El camino de espinas hacia la Rosa.
Soy como una hormiga que sube por el tallo de una rosa. El camino es vertical. Hay que escalar. Y de vez en cuando me encuentro con alguna espina.
No es un lecho de rosas este camino, está plagado de espinas. Espinas cortantes y lacerantes. Pero poco a poco, consigo subir un trecho más.
De vez en cuando encuentro una hoja. Allí encuentro a otros caminantes que se han instalado renunciando a la Rosa. Han construido casas, caminos, carreteras, hoteles, palacios e iglesias donde rezan a su dios. Piden a su dios un viento favorable que le lleve sin tardanza y sin dolor directamente hasta la Rosa. Y mientras su dios se hace el olvidadizo, ellos rezan con más fuerza, mientras establecen normas y preceptos de obligado cumplimiento.
Dicen que hay una hoja donde vivió un santo y establecen peregrinaciones para visitarlo y con ello cumplir los mandatos de su dios. Allí se vende todo, desde las cosas necesarias para la vida natural, hasta indulgencias plenarias para recibir ese viento fresco que les lleve directamente a la Rosa. Todo se compra y se vende. Son todos comerciantes de lo que no tienen.
Encuentro otras hormigas subiendo forzadamente por el tallo cargadas con una bola de excrementos. Pero se saludan amigablemente cuando se cruzan entre ellas y dicen, que si se tratan bien, llegarán más pronto a la Rosa. Dicen que así se hará su bola de excrementos más liviana. Quieren llegar a la Rosa con su bola de excrementos, pero no se dan cuenta que esta pesa demasiado y les impide ascender. Yo les digo ¡Suelta la bola! ¡Arrójala de ti!, Pero ellos no oyen, pues la porquería la tienen también en sus oídos y en su corazón. Otros si me oyen, pero sienten mucho apego a su bola de excrementos y no la quieren soltar, y cuando más confiados están, su peso les hace caer de nuevo a la base del tallo de la rosa o a una de las hojas donde pueden descansar y esperar tiempos mejores.
Yo también llevo una bola de excrementos. Sé que la debo soltar, pero está se ha pegado a mí después de tantos años transportándola. Me cuesta despegarme de ella. No porque no quiera hacerlo, sino porque ella me ha tomado cariño. Con mucha ternura y amor quiero dejarla y que mi subida sea más ágil y alegre, pero he de subir con ella, ya que no quiere despegarse. Espero encontrar una espina lo suficiente dolorosa para que corte su apego hacia mí.
Este es el camino de espinas hacia la Rosa.
[]Cedesin>
Soy como una hormiga que sube por el tallo de una rosa. El camino es vertical. Hay que escalar. Y de vez en cuando me encuentro con alguna espina.
No es un lecho de rosas este camino, está plagado de espinas. Espinas cortantes y lacerantes. Pero poco a poco, consigo subir un trecho más.
De vez en cuando encuentro una hoja. Allí encuentro a otros caminantes que se han instalado renunciando a la Rosa. Han construido casas, caminos, carreteras, hoteles, palacios e iglesias donde rezan a su dios. Piden a su dios un viento favorable que le lleve sin tardanza y sin dolor directamente hasta la Rosa. Y mientras su dios se hace el olvidadizo, ellos rezan con más fuerza, mientras establecen normas y preceptos de obligado cumplimiento.
Dicen que hay una hoja donde vivió un santo y establecen peregrinaciones para visitarlo y con ello cumplir los mandatos de su dios. Allí se vende todo, desde las cosas necesarias para la vida natural, hasta indulgencias plenarias para recibir ese viento fresco que les lleve directamente a la Rosa. Todo se compra y se vende. Son todos comerciantes de lo que no tienen.
Encuentro otras hormigas subiendo forzadamente por el tallo cargadas con una bola de excrementos. Pero se saludan amigablemente cuando se cruzan entre ellas y dicen, que si se tratan bien, llegarán más pronto a la Rosa. Dicen que así se hará su bola de excrementos más liviana. Quieren llegar a la Rosa con su bola de excrementos, pero no se dan cuenta que esta pesa demasiado y les impide ascender. Yo les digo ¡Suelta la bola! ¡Arrójala de ti!, Pero ellos no oyen, pues la porquería la tienen también en sus oídos y en su corazón. Otros si me oyen, pero sienten mucho apego a su bola de excrementos y no la quieren soltar, y cuando más confiados están, su peso les hace caer de nuevo a la base del tallo de la rosa o a una de las hojas donde pueden descansar y esperar tiempos mejores.
Yo también llevo una bola de excrementos. Sé que la debo soltar, pero está se ha pegado a mí después de tantos años transportándola. Me cuesta despegarme de ella. No porque no quiera hacerlo, sino porque ella me ha tomado cariño. Con mucha ternura y amor quiero dejarla y que mi subida sea más ágil y alegre, pero he de subir con ella, ya que no quiere despegarse. Espero encontrar una espina lo suficiente dolorosa para que corte su apego hacia mí.
Este es el camino de espinas hacia la Rosa.
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