El 9-11 y sus consecuencias para el islam en USA

Elisa

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18 Noviembre 1998
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Posted on Tue, Sep. 10, 2002

Cinco millones de víctimas
CARLOS ALBERTO MONTANER

La mañana en que se desplomaron las Torres Gemelas, y en la que el Pentágono fue atacado, seguramente Osama bin Laden y sus cómplices de Al Qaeda sintieron la misma alegría disfrutada por sus antepasados del siglo XII cuando reconquistaron Jerusalén de manos de los infieles. Inmediatamente, los encuestadores salieron a las calles del mundo islámico, árabe y no árabe, y encontraron un altísimo grado de apoyo para la acción terrorista.

En la Palestina de Arafat el respaldo llegaba al 78 por ciento de la población, y jóvenes y viejos bailaban en las calles locos de contentos. En Pakistán y Egipto ocurría más o menos lo mismo. Como regla general, no es arbitrario decir que la población mahometana percibió ese enorme crimen como un justo castigo al Gran Satán norteamericano, corruptor de hombres y mujeres, envilecedor de las sanas costumbres prescritas por Mahoma en el Corán.

Pero no todos los fieles de Alá sintieron la misma sensación de alegría. Para los cinco millones de musulmanes norteamericanos la tragedia era doble: como norteamericanos padecían el horror de contemplar a sus compatriotas que se lanzaban desde lo alto de las torres, y la visión dantesca de los cuerpos calcinados o aplastados por el alud de cascotes y cristales. La religión, sí, los vinculaba emocionalmente a los perpetradores de esta "hazaña" punitiva contra Estados Unidos, y hasta les resultaba posible encontrar algún signo de grandeza en el audaz sacrificio de los terroristas suicidas, pero era muy difícil alojar esta emoción junto a la compasión por las víctimas y a la cólera que les provocaba un crimen contra sus compatriotas estadounidenses.

Era un caso obvio de lealtad compartida. En todo el mundo, la clara mayoría de sus hermanos de fe celebraban jubilosos el golpe dado a los odiados infieles yanquis. Sin embargo, ellos eran musulmanes, pero también norteamericanos. Ellos también formaban parte del "enemigo" atacado el 11 de septiembre. Simultáneamente, los norteamericanos de todas las otras religiones comenzaron a ver con resquemor a los practicantes del islam. La tradicional tolerancia religiosa norteamericana se quebró de golpe y porrazo, aunque apenas hubo muestras de violencia. Sin embargo, decenas de mezquitas en todo el país se convirtieron en focos de las peores sospechas. Súbitamente, los seguidores del Corán fueron percibidos como quintacolumnistas. Un idiota, transido de patriotismo, le dio dos balazos mortales al dueño de una gasolinera que llevaba un turbante. La víctima ni siquiera era árabe: se trataba de un pobre hindú.

¿Qué consecuencias pueden haber tenido estas contradicciones en la conciencia de los norteamericanos de religión islámica? Probablemente, un agudo debilitamiento de la fe. Es posible que muchos de ellos hayan descubierto que, en efecto, existe un desencuentro profundo y probablemente sin solución entre una sociedad presidida por el culto a la libertad individual, orgullosa de sus tradiciones seculares, que deliberadamente ha colocado las creencias espirituales en el ámbito de la intimidad, y una religión, como la islámica, que predica la sumisión a las revelaciones del Corán, por arcaicas y lesivas a las mujeres que éstas sean, impone la subordinación a los dictados de los clérigos que administran la fe de Mahoma, y sostiene una visión pesimista y paralizante de la naturaleza humana: todo está escrito y es inútil luchar por cambiarlo. El libre albedrío es una ilusión demoníaca concebida por la perversidad occidental. Sólo ocurre y ocurrirá lo que Dios dispone.

No es la primera vez que un grupo grande de norteamericanos sufre el rechazo del resto de la nación. A principios del siglo XX los inmigrantes polacos padecieron este fenómeno cuando el anarquista León Czolgosz asesinó al presidente MacKinley de un balazo. De pronto, ser polaco, pese a que Czolgosz era estadounidense por nacimiento, se convirtió en un baldón. En el último tercio del siglo XIX algo parecido les había sucedido a los alemanes cuando unos cuantos anarquistas de ese origen fueron acusados de actos terroristas en Chicago. Rápidamente, una ola de antigermanismo invadió la nación y los estadounidenses de ese origen, especialmente los inmigrantes más recientes, sintieron una enorme presión para que abandonaran sus tradiciones y la lengua vernácula que hablaban en sus hogares. El prejuicio antialemán aceleró el proceso de asimilación al mainstream norteamericano. Pocas décadas más tarde, en 1917, cuando Estados Unidos entró en la Primera Guerra contra Berlín y su Káiser, una parte sustancial de los voluntarios llevaban apellidos alemanes. Ya no había sombras de dualidad en el corazón de estos norteamericanos.

La gran paradoja es que la "victoria" de los extremistas islámicos de Al Qaeda conseguida el 11 de septiembre se volverá -ya se ha vuelto- una derrota de la fe mahometana en los Estados Unidos. Numerosos muchachos y muchachas norteamericanos adscritos a ese culto por tradición familiar, resolverán el conflicto emocional que hoy los embarga con un alejamiento de las mezquitas y un mayor grado de escepticismo en materia religiosa. El islam, que muy aceleradamente ganaba adeptos dentro de la comunidad negra -muchos de ellos reclutados en las cárceles-, casi siempre asociado a una visión crítica muy antiamericana como la que predica Farrakhan, verá como disminuyen las conversiones y se debilita ese movimiento radical.

Tal vez ésa sea la única consecuencia positiva de la tragedia de las Torres Gemelas y el Pentágono. La conversión al islam de millares de ciudadanos negros estadounidenses no constituía exactamente una conquista teológica que colocaba a estas personas bajo la autoridad positiva de una estricta ética religiosa, sino era otra forma agresiva y peligrosa de estructurar militantemente el odio de ciertos negros contra la población blanca culturalmente dominante. Era una forma de culpabilizar y hostilizar al cristianismo y al judaísmo, las religiones de los blancos, por los atropellos y quebrantos sufridos por los negros.

Curiosamente, esa lectura simplista de la historia olvidaba que los árabes de religión islámica habían sido, y todavía son en algunos países como Mauritania y Sudán, los grandes traficantes de esclavos negros de Africa. Es verdad que los cristianos europeos, autorizados por bulas papales, trasladaron en sus barcos negreros a unos doce millones de cautivos negros hacia el Nuevo Mundo, pero también es cierto que solían comprarlos a comerciantes árabes o de religión islámica. De la misma manera que tampoco debe olvidarse la otra variante de ese tráfico infame: mientras las naves europeas zarpaban de las costas africanas con su carga de esclavos, otros infelices cautivos, aherrojados y golpeados a cada instante, cruzaban el Sahara en caravanas mortales conducidas por los tratantes árabes. De los veinte millones de personas que sufrieron esta suerte, doce fueron a parar a América y ocho desaparecieron en el seno de las naciones islámicas.

¿Resumen final? A un año exacto del 11 de septiembre estas incómodas verdades ya forman parte del debate en Estados Unidos. Tras las acciones de Osama bin Laden, al menos en ese país Alá y su profeta Mahoma son menos grandes de lo que asegura la reiterada jaculatoria.

El autor es periodista y escritor, columnista habitual de El Nuevo Herald. Su obra más reciente "Las raíces torcidas de la América latina" fue publicado a principios del 2002.
 
¡NO HEMOS ENTENDIDO!

¡NO HEMOS ENTENDIDO!

:cuadrado: Como dijera cantinflas... nuestro Señor nos pidió AMARNOS los unos a los otros,y parece que entendimos ARMARNOS los unos contra los otros...

Que todos demos amor al projimo es mi oracion...
la gracia del Señor Jesús sea con todos.
Dios los bendice.