el celibato

6 Diciembre 2006
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Según la Iglesia el celibato es el estado del soltero que conlleva la abstinencia de actividad sexual. Una auténtica manipulación ya que el celibato consiste en la prohibición para el clero secular de casarse y no implica de ninguna forma la obligación de castidad. Contrario al pensamiento general, los sacerdotes católicos no profesan votos de celibato y de castidad, y si son célibes es porque la Iglesia les niega el sacramento del matrimonio. El celibato, no tiene relación doctrinal con la Iglesia católica, y es considerado como una simple ley disciplinaria y no un artículo de fe. Sorprendentemente fue solamente incluido en el Código del Derecho Canónico en el año 1917.
En el cristianismo primitivo la idea misma de un celibato clerical hubiera sido considerada absurda tomando en cuenta que tanto Pedro como Pablo fueron hombres casados. Pablo manifestó que presbíteros y diáconos solamente debieron tener una única esposa (una interdicción contra la costumbre judía de tener varias mujeres al mismo tiempo). La palabra de Pablo fue ley: no había incompatibilidad entre matrimonio y ministerio, dando como resultado que muchos hombres casados se apuntaban al sacerdocio. La primera Constitución Apostólica, que data aproximadamente del año 340, impuso una doble disciplina; una hombre casado en el momento de ordenarse tenía la obligación de mantener su matrimonio, mientras que un soltero en el mismo caso aceptaría la obligación de mantenerse célibe. En la práctica el celibato del soltero era optativo ya que la disciplina le daba implícitamente la opción de casarse antes de ordenarse. A principios del siglo V hay, repentinamente, un cambio cualitativo; una feroz imposición del celibato sacerdotal. Hubo razones para ello; por un lado una razón patrimonial - la Iglesia había cambiado de perseguida y pobre a perseguidora y rica - el miedo a que sacerdotes casados dejarían bienes parroquiales a sus viudas y descendencia, por el otro un movimiento ascético y cada vez más anti-sexual y misógino (para actitudes misóginas dentro de la Iglesia, vea: Misoginia). La abstinencia sexual se convirtió en el ideal ¿cristiano? y, en un giro teológico en esencia blasfemo, la caridad como virtud principal inherente en los Evangelios, fue sustituida por la castidad. Todo relacionado con el pecado original y la culpabilidad de la mujer (Tertuliano las definió a todas como "Evas,........ puertas del demonio").
No obstante, la disciplina no cuajó - y menos todavía la virtud de la castidad - en los restantes siglos del primer milenio; la inmensa mayoría del clero seguía casándose, con excepción de los más pillos que, aceptando en apariencia la disciplina, vivían en concubinato o, peor, con amantes sucesivas, además de putear a gusto. Hubo periodos en que algún Papa trataba de imponer la disciplina pero desistió rápidamente a darse cuenta de que iba a quedarse virtualmente sin clero. Existía un problema principal de imposible solución; todos los matrimonios del clero secular eran considerados por la Iglesia como válidos, "alegales" o ilícitos sí, pero válidos de todas formas; y esto por la sencilla razón que en derecho natural - al cual la Iglesia siempre ha sido tan aficionada - nadie, ni siquiera la Iglesia, podía privar al hombre de su primer derecho humano: el derecho a casarse.
Durante los inicios de la edad media (hasta el siglo XI) el matrimonio se impuso entre el clero de más altura moral, los que no estaban dispuestos a relegar sus mujeres a meras concubinas, los que no estaban dispuestos a convertir sus hijos en bastardos. Muchos obispos consideraban que solamente el matrimonio podía salvar al clero del libertinaje. No obstante, la extensión del matrimonio clerical tuvo también sus consecuencias negativas; muchas parroquias y hasta diócesis se hicieron hereditarias, y había muchos sacerdotes que eran hijos, nietos y hasta bisnietos de sus antecesores. De todas formas eran muy superiores en calidad humana y religiosa a otros que se aprovecharon del celibato para entregarse a todos los excesos sexuales imaginables; hay muchos casos conocidos de obispos que mantenían auténticos harenes. Claro, los papas fueron los peores infractores de todos.

Si el libertinaje entre el clero secular - con excepción de los casados que eran en general buenos sacerdotes por ser buenos maridos - tenía dimensiones casi épicas, peor todavía era la situación entre religiosos y religiosas (sic). La inmensa mayoría de monasterios y conventos, por lo menos en la península Itálica, se dividían en dos grandes grupos. Por una parte monasterios de frailes libertinos que usaban conventos cercanos - con monjas que solamente lo eran de nombre - como tempranos puticlubs en que el infanticidio llegaba a niveles nunca visto antes, y, por otra parte, monasterios donde la entrada estaba limitado a homosexuales y conventos que se convirtieron en auténticos nidos de Lesbos, refugios para mujeres que escapaban de esta forma al machismo reinante y/o para evitar matrimonios impuestos.

Con la llegada del medievo alto los papas "absolutistas" intervinieron decididamente en el asunto. Gregorio VII decidió que ningún sacerdote podía ser ordenado sin antes obligarse al celibato. Usó el poder secular activamente para echar las esposas de los sacerdotes de sus casas, resultando en el suicidio de muchas de ellas. Como siempre, las mujeres sufrieron de estos arrebatos papales más que los sacerdotes que al fin y al cabo remplazaron la esposa por una concubina, y tan tranquilos. San (¿?) Gregorio, tan revolucionario él, cambió considerablemente el razonamiento detrás del concepto de celibato. Ya no eran principalmente razones patrimoniales y económicas (los papas posteriores, todos célibes, no regalaban el patrimonio de la Iglesia a sus hijos legítimos sino a sus familiares y bastardos) sino autoritarias: asegurar la independencia del clero de cualquier influencia e interferencia laica. Dijo Gregorio: " La Iglesia no puede liberarse de las garras de la laicidad sin antes liberar a los sacerdotes de las garras de sus esposas". Encantador. Claro, el mismo Papa ya había proclamado antes la superioridad del sacerdote más humilde sobre cualquier lego, incluyendo emperadores y reyes. Con todo esto Gregorio VII trazó el camino para convertir la clerecía en una casta superior con los legos como villanos obedientes.
Hubo mucha resistencia; algunos obispos excomulgaron al Papa como hereje por dar preferencia a queridas sobre esposas, por forzar sacerdotes a abandonar sus hijos legítimos. Por otra parte, obispos que trataban de imponer los deseos de Gregorio fueron expulsados de sus diócesis por laicos furiosos, temerosos por la seguridad de sus mujeres e hijas a manos de clérigos célibes.
No obstante la cerrada oposición tanto del clero como de los laicos, Urbano II organizó en 1095 una especie de concilio mixto con gran participación laica (todos nombrados a dedo) el cual condenó, según Urbano de una vez para siempre, el matrimonio clerical. Sin duda para demostrar que estaba inspirado por el propio Espíritu Santo, ordenaba el arresto de las esposas y hijos del clero y su venta como esclavos. Encantadoramente cristiano.
Como la efectividad de estas medidas se limitaba, groso modo, a los estados pontificios, Calixto II avanzaba un paso más y durante el Primer Concilio de Letrán (el primer concilio no ecuménico sino general; el primero convocado por un Papa y no por la autoridad civil; el primero en latín y no en griego; 1123) lograba que se aprobaba la tesis de que " matrimonios clericales contraídos antes o después de la ordenación son inválidos" , o sea se negaba la validez de la ley natural que se había aplicado desde el principio mismo del cristianismo. (No es sorprendente que desde entonces la Iglesia siempre ha interpretado el derecho natural de forma pragmática y con vista a sus propias conveniencias). Como tampoco esta "decisión" tuvo mucho efecto, tenía que ser repetido en el Segundo Concilio de Letrán (1139), y en el Concilio de Reims (1148). Con el tiempo el celibato se impuso poco a poco con efectos nefastos para la moral sexual. La razón principal para imponerlo había sido la consideración de que el matrimonio, la esposa y los hijos, impidieron la plena dedicación, en cuerpo y alma, del clero a la Iglesia. De una forma extraña la institución estaba invocando, por lo menos para el clero, la advertencia de Jesús de que quien no estaba dispuesta a abandonar o renunciar a sus padres y familia para seguirle no fuera merecedor de ÉL.
Antes de seguir podríamos plantearnos la pregunta porque la Iglesia, o mejor dicho el papado, en vez de manipular el derecho natural no impuso simplemente que un hombre solamente podía aspirar al sacerdocio haciendo votos voluntarios de celibato y de castidad. La respuesta es simple; no confiaba en que hubiera bastantes hombres sanos y cuerdos dispuestos a aceptar voluntariamente tal sacrificio, y tenía miedo a que los candidatos dispuestos se limitarían a impotentes, asexuales, malhechos e incasables por falta de atractivo y, peor todavía, homosexuales. Candidatos inaceptables por la prohibición divina reflejado en Lev. 21:16-23: