Aquí Jesús explica no sólo qué es el alma humana, sino además qué es el espíritu.
El tema es de gran importancia, y difícil de explicar, porque no hay nada en la tierra conocido por el hombre con lo que se pueda hacer una comparación, y generalmente los hombres no pueden entender la verdad o la naturaleza de las cosas excepto mediante comparación con lo que ya saben que existe y con cuyas cualidades y características están familiarizados. Pero no hay nada en el mundo material que pueda proporcionar una base de comparación con el alma, y en consecuencia les resulta difícil a los hombres comprender la naturaleza y las cualidades del alma mediante las meras percepciones intelectuales y la razón, y a fin de entender la naturaleza de esta gran creación –el alma– los hombres deben tener algo de desarrollo espiritual y la posesión de lo que puede conocerse como las percepciones del alma. Sólo el alma puede comprender al alma, y el alma que busca comprender su propia naturaleza debe ser un alma viva, con sus facultades desarrolladas en un pequeño grado al menos.
Primero diré que el alma humana no puede ser sino una criatura de Dios, y no una emanación de Él como parte de Su Alma, y cuando los hombres dicen y enseñan que el alma humana es parte de la Super-Alma enseñan algo que no es cierto. Esta alma es meramente una criatura del Padre, tal como lo son las otras partes del hombre, como el intelecto, el cuerpo espiritual y el cuerpo material, las cuales no tenían existencia antes de ser creado el hombre.
El alma humana no ha existido desde el principio de la eternidad –si cabe imaginar que la eternidad alguna vez tuvo un comienzo–. Quiero decir que hubo un tiempo en que el alma humana no tenía existencia; y si llegará alguna vez un momento en que algún alma humana deje de tener existencia, yo no lo sé, ni lo sabe ningún espíritu; sólo Dios lo sabe. Pero lo que sí sé es que toda vez que el alma humana participe de la Esencia del Padre, y por consiguiente se vuelva Divina y poseedora de Su Sustancia de Amor, esa alma se dará cuenta con certeza de que es Inmortal y de que nunca más podrá volverse menos que Inmortal. Tal como Dios es Inmortal, el alma que ha sido transformada en la Sustancia del Padre se vuelve Inmortal, y nunca más podrá pronunciarse sobre ella el decreto: «morir morirás».1
Como he dicho, hubo un período en la eternidad en que el alma humana no existía, y fue creada por el Padre cuando fue hecha la más alta y perfecta de toda la creación de Dios, a tal punto que fue hecha a Su imagen –la única creación o cosa de todas Sus creaciones que fue hecha a Su imagen–, y el alma humana es la única parte del hombre que fue hecha a Su imagen, porque el alma es el hombre, y todos sus atributos y cualidades, como su intelecto, su cuerpo espiritual, el cuerpo material y los apetitos y pasiones, son meros apéndices o medios de manifestación dados a esa alma para ser sus compañeros mientras pasa por su existencia en la tierra y también, restringidamente, mientras vive en la eternidad. Quiero decir que algunos de esos apéndices acompañarán al alma en su existencia en el mundo espiritual, ya sea que esa existencia sea por toda la eternidad o no.
Pero esta alma, por grande y maravillosa que sea, fue creada como mera imagen y semejanza de Dios, y no en, o de, Su Sustancia o Esencia –lo Divino del universo–, de modo que ella, el alma, puede dejar de existir sin que ninguna parte de la naturaleza Divina o de la Sustancia del Padre quede disminuida o sea de alguna manera afectada; y por tanto cuando los hombres enseñan o creen que el hombre es Divino o que el alma del hombre es Divina, o que tiene alguna de las cualidades o Sustancia de lo Divino, tal enseñanza y creencia son erróneas, porque el hombre es única y meramente el hombre creado, la simple semejanza, pero no parte alguna del Padre o de Su Sustancia y cualidades.
Si bien el alma del hombre es del orden más elevado de la creación, y sus atributos y cualidades están a la altura de ello, en sus constituyentes esenciales no es más divino que los objetos inferiores de la creación, siendo cada uno de ellos una creación, y no una emanación de su Creador.
Cierto es que el alma del hombre es de un orden de creación más elevado que cualquier otra cosa creada, que es la única criatura hecha a imagen de Dios y que fue hecha el hombre perfecto, y sin embargo el hombre –el alma– nunca puede llegar a ser nada diferente o mayor que el hombre perfecto a menos que reciba y posea la Esencia Divina y las cualidades del Padre, las cuales no poseía en su creación, si bien –el más maravilloso de los dones– con su creación Dios le otorgó el privilegio de recibir esta Gran Sustancia de la naturaleza Divina, y con ello convertirse él mismo en Divino. Así el hombre perfectamente creado podía convertirse en el Ángel Divino si él, el hombre, así lo quisiera y obedeciera los mandatos del Padre, y siguiera el camino dispuesto por el Padre para obtener y poseer esa Divinidad.
Como he dicho, las almas, las almas humanas, para cuyo morar Dios proporcionó cuerpos materiales a fin de que pudieran vivir vidas mortales, fueron creadas exactamente igual que fueron posteriormente creados esos cuerpos materiales; y esta creación del alma tuvo lugar mucho antes de la aparición del hombre en la tierra como mortal. Y el alma, antes de tal aparición, tenía su existencia en el mundo del espíritu como una entidad consciente sustancial, aunque sin forma visible y, puedo decir, sin individualidad, pero aún así, teniendo una personalidad definida, de modo que era diferente y distinta de cualquier otra alma.
Su existencia y presencia podían ser sentidas por cualquier otra alma que entrara en contacto con ella, y sin embargo para la visión espiritual de otra alma no era visible. Y tal es el hecho ahora. El mundo del espíritu está lleno de estas almas no encarnadas, esperando la hora de su encarnación, y nosotros, los espíritus, sentimos y sabemos de su presencia, y sin embargo con nuestros ojos espirituales no podemos verlas, y hasta que se conviertan en moradoras en forma humana y en el cuerpo espiritual que habita esa forma no podemos ver el alma individual.
El hecho que acabo de exponer ilustra, o en cierto modo describe el Ser de Aquel a cuya imagen son creadas esas almas. Sabemos y podemos sentir la existencia y presencia del Padre, y sin embargo ni siquiera con nuestros ojos espirituales podemos verle; y sólo cuando tenemos nuestra alma desarrollada por la Esencia Divina de Su Amor podemos percibirle con nuestra percepción del alma, porque no tenéis palabras en vuestro lenguaje para transmitir el significado de ello, ni nada en la naturaleza creada, de lo que tengáis conocimiento, con lo que se pueda hacer una comparación. Pero es una verdad; porque la visión de la percepción del alma es para su poseedor justo tan real, y puedo decir, tan objetiva, como lo es la visión de la vista mortal para el mortal.
Al considerar este asunto de la creación del alma cabe preguntar si todas las almas que han encarnado o que están esperando encarnar fueron creadas al mismo tiempo, o si esa creación todavía continúa. Lo que sí sé es que el mundo del espíritu contiene muchas almas, tal como he descrito, esperando sus alojamientos temporales y la asunción de la individualidad en la forma humana, pero en cuanto a si esa creación ha terminado, y si en algún momento cesará la reproducción de los hombres para la encarnación de estas almas, no lo sé, y el Padre a mí nunca me lo ha revelado, ni a los demás de Sus ángeles que están cerca de Él en Su Divinidad y Sustancia.
El Padre no me ha revelado todas las verdades ni todas las operaciones y los propósitos de Sus leyes creativas, y tampoco me ha dado todo el poder y la sabiduría y la omnisciencia, tal como algunos pueden encontrar justificación para creer en ciertas declaraciones de la Biblia. Soy un espíritu progresivo, y al igual que crecí en amor, conocimiento y sabiduría cuando estuve en la tierra, ahora sigo creciendo en estas cualidades, y el amor y la misericordia del Padre vienen a mí con la garantía de que nunca en toda la eternidad cesaré de progresar hacia la fuente cimera misma de estos atributos de Él, el único Dios, el Todo en Todo.
Como estaba diciendo, el alma del hombre es el hombre, antes de habitar un cuerpo terrenal, durante su estadía en la existencia mortal y para siempre en el mundo del espíritu, y todas las demás partes del hombre, como la mente, el cuerpo y el espíritu, son meros atributos, los cuales pueden ser separados de él a medida que el alma progresa en su desarrollo hacia su destino de hombre perfecto o hacia el de Ángel Divino, y en esta última progresión –los hombres pueden no saberlo, pero es una verdad– la mente, o sea, la mente tal como es conocida por la humanidad, se vuelve, por así decir, inexistente; y esta mente –como algunos dicen, la mente carnal– queda desplazada y reemplazada por la mente del alma transformada, que es en sustancia y cualidad, hasta cierto punto, la mente de la Deidad misma.
Muchos teólogos, filósofos y metafísicos creen y enseñan que el alma, el espíritu y la mente son sustancialmente una y la misma cosa, que cualquiera de ellas puede ser llamada el hombre, el yo, y que en el mundo del espíritu una u otra de estas entidades es la que persiste y determina, por su desarrollo o falta de desarrollo, la condición o estado del hombre tras la muerte. Pero esta concepción de esas partes del hombre es errónea, porque cada una de ellas tiene una existencia y un funcionamiento distinto y separado, ya sea el hombre un mortal o un espíritu. La mente, en sus cualidades y operaciones, es muy bien conocida por el hombre debido a sus variadas manifestaciones y por ser aquella parte del hombre que es más de la naturaleza de lo material, y ha sido objeto de mayor investigación y estudio de lo que ha sido el alma o el espíritu.
Si bien los hombres, a lo largo de todas las centurias, han especulado e intentado definir el alma y sus cualidades y atributos, para ellos ha sido intransitiva e imposible de comprender por el intelecto, que es el único instrumento que el hombre generalmente posee para buscar la gran verdad del alma, y como consecuencia la cuestión de qué es el alma nunca ha sido respondida de forma satisfactoria o fidedigna, aunque a algunos de estos investigadores, cuando la inspiración puede haberles dado una débil luz, les ha llegado algún atisbo de lo que el alma es. Sin embargo, para la mayoría de los hombres que han tratado de resolver el problema, el alma, el espíritu y la mente son en esencia la misma cosa.
Pero el alma, en lo que respecta al hombre, es una cosa en sí misma, sola. Una sustancia real, aunque invisible para los mortales. Es la que discierne y retrata la condición moral y espiritual de los hombres; la que, hasta donde se sabe, no muere nunca, y es el verdadero yo del hombre. En ella se hallan centrados el principio del amor, los afectos, los apetitos y las pasiones, así como las posibilidades de recibir, asimilar y poseer aquellas cosas que, o bien elevarán al hombre al estado o condición del Ángel Divino o a la del hombre perfecto, o bien le rebajarán a la condición que le cualifica para los infiernos de oscuridad y sufrimiento.
El alma está sujeta a la voluntad del hombre, que es el más excelente de todos los dones que le fueron otorgados por su Hacedor en su creación, y ella es el índice seguro de las obras de ese albedrío, ya sea en pensamiento o acción; y en las almas las cualidades de amor, afecto, apetitos y pasiones son influenciadas por el poder de la voluntad, tanto para bien como para mal.
El alma puede estar latente y estancada, o puede estar activa y progresar. Y con ello, sus energías pueden estar regidas por una voluntad hacia el bien o hacia el mal, si bien estas energías le pertenecen a ella, y no son parte de la voluntad.
El hogar del alma se halla en el cuerpo espiritual, ya sea que ese cuerpo esté encerrado en el cuerpo mortal o no, y no se halla nunca sin dicho cuerpo espiritual, cuya apariencia y composición están determinadas por la condición y estado del alma. Y finalmente el alma, o su condición, decide el destino del hombre cuando prosigue su existencia en el mundo del espíritu; no un destino final, porque la condición del alma nunca está fijada, y a medida que esta condición cambia, cambia el destino del hombre, pues el destino es cosa del momento, y lo terminante no es algo conocido para el progreso del alma hasta que se convierte en el hombre perfecto y queda entonces satisfecho y ya no busca ningún progreso ulterior.
Ahora bien; en vuestro lenguaje común, y también en vuestros términos teológicos y filosóficos, se dice que los mortales que han pasado a la vida del espíritu son espíritus, y en cierto sentido esto es cierto, pero tales espíritus no son existencias nebulosas, informes e invisibles, sino que tienen una realidad de sustancia, más real y duradera que la que tiene el hombre como mortal, existen con forma y características visibles y sujetas al tacto, y son objeto de los sentidos espirituales. Así que cuando los hombres hablan de alma, espíritu y cuerpo, si entendieran la verdad de los términos dirían alma, cuerpo espiritual y cuerpo material.
Existe un espíritu, pero es completamente distinto y diferente del cuerpo espiritual y también del alma. No es parte del cuerpo espiritual, sino que es un atributo del alma, exclusivamente, y sin el alma no podría existir. No tiene sustancia como la tiene el alma, y no es visible ni siquiera para la visión espiritual; sólo se puede ver o comprender el efecto de sus funcionamientos, y no tiene cuerpo, forma ni sustancia. Y sin embargo es real y poderoso, y cuando existe nunca cesa en sus operaciones, y es un atributo de todas las almas.
Entonces ¿qué es el espíritu? Simplemente esto: la energía activa del alma. Como he dicho, el alma tiene su energía, la cual puede estar inactiva y latente o puede estar activa. Si está inactiva el espíritu no existe; si está activa el espíritu está presente y manifiesta esa energía en acción. Así que confundir el espíritu con el alma como siendo idénticos lleva al error y lejos de la verdad.
Se dice que Dios es espíritu, lo cual en cierto sentido es cierto, porque el espíritu es parte de las cualidades de Su Gran Alma, las cuales Él usa para manifestar Su presencia en el universo; pero decir que el espíritu es Dios es no declarar la verdad, a menos que estéis dispuestos a aceptar como verdadera la proposición de que una parte es el todo. En la economía divina, Dios es todo espíritu, pero el espíritu es sólo el mensajero de Dios, mediante el cual Él manifiesta las energías de Su Gran Alma.
Y lo mismo ocurre con el hombre. El espíritu no es el alma-hombre, pero el alma-hombre es espíritu, ya que es el instrumento por cuyo medio el alma del hombre da a conocer sus energías, poderes y presencia.
El tema es de gran importancia, y difícil de explicar, porque no hay nada en la tierra conocido por el hombre con lo que se pueda hacer una comparación, y generalmente los hombres no pueden entender la verdad o la naturaleza de las cosas excepto mediante comparación con lo que ya saben que existe y con cuyas cualidades y características están familiarizados. Pero no hay nada en el mundo material que pueda proporcionar una base de comparación con el alma, y en consecuencia les resulta difícil a los hombres comprender la naturaleza y las cualidades del alma mediante las meras percepciones intelectuales y la razón, y a fin de entender la naturaleza de esta gran creación –el alma– los hombres deben tener algo de desarrollo espiritual y la posesión de lo que puede conocerse como las percepciones del alma. Sólo el alma puede comprender al alma, y el alma que busca comprender su propia naturaleza debe ser un alma viva, con sus facultades desarrolladas en un pequeño grado al menos.
Primero diré que el alma humana no puede ser sino una criatura de Dios, y no una emanación de Él como parte de Su Alma, y cuando los hombres dicen y enseñan que el alma humana es parte de la Super-Alma enseñan algo que no es cierto. Esta alma es meramente una criatura del Padre, tal como lo son las otras partes del hombre, como el intelecto, el cuerpo espiritual y el cuerpo material, las cuales no tenían existencia antes de ser creado el hombre.
El alma humana no ha existido desde el principio de la eternidad –si cabe imaginar que la eternidad alguna vez tuvo un comienzo–. Quiero decir que hubo un tiempo en que el alma humana no tenía existencia; y si llegará alguna vez un momento en que algún alma humana deje de tener existencia, yo no lo sé, ni lo sabe ningún espíritu; sólo Dios lo sabe. Pero lo que sí sé es que toda vez que el alma humana participe de la Esencia del Padre, y por consiguiente se vuelva Divina y poseedora de Su Sustancia de Amor, esa alma se dará cuenta con certeza de que es Inmortal y de que nunca más podrá volverse menos que Inmortal. Tal como Dios es Inmortal, el alma que ha sido transformada en la Sustancia del Padre se vuelve Inmortal, y nunca más podrá pronunciarse sobre ella el decreto: «morir morirás».1
Como he dicho, hubo un período en la eternidad en que el alma humana no existía, y fue creada por el Padre cuando fue hecha la más alta y perfecta de toda la creación de Dios, a tal punto que fue hecha a Su imagen –la única creación o cosa de todas Sus creaciones que fue hecha a Su imagen–, y el alma humana es la única parte del hombre que fue hecha a Su imagen, porque el alma es el hombre, y todos sus atributos y cualidades, como su intelecto, su cuerpo espiritual, el cuerpo material y los apetitos y pasiones, son meros apéndices o medios de manifestación dados a esa alma para ser sus compañeros mientras pasa por su existencia en la tierra y también, restringidamente, mientras vive en la eternidad. Quiero decir que algunos de esos apéndices acompañarán al alma en su existencia en el mundo espiritual, ya sea que esa existencia sea por toda la eternidad o no.
Pero esta alma, por grande y maravillosa que sea, fue creada como mera imagen y semejanza de Dios, y no en, o de, Su Sustancia o Esencia –lo Divino del universo–, de modo que ella, el alma, puede dejar de existir sin que ninguna parte de la naturaleza Divina o de la Sustancia del Padre quede disminuida o sea de alguna manera afectada; y por tanto cuando los hombres enseñan o creen que el hombre es Divino o que el alma del hombre es Divina, o que tiene alguna de las cualidades o Sustancia de lo Divino, tal enseñanza y creencia son erróneas, porque el hombre es única y meramente el hombre creado, la simple semejanza, pero no parte alguna del Padre o de Su Sustancia y cualidades.
Si bien el alma del hombre es del orden más elevado de la creación, y sus atributos y cualidades están a la altura de ello, en sus constituyentes esenciales no es más divino que los objetos inferiores de la creación, siendo cada uno de ellos una creación, y no una emanación de su Creador.
Cierto es que el alma del hombre es de un orden de creación más elevado que cualquier otra cosa creada, que es la única criatura hecha a imagen de Dios y que fue hecha el hombre perfecto, y sin embargo el hombre –el alma– nunca puede llegar a ser nada diferente o mayor que el hombre perfecto a menos que reciba y posea la Esencia Divina y las cualidades del Padre, las cuales no poseía en su creación, si bien –el más maravilloso de los dones– con su creación Dios le otorgó el privilegio de recibir esta Gran Sustancia de la naturaleza Divina, y con ello convertirse él mismo en Divino. Así el hombre perfectamente creado podía convertirse en el Ángel Divino si él, el hombre, así lo quisiera y obedeciera los mandatos del Padre, y siguiera el camino dispuesto por el Padre para obtener y poseer esa Divinidad.
Como he dicho, las almas, las almas humanas, para cuyo morar Dios proporcionó cuerpos materiales a fin de que pudieran vivir vidas mortales, fueron creadas exactamente igual que fueron posteriormente creados esos cuerpos materiales; y esta creación del alma tuvo lugar mucho antes de la aparición del hombre en la tierra como mortal. Y el alma, antes de tal aparición, tenía su existencia en el mundo del espíritu como una entidad consciente sustancial, aunque sin forma visible y, puedo decir, sin individualidad, pero aún así, teniendo una personalidad definida, de modo que era diferente y distinta de cualquier otra alma.
Su existencia y presencia podían ser sentidas por cualquier otra alma que entrara en contacto con ella, y sin embargo para la visión espiritual de otra alma no era visible. Y tal es el hecho ahora. El mundo del espíritu está lleno de estas almas no encarnadas, esperando la hora de su encarnación, y nosotros, los espíritus, sentimos y sabemos de su presencia, y sin embargo con nuestros ojos espirituales no podemos verlas, y hasta que se conviertan en moradoras en forma humana y en el cuerpo espiritual que habita esa forma no podemos ver el alma individual.
El hecho que acabo de exponer ilustra, o en cierto modo describe el Ser de Aquel a cuya imagen son creadas esas almas. Sabemos y podemos sentir la existencia y presencia del Padre, y sin embargo ni siquiera con nuestros ojos espirituales podemos verle; y sólo cuando tenemos nuestra alma desarrollada por la Esencia Divina de Su Amor podemos percibirle con nuestra percepción del alma, porque no tenéis palabras en vuestro lenguaje para transmitir el significado de ello, ni nada en la naturaleza creada, de lo que tengáis conocimiento, con lo que se pueda hacer una comparación. Pero es una verdad; porque la visión de la percepción del alma es para su poseedor justo tan real, y puedo decir, tan objetiva, como lo es la visión de la vista mortal para el mortal.
Al considerar este asunto de la creación del alma cabe preguntar si todas las almas que han encarnado o que están esperando encarnar fueron creadas al mismo tiempo, o si esa creación todavía continúa. Lo que sí sé es que el mundo del espíritu contiene muchas almas, tal como he descrito, esperando sus alojamientos temporales y la asunción de la individualidad en la forma humana, pero en cuanto a si esa creación ha terminado, y si en algún momento cesará la reproducción de los hombres para la encarnación de estas almas, no lo sé, y el Padre a mí nunca me lo ha revelado, ni a los demás de Sus ángeles que están cerca de Él en Su Divinidad y Sustancia.
El Padre no me ha revelado todas las verdades ni todas las operaciones y los propósitos de Sus leyes creativas, y tampoco me ha dado todo el poder y la sabiduría y la omnisciencia, tal como algunos pueden encontrar justificación para creer en ciertas declaraciones de la Biblia. Soy un espíritu progresivo, y al igual que crecí en amor, conocimiento y sabiduría cuando estuve en la tierra, ahora sigo creciendo en estas cualidades, y el amor y la misericordia del Padre vienen a mí con la garantía de que nunca en toda la eternidad cesaré de progresar hacia la fuente cimera misma de estos atributos de Él, el único Dios, el Todo en Todo.
Como estaba diciendo, el alma del hombre es el hombre, antes de habitar un cuerpo terrenal, durante su estadía en la existencia mortal y para siempre en el mundo del espíritu, y todas las demás partes del hombre, como la mente, el cuerpo y el espíritu, son meros atributos, los cuales pueden ser separados de él a medida que el alma progresa en su desarrollo hacia su destino de hombre perfecto o hacia el de Ángel Divino, y en esta última progresión –los hombres pueden no saberlo, pero es una verdad– la mente, o sea, la mente tal como es conocida por la humanidad, se vuelve, por así decir, inexistente; y esta mente –como algunos dicen, la mente carnal– queda desplazada y reemplazada por la mente del alma transformada, que es en sustancia y cualidad, hasta cierto punto, la mente de la Deidad misma.
Muchos teólogos, filósofos y metafísicos creen y enseñan que el alma, el espíritu y la mente son sustancialmente una y la misma cosa, que cualquiera de ellas puede ser llamada el hombre, el yo, y que en el mundo del espíritu una u otra de estas entidades es la que persiste y determina, por su desarrollo o falta de desarrollo, la condición o estado del hombre tras la muerte. Pero esta concepción de esas partes del hombre es errónea, porque cada una de ellas tiene una existencia y un funcionamiento distinto y separado, ya sea el hombre un mortal o un espíritu. La mente, en sus cualidades y operaciones, es muy bien conocida por el hombre debido a sus variadas manifestaciones y por ser aquella parte del hombre que es más de la naturaleza de lo material, y ha sido objeto de mayor investigación y estudio de lo que ha sido el alma o el espíritu.
Si bien los hombres, a lo largo de todas las centurias, han especulado e intentado definir el alma y sus cualidades y atributos, para ellos ha sido intransitiva e imposible de comprender por el intelecto, que es el único instrumento que el hombre generalmente posee para buscar la gran verdad del alma, y como consecuencia la cuestión de qué es el alma nunca ha sido respondida de forma satisfactoria o fidedigna, aunque a algunos de estos investigadores, cuando la inspiración puede haberles dado una débil luz, les ha llegado algún atisbo de lo que el alma es. Sin embargo, para la mayoría de los hombres que han tratado de resolver el problema, el alma, el espíritu y la mente son en esencia la misma cosa.
Pero el alma, en lo que respecta al hombre, es una cosa en sí misma, sola. Una sustancia real, aunque invisible para los mortales. Es la que discierne y retrata la condición moral y espiritual de los hombres; la que, hasta donde se sabe, no muere nunca, y es el verdadero yo del hombre. En ella se hallan centrados el principio del amor, los afectos, los apetitos y las pasiones, así como las posibilidades de recibir, asimilar y poseer aquellas cosas que, o bien elevarán al hombre al estado o condición del Ángel Divino o a la del hombre perfecto, o bien le rebajarán a la condición que le cualifica para los infiernos de oscuridad y sufrimiento.
El alma está sujeta a la voluntad del hombre, que es el más excelente de todos los dones que le fueron otorgados por su Hacedor en su creación, y ella es el índice seguro de las obras de ese albedrío, ya sea en pensamiento o acción; y en las almas las cualidades de amor, afecto, apetitos y pasiones son influenciadas por el poder de la voluntad, tanto para bien como para mal.
El alma puede estar latente y estancada, o puede estar activa y progresar. Y con ello, sus energías pueden estar regidas por una voluntad hacia el bien o hacia el mal, si bien estas energías le pertenecen a ella, y no son parte de la voluntad.
El hogar del alma se halla en el cuerpo espiritual, ya sea que ese cuerpo esté encerrado en el cuerpo mortal o no, y no se halla nunca sin dicho cuerpo espiritual, cuya apariencia y composición están determinadas por la condición y estado del alma. Y finalmente el alma, o su condición, decide el destino del hombre cuando prosigue su existencia en el mundo del espíritu; no un destino final, porque la condición del alma nunca está fijada, y a medida que esta condición cambia, cambia el destino del hombre, pues el destino es cosa del momento, y lo terminante no es algo conocido para el progreso del alma hasta que se convierte en el hombre perfecto y queda entonces satisfecho y ya no busca ningún progreso ulterior.
Ahora bien; en vuestro lenguaje común, y también en vuestros términos teológicos y filosóficos, se dice que los mortales que han pasado a la vida del espíritu son espíritus, y en cierto sentido esto es cierto, pero tales espíritus no son existencias nebulosas, informes e invisibles, sino que tienen una realidad de sustancia, más real y duradera que la que tiene el hombre como mortal, existen con forma y características visibles y sujetas al tacto, y son objeto de los sentidos espirituales. Así que cuando los hombres hablan de alma, espíritu y cuerpo, si entendieran la verdad de los términos dirían alma, cuerpo espiritual y cuerpo material.
Existe un espíritu, pero es completamente distinto y diferente del cuerpo espiritual y también del alma. No es parte del cuerpo espiritual, sino que es un atributo del alma, exclusivamente, y sin el alma no podría existir. No tiene sustancia como la tiene el alma, y no es visible ni siquiera para la visión espiritual; sólo se puede ver o comprender el efecto de sus funcionamientos, y no tiene cuerpo, forma ni sustancia. Y sin embargo es real y poderoso, y cuando existe nunca cesa en sus operaciones, y es un atributo de todas las almas.
Entonces ¿qué es el espíritu? Simplemente esto: la energía activa del alma. Como he dicho, el alma tiene su energía, la cual puede estar inactiva y latente o puede estar activa. Si está inactiva el espíritu no existe; si está activa el espíritu está presente y manifiesta esa energía en acción. Así que confundir el espíritu con el alma como siendo idénticos lleva al error y lejos de la verdad.
Se dice que Dios es espíritu, lo cual en cierto sentido es cierto, porque el espíritu es parte de las cualidades de Su Gran Alma, las cuales Él usa para manifestar Su presencia en el universo; pero decir que el espíritu es Dios es no declarar la verdad, a menos que estéis dispuestos a aceptar como verdadera la proposición de que una parte es el todo. En la economía divina, Dios es todo espíritu, pero el espíritu es sólo el mensajero de Dios, mediante el cual Él manifiesta las energías de Su Gran Alma.
Y lo mismo ocurre con el hombre. El espíritu no es el alma-hombre, pero el alma-hombre es espíritu, ya que es el instrumento por cuyo medio el alma del hombre da a conocer sus energías, poderes y presencia.