Cierto que Dios en su soberanía continúa obrando sobre los hombres. Pero los dones apostólicos, aquellos dones dado a los discípulos y Apóstoles como testimonio del poder y la veracidad de la obra de Dios, cesaron después de que la iglesia quedo establecida y el canon de la escritura se completó.
En la esfera privada, particular, conforme a la fe que nos es dada, uno contempla el poder del Señor Jesucristo, que nos brinda la confianza sobe en quién hemos creído.
Y cada creyente, en el testimonio de su vida, posee una experiencia en la cual solo el Señor pudo haber hecho esto o aquello, lo sabemos, al menos en mi caso no me es extraño, pues sé, con absoluta precisión, que Jesús lo ha hecho.
Pero es una cosa cierta que el mensaje predicado por los apóstoles de Cristo, estuvo acompañado de señales y maravillas, para acreditar el mensaje como proveniente del mismo cielo.
Igualmente, los milagros que el Señor realizó no fueron cualquier clase de milagros, sino aquellos que las Escrituras señalaban para identificar al Mesías Rey de Israel, tal como enseñó Isaías y demás profetas.
Uno puede observar al analizar los milagros apostólicos al final del ministerio de ellos, cómo habían cesado los mismos.
Comparemos los milagros de los días pentecostales con la narración de su encierro en Roma, ¡y observemos el cambio!
Cuando fue echado a un calabozo en Filipos como perturbador de la paz, el cielo bajó a la tierra en respuesta a su oración de medianoche, las puertas de la cárcel se abrieron de par en par, su carcelero se transformó en un discípulo, y los magistrados que le habían encerrado le rogaron, con palabras obsequiosas, que cumpliera unas órdenes que ya no se atrevían a hacer cumplir por la fuerza.
Pero en Roma es «el prisionero del Señor».
Se sabe en todas partes que su encarcelamiento es por causa de Cristo.
Pero está encadenado y solo, no hay ahora ningún terremoto para dejar atónitos a sus perseguidores.
Ningún ángel mensajero le suelta las cadenas.
Está solo, abandonado por los hombres, como su mismo Maestro lo estuvo y, aparentemente, abandonado por Dios.
Y no hubo milagro alguno; porque, al cesar el testimonio especial a los judíos, el propósito para el que se habían dado los milagros se había ya cumplido.