglamentos así como todas las condiciones de la competición.
A semejanza de esto, también para correr en la vida cristiana es necesario someterse a las normas y los reglamentos establecidos por Dios. Así el reglamento celestial establece que "Jesucristo es el único nombre debajo del cielo dado a los hombres en el que podamos ser salvos" (Hch. 4:12). Y que ese es el único camino (Jn. 14:6) y la única puerta (Jn. 10:9). También establece que para conseguir la acreditación de participante es necesario "nacer de nuevo" (Jn. 3:3), que es una especial "acreditación" que extiende el Espíritu Santo a todo aquel que reconociéndose un perdido pecador cree en Jesucristo como su Salvador y Señor y le sigue (1Ped. 1:23; Tito 3:4-7; Hch. 16:31). Todos aquellos que quieren correr en la carrera de la salvación sin aceptar el reglamento Divino están excluidos de la competición y del galardón, sin importar con cuanto celo practiquen su religión, ni cuan buenas marcas alcancen en su disciplina. Al estar excluidos por el reglamento no pueden participar.
Pero aún para aquellos que practican un deporte olímpico, de acuerdo con el reglamento, existe una limitación por la cual no todos los deportistas federados pueden acceder a la competición olímpica. Hay al menos dos tipos de deportistas que no alcanzan inscribir sus nombres a la participación: Unos son los que no alcanzan el nivel mínimo, pues no consiguen situarse en las marcas mínimas establecidas ó que no han superado los torneos de clasificación. Y finalmente también están excluidos los tramposos.
"No es de todos la fe". No todos los que practican un deporte olímpico en el mundo pueden competir en los juegos olímpicos. Los comités olímpicos fijan unas marcas mínimas que hay que cumplir para tener derecho a acceder a participar. Las federaciones nacionales organizan campeonatos para que los atletas puedan acceder a esas marcas mínimas, ó eliminatorias para que solo los mejores tengan cabida en la olimpiada. Los mediocres, los malos y los tramposos son eliminados en esta fase previa. Como escribe Pablo en 2Tes. 3:2, "como no es de todos la fe es necesario que seamos librados de hombres importunos y malos".
Y además "Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos" (Mt. 22:14). El Señor no dejó esta frase contundente en el final de la parábola de las bodas para hacernos saber que no todos los llamados van a disfrutar de las bendiciones eternas. Ni siquiera todos aquellos que han recibido una invitación directa y personal para participar van a poder estar presentes en el momento glorioso.
En estas recientes olimpiadas, un atleta griego, el más famoso de su país, el que había sido invitado y designado para el alto honor de portar el estandarte al frente de toda la delegación griega en el ceremonia de apertura y uno de los candidatos para alcanzar una medalla de oro en su especialidad, fue descalificado y expulsado de los juegos olímpicos con deshonor. La razón fue que su carrera deportiva no era legítima, pues no respetaba las normas fijadas por la doctrina deportiva. En resumen, hacía trampas para ganar. Conseguía buenos resultados y competía con los mejores, pero lo hacía de una forma ilegitima y la justicia deportiva lo descalificó.
Esta figura nos puede recordar también a aquellos a los que Jesús se refería en Mat 7:15-23: Cuidaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. 16 Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? 17 Así, todo árbol bueno da frutos buenos; pero el árbol malo da frutos malos. 18 Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. 19 Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado al fuego. 20 Así que, por sus frutos los conoceréis. 21 No todo el que me dice: "Señor, Señor", entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. 22 Muchos me dirán en aquel día: "Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?" 23 Y entonces les declararé: "Jamás os conocí; APARTAOS DE MI, LOS QUE PRACTICAIS LA INIQUIDAD."
Este tipo de atletas son capaces de competir en los estadios con otros y alcanzar las grandes marcas que dan derecho a ser seleccionados para la competición olímpica, pero cuando se examinan sus practicas tramposas, y en la justicia de Dios todas las cosas ocultas son manifiestas, luego la descalificación de tramposo es segura, pues ninguno puede engañar ni eludir los ?controles? que Dios establece. La razón es que no están cumpliendo con el reglamento. Se lo han saltado. El que no entra por la puerta, dijo Jesús, es ladrón y asaltante (Jn. 10:1).
En otro ejemplo deportivo, en el de la lucha, Pablo escribe a Timoteo y pone el ejemplo de que para ser coronado como vencedor de la lucha, no solo hay que derrotar al contrario, sino que hay que hacerlo además con ?fair play?, es decir conforme a todas las reglas y los reglamentos. Todo aquel que gana, pero lo hace con trampas es desprovisto de su corona. (2Ti 2:5 "Y aun también el que lidia, no es coronado si no lidiare legítimamente").
Centrándonos ya en la competición propiamente dicha, vamos a tratar algunas circunstancias que se les presentan a los corredores legítimamente inscritos. Los distintos deportes y competiciones tienen sus correspondientes reglamentos donde se establecen las condiciones para la práctica y el desarrollo de cada uno de ellos. A veces se levantan calurosos debates sobre las calificaciones de los atletas que se deben mayormente a que los profanos no entendemos muy bien los criterios de puntuación que los jueces otorgan a los atletas de algunas disciplinas y no comprendemos las razones de la diferencia de puntuación entre unos y otros. La razón suele estar en el desconocimiento de los reglamentos. ¿Que hacen los reglamentos? Sencillamente establecer unas pautas obligatorias para valorar el trabajo del atleta ó equipo en competición con sus rivales. Goles, canastas, piruetas, llaves ó saltos de cierta complejidad tienen que ser valorados para determinar a los vencedores. Hay otras disciplinas en que se necesita alcanzar tiempos más reducidos para una misma distancia. Levantar más peso ó saltar más lejos. Estos son más fáciles de evaluar, aunque a veces es necesaria la foto finís para ayudar al juez a determinar al vencedor.
Cada deportista ó equipo es juzgado en base al reglamento correspondiente a la disciplina en la que participan. Así hay deportes que permiten cosas que en otros se penalizan, lo cual me hace pensar que en la carrera cristiana también hay determinadas situaciones que son legítimas para unos y a la vez penalizan para otros. Pablo lo escribe con estas palabras escribiendo a los romanos: Rom 14:14 Yo sé, y confío en el Señor Jesús, que de suyo nada hay inmundo: mas á aquel que piensa alguna cosa ser inmunda, para él es inmunda. Viene a enseñarnos que aquel que se inscribe para correr en una carrera de corto listón de inmundicia, cuando supera ese límite en el que se ha inscrito, penaliza.
Tampoco todas las carreras de la vida cristiana tienen la misma longitud, ni la misma dificultad, de ahí surge en no pocas ocasiones el error de comparar los registros de todos los corredores como si fuesen homogéneos y todos participasen en la misma disciplina, cuando no es así. Por ejemplo, Pablo escribía a los corintios sobre los "sacrificado a los ídolos" (1Cor. 8:7). El texto resalta el hecho de que no todos competían en la misma categoría dentro de esa lucha. Si en algunos deportes, sobre todo de lucha, los participantes son separados por su peso, y no puede competir un luchador de 100 kilos con uno de 60. De la misma manera en la vida cristiana es un error pretender que todos luchan en una misma competición. Allí, en Corinto, de una parte estaban los que tenían conocimiento ó madurez, digamos los pesos pesados, y de otra los pesos ligeros, aquellos atletas de débil conciencia sobre esta cuestión a causa de sus características. Para los primeros, el hecho en si de derribar el obstáculo en la carrera no significaba nada para el resultado, pero en la otra categoría tenían que saltar el obstáculo, pues penalizaba su derribo. Pasando al ejemplo en el plano deportivo, en la carrera de obstáculos, derribar las barras de salto no constituye penalización, sin embargo, en la hípica los jinetes penalizan cuando se derriba un listón. Con todo, no debe olvidarse que el reglamento cristiano establece que todo aquel corredor de la carrera de obstáculos en pista será penalizado cuando se demuestre que ha sido por su culpa que otros han penalizado por derribar listones en sus competiciones.
Algo similar sucede en aquellos que han recibido 5 talentos y deben juzgados compitiendo con otros de su mismo peso. Los de 2 talentos con los del suyo y los de 1 talento con otros de su semejanza (Mt. 25:15-28). El Señor no pretende que el de 2 gane cuantitativamente lo mismo que el de 5, sino que muestre la misma eficacia que el otro. De la misma manera cuando los dones son diferentes, cada atleta participa con el ejercicio del don que le fue dado (1Cor. 4:1,2). No todos son gimnastas, ni todos nadadores, ni todos saltadores "Ni todos apóstoles, ni todos profetas, ni todos maestros"
Con los deportes de equipo, a veces sucede que algunos deportistas que fueron incluidos en algunas especialidades, en función de la marcha de la competición y los intereses colectivos, son cambiados en las diferentes pruebas, porque siempre prima el éxito del equipo. De la misma manera, Pablo explicaba a los corintios que era mejor para los resultados del equipo que compitiesen en el puesto de profecía, en lugar de hacerlo con otros dones que resultaban mucho más inútiles para alcanzar el éxito en la misión colectiva (1Cor. 14:1-12). Con los mejores dones siempre se alcanzan las mejores marcas.
Dejando ya el tema de las diversas disciplinas, quiero referirme a algunas cuestiones relativas a los participantes en sí mismos. Aparte del reglamento de cada disciplina, el COI no dispone de ningún otro destinado a marcarle al atleta cosas tales como cuantas horas debe descansar ó entrenar cada día, cuantos días a la semana ó al año, ni que debe alimentos debe comer y cuales no, (solo de abstenerse de ciertas substancias dopantes prohibidas). Tampoco prohíbe salir de fiesta, trasnochar, etc. Nada de esto está regulado. Son cuestiones que quedan al albedrío de los participantes. El texto inicial que trajimos del apóstol Pablo decía algo que ya sucedía en aquellos tiempos, y que persiste hasta el día de hoy: Que "el atleta se abstiene de todo". Entendemos de todo lo que impide su máximo rendimiento ¿Por qué? Alguien pensará: Puesto que no es ilícito, ni está prohibido por el reglamento, cual es la razón de esa abstinencia. Esa razón es justamente lo que empezamos llamando el espíritu olímpico. La búsqueda de la excelencia. El espíritu de la competición. El estímulo y la meta de cada atleta de querer ser mejor, de llegar primero, de alcanzar la medalla de oro, de batir un record mundial ó personal. Ninguno de los que allí están van a correr por correr, se trata de "correr para ganar" (1Cor. 9:24), para superar a otros y a sí mismos. Todos hemos visto como competían todos para ganar. Era el ejemplo de Pablo para los creyentes. La meta en la carrera cristiana es alcanzar el "galardón completo" al que se refiere Juan (2Jn. 1:8), la equivalencia a la medalla de oro: la corona incorruptible. No estamos hablando de la salvación eterna, pues Pablo, como todos los cristianos, era salvo por gracia, sino de responder al amor de quién le seleccionó para participar, de quién le entrenó para competir, de toda la afición celestial que está contemplando la carrera. La marca es alcanzar que "Cristo sea engrandecido" (Fil 1:20) más y más a través de cada uno de nosotros.
Pero la carrera no termina hasta el momento en que se cruza la línea de meta. De nada vale hacer muy buenos los primeros tiempos ó ir de primero cuando uno va a la mitad de la prueba. La visión del cristiano, como la del atleta tiene que estar puesta en el final de la prueba. Ahí está la estrategia, y para eso la inteligencia espiritual (Col. 1:9), como la inteligencia en los atletas es un factor importante en sus triunfos. El apóstol no luchaba como sin tener meta, ni como el que golpea al viento, sino con inteligencia y perseverancia. Pablo lo explica a los Filipenses (3:13-14) dice: "Hermanos, yo mismo no hago cuenta de haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome á lo que está delante, 14 Prosigo al blanco, al premio de la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús".
Los atletas que ganan tienen que sobreponerse a muchas dificultades durante la prueba. En ocasiones tienen grandes problemas, pero lo consiguen cuando siguen concentrados teniendo la vista puesta en la meta. Uno de nuestros medallistas tuvo que hacerlo en medio de una prueba muy accidentada. Al poco de salir le picó una avispa, pero siguió adelante. Más tarde se cayó de la bicicleta, pero se repuso de todo ello para acabar subiendo al podio. Algunos equipos empezaron perdiendo sus partidos, pero se sobrepusieron y acabaron alcanzando su gloria. Este es el espíritu olímpico y la estrategia inteligente. Nuestra mayor decepción en los juegos, probablemente, fue el puesto en que acabó nuestra selección de baloncesto. Tuvo muchas victorias, pero falló en el encuentro decisivo y acabo séptima, siendo probablemente la mejor. Los campeones, pese a perder con nosotros durante la competición, ganaron en los momentos decisivos. Este es un ejemplo al que tenemos que prestar atención. ¿En los partidos decisivos estaremos a la altura del oro y de la plata ó estando capacitados para las mejores metas solo conseguiremos victorias de madera, heno ú hojarasca? (1Cor. 3:12,13).
A un atleta brasileño que iba en primer lugar casi al final de la carrera del Maratón cuando un chiflado (presunto "pastor protestante" que también vale para reflexionar de que hay cada esperpento por el mundo adelante) le obstaculizó cuando iba en primer lugar haciéndole perder su ventaja, pero no su orientación, ni su objetivo. El atleta en cuanto se desembarazó del loco volvió a la pista para acabar la prueba en la mejor posición posible. Esa es la mentalidad ganadora. Acabó ganando una medalla de bronce y otra de reconocimiento a su fair play. "Olvidando lo que queda atrás y extendiéndose hacia delante".
Me gusta especialmente la gimnasia femenina. Me parece increíble el grado de perfección, estética, elasticidad y dificultad acrobática que alcanzan las gimnastas. En España tenemos una buena selección de jóvenes en esta especialidad. Una de ellas decía que entrenaba desde hacía años 7 horas diarias. ¡7 horas diarias! Son jovencitas de menos de 20 años que además cursan sus estudios, tienen sus amigos, su familia, pero durante años "se abstienen de todo". No lo prohíbe el reglamento, ni les obliga a entrenar 7 horas, pero si quieren alcanzar las marcas y las habilidades para estar en la selección tienen que dejar fiestas, horas de paseos, de televisión, de salidas, de vacaciones y dedicarse a la carrera. Restringen su alimentación. Son chicas a quienes a buen seguro les gustan los chocolates y los dulces como a cualquier otra chica de su edad, pero han elegido entre formar parte de la competición de elite y poder estar un día compitiendo con las mejores del mundo en los juegos olímpicos ó no hacerlo. Y cuando las vemos desfilando y compitiendo todos nos sentimos orgullosos de ellas. Detrás está su abstinencia, su sacrificio, su entrenamiento.
Sucede lo mismo en la vida cristiana. Hay muchas cosas lícitas, todo lo que no va contra el reglamento (Gal. 5:19-21; 1Cor. 6:18; Ef. 5:3; 1Tim. 6:10, etc.) es lícito, pero no todas convienen (1Cor. 10:23), porque estorban la carrera cristiana y no permiten alcanzar las marcas adecuadas para las que hemos sido seleccionados y dotados. Algunos andan siempre pensando si esto es pecado ó no, y si no es pecado con todas las letras, luego les parece que todo es bueno. No es así. Vemos que muchas cosas que restan a los atletas posibilidades para alcanzar sus marcas, son abandonadas en beneficio de estas, simplemente porque el galardón que ansían es de mayor valor para ellos que aquellas cosas de las que se abstienen en su consecución. Así como el entrenamiento es básico para todos los que compiten, también el cristiano tiene que estar ejercitado en muchas disciplinas. Por ejemplo, el conocimiento de la Palabra de Dios es imprescindible que este bien entrenado para lograr los puntos de la victoria en el partido de responder a los que nos pregunten de la esperanza que hay en nosotros (1Ped. 3:15). También la piedad hay que ejercitarla (1Tim. 4:7). Los dones que Dios nos ha dado hay que despertarlos (2Tim. 1:6). Y el entorno de la vida del cristiano tiene que ser cuidado, absteniéndose de muchas cosas. Hay muchos creyentes están incapacitados para ministrar sus dones simplemente en razón de que se enredan y malgastan mucho de su tiempo en cosas que siendo legítimas en la vida les merman sus capacidades ó su credibilidad publica. Todos sabemos que hay muchas cosas que la gente que nos rodea considera que no son muy compatibles con un ministerio cristiano: Estar en ciertos lugares, tener ciertas aficiones, algunos hábitos, por más que sean legítimos "casan mal" con el evangelismo, la enseñanza ó el trabajo cristiano y por lo tanto las medallas quedan fuera del alcance de muchos.
Para competir en la carrera cristiana, como dice Pablo, necesitamos decir no a muchas cosas que nos apetecen, algunas veces como una disciplina a nuestro propio yo, a nuestro cuerpo, negándonos a nosotros mismos algunas de esas libertades, pero sobre todo es muy importante ejercitarnos para encontrar el agrado y el disfrute con nuestro trabajo y servicio en la mies de Cristo, pues a la vez que somos útiles para los hombres y para Dios, esto nos dará entrada a las finales que permiten alcanzar las medallas. Como decía Pablo en el texto inicial, nuestro galardón no es corruptible, sino eterno. Podremos gozarnos y gloriarnos de el, no durante un poco de tiempo como le sucede a los atletas (unos cuantos días de gloria y televisión y poco tiempo después ser relegados al olvido en cuanto otro bate sus marcas) sino por toda la eternidad.
Finalmente quiero reconocer que la perfección alcanzada por la organización de los juegos olímpicos es admirable bajo el punto de vista humano, y los fallos han sido escaso, con todo sabemos que la Olimpiada Celestial es perfecta en todos sus términos. En esta, los participantes no pueden sufrir lo que le ocurrió al mencionado corredor brasileño de maratón. Los responsables del COI no pudieron impedir un incidente de tal naturaleza que le costó la medalla de oro al atleta, pero la organización celestial promete que el que comenzó en nosotros la buena obra, la perfeccionará hasta día de Jesucristo, Fil. 1:6. Hasta que se cruce la meta. ¡Que el Señor despierte en nosotros el "espíritu olímpico" en nuestra carrera cristiana!
Pablo Blanco
Al apóstol Pablo seguro que también le gustaban las competiciones deportivas y por ello menciona en su epístola a los corintios a los atletas como un ejemplo a imitar para la vida cristiana. 1Co 9:24-27 "¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos en verdad corren, pero sólo uno obtiene el premio? Corred de tal modo que ganéis. 25 Y todo el que compite en los juegos se abstiene de todo. Ellos lo hacen para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. 26 Por tanto, yo de esta manera corro, no como sin tener meta; de esta manera peleo, no como dando golpes al aire, 27 sino que golpeo mi cuerpo y lo hago mi esclavo, no sea que habiendo predicado a otros, yo mismo sea descalificado."
Desde luego son muchas las enseñanzas que se obtienen de un texto tan singular y que además se nos manifiestan más claramente cuando acabamos de presenciar las competiciones deportivas más importantes que se celebran en el mundo. Como no ver y entender el ?espíritu deportivo de competición? que se nos pone de ejemplo para que nuestra vida cristiana se desarrolle bajo algunos de esos mismos principios.
En primer lugar encontramos con que la olimpiada es una competición deportiva que tiene ciertas reglas. Y todos los que participan tienen que sujetarse a las normas que el COI ha determinado para participar. En el mundo actual hay muchos deportes que no son olímpicos. Lo cual vale para decir que hay asimismo muchos deportistas, algunos con mucho esmero y arte, que practican especialidades deportivas que no están admitidas en el deporte olímpico. Por ello ninguno de sus practicantes pueden participar en los Juegos, desfilando, compitiendo ni, por supuesto, alcanzar las preciadas medallas y diplomas. Así, nadie puede acceder a la competición por muy hábil que sea en cualquier tipo de disciplina que no este reconocida ó cuyo reglamento no se ajusta a lo aprobado por el COI. Tampoco se puede incluir un deporte por la presión de un gobernante ó de un rico, ni siquiera por la petición popular ó por un referéndum. Solo la Asamblea General del COI está facultada para admitir y aprobar los deportes incluidos y sus reglamentos así como todas las condiciones de la competición.
A semejanza de esto, también para correr en la vida cristiana es necesario someterse a las normas y los reglamentos establecidos por Dios. Así el reglamento celestial establece que "Jesucristo es el único nombre debajo del cielo dado a los hombres en el que podamos ser salvos" (Hch. 4:12). Y que ese es el único camino (Jn. 14:6) y la única puerta (Jn. 10:9). También establece que para conseguir la acreditación de participante es necesario "nacer de nuevo" (Jn. 3:3), que es una especial "acreditación" que extiende el Espíritu Santo a todo aquel que reconociéndose un perdido pecador cree en Jesucristo como su Salvador y Señor y le sigue (1Ped. 1:23; Tito 3:4-7; Hch. 16:31). Todos aquellos que quieren correr en la carrera de la salvación sin aceptar el reglamento Divino están excluidos de la competición y del galardón, sin importar con cuanto celo practiquen su religión, ni cuan buenas marcas alcancen en su disciplina. Al estar excluidos por el reglamento no pueden participar.
Pero aún para aquellos que practican un deporte olímpico, de acuerdo con el reglamento, existe una limitación por la cual no todos los deportistas federados pueden acceder a la competición olímpica. Hay al menos dos tipos de deportistas que no alcanzan inscribir sus nombres a la participación: Unos son los que no alcanzan el nivel mínimo, pues no consiguen situarse en las marcas mínimas establecidas ó que no han superado los torneos de clasificación. Y finalmente también están excluidos los tramposos.
"No es de todos la fe". No todos los que practican un deporte olímpico en el mundo pueden competir en los juegos olímpicos. Los comités olímpicos fijan unas marcas mínimas que hay que cumplir para tener derecho a acceder a participar. Las federaciones nacionales organizan campeonatos para que los atletas puedan acceder a esas marcas mínimas, ó eliminatorias para que solo los mejores tengan cabida en la olimpiada. Los mediocres, los malos y los tramposos son eliminados en esta fase previa. Como escribe Pablo en 2Tes. 3:2, "como no es de todos la fe es necesario que seamos librados de hombres importunos y malos".
Y además "Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos" (Mt. 22:14). El Señor no dejó esta frase contundente en el final de la parábola de las bodas para hacernos saber que no todos los llamados van a disfrutar de las bendiciones eternas. Ni siquiera todos aquellos que han recibido una invitación directa y personal para participar van a poder estar presentes en el momento glorioso.
En estas recientes olimpiadas, un atleta griego, el más famoso de su país, el que había sido invitado y designado para el alto honor de portar el estandarte al frente de toda la delegación griega en el ceremonia de apertura y uno de los candidatos para alcanzar una medalla de oro en su especialidad, fue descalificado y expulsado de los juegos olímpicos con deshonor. La razón fue que su carrera deportiva no era legítima, pues no respetaba las normas fijadas por la doctrina deportiva. En resumen, hacía trampas para ganar. Conseguía buenos resultados y competía con los mejores, pero lo hacía de una forma ilegitima y la justicia deportiva lo descalificó.
Esta figura nos puede recordar también a aquellos a los que Jesús se refería en Mat 7:15-23: Cuidaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. 16 Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? 17 Así, todo árbol bueno da frutos buenos; pero el árbol malo da frutos malos. 18 Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. 19 Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado al fuego. 20 Así que, por sus frutos los conoceréis. 21 No todo el que me dice: "Señor, Señor", entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. 22 Muchos me dirán en aquel día: "Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?" 23 Y entonces les declararé: "Jamás os conocí; APARTAOS DE MI, LOS QUE PRACTICAIS LA INIQUIDAD."
Este tipo de atletas son capaces de competir en los estadios con otros y alcanzar las grandes marcas que dan derecho a ser seleccionados para la competición olímpica, pero cuando se examinan sus practicas tramposas, y en la justicia de Dios todas las cosas ocultas son manifiestas, luego la descalificación de tramposo es segura, pues ninguno puede engañar ni eludir los ?controles? que Dios establece. La razón es que no están cumpliendo con el reglamento. Se lo han saltado. El que no entra por la puerta, dijo Jesús, es ladrón y asaltante (Jn. 10:1).
En otro ejemplo deportivo, en el de la lucha, Pablo escribe a Timoteo y pone el ejemplo de que para ser coronado como vencedor de la lucha, no solo hay que derrotar al contrario, sino que hay que hacerlo además con ?fair play?, es decir conforme a todas las reglas y los reglamentos. Todo aquel que gana, pero lo hace con trampas es desprovisto de su corona. (2Ti 2:5 "Y aun también el que lidia, no es coronado si no lidiare legítimamente").
Centrándonos ya en la competición propiamente dicha, vamos a tratar algunas circunstancias que se les presentan a los corredores legítimamente inscritos. Los distintos deportes y competiciones tienen sus correspondientes reglamentos donde se establecen las condiciones para la práctica y el desarrollo de cada uno de ellos. A veces se levantan calurosos debates sobre las calificaciones de los atletas que se deben mayormente a que los profanos no entendemos muy bien los criterios de puntuación que los jueces otorgan a los atletas de algunas disciplinas y no comprendemos las razones de la diferencia de puntuación entre unos y otros. La razón suele estar en el desconocimiento de los reglamentos. ¿Que hacen los reglamentos? Sencillamente establecer unas pautas obligatorias para valorar el trabajo del atleta ó equipo en competición con sus rivales. Goles, canastas, piruetas, llaves ó saltos de cierta complejidad tienen que ser valorados para determinar a los vencedores. Hay otras disciplinas en que se necesita alcanzar tiempos más reducidos para una misma distancia. Levantar más peso ó saltar más lejos. Estos son más fáciles de evaluar, aunque a veces es necesaria la foto finís para ayudar al juez a determinar al vencedor.
Cada deportista ó equipo es juzgado en base al reglamento correspondiente a la disciplina en la que participan. Así hay deportes que permiten cosas que en otros se penalizan, lo cual me hace pensar que en la carrera cristiana también hay determinadas situaciones que son legítimas para unos y a la vez penalizan para otros. Pablo lo escribe con estas palabras escribiendo a los romanos: Rom 14:14 Yo sé, y confío en el Señor Jesús, que de suyo nada hay inmundo: mas á aquel que piensa alguna cosa ser inmunda, para él es inmunda. Viene a enseñarnos que aquel que se inscribe para correr en una carrera de corto listón de inmundicia, cuando supera ese límite en el que se ha inscrito, penaliza.
Tampoco todas las carreras de la vida cristiana tienen la misma longitud, ni la misma dificultad, de ahí surge en no pocas ocasiones el error de comparar los registros de todos los corredores como si fuesen homogéneos y todos participasen en la misma disciplina, cuando no es así. Por ejemplo, Pablo escribía a los corintios sobre los "sacrificado a los ídolos" (1Cor. 8:7). El texto resalta el hecho de que no todos competían en la misma categoría dentro de esa lucha. Si en algunos deportes, sobre todo de lucha, los participantes son separados por su peso, y no puede competir un luchador de 100 kilos con uno de 60. De la misma manera en la vida cristiana es un error pretender que todos luchan en una misma competición. Allí, en Corinto, de una parte estaban los que tenían conocimiento ó madurez, digamos los pesos pesados, y de otra los pesos ligeros, aquellos atletas de débil conciencia sobre esta cuestión a causa de sus características. Para los primeros, el hecho en si de derribar el obstáculo en la carrera no significaba nada para el resultado, pero en la otra categoría tenían que saltar el obstáculo, pues penalizaba su derribo. Pasando al ejemplo en el plano deportivo, en la carrera de obstáculos, derribar las barras de salto no constituye penalización, sin embargo, en la hípica los jinetes penalizan cuando se derriba un listón. Con todo, no debe olvidarse que el reglamento cristiano establece que todo aquel corredor de la carrera de obstáculos en pista será penalizado cuando se demuestre que ha sido por su culpa que otros han penalizado por derribar listones en sus competiciones.
Algo similar sucede en aquellos que han recibido 5 talentos y deben juzgados compitiendo con otros de su mismo peso. Los de 2 talentos con los del suyo y los de 1 talento con otros de su semejanza (Mt. 25:15-28). El Señor no pretende que el de 2 gane cuantitativamente lo mismo que el de 5, sino que muestre la misma eficacia que el otro. De la misma manera cuando los dones son diferentes, cada atleta participa con el ejercicio del don que le fue dado (1Cor. 4:1,2). No todos son gimnastas, ni todos nadadores, ni todos saltadores "Ni todos apóstoles, ni todos profetas, ni todos maestros"
Con los deportes de equipo, a veces sucede que algunos deportistas que fueron incluidos en algunas especialidades, en función de la marcha de la competición y los intereses colectivos, son cambiados en las diferentes pruebas, porque siempre prima el éxito del equipo. De la misma manera, Pablo explicaba a los corintios que era mejor para los resultados del equipo que compitiesen en el puesto de profecía, en lugar de hacerlo con otros dones que resultaban mucho más inútiles para alcanzar el éxito en la misión colectiva (1Cor. 14:1-12). Con los mejores dones siempre se alcanzan las mejores marcas.
Dejando ya el tema de las diversas disciplinas, quiero referirme a algunas cuestiones relativas a los participantes en sí mismos. Aparte del reglamento de cada disciplina, el COI no dispone de ningún otro destinado a marcarle al atleta cosas tales como cuantas horas debe descansar ó entrenar cada día, cuantos días a la semana ó al año, ni que debe alimentos debe comer y cuales no, (solo de abstenerse de ciertas substancias dopantes prohibidas). Tampoco prohíbe salir de fiesta, trasnochar, etc. Nada de esto está regulado. Son cuestiones que quedan al albedrío de los participantes. El texto inicial que trajimos del apóstol Pablo decía algo que ya sucedía en aquellos tiempos, y que persiste hasta el día de hoy: Que "el atleta se abstiene de todo". Entendemos de todo lo que impide su máximo rendimiento ¿Por qué? Alguien pensará: Puesto que no es ilícito, ni está prohibido por el reglamento, cual es la razón de esa abstinencia. Esa razón es justamente lo que empezamos llamando el espíritu olímpico. La búsqueda de la excelencia. El espíritu de la competición. El estímulo y la meta de cada atleta de querer ser mejor, de llegar primero, de alcanzar la medalla de oro, de batir un record mundial ó personal. Ninguno de los que allí están van a correr por correr, se trata de "correr para ganar" (1Cor. 9:24), para superar a otros y a sí mismos. Todos hemos visto como competían todos para ganar. Era el ejemplo de Pablo para los creyentes. La meta en la carrera cristiana es alcanzar el "galardón completo" al que se refiere Juan (2Jn. 1:8), la equivalencia a la medalla de oro: la corona incorruptible. No estamos hablando de la salvación eterna, pues Pablo, como todos los cristianos, era salvo por gracia, sino de responder al amor de quién le seleccionó para participar, de quién le entrenó para competir, de toda la afición celestial que está contemplando la carrera. La marca es alcanzar que "Cristo sea engrandecido" (Fil 1:20) más y más a través de cada uno de nosotros.
Pero la carrera no termina hasta el momento en que se cruza la línea de meta. De nada vale hacer muy buenos los primeros tiempos ó ir de primero cuando uno va a la mitad de la prueba. La visión del cristiano, como la del atleta tiene que estar puesta en el final de la prueba. Ahí está la estrategia, y para eso la inteligencia espiritual (Col. 1:9), como la inteligencia en los atletas es un factor importante en sus triunfos. El apóstol no luchaba como sin tener meta, ni como el que golpea al viento, sino con inteligencia y perseverancia. Pablo lo explica a los Filipenses (3:13-14) dice: "Hermanos, yo mismo no hago cuenta de haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome á lo que está delante, 14 Prosigo al blanco, al premio de la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús".
Los atletas que ganan tienen que sobreponerse a muchas dificultades durante la prueba. En ocasiones tienen grandes problemas, pero lo consiguen cuando siguen concentrados teniendo la vista puesta en la meta. Uno de nuestros medallistas tuvo que hacerlo en medio de una prueba muy accidentada. Al poco de salir le picó una avispa, pero siguió adelante. Más tarde se cayó de la bicicleta, pero se repuso de todo ello para acabar subiendo al podio. Algunos equipos empezaron perdiendo sus partidos, pero se sobrepusieron y acabaron alcanzando su gloria. Este es el espíritu olímpico y la estrategia inteligente. Nuestra mayor decepción en los juegos, probablemente, fue el puesto en que acabó nuestra selección de baloncesto. Tuvo muchas victorias, pero falló en el encuentro decisivo y acabo séptima, siendo probablemente la mejor. Los campeones, pese a perder con nosotros durante la competición, ganaron en los momentos decisivos. Este es un ejemplo al que tenemos que prestar atención. ¿En los partidos decisivos estaremos a la altura del oro y de la plata ó estando capacitados para las mejores metas solo conseguiremos victorias de madera, heno ú hojarasca? (1Cor. 3:12,13).
A un atleta brasileño que iba en primer lugar casi al final de la carrera del Maratón cuando un chiflado (presunto "pastor protestante" que también vale para reflexionar de que hay cada esperpento por el mundo adelante) le obstaculizó cuando iba en primer lugar haciéndole perder su ventaja, pero no su orientación, ni su objetivo. El atleta en cuanto se desembarazó del loco volvió a la pista para acabar la prueba en la mejor posición posible. Esa es la mentalidad ganadora. Acabó ganando una medalla de bronce y otra de reconocimiento a su fair play. "Olvidando lo que queda atrás y extendiéndose hacia delante".
Me gusta especialmente la gimnasia femenina. Me parece increíble el grado de perfección, estética, elasticidad y dificultad acrobática que alcanzan las gimnastas. En España tenemos una buena selección de jóvenes en esta especialidad. Una de ellas decía que entrenaba desde hacía años 7 horas diarias. ¡7 horas diarias! Son jovencitas de menos de 20 años que además cursan sus estudios, tienen sus amigos, su familia, pero durante años "se abstienen de todo". No lo prohíbe el reglamento, ni les obliga a entrenar 7 horas, pero si quieren alcanzar las marcas y las habilidades para estar en la selección tienen que dejar fiestas, horas de paseos, de televisión, de salidas, de vacaciones y dedicarse a la carrera. Restringen su alimentación. Son chicas a quienes a buen seguro les gustan los chocolates y los dulces como a cualquier otra chica de su edad, pero han elegido entre formar parte de la competición de elite y poder estar un día compitiendo con las mejores del mundo en los juegos olímpicos ó no hacerlo. Y cuando las vemos desfilando y compitiendo todos nos sentimos orgullosos de ellas. Detrás está su abstinencia, su sacrificio, su entrenamiento.
Sucede lo mismo en la vida cristiana. Hay muchas cosas lícitas, todo lo que no va contra el reglamento (Gal. 5:19-21; 1Cor. 6:18; Ef. 5:3; 1Tim. 6:10, etc.) es lícito, pero no todas convienen (1Cor. 10:23), porque estorban la carrera cristiana y no permiten alcanzar las marcas adecuadas para las que hemos sido seleccionados y dotados. Algunos andan siempre pensando si esto es pecado ó no, y si no es pecado con todas las letras, luego les parece que todo es bueno. No es así. Vemos que muchas cosas que restan a los atletas posibilidades para alcanzar sus marcas, son abandonadas en beneficio de estas, simplemente porque el galardón que ansían es de mayor valor para ellos que aquellas cosas de las que se abstienen en su consecución. Así como el entrenamiento es básico para todos los que compiten, también el cristiano tiene que estar ejercitado en muchas disciplinas. Por ejemplo, el conocimiento de la Palabra de Dios es imprescindible que este bien entrenado para lograr los puntos de la victoria en el partido de responder a los que nos pregunten de la esperanza que hay en nosotros (1Ped. 3:15). También la piedad hay que ejercitarla (1Tim. 4:7). Los dones que Dios nos ha dado hay que despertarlos (2Tim. 1:6). Y el entorno de la vida del cristiano tiene que ser cuidado, absteniéndose de muchas cosas. Hay muchos creyentes están incapacitados para ministrar sus dones simplemente en razón de que se enredan y malgastan mucho de su tiempo en cosas que siendo legítimas en la vida les merman sus capacidades ó su credibilidad publica. Todos sabemos que hay muchas cosas que la gente que nos rodea considera que no son muy compatibles con un ministerio cristiano: Estar en ciertos lugares, tener ciertas aficiones, algunos hábitos, por más que sean legítimos "casan mal" con el evangelismo, la enseñanza ó el trabajo cristiano y por lo tanto las medallas quedan fuera del alcance de muchos.
Para competir en la carrera cristiana, como dice Pablo, necesitamos decir no a muchas cosas que nos apetecen, algunas veces como una disciplina a nuestro propio yo, a nuestro cuerpo, negándonos a nosotros mismos algunas de esas libertades, pero sobre todo es muy importante ejercitarnos para encontrar el agrado y el disfrute con nuestro trabajo y servicio en la mies de Cristo, pues a la vez que somos útiles para los hombres y para Dios, esto nos dará entrada a las finales que permiten alcanzar las medallas. Como decía Pablo en el texto inicial, nuestro galardón no es corruptible, sino eterno. Podremos gozarnos y gloriarnos de el, no durante un poco de tiempo como le sucede a los atletas (unos cuantos días de gloria y televisión y poco tiempo después ser relegados al olvido en cuanto otro bate sus marcas) sino por toda la eternidad.
Finalmente quiero reconocer que la perfección alcanzada por la organización de los juegos olímpicos es admirable bajo el punto de vista humano, y los fallos han sido escaso, con todo sabemos que la Olimpiada Celestial es perfecta en todos sus términos. En esta, los participantes no pueden sufrir lo que le ocurrió al mencionado corredor brasileño de maratón. Los responsables del COI no pudieron impedir un incidente de tal naturaleza que le costó la medalla de oro al atleta, pero la organización celestial promete que el que comenzó en nosotros la buena obra, la perfeccionará hasta día de Jesucristo, Fil. 1:6. Hasta que se cruce la meta. ¡Que el Señor despierte en nosotros el "espíritu olímpico" en nuestra carrera cristiana!
Pablo Blanco