¿Habéis rezado alguna vez el credo?. ¿Habéis pensado siquiera que era una plegaria? La plegaria de vuestro bautismo, de vuestra confirmación y la plegaria de vuestros últimos momentos: "Que tu partida de este mundo, alma cristiana, se cumpla en nombre de Dios, Padre todopoderoso, que te creó; en nombre de Jesucristo, Hijo del Dios vivo, que por ti murió; en nombre del Espíritu Santo, que ha tomado posesión en ti".
Con harta facilidad creemos que nuestras plegarías "personales" son las más auténticas. O, mejor dicho, andamos muy equivocados cuando pensamos que nuestra plegaria individual, privada –“a solas con sólo Dios" es la plegaria por la que establecemos un contacto más "personal" con el Señor.Las más de las veces semejante plegaria no es sino un pretexto para la manifestación de nuestro egocentrismo y, por ende, es más un retraimiento que una comunicación, más un repudio que una obertura.
¡Por fin, en esta plegaria nos ocupamos de Dios y no de nosotros! Es una plegaria de alabanza, de dilatación, de acción de gracias, de eucaristía. ¡Una pura jubilación! Vale más cantarla que recitarla. Y vale más cantarla todos juntos que solos uno a uno.' Es una plegaria contemplativa. En ella vemos cómo se desarrolla sobriamente la historia de Dios, las iniciativas de Dios, lo que hace Dios, lo que es Dios. ¡Y nos adherimos a ello! ¿No estamos pues más seguros de que oramos verdaderamente cuando orientamos así nuestro pensamiento, que cuando nos analizamos, nos examinamos y nos expresamos nosotros mismos?De uno a otro extremo del credo hablamos de Dios, Lo contemplamos, nos maravillamos de Él. El credo viene a ser la relación detallada, la explicación minuciosa del magníficat: "¿Qué maravillas hizo por mí el Señor? Escuchad: ¡... creador del cielo y de la tierra... que envió a su Hijo... padeció bajo el poder de Poncio Pilato... y resucitó... creo en el Espíritu Santo...!”
En ningún momento del credo hablamos de lo que hacemos o de lo que hemos podido hacer "por Dios". El credo es el resumen de la verdadera religión.
Existe una falsa religión : la religión de las cosas que hago por Dios; y esta religión es triste, plañidera y penosa, como pobres, tristes, plañideras y penosas son las cosas que hago por Dios. Muy pronto estamos hartos de semejante religión. Y ya no deseamos saber más cosas de ella, ya no deseamos conocerla más profundamente. Es una religión a nuestra medida. Es la religión de lo que los hombres son capaces de imaginar para tratar de alcanzar a un Dios inaccesible, de conquistar a un Dios recalcitrante.
La otra religión, la verdadera, es la religión de las grandes cosas que Dios hace por nosotros: y esa otra religión no somos nosotros quienes debemos inventarla, sino que es el mismo Dios quien nos la ha enseñado; esa religión nos dice que es Dios quien incesantemente teje y anuda el vínculo existente entre Dios y el hombre, que es Dios quien nos llama y no nosotros quiénes Le llamamos, y que a través de toda la historia (el credo abarca la historia entera del mundo y de la eternidad, empezando por la creación y desembocando en la vida eterna) es Dios quien se pronuncia, quien se manifiesta, quien se da a conocer. Es Dios quien ha inventado esas maravillas de salvación que denominamos: encarnación, redención, Iglesia, sacramentos, santos.
El credo nos despierta a las riquezas de Dios: "Si conocieras el don de Dios". Es una religión exaltante que nos hace ávidos de conocerla siempre más a fondo. En lugar de ser una retahíla de obligaciones, la religión se convierte en una cascada de liberaciones: ¡Ya no me siento aplastado por mi impotencia y mi culpabilidad! ¡Es el mismo Dios quien me toma a su cargo y acude en mi socorro! ¡Es Dios quien ama al hombre, y no el hombre quien tiene que amar a Dios! ¡Qué confianza, qué alivio experimentaremos cuando por fin lleguemos a creer ("credo") que nuestra salvación está ante todo entre Sus manos!
El credo es el canto de arrobo del pobre colmado. Es el magníficat de toda la creación rescatada.
Con harta facilidad creemos que nuestras plegarías "personales" son las más auténticas. O, mejor dicho, andamos muy equivocados cuando pensamos que nuestra plegaria individual, privada –“a solas con sólo Dios" es la plegaria por la que establecemos un contacto más "personal" con el Señor.Las más de las veces semejante plegaria no es sino un pretexto para la manifestación de nuestro egocentrismo y, por ende, es más un retraimiento que una comunicación, más un repudio que una obertura.
¡Por fin, en esta plegaria nos ocupamos de Dios y no de nosotros! Es una plegaria de alabanza, de dilatación, de acción de gracias, de eucaristía. ¡Una pura jubilación! Vale más cantarla que recitarla. Y vale más cantarla todos juntos que solos uno a uno.' Es una plegaria contemplativa. En ella vemos cómo se desarrolla sobriamente la historia de Dios, las iniciativas de Dios, lo que hace Dios, lo que es Dios. ¡Y nos adherimos a ello! ¿No estamos pues más seguros de que oramos verdaderamente cuando orientamos así nuestro pensamiento, que cuando nos analizamos, nos examinamos y nos expresamos nosotros mismos?De uno a otro extremo del credo hablamos de Dios, Lo contemplamos, nos maravillamos de Él. El credo viene a ser la relación detallada, la explicación minuciosa del magníficat: "¿Qué maravillas hizo por mí el Señor? Escuchad: ¡... creador del cielo y de la tierra... que envió a su Hijo... padeció bajo el poder de Poncio Pilato... y resucitó... creo en el Espíritu Santo...!”
En ningún momento del credo hablamos de lo que hacemos o de lo que hemos podido hacer "por Dios". El credo es el resumen de la verdadera religión.
Existe una falsa religión : la religión de las cosas que hago por Dios; y esta religión es triste, plañidera y penosa, como pobres, tristes, plañideras y penosas son las cosas que hago por Dios. Muy pronto estamos hartos de semejante religión. Y ya no deseamos saber más cosas de ella, ya no deseamos conocerla más profundamente. Es una religión a nuestra medida. Es la religión de lo que los hombres son capaces de imaginar para tratar de alcanzar a un Dios inaccesible, de conquistar a un Dios recalcitrante.
La otra religión, la verdadera, es la religión de las grandes cosas que Dios hace por nosotros: y esa otra religión no somos nosotros quienes debemos inventarla, sino que es el mismo Dios quien nos la ha enseñado; esa religión nos dice que es Dios quien incesantemente teje y anuda el vínculo existente entre Dios y el hombre, que es Dios quien nos llama y no nosotros quiénes Le llamamos, y que a través de toda la historia (el credo abarca la historia entera del mundo y de la eternidad, empezando por la creación y desembocando en la vida eterna) es Dios quien se pronuncia, quien se manifiesta, quien se da a conocer. Es Dios quien ha inventado esas maravillas de salvación que denominamos: encarnación, redención, Iglesia, sacramentos, santos.
El credo nos despierta a las riquezas de Dios: "Si conocieras el don de Dios". Es una religión exaltante que nos hace ávidos de conocerla siempre más a fondo. En lugar de ser una retahíla de obligaciones, la religión se convierte en una cascada de liberaciones: ¡Ya no me siento aplastado por mi impotencia y mi culpabilidad! ¡Es el mismo Dios quien me toma a su cargo y acude en mi socorro! ¡Es Dios quien ama al hombre, y no el hombre quien tiene que amar a Dios! ¡Qué confianza, qué alivio experimentaremos cuando por fin lleguemos a creer ("credo") que nuestra salvación está ante todo entre Sus manos!
El credo es el canto de arrobo del pobre colmado. Es el magníficat de toda la creación rescatada.