
Las estrellas parecían temblar sobre el huerto de Getsemaní.
Los olivos susurraban al viento, y el cielo —testigo silente— contenía el aliento.
A lo lejos, se escuchaban pasos... y en medio de la oscuridad, un rostro conocido emergió con una multitud armada.
No traía espada. No levantó la voz.
Solo se acercó…
Y besó a Jesús.

El gesto más íntimo. El símbolo del amor, ahora convertido en puñal.
Ese beso no fue solo una traición histórica, fue una herida eterna que dividió el tiempo, una grieta entre la apariencia y la verdad, entre el que camina con Jesús… y el que solo lo usa.


En la penumbra del huerto de Getsemaní, donde el cielo parecía contener la respiración, se escuchó el eco de pasos apresurados… y luego, un beso.
Un gesto que en cualquier otro momento significaría amor, hermandad y paz… pero en esa noche oscura, fue el sello de la traición eterna.

Ese beso de Judas no solo traicionó a Jesús: rompió el tiempo. La traición ya no sería solo un acto humano, sino una advertencia eterna. Ese beso aún resuena, aún interpela, aún condena o redime.


Ese momento reveló una verdad dolorosa: no todo el que besa, ama. No todo el que acompaña, permanece. No todo el que sigue, cree.



¿Estamos besando a Cristo con los labios mientras lo traicionamos con nuestras decisiones diarias?
- “Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí” (Isaías 29:13; Mateo 15:8).
¿A qué precio estamos dispuestos a cambiar nuestra fidelidad a Dios? Judas lo hizo por 30 piezas de plata… ¿Y nosotros?
- “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?” (Marcos 8:36).
¿Qué tan real es nuestra relación con Jesús cuando el huerto se oscurece y las multitudes se alejan?
- “Todos los discípulos, dejándole, huyeron” (Mateo 26:56).
- “Velad y orad, para que no entréis en tentación” (Mateo 26:41).

El beso de Judas fue la traición más íntima de la historia.
Hoy, Getsemaní no es solo un lugar, es una decisión:


