EL CRISTO DE DIOS Y EL DE GIBSON
El bombardeo y la polémica que se está generando en torno a la película de Mel Gibson en España están a punto de comenzar cuando llegue a los cines y al público en general. Hace unas semanas estaba yo en una iglesia, no la mía habitual y el pastor hizo un panegírico tal del filme que de haber estado en cartelera, aquel domingo por la tarde todos los fieles harían cola ante la taquilla del cine. Le parecía al joven e inexperto pastor que aquella era la herramienta que estremecería las conciencias más cerradas a la evangelización y conmovería a los cristianos para extremar su fidelidad al Salvador.
Tras haber visto la película, creo que más de algún pastor debiera volver al seminario. Bueno, al seminario no, porque le volverían más tonto aún con términos tales como adopcionismo, neumatismo, arrianismo, sabelianismo, monarquinianismo, ó con las teorías arrianas, sabelianas, patripasianas, ebionitas, etc. etc. Ó con términos aún más complejos como prosopa, teleopoiestai, homousios, teantropos, energeian, enoikesis que le pueden dejar loco, ateo, ó con una cristología parecida a la del Sr. Gibson. Lo mejor es aconsejarles volver a la escuela dominical para entender como niños que el Hijo de Dios, el Verbo, se hizo hombre para salvarnos de nuestros pecados, porque estos lo entienden perfectamente (Mt. 18:3; 1Cor. 1:25-28). No puedo por menos que hacer una valoración muy negativa de esta película, del mensaje que presenta, de la deformada impresión teológica que deja en el espectador ya sea cristiano ó no, y sobre todo de las expectativas que se están creando con este filme como herramienta evangelizadora, que ya muchos esperan con más ansia que el regreso de nuestro Señor Jesucristo.
Pero mi énfasis crítico hacia esta película no viene bajo la consideración de que sea una película más. Películas sobre la vida y muerte de Jesucristo hay un buen número, unas más afortunadas, otras menos, incluso otras escandalosas y blasfemas, y no se me ocurriría a mí hacer una crítica de las tales cuando ni el espectador, ni el productor, el director ó el guión pretenden pasar de haber hecho eso, una película, un entretenimiento para el espectador ó una recreación mas ó menos fantástica de un episodio con el trasfondo histórico de los evangelio ó la persona de Jesús.
El problema que me hace a mí escribir estas líneas es el hecho de que muchos líderes y pastores de la grey la presentan como la esperanza de la evangelización y del crecimiento de la fidelidad cristiana. Se está hablando de ella desde los púlpitos de nuestras iglesias como si del evangelio mismo se tratase. Y más aún cuando se presenta junto con toda una serie absurdas historietas como: alguien murió de la conmoción cuando asistía a su proyección, ó que todo el público de una sesión acabó enmudecido y llorando; que un creyente de muchos años afirmó que por fin había experimentado un avivamiento espiritual como nunca antes, etc. O que el propio Billy Graham ha dicho que cada vez que predique ó hable sobre la cruz, estarán en su corazón y mente las escenas que ha visto en la pantalla? De Billy Graham ya sabemos que desde hace bastante tiempo no es más que una marioneta publicitaria penosamente utilizada, pese a su enfermedad degenerativa, al servicio de la empresa que creó, algunos la llaman ministerio, pero a mi me gusta más la palabra empresa porque realmente es una entidad que proporciona empleo a un buen número de personas.
Cuando esto sucede, uno se da cuenta de lo que está pasando en el mundo cristiano. Como un buen número de esos que se llaman "líderes", que se han puesto a si mismos, ó unos a otros, como pastores y que además suelen perder el tiempo dedicándose a lo que no deben, pues el resultado está bien claro: la mayoría ya no distinguen la esencia de lo que está bien, ni lo que está mal. O se paran en las cuestiones accesorias y técnicas incapaces de ver el peligro ideológico de este tipo de cristología. Y si estos son los de arriba, los que se supone que son los cualificados, como andarán los rebaños...
El mismo Gibson admite en una entrevista realizada por el Christianity Today, que le ha sorprendido la adhesión del mundo evangélico hacia su película, a pesar de la exaltación de María: "Realmente me ha sorprendido la forma como el público evangélico ha respondido a esta película más que ningún otro grupo cristiano. La cosa más sorprendente para mí es que siendo la película tan mariana. Pero pienso que la forma en que la película la muestra ha sido una manera de abrir los ojos a los evangélicos quienes usualmente no ven este aspecto. Ellos pueden entender la relación entre una madre y un hijo". También ha dicho que la película realmente "refleja sus creencias". Gibson es un romanista tridentino, es decir, su mentalidad es doblemente mariana antes que cristiana.
No tengo la menor intención en hacer énfasis en el buen negocio realizado por el Sr. Gibson, porque no puedo afirmar que esa fuese su perspectiva y objetivo principal al hacer la película. Incluso creo que debe concedérsele el beneficio de aceptar que no era ese el fin buscado, pero no sería necesario ser un experto del cine, ni de las finanzas, para predecir el espectacular negocio que está resultando. Para ese objetivo bastaba simplemente con conseguir el apoyo de miles de agentes comerciales promocionándola desde los púlpitos católicos y protestantes, y contar, fuese como fuese, con los testimonios de apoyo de algunos "que tienen reputación de ser algo".
Creo que técnicamente de la película se podría valorar como mucho con un simple "aprobado justo". No soy ningún entendido en cine, pero creo que denota, en comparación con las películas comerciales norteamericanas, que los recursos han sido más bien escasos y ramplones no admitiendo en manera alguna comparación con el despliegue de medios de las superproducciones taquilleras de la industria del cine que llegan cada año a nuestras pantallas (aunque estoy seguro que conseguirá recaudaciones que sobrepasarán a la mayoría de aquellas).
Para situarla en su justo lugar, la película es exactamente aquello que su director y productor quiso hacer. Una representación cinematográfica de un "auto sacramental romanista" con carácter proselitista, que incluye todos los elementos de su teología: Mariolatría a raudales; sangre y dolor físico en cantidades exageradas para conmover las conciencias, inclinándolas hacia la emocionalidad mística irreflexiva; vía crucis incluido con sus diferentes pasos ó misterios, y todo ello adornado por todos los elementos propios de las celebraciones romanistas de la semana santa, representando sus iconos más representativos. Por esa razón el director ha sido calificado por una publicación romana como: "un evangelista en el sentido más puro; un verdadero apóstol" del romanismo.
La pretensión de recrear la historia ó el guión basándose exclusivamente en el relato evangélico es absolutamente falsa. La película no representa lo que los evangélicos narran, sino que no está basada en dos libros escritos por sendas monjas de corte místico, titulados: "La Ciudad Mística de Dios", de la española Sor María de Jesús de Agreda (1602-1661) y "La Dolorosa Pasión" escrito por Ana Caterina Emmerich (1774-1824); en los que ambas relatan sus "visiones" que, como todas las visiones romanistas, reflejan la más pura teología tridentina de la iglesia con capital en el Vaticano.
Si teológicamente la película se encuentra absolutamente fuera de los enfoques del evangelio como veremos más adelante, contiene sin embargo todos aquellos tópicos que han convertido al romanismo en una secta apartada del evangelio de la gracia, así como sus estereotipos más populares. Así pues, aunque no con la extensión de si se tratase de un estudio, voy a pedir un poco paciencia en la lectura al lector interesado para arrojar luz sobre algunas de las cuestiones que están en juego.
El énfasis mariano es abrumador de principio a fin. María está presente en todas escenas y tiene un sufrimiento controlado y digno de alguien que entiende perfectamente lo que está sucediendo y que querría estar allí sufriendo el mismo proceso que Jesucristo. El mismo Pedro acude a ella para pedirle perdón por haber negado a Jesús, e incluso en alguna escena aparece físicamente salpicada por la sangre de Jesús. El Jesús de la película hace algo que "nunca" hizo el verdadero en los relatos evangélicos: llamar "madre" a María.
En diversas ocasiones los evangelistas hablan de "su madre", pero él, Jesús, desde el relato evangélico de la etapa de su ministerio nunca le llama "madre" sino "mujer" (Jn. 2:4; 19:26), queriendo marcar las distancias para que nadie encontrase en sus palabras ninguna justificación para la mariolatría que vendría después. Y cuando en los evangelios Jesús responde acerca de "su madre", no se refiere a María, sino que señala a sus discípulos (Mat. 12:48-50; Mr. 3:35; Lc. 8:20-21). Pero el asunto va más allá. En ninguna parte de la Torah, donde se instituye el ceremonial que era figura y sombra de la Pascua que encarnaría Jesucristo (1Cor. 5:7; Heb. 10:1), permite encontrar vestigio alguno de cualquier papel reservado para María, sino que presenta al Cristo como sumo-sacerdote que se ofrece a si mismo en ofrenda por nuestros pecados. Tampoco en el Nuevo Testamento, donde se desarrolla didáctica y doctrinalmente la operación de la redención y de Jesucristo, se puede encontrar de la misma forma ningún rol para María, antes toda la preeminencia es de Cristo en todo. El único camino (Jn. 14:6); el único nombre en el que se puede ser salvo (Hch. 4:12); el único Abogado (1Jn. 2:1); el único Intercesor (Rom. 8:34); el único Juez (2Ti. 4:1), el único digno de tomar el poder, riquezas, sabiduría, fortaleza, honra, gloria y alabanza (Apoc. 5:12). De tal manera que en ningún escrito apostólico de carácter doctrinal, ni en predicación alguna se menciona siquiera a María. La única referencia de que existe después de la muerte de Jesús, es la de Hch. 1:14, para decir únicamente que estaba junto con los demás, discípulos, discípulas y hermanos de Jesús, reunidos en oración después de la resurrección, y que con ellos y como ellos recibió el don del Espíritu Santo en la manifestación de Pentecostés (Hch. 2:1). Ninguna mención más. Nada de su figura con respecto a la predicación del evangelio ó en las instrucciones para los gentiles que creyesen. Pero en el filme, Jesús no solo le llama "madre" continuamente, sobre todo durante su via crucis, sino que además incluso aparece orando al Padre y le dice: "Soy tu siervo, Padre, y el Hijo de tu sierva" Con lo cual la categoría y la servidumbre de ambos parece la misma.
Tampoco en el filme se regatean esfuerzos para mostrar que en el sufrimiento físico de Jesucristo se encuentra el énfasis de la redención y de su padecimiento, de la misma manera que los romanistas han adornado desde hace siglos sus iglesias, catedrales, impreso estampitas ó realizado procesiones para que sus seguidores hayan perdido la perspectiva espiritual del sacrificio de la cruz y mentalmente lo hayan sustituido por imágenes de simple dolor físico. Y para destacarlo, hay toda una recreación en la recreación de la tortura, el empleo de una gran cantidad de sangre que tiene el objetivo de mostrar que se realizó una auténtica carnicería salvaje. Al personaje de Jesús se le destroza absolutamente en lo físico hasta convertirlo en una deforme masa sangrienta. No es de extrañar entonces que cuando una persona normal, con un mínimo de sensibilidad, acaba de ver la película queda horrorizado y mudo. Destacar estas imágenes horribles tienen como objetivo llevar al espectador a unas reacciones sensoriales paralizantes como las que puede vivir ante atrocidades absolutamente injustificables por una mente humana normal, como por ejemplo, cuando se contemplan escenas de los atentados del 11S ó las que acabamos de vivir en España el 11M. Uno dice al momento: ¡Que barbaridad! ¡Que crueldad! ¡¿Cómo se le puede hacer a alguien inocente una cosa como esa?! Y esa sensación es justamente la que impide al espectador contemplar la dimensión real del evangelio. Él nunca sería capaz de hacer nada parecido a otro ser humano? Uno no solo no se siente pecador sino que en comparación con aquellos se siente bueno, al igual que los fariseos pensaban en Mt. 23:30, si nosotros viviésemos ó estuviésemos presentes en aquel momento nunca habríamos hecho una barbaridad como esa. Aquellos bárbaros merecerían ir al infierno. Sobre todo aquellos líderes judíos fanáticos e implacables y los salvajes soldados romanos. Nosotros no. Nadie sale con la sensación de ser un cooperante en la muerte de Cristo.
Y como el guión no procede de los evangelios, como ya hemos dicho, sino de alucinaciones místicas, es por lo que yo voy a recomendar que si usted quiere hablar de verdad de la auténtica pasión de Cristo a alguien no cristiano, y tiene que acompañarle al cine, vaya usted a ver cualquier película comercial intrascendente, aunque sea de tiros, porque su amigo sabrá que se trata de una ficción, y luego predíquele usted el verdadero mensaje del evangelio, al menos no habrá usted contribuido a que su amigo introduzca en su mente una versión distorsionada de lo que estaba sucediendo en la cruz, de las causas de la agonía, pasión y muerte de Jesucristo. Pero no piense que es un deber cristiano pagar para mejorar su vida espiritual ó pagarle la entrada a un amigo ateo, pensando que va a salir convertido.
Es cierto que Jesús fue sometido a vejaciones y un cruel maltrato físico durante su proceso y hasta su muerte en la cruz. Era lo habitual de la época, no lo excepcional. Que Jesús fue azotado, está fuera de toda discusión. Pero el énfasis que hacen los evangelistas sobre los azotes inflingidos a Jesús no tienen nada que ver con la tortura que se muestra en el filme. Mateo (27:26), Marcos (15:15) y Juan (19:1) mencionan que fue azotado. Jesús lo sabía y estaba preparado para ello, como encontramos en Lucas 18:33, preparando a sus discípulos para las escenas que les tocaría vivir y que supiesen los castigos físicos a que le someterían. Sin embargo, nada tiene que ver ese castigo de azotes con la salvajada presentada por el director de la película. Tanto es así, que el mismo Lucas, quien escribió su evangelio tras una minuciosa labor de investigación (Luc. 1:1-4), sin duda auspiciada por el Espíritu Santo, no menciona en el relato del proceso y muerte de Jesús, la cuestión de los azotes, lo cual hace pensar que tal hecho en lugar de tener la gran relevancia que "vieron" las visionarias, convencidas por una teología imperante en su medio, fue un castigo de tono mucho menor, lo cual parece normal porque ni Jesús era un enemigo de Roma, ni le caía mal a Pilato, y no pretendían tomar en él ningún tipo de venganza. Tampoco fue un suplicio destinado para hacerle confesar algún crimen ó traición. El apóstol Pablo menciona que él mismo fue sometido a un castigo de ese tipo en varias ocasiones (2Cor. 11:24-25), y seguro que sus apaleamientos realizados por los judíos fueron con más ensañamiento que los que los romanos aplicaron a Jesús. En el caso de Pablo, aquellos le consideraban además de blasfemo (como a Jesús) como un traidor a la nación.
Así pues, no fue el acto de apaleamiento, ó azote, lo excepcional en la muerte de Jesús, ni de su padecimiento. Probablemente no hubo un maltrato especial más allá del que se dispensaba a otros involucrados en procesos semejantes fuesen ó no culpables de los actos que se les imputaba. Si alguien quiere meterse en la historia de la época solo tiene que leer los relatos de Flavio Josefo en su tratado de Las Guerras de los Judíos. Podrían ver como por un quítame allá un águila imperial de la puerta del templo fueron quemados dos maestros religiosos y descuartizados un buen número de sus discípulos. O enterarse de los sufrimientos de muchas personas, como por ejemplo en aquella durante la fiesta de la Pascua del año 3 a.C., mientras una multitud celebraba los sacrificios unos agitadores mataron a pedradas a unos emisarios de Arquelao, lo que hizo que este enviase a sus tropas para reprimir la agitación y asesinaron allí, en la explanada del templo a tres mil personas, la mayoría fieles, hombres, mujeres y niños que participaban en los sacrificios. O en otra fiesta de la Pascua, y en el mismo lugar, unos pocos años después, se produjeron revueltas contra los romanos que ocasionaron unas avalanchas humanas que acabaron con DIEZ MIL MUERTOS, la mayoría pisoteados, y no había hospitales donde el empleo de anestesias y tranquilizantes redujesen el dolor de los heridos que murieron en los días siguientes en medio de los dolores de los traumatismos y las fracturas. Luto de padres, madres, dolor, sangre, etc. a raudales.
El singular sufrimiento que experimentó nuestro Señor Jesucristo no fue por sus padecimientos físicos por horrendos que fuesen. Si alguien piensa que las gotas de sangre que sudaba Jesús en el Monte de los Olivos eran por causa de su inmediata muerte física ó por experimentar la barbarie de la tortura, están presentando a un Jesús que ni siquiera da la talla que han dado otros hombres sometidos a barbaries semejantes y aun más crueles, por la prolongación de agonías incluso durante días. Por ejemplo, describiendo a los esenios, dice Josefo, que eran personas que "menosprecian las adversidades y vencen los tormentos con la constancia, paciencia y consejo" que en la guerra que mantuvieron con los romanos mostraron el gran animo? porque aunque sus miembros eran despedazados por el fuero y diversos tormentos, no pudieron hacer que hablasen algo contra el error de la ley? y aun no rogaron a los que los atormentaban, ni lloraron siendo atormentados; antes riendo en sus pasiones y penas grandes, y burlándose de los que se las mandaban dar, perdían la vida con alegría grande muy constante y firmemente, teniendo por cierto que no la perdían, pues la habían de cobrar otra vez?. (Libro II, 7). Y esas barbaries estaban a la orden del día.
Podríamos extendernos cuanto quisiésemos sobre las atrocidades de la época, que fueron superadas por las que producían los artefactos inventados para la tortura y empleados por la Inquisición ó, sin ir a épocas tan lejanas, a los refinados métodos de tortura que han aplicado en nuestro siglo XX sobre personas de todo tipo y condición. Por ejemplo, uno conocido en España, el del Sr. Nim, líder de un pequeño partido comunista durante la guerra civil española al que otros comunistas secuestraron y al que le hicieron las siguientes atrocidades: Aplicarle como tortura el método seco que consistía en privarle del sueño durante días impidiéndole sentarse, mientras se le sometía a interrogatorios de hasta 40 horas seguidas. Como resistió esta tortura, entonces empezaron a destrozarle sus miembros. Como pese a todo se resistía a confesar lo que sus secuestradores querían, decidieron desollarle vivo. Al cabo de unos días, le arrancaron la piel y le rasgaron el cuerpo hasta dejarlo como "un amasijo de músculos deshechos", pero como seguía sin doblegarse, finalmente lo asesinaron de un tiro en la nuca. Nim era inocente de lo que le acusaban sus rivales políticos y probablemente en lo físico padeció más de lo que lo hizo Jesús.
Así pues que Jesucristo fue maltratado físicamente nadie lo pone en duda. Que fue menospreciado, escupido, insultado, abandonado por los suyos, clavado en una cruz y que padeció en la carne grandes sufrimientos víctima de la injusticia, la maldad y la crueldad humana, está fuera de toda duda. Que era inocente de los cargos que le acusaron, también. Pero ese no es el sufrimiento de Cristo, ni el meollo del conflicto, ni siquiera la razón de su muerte, aunque sea la única dimensión que alcanzan a ver los que siguen conociéndole solo según la carne y no según el Espíritu. Esa imagen refuerza la idea de muchas personas que están dispuestas a creer que Jesús fue un hombre inocente, bueno y sabio que fue tratado salvajemente y condenado a morir crucificado después de un proceso viciado. Así se quedan en que lo mataron los romanos a instancias de los judíos que no creían en su mensaje y que pensaban que blasfemaba, ó que veían en él un peligro para seguir disfrutando de su papel de líderes religiosos del pueblo judío.
Así pues, voy a dedicarle un poco de extensión a la verdadera "Pasión de Cristo" y a su persona y ministerio, que no son los de Mel Gibson, y creo que debo empezar por traer delante las palabras del apóstol Pablo en 2Cor. 5:15-17 ""Cristo murió por todos, para que también los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. De manera que nosotros de aquí en adelante A NADIE CONOCEMOS SEGÚN LA CARNE; y SI AUN A CRISTO LO CONOCIMOS SEGÚN LA CARNE, AHORA, sin embargo, YA NO LO CONOCEMOS ASI". Vemos que hay una distinción en la forma de conocer: Los que hemos nacido de nuevo, que hemos tenido un encuentro personal con Cristo, que hemos entendido de verdad la "vida y pasión" de nuestro Redentor, ya no podemos quedar enganchados a la dimensión física del personaje, como los que no han tenido esta experiencia, porque nos damos perfectamente cuenta como distorsiona absolutamente la dimensión espiritual de todo lo que se estaba cumpliendo, al reducirlo a una experiencia humana y física.
La sangre preciosa de Cristo, su vida, fue ofrecida en un sacrificio "ya planificado desde antes de la fundación del mundo" (1Ped. 1:20), porque Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo consigo mismo (2Cor. 5:19), para rescatarnos de nuestra vana manera de vivir (1Ped. 1:20) y para que todo aquel que crean el él, no se pierda, sino que tenga vida eterna (Jn. 3:16).
Empecemos: Dios dijo a Adán (Gen. 2:17): "EL DIA" que comas del árbol del conocimiento del bien y del mal, "CIERTAMENTE MORIRAS". Pero todos sabemos que Adán, es decir el hombre y la mujer comieron, y no murieron en aquel día. Siguieron vivos muchos años más, e incluso tuvieron hijos de los que descendemos nosotros. Pero Pablo escribiendo a los Romanos (Rom. 5:12) nos instruye de que lo que sucedió en aquel aciago "día" fue que "el pecado entró en el mundo, y por el pecado la muerte, y la muerte así pasó a todos los hombres". Eso fue lo que sucedió aquel día. Se rompió la comunión del hombre con Dios y entró la enemistad. Esa es la muerte. El hombre entró en tinieblas, porque en el Verbo, en el Hijo de Dios está la vida, y la vida era la luz del ser humano (Jn. 1:4). La ruptura de la relación de la criatura con el Creador es la verdadera muerte. Afortunadamente para nosotros, y conforme a lo que anticipadamente había sido planeado, como hemos dicho antes, la misericordia de Dios había diseñado antes la redención y salvación del ser humano mediante el sacrificio del Verbo de Dios hecho hombre. El hombre pues aunque quedaba como enemigo, muerto espiritualmente y sujeto al pecado, a la vez también quedó cubierto con el paraguas protector del cumplimiento de la justicia de Dios en Cristo, que se materializaría a su debido tiempo.
El tema de la cristología ha producido tantos disparates desde bien antiguo que en lugar de entender su papel, todavía hay mucha gente que en lugar de ser maestros de cosas tan básicas han seguido como niños (Heb. 5:8-13) las tonterías de teólogos que se han enredado unos con otros en medio de sus filosofías, ó han seguido definiciones que salían de lo que pensaban que eran Concilios de la Iglesia de Cristo. Pero si atendieran a los mismos métodos que se empleaban para llegar a tales definiciones y las circunstancias que concurrían en ellos, siguiendo la pauta de Jesús de conocer por los frutos, debían entender que casi siempre estarían mejor denominados como "reuniones de hijos del Diablo", aunque algunos creyentes de buena fe acudiesen, pero en las que toda la inmoralidad y maldad se ponía, no al servicio de la Palabra de Dios, que es clara, sino para el medro personal, el poder, el dominio sobre otros, la ambición política, donde la teología era solo el medio, el pretexto, etc. ¿Cómo alguien conozca a Cristo y su evangelio puede llegar a aceptar que traiciones, emboscadas, sobornos, empleo de prostitutas, asesinatos, mentiras, calumnias, amenazas, torturas y todo tipo de tropelías, que eran el orden del día de tales conciábulos, pudieran ser los instrumentos de doctrina que Dios tendría preparados para su Iglesia, apartando de su papel al Espíritu Santo y sustituyéndolo por decisiones y redacciones de personas malvadas y abyectas?
Así que como hay tanta confusión e ignorancia voy a dedicar un poquito de extensión, y pido comprensión al lector, aunque se trate de un simple artículo, no de un estudio, porque hay ciertas cuestiones que algunos, amarrados a una teología humana, nunca han sabido, pero que otros tienen olvidadas ó no perfectamente aclaradas:
Desde Adán, como hemos considerado antes, la muerte física es solo un trance temporal. A causa de la desobediencia se produjo la enemistad, y quedó establecido para todo el ser humano descendiente de Adán que moriría "una vez", la física, y "después el juicio" (Heb. 9:27). Esa es la razón de que en muchos pasajes de las Escrituras a la muerte física se le denomina con el apelativo de "dormir" (Jn. 11:11; 1Cor. 11:30; 1Tes. 5:7), para enfatizar lo transitorio de ese proceso físico y que hay una dimensión y un tiempo en los que todos los que duermen, serán despertados para comparecer ante el tribunal de Dios y ser juzgados a la luz de la santidad de su justicia perfecta (Apoc. 20:11-15). Ante ese tribunal, todo hombre por su naturaleza tendría que ser declarado pecador, al estar manchado y contaminado por el mal y por consiguiente al tribunal de Dios corresponde sancionarlo con la pena de muerte (Rom. 6:23), también llamada condenación ó muerte segunda. Esa muerte es la separación eterna de Dios, destinando pecador a un lugar en el que al igual que en el Gehenna de Jerusalén, se encuentra el basurero de la creación donde se quema lo inútil y lo malo. Un lugar expresado por Jesús como el lugar del lloro y el crujir de dientes donde la existencia es una dimensión ó estadio atemporal alejado de la presencia de Dios y de los beneficios de su comunión, donde el mal tiene su esfera sin que nada lo detenga, al estar ausente la presencia de Dios que es la fuente de toda buena dádiva y de todo don perfecto (St. 1:17). Ese era el objetivo buscado por Satanás en el Edén: que Dios tuviese que destruir la obra de Dios que acababa de realizar, obteniendo así su mayor triunfo por medio de ello. Instando como acusador que la justicia de Dios se cumpliese. Y así tendría que haber sido entonces si la Omnisciencia de Dios no hubiese anticipado una previsión de su gracia para esta eventualidad. Pero por Su sabiduría y por Su gran misericordia, Dios había previsto ya dar una oportunidad al hombre para reconciliarse con Él, haciendo la paz al precio del sacrificio de su Hijo, de modo que todo aquel que aceptase la oferta de reconciliación de gracia por medio de la fe, pudiese ser considerado obediente, en contraposición al desobediente Adán, cumpliendo la obra de Dios que consiste en creer en Aquel a quién Él ha enviado (Jn. 6:29). Y al obediente, Dios le incluiría en el libro de la vida, para gozar de la vida eterna y de la comunión perfecta y perpetua.
Pero es necesario dejar clara una idea: Que la justicia de Dios no es caprichosa, sino perfecta. Y porque la sentencia es radical, vida ó muerte, su justicia tiene que "probarse" tan perfecta que no puede haber argumentos que puedan oponerse. Toda boca debe quedar callada (Rom. 3:19). Todo argumento tiene que quedar desmontado.
La cuestión del juicio y condenación de los ángeles parece bastante obvia, incluso para mentes limitadas como las nuestras. El modelo que Dios creó era bueno y aguantó la prueba. Si bien hubo ángeles que se rebelaron, y otros que pecaron y no guardaron su dignidad, también hubo legiones de ángeles que mantuvieron siempre su estado de pureza y fidelidad al Creador. En consecuencia la fidelidad de estos certifica la responsabilidad de los otros en su condenación como consecuencia de su propia voluntad y decisión en obrar mal. Pero la cuestión del hombre es más complicada porque Adán constituía un modelo reproductivo y al pecar él, todos pecamos. Cuando este hecho se produjo, el mismo Adán dijo entonces a Dios: "La mujer que me diste", arrojando sibilinamente un cierto grado de la responsabilidad al Creador del conflicto de su error y desobediencia. ¿El modelo del hombre creado era bueno y pecó por su propia decisión y responsabilidad, como los ángeles, ó el hombre podría querer justificarse afirmando que realmente era un ser frágil y deficiente para resistir las condiciones de su existencia, entre ellas la tentación y por lo tanto tendría Dios un cierto grado de culpabilidad? ¿Cómo tapar la boca y callar este argumento? Solo había una forma: Que otro hombre de igual naturaleza que Adán, es decir, creado sin pecado, soportase la prueba de la tentación incluso un ambiente y circunstancias más hostiles que aquellas en las que Adán cayó, y resultase vencedor. Esta prueba tendría dos dimensiones, evidentemente condenar al infractor, pero a la vez, por la gracia de Dios, podría también redimir a la descendencia de Adán, que por gracia aceptase esa oferta por medio de la fe, de los efectos mortales del pecado.
¿Quién sería digno y quién podría cumplir este papel? Nadie mejor que probar el modelo que el mismo Creador, aquel que había hecho todas las cosas? Juan lo expresa así (Jn. 1:1,3 y 14): "Aquel Verbo era Dios" "y todas las cosas fueron hechas por él" Y aquél Verbo se hizo carne. Es decir se hizo hombre (Rom. 5:15; 1Cor. 15:21), con espíritu (Luc. 24:36), con alma (Mt. 26:38) y cuerpo (Col 1:22). No se hizo medio hombre y medio Dios, que unas veces era Dios y que otras era hombre, de tal manera que nunca se sabe si quien resistía la tentación era el Dios ó era el hombre. La persona era Dios y se hizo hombre (Fil 2:7,8), con todo lo que ello implicaba. La Deidad estableció todos los parámetros del plan redentor: el como, el cuando y el donde. Y el Padre que tiene control hasta los más ínfimos detalles de sus criaturas (Mt. 10:29), asumió igualmente el control de la vida de Jesucristo (Jn. 5:19-30). Todo fue planificado en el tiempo (Lc. 1:20; Mt. 16:21; 26:18; Mr. 1:15; Lc. 9:51; 13:35; Jn. 2:4; 7:6,8; Mt. 26:45, etc.) y profetizado anticipadamente hasta los mínimos detalles, de modo que después de consumar todas las cosas planeadas de modo perfecto, el Señor pudo explicar a los discípulos y estos pudieron entender claramente como todo estaba determinado (Lc. 24:44, 45; Jn. 20:9) y "era necesario" que fuese así (Lc. 24:26,27).
Así pues el Hijo de Dios, el resplandor de Su gloria y la imagen de Su sustancia (Hb. 1:3) se hizo hombre, porque así como los hombres participaron de carne y sangre, él también tenía que participar de lo mismo, para destruir por medio de su muerte al que tenía el imperio de la muerte (¿qué muerte, la física?), es decir, al diablo, y librar a los que por el temor a la muerte (¿la física?) estaban por toda la vida sujetos a servidumbre (Heb. 2:14-15). Y quedar desde entonces como "Hijo del Hombre" elevado a lo suma dignidad del universo y por toda la eternidad (Dan. 7:13-14: Fil. 2:9-11)
Nació como un hijo de los hombres, pero sin pecado, como Adán, gracias a la operación del Espíritu Santo en su nacimiento providencial (Luc. 1:35). Como hombre creció, y aprendió cosas que no sabía (Lc. 2:52; 2:46). Como hombre padeció enfermedades de hombres y dolores de la misma naturaleza que nosotros (Is. 53:4). Como hombre ignoraba cosas (Mt. 21:19; Mr. 11:13; Mr. 5:30, etc.). Como hombre padecía el dolor, hambre (Mr. 4:2), cansancio (Jn. 4:6), sed (Jn. 19:28). Lloró y experimentó el dolor del ser humano ante la muerte física propia y ajena (Jn. 11:33-35), etc. etc. Se enfrentó a la tentación satánica en circunstancias extremas de debilidad (Mt. 4:1 y Mr. 1:13) mucho más críticas que las que siglos antes había padecido Eva. Pero no fue la única vez, sino que a lo largo de su ministerio fue tentado en otras ocasiones (Lc. 4:13), hasta el punto de que afirman las Escrituras que fue "tentado en todo" conforme a nuestra semejanza (Hb. 4:15). Es decir, como el más tentado de cualquiera de nosotros. Pero de todas las tentaciones resultó vencedor demostrando así la validez del modelo humano y que cuando se dice que tras la creación "vió Dios que todo era bueno en gran manera", lo era ciertamente (Gen. 1:31). El ya lo sabía, pero ahora ha quedado manifestado para todos. Pero en su condición humana también aprendió algo que se le requiere a los hombres en las diversas facetas de su vida, pero también para la salvación, la obediencia (Heb. 5:9; Rom. 10:16; 1Ped. 4:17). Obedecer es someter la voluntad propia a la de otro incluso, ó mayormente, en contra de la propia (Jn. 5:30; Lc. 22:42; Jn. 6:38) y esta ultima posibilidad nunca antes se había producido pues la sintonía eterna del Padre y del Hijo era perfecta.
Hasta el momento del inicio de su ministerio su vida fue perfectamente humana, no un extraterrestre ni superman, ni un ser esquizofrénico, pero tampoco alguien que manifestase otra imagen al exterior que la de un hombre bueno, con ganas de aprender, laborioso, cariñoso, justo y honrado con temor de Dios y obediente a su ley y celoso de su vida espiritual. Todas aquellas virtudes que adornaba a Adán antes de la caída. No es de extrañar que toda esa etapa viviendo con tales características produjesen el efecto de que María "guardase en su corazón" (para si misma, sin compartirlo con nadie) aquellos singulares episodios de su anunciación y nacimiento (Lc. 2:19 y 51), y tampoco es de extrañar que sus hermanos (ver mi estudio sobre los hermanos de Jesús en iglesia.net) no creyesen que él fuese más que un hombre normal (Jn. 7:5). A una altura de esa existencia humana, cuando tuvo alrededor de treinta años, Dios llamó ó si se quiere decir, "excitó" (de forma semejante a la que había hecho con otros grandes hombres como Moisés (Ex.3:7-10-, David -1ªSam. 16:13- ó el apóstol Pablo (Gal.1:15,16 con Hch.22:14-16) la conciencia mesiánica de Jesús, le entregó el mensaje (Jn.7:16-17) y la información de la misión eterna que tenía que realizar en cuya planificación había participado en su condición de Dios, desde antes que el mundo fuese creado, y para cuya realización había sido hecho hombre y llegado hasta tal momento. Por este motivo el inicio de su ministerio es súbito y toma de improviso a María y a sus hermanos que intentan retirarlo de la exposición pública que iniciaba, diciendo a la gente que se había vuelto loco (Mr. 3:21), y también tomó de sorpresa a sus conocidos y vecinos (Mr. 1:27; Mt. 13:54-56).
El hecho de que Jesucristo viviese en una absoluta humanidad, no impide aceptar que era plenamente el Verbo de Dios encarnado, de semejante manera que el hecho de que a Nabucodonosor le fuese quitada temporalmente la razón, el poder, el gobierno y su sabiduría, (Dan. 4:25-28), no le convirtió en otra persona diferente. Siguió siendo exactamente la misma persona que antes, el mismo ser humano pero que existió bajo unas condiciones temporales diferentes. Tan diferentes como de ser rey absoluto a vivir entre y como las bestias. Otro puedo traer otro ejemplo más de nuestros días. Imagine el lector que una persona padece un accidente de tráfico y como consecuencia llega a perder la memoria e incluso la movilidad por causa de una paraplejía, ¿deja de ser la misma persona? ¿No tiene que volver a aprender con ayuda paciencia y esfuerzo cosas que antes sabía y hacía sin problemas? Esto es solo una parábola que nos permita racionalizar de forma simplificada algo tan complejo como la "kenosis" del Hijo de Dios. El Creador se hizo criatura. No es de extrañar la exclamación de que "Indiscutiblemente grande es el misterio de la piedad: Dios ha sido manifestado en carne", (1Tim. 3:16).
La cuestión de los prodigios y milagros que hizo, las cosas que supo de forma sobrenatural y que recogen los evangelios, ¿cómo se compaginan con lo que hemos estado considerando en los párrafos precedentes? Pues tampoco es difícil de explicar: Jesús resucitó muertos, pero también Elías y no era más que un hombre, 1Rey. 17:22; ó el apóstol Pablo, Hch. 20:9,10; Jesús alimentó a multitudes, pero también Moisés, Jn. 6:31. Elías hizo que el aceite y la harina de la viuda no se acabasen, 1 Rey. 17:16. Jesús caminó sobre las aguas, pero Eliseo hizo flotar un hacha de hierro, 2Rey. 6:6. Jesús sanó a leprosos, pero Eliseo sanó a Naamán, Lc. 4:27. Podríamos mencionar como "el poder de Dios" operando en personas sujetas a la "naturaleza humana" realizó en ocasiones grandes prodigios. Ahí tenemos los de ejemplos de Moisés, Gedeón, Sansón, Josué, etc.
Jesús sabía cosas que ningún hombre podía saber pero, por ejemplo, también Isaías supo de Ciro cien años antes de que naciera ó Daniel de los imperios que sucederían al babilónico. Reconocemos el ministerio divino de los grandes hombres de Dios y su mensaje porque muchos de ellos fueron avalados por prodigios sobrenaturales que Dios operaba para ratificar sus mensajes y ministerio. De la misma manera, el Espíritu de Dios vino sobre Jesús, el Verbo hecho hombre, (Lc. 4:18-21), y fue ungido para su ministerio y confirmado por medio de la realización de señales sobrenaturales que testificaban de su procedencia divina (Jn. 5:36), el origen celestial de su mensaje y el carácter trascendente de su sacrificio en la cruz para perdonar los pecados de todos aquellos que creyesen en él. Pero el dijo: "No puedo yo hacer nada por mi propia iniciativa" (Jn. 5:30). Todo lo que Él hizo y dijo en cada momento de su ministerio era aquello que la Deidad había determinado anticipadamente.
Pero ahora quiero volver a la cuestión de la pasión, porque sería muy largo extenderse de forma precisa sobre los principales eventos de su ministerio. Recordemos que ya hemos afirmado que está establecido para todo "hombre" que muera una vez y después del juicio. Pues como hombre también ante ese juicio se tuvo que presentar Jesús, pero cargado con nuestros pecados, para ser juzgado y condenado en nuestro lugar. Por eso su muerte fue sustitutiva y expiatoria (Is. 53:10): Aquel que nunca hizo pecado alguno (1Ped. 2:22; 1Jn. 3:5), ni se relacionó con el pecado, Dios le hizo pecado por nosotros (2Cor. 5:21), y como tal pecador se presentó ante la justicia de Dios para que el castigo que merecíamos nosotros por ser pecadores, la muerte segunda, la separación eterna, cayese sobre él y por su padecimiento nosotros, todos los que creen en él, pudiésemos ser justificados, reconciliados con Dios y vivir eternamente con Él (1Tim. 4:10).
La pasión de Cristo, nuestro amado Salvador, no fueron los latigazos y las heridas físicas. La verdadera pasión fue que murió por causa de nuestros pecados, no solo de los de aquellos que participaron en el hecho histórico, sino también los nuestros del día de hoy, aspecto totalmente desenfocado en la película y que no vincula para nada al espectador. Esa era la circunstancia por la que Jesús estaba en agonía en Getsemaní y sudaba gotas de sangre. La repugnancia y aversión que produce en alguien perfecto y santo sentir que iba a verse manchado con el pecado. El consecuente efecto de separación y enemistad que este produce rompiendo la unidad de la Deidad y la comunión eterna entre el Padre y el Hijo (El Padre y yo "somos" uno, Jn. 10:30; 17:21). Unidad que se mantuvo incluso en la "kenosis" (Fil. 2:7) del Hijo de Dios al hacerse hombre, pero que fue fracturada en el momento en que nuestros pecados fueron cargados sobre él. El salmo mesiánico 22 enfatiza ese dolorosísimo trance, cuya dimensión auténtica no podemos más que alcanzar a atisbar, cuando anticipa la escena en la que Jesús grita desde la cruz: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Mr. 15:34).
La condenación es la separación de Dios sin la cobertura de la gracia. Es aquella forma de existencia que Jesús describía dramáticamente a sus discípulos y oyentes con frases tales como: las tinieblas exteriores donde está el llanto y el crujir de dientes (Mt. 8:12); donde está el horno de fuego (Mt. 13:50); donde el gusano no muere y el fuego nunca se apaga (Mr. 9:44). Esa fue la muerte que Jesús, el Verbo de Dios hecho carne, padeció en nuestro lugar. Esa perspectiva de destino cruel para los que desprecian la muerte expiatoria de Cristo, es la que hace exclamar al autor de Hebreos (2:3): ¡¿Cómo escaparemos si tenemos en poco una salvación tan grande?! Pues Pablo escribe: El que aún a su propio Hijo no perdonó, antes lo entregó por todos nosotros. (Rom. 8:32). Y "horrible cosa es caer en las manos del Dios viviente" (Heb. 10:31).
¿Entendemos lo que fue la pasión y lo que Cristo padeció por nosotros? Un sacrificio inmenso cuya agonía no puede el ser humano ni siquiera alcanzar a imaginar. Nuestro Señor padeció la muerte por propia iniciativa, sin que nadie le quitase la vida, sino que la puso voluntariamente (Jn. 10:18), y asimismo renunció a la facultad que tenía de tomarla por si mismo si quisiera, y no concluir el propósito de redención planificado antes de la caída. No le quitó la vida ni siquiera el tormento de la cruz, de modo que el pudo consumar su voluntario sacrificio expresado con las palabras del evangelio: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto expiró" (Lc. 23:46). Sorprendió a los romanos que ya hubiese muerto, pues el suplicio en la cruz tenía una duración mucho mayor. Era normal que los crucificados pasasen varios días de agonía antes de fallecer, y por esa razón fue que los judíos le pidieron a Pilato que acelerase el desenlace mandando quebrar las piernas de los crucificados, como era habitual. Y así lo hicieron con los otros dos crucificados, pero Jesús ya había entregado su espíritu y por con él no tuvieron que hacerlo (Jn. 19:31-33) cumpliendo igualmente la profecía de que sería traspasado (Zac. 12:10), pero que ningún hueso suyo sería quebrado (Sal. 34:20), como se representaba desde hacía siglos en el caso del cordero pascual (Ex. 12:46).
Pero por el mucho amor con que nos amó (Ef. 2:4), por obediencia al Padre (Fil. 2:8), confío en Aquel su causa, quien a causa de sus ruegos y suplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte (¿Qué muerte, la física que padeció ó esa muerte terrible que es la separación de Dios, y que será el destino de cuantos rechazan la gracia de Dios en Cristo?), fue oído por su reverencial miedo? y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y consumado, vino a ser causa de eterna salvación para todos los que le obedecen. (Heb. 5:7-9). Por eso el Padre le resucitó de los muertos (1Ped. 1:21), no dejando su alma en el Hades, ni permitiendo que su cuerpo conociese la corrupción (Hch. 2:27). En esa resurrección plena, no solo física, está nuestra esperanza, porque así como Cristo resucitó, se convirtió en las primicias de los que "durmieron". Y así como la muerte entró por un hombre, también por un hombre (Jesucristo. El Verbo hecho hombre) la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados (1Cor. 15:22).
Y este proceso y salvación está solo en Cristo, y por eso ni María, ni los ángeles, ni las potestades pueden ofrecer ni la salvación ni el perdón de los pecados, sino solo Aquel que murió por los impíos, que padeció el castigo que nosotros merecíamos, y por cuya "llaga" podemos ser curados (Is. 53:5).
Podríamos seguir reflexionando sobre la misión trascendente de la muerte de Jesucristo, predicando a los espíritus encarcelados de los que nos habla Pedro (1Ped. 3:19), que no era desde luego el estadio del Seno de Abraham a donde fue el mendigo (Lc. 16:22); de cómo llevó cautiva la cautividad tras haber descendido a las partes más bajas de la tierra (Ef. 4:8,9); de cómo tres días después de su muerte física aún no había tenido un encuentro con el Padre desde su estado victorioso sobre el mal y la muerte, por la operación de resurrección realizada por Dios el Padre (Jn. 20:17), y muchas otras cosas interesantes, pero que merecerían mucho tiempo y están fuera del propósito de este artículo.
Todo lo demás de la película queda relegado en importancia a estas dos facetas que hemos tratado en las líneas anteriores. Hechos tales como la presencia de Satanás en el Monte de los Olivos en lugar de un ángel del cielo; la relación de María y la mujer de Pilatos, el que a Jesús lo tirasen de un puente abajo y lo izasen con unas cadenas, el que un cuervo arranque los ojos al ladrón impenitente, el ahorcamiento de Judas en un llano que no permite armonizar el hecho de ahorcarse con que su muerte se produjese como se relata en Hch. 1:18; la agresividad de los niños judíos que increpan a Judas; que María entienda que ha comenzado la redención en casa del Sumo Sacerdote; que Herodes aparezca rodeado de homosexuales y travestis (absolutamente impensable en aquella época y cultura); que aparezca una evocación al sudario de Turín, cuando una mujer, la Verónica, se acerca para limpiar el rostro de Jesús con una tela, y la cara queda marcada con sangre en ella; que el Templo se parta en dos y se derrumbe como resultado del terremoto carece de toda referencia histórica (Ver Josefo); que Simón de Cirene cargue con la cruz a medias con Jesús; ó que a Jesús una vez clavado en la cruz se les cae al suelo, etc. solo manifiestan que por encima del deseo de ser fiel a los episodios como se relatan en los evangelios hay un seguidismo a las visiones paranoicas de las dos monjas. Por eso desde el minuto 12 con excepción de los fugaces flashback ó las escenas de Pilatos, y el rostro de María, hasta el minuto 98 en que Jesús es alzado a la cruz, solo hay una visión de golpes, destrozos macabros, sangre y violencia física.
La película de Gibson, pese a todo, podría ser de bendición si por causa de su realización llevase a los cristianos a la actitud de Berea (Hch. 17:11). Estimulándose al estudio de las Sagradas Escrituras para que nadie se deje llevar por fábulas profanas y cuentos de viejas (2Tim. 4:4) que apartan los pensamientos de la verdad que tenemos en Cristo y en las Escrituras que el Espíritu de Dios nos ha legado.
Pablo Blanco
El bombardeo y la polémica que se está generando en torno a la película de Mel Gibson en España están a punto de comenzar cuando llegue a los cines y al público en general. Hace unas semanas estaba yo en una iglesia, no la mía habitual y el pastor hizo un panegírico tal del filme que de haber estado en cartelera, aquel domingo por la tarde todos los fieles harían cola ante la taquilla del cine. Le parecía al joven e inexperto pastor que aquella era la herramienta que estremecería las conciencias más cerradas a la evangelización y conmovería a los cristianos para extremar su fidelidad al Salvador.
Tras haber visto la película, creo que más de algún pastor debiera volver al seminario. Bueno, al seminario no, porque le volverían más tonto aún con términos tales como adopcionismo, neumatismo, arrianismo, sabelianismo, monarquinianismo, ó con las teorías arrianas, sabelianas, patripasianas, ebionitas, etc. etc. Ó con términos aún más complejos como prosopa, teleopoiestai, homousios, teantropos, energeian, enoikesis que le pueden dejar loco, ateo, ó con una cristología parecida a la del Sr. Gibson. Lo mejor es aconsejarles volver a la escuela dominical para entender como niños que el Hijo de Dios, el Verbo, se hizo hombre para salvarnos de nuestros pecados, porque estos lo entienden perfectamente (Mt. 18:3; 1Cor. 1:25-28). No puedo por menos que hacer una valoración muy negativa de esta película, del mensaje que presenta, de la deformada impresión teológica que deja en el espectador ya sea cristiano ó no, y sobre todo de las expectativas que se están creando con este filme como herramienta evangelizadora, que ya muchos esperan con más ansia que el regreso de nuestro Señor Jesucristo.
Pero mi énfasis crítico hacia esta película no viene bajo la consideración de que sea una película más. Películas sobre la vida y muerte de Jesucristo hay un buen número, unas más afortunadas, otras menos, incluso otras escandalosas y blasfemas, y no se me ocurriría a mí hacer una crítica de las tales cuando ni el espectador, ni el productor, el director ó el guión pretenden pasar de haber hecho eso, una película, un entretenimiento para el espectador ó una recreación mas ó menos fantástica de un episodio con el trasfondo histórico de los evangelio ó la persona de Jesús.
El problema que me hace a mí escribir estas líneas es el hecho de que muchos líderes y pastores de la grey la presentan como la esperanza de la evangelización y del crecimiento de la fidelidad cristiana. Se está hablando de ella desde los púlpitos de nuestras iglesias como si del evangelio mismo se tratase. Y más aún cuando se presenta junto con toda una serie absurdas historietas como: alguien murió de la conmoción cuando asistía a su proyección, ó que todo el público de una sesión acabó enmudecido y llorando; que un creyente de muchos años afirmó que por fin había experimentado un avivamiento espiritual como nunca antes, etc. O que el propio Billy Graham ha dicho que cada vez que predique ó hable sobre la cruz, estarán en su corazón y mente las escenas que ha visto en la pantalla? De Billy Graham ya sabemos que desde hace bastante tiempo no es más que una marioneta publicitaria penosamente utilizada, pese a su enfermedad degenerativa, al servicio de la empresa que creó, algunos la llaman ministerio, pero a mi me gusta más la palabra empresa porque realmente es una entidad que proporciona empleo a un buen número de personas.
Cuando esto sucede, uno se da cuenta de lo que está pasando en el mundo cristiano. Como un buen número de esos que se llaman "líderes", que se han puesto a si mismos, ó unos a otros, como pastores y que además suelen perder el tiempo dedicándose a lo que no deben, pues el resultado está bien claro: la mayoría ya no distinguen la esencia de lo que está bien, ni lo que está mal. O se paran en las cuestiones accesorias y técnicas incapaces de ver el peligro ideológico de este tipo de cristología. Y si estos son los de arriba, los que se supone que son los cualificados, como andarán los rebaños...
El mismo Gibson admite en una entrevista realizada por el Christianity Today, que le ha sorprendido la adhesión del mundo evangélico hacia su película, a pesar de la exaltación de María: "Realmente me ha sorprendido la forma como el público evangélico ha respondido a esta película más que ningún otro grupo cristiano. La cosa más sorprendente para mí es que siendo la película tan mariana. Pero pienso que la forma en que la película la muestra ha sido una manera de abrir los ojos a los evangélicos quienes usualmente no ven este aspecto. Ellos pueden entender la relación entre una madre y un hijo". También ha dicho que la película realmente "refleja sus creencias". Gibson es un romanista tridentino, es decir, su mentalidad es doblemente mariana antes que cristiana.
No tengo la menor intención en hacer énfasis en el buen negocio realizado por el Sr. Gibson, porque no puedo afirmar que esa fuese su perspectiva y objetivo principal al hacer la película. Incluso creo que debe concedérsele el beneficio de aceptar que no era ese el fin buscado, pero no sería necesario ser un experto del cine, ni de las finanzas, para predecir el espectacular negocio que está resultando. Para ese objetivo bastaba simplemente con conseguir el apoyo de miles de agentes comerciales promocionándola desde los púlpitos católicos y protestantes, y contar, fuese como fuese, con los testimonios de apoyo de algunos "que tienen reputación de ser algo".
Creo que técnicamente de la película se podría valorar como mucho con un simple "aprobado justo". No soy ningún entendido en cine, pero creo que denota, en comparación con las películas comerciales norteamericanas, que los recursos han sido más bien escasos y ramplones no admitiendo en manera alguna comparación con el despliegue de medios de las superproducciones taquilleras de la industria del cine que llegan cada año a nuestras pantallas (aunque estoy seguro que conseguirá recaudaciones que sobrepasarán a la mayoría de aquellas).
Para situarla en su justo lugar, la película es exactamente aquello que su director y productor quiso hacer. Una representación cinematográfica de un "auto sacramental romanista" con carácter proselitista, que incluye todos los elementos de su teología: Mariolatría a raudales; sangre y dolor físico en cantidades exageradas para conmover las conciencias, inclinándolas hacia la emocionalidad mística irreflexiva; vía crucis incluido con sus diferentes pasos ó misterios, y todo ello adornado por todos los elementos propios de las celebraciones romanistas de la semana santa, representando sus iconos más representativos. Por esa razón el director ha sido calificado por una publicación romana como: "un evangelista en el sentido más puro; un verdadero apóstol" del romanismo.
La pretensión de recrear la historia ó el guión basándose exclusivamente en el relato evangélico es absolutamente falsa. La película no representa lo que los evangélicos narran, sino que no está basada en dos libros escritos por sendas monjas de corte místico, titulados: "La Ciudad Mística de Dios", de la española Sor María de Jesús de Agreda (1602-1661) y "La Dolorosa Pasión" escrito por Ana Caterina Emmerich (1774-1824); en los que ambas relatan sus "visiones" que, como todas las visiones romanistas, reflejan la más pura teología tridentina de la iglesia con capital en el Vaticano.
Si teológicamente la película se encuentra absolutamente fuera de los enfoques del evangelio como veremos más adelante, contiene sin embargo todos aquellos tópicos que han convertido al romanismo en una secta apartada del evangelio de la gracia, así como sus estereotipos más populares. Así pues, aunque no con la extensión de si se tratase de un estudio, voy a pedir un poco paciencia en la lectura al lector interesado para arrojar luz sobre algunas de las cuestiones que están en juego.
El énfasis mariano es abrumador de principio a fin. María está presente en todas escenas y tiene un sufrimiento controlado y digno de alguien que entiende perfectamente lo que está sucediendo y que querría estar allí sufriendo el mismo proceso que Jesucristo. El mismo Pedro acude a ella para pedirle perdón por haber negado a Jesús, e incluso en alguna escena aparece físicamente salpicada por la sangre de Jesús. El Jesús de la película hace algo que "nunca" hizo el verdadero en los relatos evangélicos: llamar "madre" a María.
En diversas ocasiones los evangelistas hablan de "su madre", pero él, Jesús, desde el relato evangélico de la etapa de su ministerio nunca le llama "madre" sino "mujer" (Jn. 2:4; 19:26), queriendo marcar las distancias para que nadie encontrase en sus palabras ninguna justificación para la mariolatría que vendría después. Y cuando en los evangelios Jesús responde acerca de "su madre", no se refiere a María, sino que señala a sus discípulos (Mat. 12:48-50; Mr. 3:35; Lc. 8:20-21). Pero el asunto va más allá. En ninguna parte de la Torah, donde se instituye el ceremonial que era figura y sombra de la Pascua que encarnaría Jesucristo (1Cor. 5:7; Heb. 10:1), permite encontrar vestigio alguno de cualquier papel reservado para María, sino que presenta al Cristo como sumo-sacerdote que se ofrece a si mismo en ofrenda por nuestros pecados. Tampoco en el Nuevo Testamento, donde se desarrolla didáctica y doctrinalmente la operación de la redención y de Jesucristo, se puede encontrar de la misma forma ningún rol para María, antes toda la preeminencia es de Cristo en todo. El único camino (Jn. 14:6); el único nombre en el que se puede ser salvo (Hch. 4:12); el único Abogado (1Jn. 2:1); el único Intercesor (Rom. 8:34); el único Juez (2Ti. 4:1), el único digno de tomar el poder, riquezas, sabiduría, fortaleza, honra, gloria y alabanza (Apoc. 5:12). De tal manera que en ningún escrito apostólico de carácter doctrinal, ni en predicación alguna se menciona siquiera a María. La única referencia de que existe después de la muerte de Jesús, es la de Hch. 1:14, para decir únicamente que estaba junto con los demás, discípulos, discípulas y hermanos de Jesús, reunidos en oración después de la resurrección, y que con ellos y como ellos recibió el don del Espíritu Santo en la manifestación de Pentecostés (Hch. 2:1). Ninguna mención más. Nada de su figura con respecto a la predicación del evangelio ó en las instrucciones para los gentiles que creyesen. Pero en el filme, Jesús no solo le llama "madre" continuamente, sobre todo durante su via crucis, sino que además incluso aparece orando al Padre y le dice: "Soy tu siervo, Padre, y el Hijo de tu sierva" Con lo cual la categoría y la servidumbre de ambos parece la misma.
Tampoco en el filme se regatean esfuerzos para mostrar que en el sufrimiento físico de Jesucristo se encuentra el énfasis de la redención y de su padecimiento, de la misma manera que los romanistas han adornado desde hace siglos sus iglesias, catedrales, impreso estampitas ó realizado procesiones para que sus seguidores hayan perdido la perspectiva espiritual del sacrificio de la cruz y mentalmente lo hayan sustituido por imágenes de simple dolor físico. Y para destacarlo, hay toda una recreación en la recreación de la tortura, el empleo de una gran cantidad de sangre que tiene el objetivo de mostrar que se realizó una auténtica carnicería salvaje. Al personaje de Jesús se le destroza absolutamente en lo físico hasta convertirlo en una deforme masa sangrienta. No es de extrañar entonces que cuando una persona normal, con un mínimo de sensibilidad, acaba de ver la película queda horrorizado y mudo. Destacar estas imágenes horribles tienen como objetivo llevar al espectador a unas reacciones sensoriales paralizantes como las que puede vivir ante atrocidades absolutamente injustificables por una mente humana normal, como por ejemplo, cuando se contemplan escenas de los atentados del 11S ó las que acabamos de vivir en España el 11M. Uno dice al momento: ¡Que barbaridad! ¡Que crueldad! ¡¿Cómo se le puede hacer a alguien inocente una cosa como esa?! Y esa sensación es justamente la que impide al espectador contemplar la dimensión real del evangelio. Él nunca sería capaz de hacer nada parecido a otro ser humano? Uno no solo no se siente pecador sino que en comparación con aquellos se siente bueno, al igual que los fariseos pensaban en Mt. 23:30, si nosotros viviésemos ó estuviésemos presentes en aquel momento nunca habríamos hecho una barbaridad como esa. Aquellos bárbaros merecerían ir al infierno. Sobre todo aquellos líderes judíos fanáticos e implacables y los salvajes soldados romanos. Nosotros no. Nadie sale con la sensación de ser un cooperante en la muerte de Cristo.
Y como el guión no procede de los evangelios, como ya hemos dicho, sino de alucinaciones místicas, es por lo que yo voy a recomendar que si usted quiere hablar de verdad de la auténtica pasión de Cristo a alguien no cristiano, y tiene que acompañarle al cine, vaya usted a ver cualquier película comercial intrascendente, aunque sea de tiros, porque su amigo sabrá que se trata de una ficción, y luego predíquele usted el verdadero mensaje del evangelio, al menos no habrá usted contribuido a que su amigo introduzca en su mente una versión distorsionada de lo que estaba sucediendo en la cruz, de las causas de la agonía, pasión y muerte de Jesucristo. Pero no piense que es un deber cristiano pagar para mejorar su vida espiritual ó pagarle la entrada a un amigo ateo, pensando que va a salir convertido.
Es cierto que Jesús fue sometido a vejaciones y un cruel maltrato físico durante su proceso y hasta su muerte en la cruz. Era lo habitual de la época, no lo excepcional. Que Jesús fue azotado, está fuera de toda discusión. Pero el énfasis que hacen los evangelistas sobre los azotes inflingidos a Jesús no tienen nada que ver con la tortura que se muestra en el filme. Mateo (27:26), Marcos (15:15) y Juan (19:1) mencionan que fue azotado. Jesús lo sabía y estaba preparado para ello, como encontramos en Lucas 18:33, preparando a sus discípulos para las escenas que les tocaría vivir y que supiesen los castigos físicos a que le someterían. Sin embargo, nada tiene que ver ese castigo de azotes con la salvajada presentada por el director de la película. Tanto es así, que el mismo Lucas, quien escribió su evangelio tras una minuciosa labor de investigación (Luc. 1:1-4), sin duda auspiciada por el Espíritu Santo, no menciona en el relato del proceso y muerte de Jesús, la cuestión de los azotes, lo cual hace pensar que tal hecho en lugar de tener la gran relevancia que "vieron" las visionarias, convencidas por una teología imperante en su medio, fue un castigo de tono mucho menor, lo cual parece normal porque ni Jesús era un enemigo de Roma, ni le caía mal a Pilato, y no pretendían tomar en él ningún tipo de venganza. Tampoco fue un suplicio destinado para hacerle confesar algún crimen ó traición. El apóstol Pablo menciona que él mismo fue sometido a un castigo de ese tipo en varias ocasiones (2Cor. 11:24-25), y seguro que sus apaleamientos realizados por los judíos fueron con más ensañamiento que los que los romanos aplicaron a Jesús. En el caso de Pablo, aquellos le consideraban además de blasfemo (como a Jesús) como un traidor a la nación.
Así pues, no fue el acto de apaleamiento, ó azote, lo excepcional en la muerte de Jesús, ni de su padecimiento. Probablemente no hubo un maltrato especial más allá del que se dispensaba a otros involucrados en procesos semejantes fuesen ó no culpables de los actos que se les imputaba. Si alguien quiere meterse en la historia de la época solo tiene que leer los relatos de Flavio Josefo en su tratado de Las Guerras de los Judíos. Podrían ver como por un quítame allá un águila imperial de la puerta del templo fueron quemados dos maestros religiosos y descuartizados un buen número de sus discípulos. O enterarse de los sufrimientos de muchas personas, como por ejemplo en aquella durante la fiesta de la Pascua del año 3 a.C., mientras una multitud celebraba los sacrificios unos agitadores mataron a pedradas a unos emisarios de Arquelao, lo que hizo que este enviase a sus tropas para reprimir la agitación y asesinaron allí, en la explanada del templo a tres mil personas, la mayoría fieles, hombres, mujeres y niños que participaban en los sacrificios. O en otra fiesta de la Pascua, y en el mismo lugar, unos pocos años después, se produjeron revueltas contra los romanos que ocasionaron unas avalanchas humanas que acabaron con DIEZ MIL MUERTOS, la mayoría pisoteados, y no había hospitales donde el empleo de anestesias y tranquilizantes redujesen el dolor de los heridos que murieron en los días siguientes en medio de los dolores de los traumatismos y las fracturas. Luto de padres, madres, dolor, sangre, etc. a raudales.
El singular sufrimiento que experimentó nuestro Señor Jesucristo no fue por sus padecimientos físicos por horrendos que fuesen. Si alguien piensa que las gotas de sangre que sudaba Jesús en el Monte de los Olivos eran por causa de su inmediata muerte física ó por experimentar la barbarie de la tortura, están presentando a un Jesús que ni siquiera da la talla que han dado otros hombres sometidos a barbaries semejantes y aun más crueles, por la prolongación de agonías incluso durante días. Por ejemplo, describiendo a los esenios, dice Josefo, que eran personas que "menosprecian las adversidades y vencen los tormentos con la constancia, paciencia y consejo" que en la guerra que mantuvieron con los romanos mostraron el gran animo? porque aunque sus miembros eran despedazados por el fuero y diversos tormentos, no pudieron hacer que hablasen algo contra el error de la ley? y aun no rogaron a los que los atormentaban, ni lloraron siendo atormentados; antes riendo en sus pasiones y penas grandes, y burlándose de los que se las mandaban dar, perdían la vida con alegría grande muy constante y firmemente, teniendo por cierto que no la perdían, pues la habían de cobrar otra vez?. (Libro II, 7). Y esas barbaries estaban a la orden del día.
Podríamos extendernos cuanto quisiésemos sobre las atrocidades de la época, que fueron superadas por las que producían los artefactos inventados para la tortura y empleados por la Inquisición ó, sin ir a épocas tan lejanas, a los refinados métodos de tortura que han aplicado en nuestro siglo XX sobre personas de todo tipo y condición. Por ejemplo, uno conocido en España, el del Sr. Nim, líder de un pequeño partido comunista durante la guerra civil española al que otros comunistas secuestraron y al que le hicieron las siguientes atrocidades: Aplicarle como tortura el método seco que consistía en privarle del sueño durante días impidiéndole sentarse, mientras se le sometía a interrogatorios de hasta 40 horas seguidas. Como resistió esta tortura, entonces empezaron a destrozarle sus miembros. Como pese a todo se resistía a confesar lo que sus secuestradores querían, decidieron desollarle vivo. Al cabo de unos días, le arrancaron la piel y le rasgaron el cuerpo hasta dejarlo como "un amasijo de músculos deshechos", pero como seguía sin doblegarse, finalmente lo asesinaron de un tiro en la nuca. Nim era inocente de lo que le acusaban sus rivales políticos y probablemente en lo físico padeció más de lo que lo hizo Jesús.
Así pues que Jesucristo fue maltratado físicamente nadie lo pone en duda. Que fue menospreciado, escupido, insultado, abandonado por los suyos, clavado en una cruz y que padeció en la carne grandes sufrimientos víctima de la injusticia, la maldad y la crueldad humana, está fuera de toda duda. Que era inocente de los cargos que le acusaron, también. Pero ese no es el sufrimiento de Cristo, ni el meollo del conflicto, ni siquiera la razón de su muerte, aunque sea la única dimensión que alcanzan a ver los que siguen conociéndole solo según la carne y no según el Espíritu. Esa imagen refuerza la idea de muchas personas que están dispuestas a creer que Jesús fue un hombre inocente, bueno y sabio que fue tratado salvajemente y condenado a morir crucificado después de un proceso viciado. Así se quedan en que lo mataron los romanos a instancias de los judíos que no creían en su mensaje y que pensaban que blasfemaba, ó que veían en él un peligro para seguir disfrutando de su papel de líderes religiosos del pueblo judío.
Así pues, voy a dedicarle un poco de extensión a la verdadera "Pasión de Cristo" y a su persona y ministerio, que no son los de Mel Gibson, y creo que debo empezar por traer delante las palabras del apóstol Pablo en 2Cor. 5:15-17 ""Cristo murió por todos, para que también los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. De manera que nosotros de aquí en adelante A NADIE CONOCEMOS SEGÚN LA CARNE; y SI AUN A CRISTO LO CONOCIMOS SEGÚN LA CARNE, AHORA, sin embargo, YA NO LO CONOCEMOS ASI". Vemos que hay una distinción en la forma de conocer: Los que hemos nacido de nuevo, que hemos tenido un encuentro personal con Cristo, que hemos entendido de verdad la "vida y pasión" de nuestro Redentor, ya no podemos quedar enganchados a la dimensión física del personaje, como los que no han tenido esta experiencia, porque nos damos perfectamente cuenta como distorsiona absolutamente la dimensión espiritual de todo lo que se estaba cumpliendo, al reducirlo a una experiencia humana y física.
La sangre preciosa de Cristo, su vida, fue ofrecida en un sacrificio "ya planificado desde antes de la fundación del mundo" (1Ped. 1:20), porque Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo consigo mismo (2Cor. 5:19), para rescatarnos de nuestra vana manera de vivir (1Ped. 1:20) y para que todo aquel que crean el él, no se pierda, sino que tenga vida eterna (Jn. 3:16).
Empecemos: Dios dijo a Adán (Gen. 2:17): "EL DIA" que comas del árbol del conocimiento del bien y del mal, "CIERTAMENTE MORIRAS". Pero todos sabemos que Adán, es decir el hombre y la mujer comieron, y no murieron en aquel día. Siguieron vivos muchos años más, e incluso tuvieron hijos de los que descendemos nosotros. Pero Pablo escribiendo a los Romanos (Rom. 5:12) nos instruye de que lo que sucedió en aquel aciago "día" fue que "el pecado entró en el mundo, y por el pecado la muerte, y la muerte así pasó a todos los hombres". Eso fue lo que sucedió aquel día. Se rompió la comunión del hombre con Dios y entró la enemistad. Esa es la muerte. El hombre entró en tinieblas, porque en el Verbo, en el Hijo de Dios está la vida, y la vida era la luz del ser humano (Jn. 1:4). La ruptura de la relación de la criatura con el Creador es la verdadera muerte. Afortunadamente para nosotros, y conforme a lo que anticipadamente había sido planeado, como hemos dicho antes, la misericordia de Dios había diseñado antes la redención y salvación del ser humano mediante el sacrificio del Verbo de Dios hecho hombre. El hombre pues aunque quedaba como enemigo, muerto espiritualmente y sujeto al pecado, a la vez también quedó cubierto con el paraguas protector del cumplimiento de la justicia de Dios en Cristo, que se materializaría a su debido tiempo.
El tema de la cristología ha producido tantos disparates desde bien antiguo que en lugar de entender su papel, todavía hay mucha gente que en lugar de ser maestros de cosas tan básicas han seguido como niños (Heb. 5:8-13) las tonterías de teólogos que se han enredado unos con otros en medio de sus filosofías, ó han seguido definiciones que salían de lo que pensaban que eran Concilios de la Iglesia de Cristo. Pero si atendieran a los mismos métodos que se empleaban para llegar a tales definiciones y las circunstancias que concurrían en ellos, siguiendo la pauta de Jesús de conocer por los frutos, debían entender que casi siempre estarían mejor denominados como "reuniones de hijos del Diablo", aunque algunos creyentes de buena fe acudiesen, pero en las que toda la inmoralidad y maldad se ponía, no al servicio de la Palabra de Dios, que es clara, sino para el medro personal, el poder, el dominio sobre otros, la ambición política, donde la teología era solo el medio, el pretexto, etc. ¿Cómo alguien conozca a Cristo y su evangelio puede llegar a aceptar que traiciones, emboscadas, sobornos, empleo de prostitutas, asesinatos, mentiras, calumnias, amenazas, torturas y todo tipo de tropelías, que eran el orden del día de tales conciábulos, pudieran ser los instrumentos de doctrina que Dios tendría preparados para su Iglesia, apartando de su papel al Espíritu Santo y sustituyéndolo por decisiones y redacciones de personas malvadas y abyectas?
Así que como hay tanta confusión e ignorancia voy a dedicar un poquito de extensión, y pido comprensión al lector, aunque se trate de un simple artículo, no de un estudio, porque hay ciertas cuestiones que algunos, amarrados a una teología humana, nunca han sabido, pero que otros tienen olvidadas ó no perfectamente aclaradas:
Desde Adán, como hemos considerado antes, la muerte física es solo un trance temporal. A causa de la desobediencia se produjo la enemistad, y quedó establecido para todo el ser humano descendiente de Adán que moriría "una vez", la física, y "después el juicio" (Heb. 9:27). Esa es la razón de que en muchos pasajes de las Escrituras a la muerte física se le denomina con el apelativo de "dormir" (Jn. 11:11; 1Cor. 11:30; 1Tes. 5:7), para enfatizar lo transitorio de ese proceso físico y que hay una dimensión y un tiempo en los que todos los que duermen, serán despertados para comparecer ante el tribunal de Dios y ser juzgados a la luz de la santidad de su justicia perfecta (Apoc. 20:11-15). Ante ese tribunal, todo hombre por su naturaleza tendría que ser declarado pecador, al estar manchado y contaminado por el mal y por consiguiente al tribunal de Dios corresponde sancionarlo con la pena de muerte (Rom. 6:23), también llamada condenación ó muerte segunda. Esa muerte es la separación eterna de Dios, destinando pecador a un lugar en el que al igual que en el Gehenna de Jerusalén, se encuentra el basurero de la creación donde se quema lo inútil y lo malo. Un lugar expresado por Jesús como el lugar del lloro y el crujir de dientes donde la existencia es una dimensión ó estadio atemporal alejado de la presencia de Dios y de los beneficios de su comunión, donde el mal tiene su esfera sin que nada lo detenga, al estar ausente la presencia de Dios que es la fuente de toda buena dádiva y de todo don perfecto (St. 1:17). Ese era el objetivo buscado por Satanás en el Edén: que Dios tuviese que destruir la obra de Dios que acababa de realizar, obteniendo así su mayor triunfo por medio de ello. Instando como acusador que la justicia de Dios se cumpliese. Y así tendría que haber sido entonces si la Omnisciencia de Dios no hubiese anticipado una previsión de su gracia para esta eventualidad. Pero por Su sabiduría y por Su gran misericordia, Dios había previsto ya dar una oportunidad al hombre para reconciliarse con Él, haciendo la paz al precio del sacrificio de su Hijo, de modo que todo aquel que aceptase la oferta de reconciliación de gracia por medio de la fe, pudiese ser considerado obediente, en contraposición al desobediente Adán, cumpliendo la obra de Dios que consiste en creer en Aquel a quién Él ha enviado (Jn. 6:29). Y al obediente, Dios le incluiría en el libro de la vida, para gozar de la vida eterna y de la comunión perfecta y perpetua.
Pero es necesario dejar clara una idea: Que la justicia de Dios no es caprichosa, sino perfecta. Y porque la sentencia es radical, vida ó muerte, su justicia tiene que "probarse" tan perfecta que no puede haber argumentos que puedan oponerse. Toda boca debe quedar callada (Rom. 3:19). Todo argumento tiene que quedar desmontado.
La cuestión del juicio y condenación de los ángeles parece bastante obvia, incluso para mentes limitadas como las nuestras. El modelo que Dios creó era bueno y aguantó la prueba. Si bien hubo ángeles que se rebelaron, y otros que pecaron y no guardaron su dignidad, también hubo legiones de ángeles que mantuvieron siempre su estado de pureza y fidelidad al Creador. En consecuencia la fidelidad de estos certifica la responsabilidad de los otros en su condenación como consecuencia de su propia voluntad y decisión en obrar mal. Pero la cuestión del hombre es más complicada porque Adán constituía un modelo reproductivo y al pecar él, todos pecamos. Cuando este hecho se produjo, el mismo Adán dijo entonces a Dios: "La mujer que me diste", arrojando sibilinamente un cierto grado de la responsabilidad al Creador del conflicto de su error y desobediencia. ¿El modelo del hombre creado era bueno y pecó por su propia decisión y responsabilidad, como los ángeles, ó el hombre podría querer justificarse afirmando que realmente era un ser frágil y deficiente para resistir las condiciones de su existencia, entre ellas la tentación y por lo tanto tendría Dios un cierto grado de culpabilidad? ¿Cómo tapar la boca y callar este argumento? Solo había una forma: Que otro hombre de igual naturaleza que Adán, es decir, creado sin pecado, soportase la prueba de la tentación incluso un ambiente y circunstancias más hostiles que aquellas en las que Adán cayó, y resultase vencedor. Esta prueba tendría dos dimensiones, evidentemente condenar al infractor, pero a la vez, por la gracia de Dios, podría también redimir a la descendencia de Adán, que por gracia aceptase esa oferta por medio de la fe, de los efectos mortales del pecado.
¿Quién sería digno y quién podría cumplir este papel? Nadie mejor que probar el modelo que el mismo Creador, aquel que había hecho todas las cosas? Juan lo expresa así (Jn. 1:1,3 y 14): "Aquel Verbo era Dios" "y todas las cosas fueron hechas por él" Y aquél Verbo se hizo carne. Es decir se hizo hombre (Rom. 5:15; 1Cor. 15:21), con espíritu (Luc. 24:36), con alma (Mt. 26:38) y cuerpo (Col 1:22). No se hizo medio hombre y medio Dios, que unas veces era Dios y que otras era hombre, de tal manera que nunca se sabe si quien resistía la tentación era el Dios ó era el hombre. La persona era Dios y se hizo hombre (Fil 2:7,8), con todo lo que ello implicaba. La Deidad estableció todos los parámetros del plan redentor: el como, el cuando y el donde. Y el Padre que tiene control hasta los más ínfimos detalles de sus criaturas (Mt. 10:29), asumió igualmente el control de la vida de Jesucristo (Jn. 5:19-30). Todo fue planificado en el tiempo (Lc. 1:20; Mt. 16:21; 26:18; Mr. 1:15; Lc. 9:51; 13:35; Jn. 2:4; 7:6,8; Mt. 26:45, etc.) y profetizado anticipadamente hasta los mínimos detalles, de modo que después de consumar todas las cosas planeadas de modo perfecto, el Señor pudo explicar a los discípulos y estos pudieron entender claramente como todo estaba determinado (Lc. 24:44, 45; Jn. 20:9) y "era necesario" que fuese así (Lc. 24:26,27).
Así pues el Hijo de Dios, el resplandor de Su gloria y la imagen de Su sustancia (Hb. 1:3) se hizo hombre, porque así como los hombres participaron de carne y sangre, él también tenía que participar de lo mismo, para destruir por medio de su muerte al que tenía el imperio de la muerte (¿qué muerte, la física?), es decir, al diablo, y librar a los que por el temor a la muerte (¿la física?) estaban por toda la vida sujetos a servidumbre (Heb. 2:14-15). Y quedar desde entonces como "Hijo del Hombre" elevado a lo suma dignidad del universo y por toda la eternidad (Dan. 7:13-14: Fil. 2:9-11)
Nació como un hijo de los hombres, pero sin pecado, como Adán, gracias a la operación del Espíritu Santo en su nacimiento providencial (Luc. 1:35). Como hombre creció, y aprendió cosas que no sabía (Lc. 2:52; 2:46). Como hombre padeció enfermedades de hombres y dolores de la misma naturaleza que nosotros (Is. 53:4). Como hombre ignoraba cosas (Mt. 21:19; Mr. 11:13; Mr. 5:30, etc.). Como hombre padecía el dolor, hambre (Mr. 4:2), cansancio (Jn. 4:6), sed (Jn. 19:28). Lloró y experimentó el dolor del ser humano ante la muerte física propia y ajena (Jn. 11:33-35), etc. etc. Se enfrentó a la tentación satánica en circunstancias extremas de debilidad (Mt. 4:1 y Mr. 1:13) mucho más críticas que las que siglos antes había padecido Eva. Pero no fue la única vez, sino que a lo largo de su ministerio fue tentado en otras ocasiones (Lc. 4:13), hasta el punto de que afirman las Escrituras que fue "tentado en todo" conforme a nuestra semejanza (Hb. 4:15). Es decir, como el más tentado de cualquiera de nosotros. Pero de todas las tentaciones resultó vencedor demostrando así la validez del modelo humano y que cuando se dice que tras la creación "vió Dios que todo era bueno en gran manera", lo era ciertamente (Gen. 1:31). El ya lo sabía, pero ahora ha quedado manifestado para todos. Pero en su condición humana también aprendió algo que se le requiere a los hombres en las diversas facetas de su vida, pero también para la salvación, la obediencia (Heb. 5:9; Rom. 10:16; 1Ped. 4:17). Obedecer es someter la voluntad propia a la de otro incluso, ó mayormente, en contra de la propia (Jn. 5:30; Lc. 22:42; Jn. 6:38) y esta ultima posibilidad nunca antes se había producido pues la sintonía eterna del Padre y del Hijo era perfecta.
Hasta el momento del inicio de su ministerio su vida fue perfectamente humana, no un extraterrestre ni superman, ni un ser esquizofrénico, pero tampoco alguien que manifestase otra imagen al exterior que la de un hombre bueno, con ganas de aprender, laborioso, cariñoso, justo y honrado con temor de Dios y obediente a su ley y celoso de su vida espiritual. Todas aquellas virtudes que adornaba a Adán antes de la caída. No es de extrañar que toda esa etapa viviendo con tales características produjesen el efecto de que María "guardase en su corazón" (para si misma, sin compartirlo con nadie) aquellos singulares episodios de su anunciación y nacimiento (Lc. 2:19 y 51), y tampoco es de extrañar que sus hermanos (ver mi estudio sobre los hermanos de Jesús en iglesia.net) no creyesen que él fuese más que un hombre normal (Jn. 7:5). A una altura de esa existencia humana, cuando tuvo alrededor de treinta años, Dios llamó ó si se quiere decir, "excitó" (de forma semejante a la que había hecho con otros grandes hombres como Moisés (Ex.3:7-10-, David -1ªSam. 16:13- ó el apóstol Pablo (Gal.1:15,16 con Hch.22:14-16) la conciencia mesiánica de Jesús, le entregó el mensaje (Jn.7:16-17) y la información de la misión eterna que tenía que realizar en cuya planificación había participado en su condición de Dios, desde antes que el mundo fuese creado, y para cuya realización había sido hecho hombre y llegado hasta tal momento. Por este motivo el inicio de su ministerio es súbito y toma de improviso a María y a sus hermanos que intentan retirarlo de la exposición pública que iniciaba, diciendo a la gente que se había vuelto loco (Mr. 3:21), y también tomó de sorpresa a sus conocidos y vecinos (Mr. 1:27; Mt. 13:54-56).
El hecho de que Jesucristo viviese en una absoluta humanidad, no impide aceptar que era plenamente el Verbo de Dios encarnado, de semejante manera que el hecho de que a Nabucodonosor le fuese quitada temporalmente la razón, el poder, el gobierno y su sabiduría, (Dan. 4:25-28), no le convirtió en otra persona diferente. Siguió siendo exactamente la misma persona que antes, el mismo ser humano pero que existió bajo unas condiciones temporales diferentes. Tan diferentes como de ser rey absoluto a vivir entre y como las bestias. Otro puedo traer otro ejemplo más de nuestros días. Imagine el lector que una persona padece un accidente de tráfico y como consecuencia llega a perder la memoria e incluso la movilidad por causa de una paraplejía, ¿deja de ser la misma persona? ¿No tiene que volver a aprender con ayuda paciencia y esfuerzo cosas que antes sabía y hacía sin problemas? Esto es solo una parábola que nos permita racionalizar de forma simplificada algo tan complejo como la "kenosis" del Hijo de Dios. El Creador se hizo criatura. No es de extrañar la exclamación de que "Indiscutiblemente grande es el misterio de la piedad: Dios ha sido manifestado en carne", (1Tim. 3:16).
La cuestión de los prodigios y milagros que hizo, las cosas que supo de forma sobrenatural y que recogen los evangelios, ¿cómo se compaginan con lo que hemos estado considerando en los párrafos precedentes? Pues tampoco es difícil de explicar: Jesús resucitó muertos, pero también Elías y no era más que un hombre, 1Rey. 17:22; ó el apóstol Pablo, Hch. 20:9,10; Jesús alimentó a multitudes, pero también Moisés, Jn. 6:31. Elías hizo que el aceite y la harina de la viuda no se acabasen, 1 Rey. 17:16. Jesús caminó sobre las aguas, pero Eliseo hizo flotar un hacha de hierro, 2Rey. 6:6. Jesús sanó a leprosos, pero Eliseo sanó a Naamán, Lc. 4:27. Podríamos mencionar como "el poder de Dios" operando en personas sujetas a la "naturaleza humana" realizó en ocasiones grandes prodigios. Ahí tenemos los de ejemplos de Moisés, Gedeón, Sansón, Josué, etc.
Jesús sabía cosas que ningún hombre podía saber pero, por ejemplo, también Isaías supo de Ciro cien años antes de que naciera ó Daniel de los imperios que sucederían al babilónico. Reconocemos el ministerio divino de los grandes hombres de Dios y su mensaje porque muchos de ellos fueron avalados por prodigios sobrenaturales que Dios operaba para ratificar sus mensajes y ministerio. De la misma manera, el Espíritu de Dios vino sobre Jesús, el Verbo hecho hombre, (Lc. 4:18-21), y fue ungido para su ministerio y confirmado por medio de la realización de señales sobrenaturales que testificaban de su procedencia divina (Jn. 5:36), el origen celestial de su mensaje y el carácter trascendente de su sacrificio en la cruz para perdonar los pecados de todos aquellos que creyesen en él. Pero el dijo: "No puedo yo hacer nada por mi propia iniciativa" (Jn. 5:30). Todo lo que Él hizo y dijo en cada momento de su ministerio era aquello que la Deidad había determinado anticipadamente.
Pero ahora quiero volver a la cuestión de la pasión, porque sería muy largo extenderse de forma precisa sobre los principales eventos de su ministerio. Recordemos que ya hemos afirmado que está establecido para todo "hombre" que muera una vez y después del juicio. Pues como hombre también ante ese juicio se tuvo que presentar Jesús, pero cargado con nuestros pecados, para ser juzgado y condenado en nuestro lugar. Por eso su muerte fue sustitutiva y expiatoria (Is. 53:10): Aquel que nunca hizo pecado alguno (1Ped. 2:22; 1Jn. 3:5), ni se relacionó con el pecado, Dios le hizo pecado por nosotros (2Cor. 5:21), y como tal pecador se presentó ante la justicia de Dios para que el castigo que merecíamos nosotros por ser pecadores, la muerte segunda, la separación eterna, cayese sobre él y por su padecimiento nosotros, todos los que creen en él, pudiésemos ser justificados, reconciliados con Dios y vivir eternamente con Él (1Tim. 4:10).
La pasión de Cristo, nuestro amado Salvador, no fueron los latigazos y las heridas físicas. La verdadera pasión fue que murió por causa de nuestros pecados, no solo de los de aquellos que participaron en el hecho histórico, sino también los nuestros del día de hoy, aspecto totalmente desenfocado en la película y que no vincula para nada al espectador. Esa era la circunstancia por la que Jesús estaba en agonía en Getsemaní y sudaba gotas de sangre. La repugnancia y aversión que produce en alguien perfecto y santo sentir que iba a verse manchado con el pecado. El consecuente efecto de separación y enemistad que este produce rompiendo la unidad de la Deidad y la comunión eterna entre el Padre y el Hijo (El Padre y yo "somos" uno, Jn. 10:30; 17:21). Unidad que se mantuvo incluso en la "kenosis" (Fil. 2:7) del Hijo de Dios al hacerse hombre, pero que fue fracturada en el momento en que nuestros pecados fueron cargados sobre él. El salmo mesiánico 22 enfatiza ese dolorosísimo trance, cuya dimensión auténtica no podemos más que alcanzar a atisbar, cuando anticipa la escena en la que Jesús grita desde la cruz: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Mr. 15:34).
La condenación es la separación de Dios sin la cobertura de la gracia. Es aquella forma de existencia que Jesús describía dramáticamente a sus discípulos y oyentes con frases tales como: las tinieblas exteriores donde está el llanto y el crujir de dientes (Mt. 8:12); donde está el horno de fuego (Mt. 13:50); donde el gusano no muere y el fuego nunca se apaga (Mr. 9:44). Esa fue la muerte que Jesús, el Verbo de Dios hecho carne, padeció en nuestro lugar. Esa perspectiva de destino cruel para los que desprecian la muerte expiatoria de Cristo, es la que hace exclamar al autor de Hebreos (2:3): ¡¿Cómo escaparemos si tenemos en poco una salvación tan grande?! Pues Pablo escribe: El que aún a su propio Hijo no perdonó, antes lo entregó por todos nosotros. (Rom. 8:32). Y "horrible cosa es caer en las manos del Dios viviente" (Heb. 10:31).
¿Entendemos lo que fue la pasión y lo que Cristo padeció por nosotros? Un sacrificio inmenso cuya agonía no puede el ser humano ni siquiera alcanzar a imaginar. Nuestro Señor padeció la muerte por propia iniciativa, sin que nadie le quitase la vida, sino que la puso voluntariamente (Jn. 10:18), y asimismo renunció a la facultad que tenía de tomarla por si mismo si quisiera, y no concluir el propósito de redención planificado antes de la caída. No le quitó la vida ni siquiera el tormento de la cruz, de modo que el pudo consumar su voluntario sacrificio expresado con las palabras del evangelio: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto expiró" (Lc. 23:46). Sorprendió a los romanos que ya hubiese muerto, pues el suplicio en la cruz tenía una duración mucho mayor. Era normal que los crucificados pasasen varios días de agonía antes de fallecer, y por esa razón fue que los judíos le pidieron a Pilato que acelerase el desenlace mandando quebrar las piernas de los crucificados, como era habitual. Y así lo hicieron con los otros dos crucificados, pero Jesús ya había entregado su espíritu y por con él no tuvieron que hacerlo (Jn. 19:31-33) cumpliendo igualmente la profecía de que sería traspasado (Zac. 12:10), pero que ningún hueso suyo sería quebrado (Sal. 34:20), como se representaba desde hacía siglos en el caso del cordero pascual (Ex. 12:46).
Pero por el mucho amor con que nos amó (Ef. 2:4), por obediencia al Padre (Fil. 2:8), confío en Aquel su causa, quien a causa de sus ruegos y suplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte (¿Qué muerte, la física que padeció ó esa muerte terrible que es la separación de Dios, y que será el destino de cuantos rechazan la gracia de Dios en Cristo?), fue oído por su reverencial miedo? y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y consumado, vino a ser causa de eterna salvación para todos los que le obedecen. (Heb. 5:7-9). Por eso el Padre le resucitó de los muertos (1Ped. 1:21), no dejando su alma en el Hades, ni permitiendo que su cuerpo conociese la corrupción (Hch. 2:27). En esa resurrección plena, no solo física, está nuestra esperanza, porque así como Cristo resucitó, se convirtió en las primicias de los que "durmieron". Y así como la muerte entró por un hombre, también por un hombre (Jesucristo. El Verbo hecho hombre) la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados (1Cor. 15:22).
Y este proceso y salvación está solo en Cristo, y por eso ni María, ni los ángeles, ni las potestades pueden ofrecer ni la salvación ni el perdón de los pecados, sino solo Aquel que murió por los impíos, que padeció el castigo que nosotros merecíamos, y por cuya "llaga" podemos ser curados (Is. 53:5).
Podríamos seguir reflexionando sobre la misión trascendente de la muerte de Jesucristo, predicando a los espíritus encarcelados de los que nos habla Pedro (1Ped. 3:19), que no era desde luego el estadio del Seno de Abraham a donde fue el mendigo (Lc. 16:22); de cómo llevó cautiva la cautividad tras haber descendido a las partes más bajas de la tierra (Ef. 4:8,9); de cómo tres días después de su muerte física aún no había tenido un encuentro con el Padre desde su estado victorioso sobre el mal y la muerte, por la operación de resurrección realizada por Dios el Padre (Jn. 20:17), y muchas otras cosas interesantes, pero que merecerían mucho tiempo y están fuera del propósito de este artículo.
Todo lo demás de la película queda relegado en importancia a estas dos facetas que hemos tratado en las líneas anteriores. Hechos tales como la presencia de Satanás en el Monte de los Olivos en lugar de un ángel del cielo; la relación de María y la mujer de Pilatos, el que a Jesús lo tirasen de un puente abajo y lo izasen con unas cadenas, el que un cuervo arranque los ojos al ladrón impenitente, el ahorcamiento de Judas en un llano que no permite armonizar el hecho de ahorcarse con que su muerte se produjese como se relata en Hch. 1:18; la agresividad de los niños judíos que increpan a Judas; que María entienda que ha comenzado la redención en casa del Sumo Sacerdote; que Herodes aparezca rodeado de homosexuales y travestis (absolutamente impensable en aquella época y cultura); que aparezca una evocación al sudario de Turín, cuando una mujer, la Verónica, se acerca para limpiar el rostro de Jesús con una tela, y la cara queda marcada con sangre en ella; que el Templo se parta en dos y se derrumbe como resultado del terremoto carece de toda referencia histórica (Ver Josefo); que Simón de Cirene cargue con la cruz a medias con Jesús; ó que a Jesús una vez clavado en la cruz se les cae al suelo, etc. solo manifiestan que por encima del deseo de ser fiel a los episodios como se relatan en los evangelios hay un seguidismo a las visiones paranoicas de las dos monjas. Por eso desde el minuto 12 con excepción de los fugaces flashback ó las escenas de Pilatos, y el rostro de María, hasta el minuto 98 en que Jesús es alzado a la cruz, solo hay una visión de golpes, destrozos macabros, sangre y violencia física.
La película de Gibson, pese a todo, podría ser de bendición si por causa de su realización llevase a los cristianos a la actitud de Berea (Hch. 17:11). Estimulándose al estudio de las Sagradas Escrituras para que nadie se deje llevar por fábulas profanas y cuentos de viejas (2Tim. 4:4) que apartan los pensamientos de la verdad que tenemos en Cristo y en las Escrituras que el Espíritu de Dios nos ha legado.
Pablo Blanco