Educar el deseo
El deseo es como la presencia del infinito en la finitud humana. Se contrapone, pues, a la necesidad, porque ésta desaparece cuando encuentra una satisfacción. Por tanto, una de las trampas típicas de nuestra condición humana es tratar de engañar el deseo con la satisfacción de necesidades, es decir, ahogándolo en un oleaje de necesidades, que nacen y mueren sin cesar. La publicidad se aprovecha constantemente de esta fragilidad humana manipulando el deseo mediante la creación continua de necesidades.
¿Cómo conseguiremos liberarnos del engaño de la necesidad? Hay que empezar por una cura de humildad: reconocer que la libertad humana no es omnipotente. En efecto, todavía nos hallamos en la situación dramática descrita por Pablo: no hacemos el bien que queremos y, en cambio, obramos el mal que quisiéramos evitar (Rom 7:9). Esta contradicción personal es posible porque somos esclavos de fuerzas que actúan en nosotros desde fuera.
De ahí que se imponga una acción sobre las cosas generadoras de tales fuerzas, que son como un dinamismo o seducción irresistible. Esta acción neutralizadora consiste sustancialmente en una cierta abstinencia, ya que la sociedad multiplica sin cesar productos que no sólo enajenan, sino que provocan una corriente de enajenación.
En la tradición cristiana del ayuno, ciertamente transformada, podríamos reencontrar un significado para el hombre actual: cortar la carrera de la necesidad siempre insatisfecha, que, además de deteriorar la humanidad de quienes son arrasados a ella, genera un consumismo que bloquea el acceso de muchos a unos mínimos irrenunciables. No hay que olvidar que la sociedad de consumo tiene como objetivo fundamental el que las masas populares se integren en este estilo de vida individualista, competitivo e insolidario. Más aún el “ayuno” (no la abstinencia total, sino la austeridad y la educación del deseo) puede conducirnos a la justa comprensión de lo que significa realmente la privación que padecen los pobres (carencia de recursos materiales, culturales, tecnológicos… mínimos). Este “ayuno” puede significar el paso del conocimiento por “información” al conocimiento por “interiorización” (es decir, saber lo que realmente le pasa al otro). Esta forma de conocer puede describirse como un proceso que pasa del saber (información) al padecer (percepción personal de la
realidad), hasta llegar al compartir (culminación total del conocimiento).
El deseo es como la presencia del infinito en la finitud humana. Se contrapone, pues, a la necesidad, porque ésta desaparece cuando encuentra una satisfacción. Por tanto, una de las trampas típicas de nuestra condición humana es tratar de engañar el deseo con la satisfacción de necesidades, es decir, ahogándolo en un oleaje de necesidades, que nacen y mueren sin cesar. La publicidad se aprovecha constantemente de esta fragilidad humana manipulando el deseo mediante la creación continua de necesidades.
¿Cómo conseguiremos liberarnos del engaño de la necesidad? Hay que empezar por una cura de humildad: reconocer que la libertad humana no es omnipotente. En efecto, todavía nos hallamos en la situación dramática descrita por Pablo: no hacemos el bien que queremos y, en cambio, obramos el mal que quisiéramos evitar (Rom 7:9). Esta contradicción personal es posible porque somos esclavos de fuerzas que actúan en nosotros desde fuera.
De ahí que se imponga una acción sobre las cosas generadoras de tales fuerzas, que son como un dinamismo o seducción irresistible. Esta acción neutralizadora consiste sustancialmente en una cierta abstinencia, ya que la sociedad multiplica sin cesar productos que no sólo enajenan, sino que provocan una corriente de enajenación.
En la tradición cristiana del ayuno, ciertamente transformada, podríamos reencontrar un significado para el hombre actual: cortar la carrera de la necesidad siempre insatisfecha, que, además de deteriorar la humanidad de quienes son arrasados a ella, genera un consumismo que bloquea el acceso de muchos a unos mínimos irrenunciables. No hay que olvidar que la sociedad de consumo tiene como objetivo fundamental el que las masas populares se integren en este estilo de vida individualista, competitivo e insolidario. Más aún el “ayuno” (no la abstinencia total, sino la austeridad y la educación del deseo) puede conducirnos a la justa comprensión de lo que significa realmente la privación que padecen los pobres (carencia de recursos materiales, culturales, tecnológicos… mínimos). Este “ayuno” puede significar el paso del conocimiento por “información” al conocimiento por “interiorización” (es decir, saber lo que realmente le pasa al otro). Esta forma de conocer puede describirse como un proceso que pasa del saber (información) al padecer (percepción personal de la
realidad), hasta llegar al compartir (culminación total del conocimiento).