Sin duda, la misión que en nuestro tiempo y en nuestro mundo más trabajo cuesta realizar, es el consuelo. Consolar a quien acaba de sufrir un gran dolor es extremadamente difícil, porque nuestro corazón, desgraciadamente, no está precisamente sobrado para hacerlo.
Yo, muchas veces me siento incapaz ante el dolor de cualquier persona, pronunciar palabra alguna de consuelo, temiendo que al no ser el momento adecuado, resulte vacía o inútil. Y pienso que a veces lo importante y fundamental es callar y simple y llanamente acompañarle en ese sufrimiento, teniendo en cuenta que en realidad solo Dios sabe consolar como nos lo recuerda el profeta Isaías: “quiero consolaros como consuela una madre”.
No obstante, si este sufrimiento se produce en el entorno de unos excelentes amigos que han sufrido esa terrible enfermedad como es el alzheimer en la persona de Myriam de cincuenta y cuatro años de edad, la amada esposa de Juan Enrique, la situación es mucho más dolorosa.
A mi viejo amigo Juan Enrique que es una persona sencilla, cordial y amante de su esposa y de sus dos hijas le conozco hace más de cuarenta años, cuando ambos ejercíamos nuestro trabajo en el mismo laboratorio farmacéutico.
Nuestra buena amistad, nos permitió involucrar a las respectivas familias pasando ratos muy agradables, visitándonos con frecuencia y compartiendo mesa en cualquier restaurante. Recuerdo incluso que varios año disfrutamos las dos familias juntas, nuestras vacaciones de verano.
Myriam, fue afectada por esa cruel enfermedad de repente, en silencio y casi sin esperarla como ocurre en esta clase de enfermedades irreversibles, dejando sumidos en el mayor de los dolores a su esposo e hijas.
He de confesar, que estoy sufriendo en lo más profundo de mi corazón la triste situación por la que pasan mis amigos. No he podido superar, los maravillosos recuerdos que me dejó una Myriam, alegre, divertida y optimista cuando ahora pasa por mi lado y apenas percibe ese beso de cariño y esperanza que con los ojos humedecidos dejo sellar en su rostro mientras encerrada en su mundo continua su viaje a ninguna parte.
Y me faltan fuerzas para sin caer en la retórica, consolar a mi viejo amigo Juan Enrique en estos momentos de angustia y desaliento para de este modo aligerarle, dentro de lo posible, el peso de su dolor.
Estoy convencido que con toda seguridad le llegaran algunas nostalgias que le traerán inevitables tristezas contemplando el tiempo pasado. No obstante a mi entender, también es vivir recordando tiempos pasados y abrazando el futuro, no como un sueño imposible sino como una realidad que está en tu mano, para que vuelva a brillar la luz en su alma ensombrecida.
Así las cosas, yo creo que lo importante a veces no son las palabras de consuelo repetidas incansablemente por quienes le rodean, sino el acercamiento personal y sincero que le pueda ayudar a seguir adelante, aunque le resulte difícil olvidar el tiempo pasado que indudablemente formó parte de su vida.
Y por supuesto entregándose en las manos de Dios, de ese Dios Todopoderoso que a la vez es inmensamente Misericordioso.
Yo, muchas veces me siento incapaz ante el dolor de cualquier persona, pronunciar palabra alguna de consuelo, temiendo que al no ser el momento adecuado, resulte vacía o inútil. Y pienso que a veces lo importante y fundamental es callar y simple y llanamente acompañarle en ese sufrimiento, teniendo en cuenta que en realidad solo Dios sabe consolar como nos lo recuerda el profeta Isaías: “quiero consolaros como consuela una madre”.
No obstante, si este sufrimiento se produce en el entorno de unos excelentes amigos que han sufrido esa terrible enfermedad como es el alzheimer en la persona de Myriam de cincuenta y cuatro años de edad, la amada esposa de Juan Enrique, la situación es mucho más dolorosa.
A mi viejo amigo Juan Enrique que es una persona sencilla, cordial y amante de su esposa y de sus dos hijas le conozco hace más de cuarenta años, cuando ambos ejercíamos nuestro trabajo en el mismo laboratorio farmacéutico.
Nuestra buena amistad, nos permitió involucrar a las respectivas familias pasando ratos muy agradables, visitándonos con frecuencia y compartiendo mesa en cualquier restaurante. Recuerdo incluso que varios año disfrutamos las dos familias juntas, nuestras vacaciones de verano.
Myriam, fue afectada por esa cruel enfermedad de repente, en silencio y casi sin esperarla como ocurre en esta clase de enfermedades irreversibles, dejando sumidos en el mayor de los dolores a su esposo e hijas.
He de confesar, que estoy sufriendo en lo más profundo de mi corazón la triste situación por la que pasan mis amigos. No he podido superar, los maravillosos recuerdos que me dejó una Myriam, alegre, divertida y optimista cuando ahora pasa por mi lado y apenas percibe ese beso de cariño y esperanza que con los ojos humedecidos dejo sellar en su rostro mientras encerrada en su mundo continua su viaje a ninguna parte.
Y me faltan fuerzas para sin caer en la retórica, consolar a mi viejo amigo Juan Enrique en estos momentos de angustia y desaliento para de este modo aligerarle, dentro de lo posible, el peso de su dolor.
Estoy convencido que con toda seguridad le llegaran algunas nostalgias que le traerán inevitables tristezas contemplando el tiempo pasado. No obstante a mi entender, también es vivir recordando tiempos pasados y abrazando el futuro, no como un sueño imposible sino como una realidad que está en tu mano, para que vuelva a brillar la luz en su alma ensombrecida.
Así las cosas, yo creo que lo importante a veces no son las palabras de consuelo repetidas incansablemente por quienes le rodean, sino el acercamiento personal y sincero que le pueda ayudar a seguir adelante, aunque le resulte difícil olvidar el tiempo pasado que indudablemente formó parte de su vida.
Y por supuesto entregándose en las manos de Dios, de ese Dios Todopoderoso que a la vez es inmensamente Misericordioso.