¿Ecumenismo?

CyP

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29 Enero 2001
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El 2001 decisivo para el diálogo entre los cristianos
Habla el presidente de la Federación de Iglesias Evangélicas de Italia
MILAN, 19 enero 2001 (ZENIT.org-AVVENIRE).-

El 2001 será un año decisivo para reanudar el camino ecuménico. En el marco de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos lo asegura el presidente de la Federación de Iglesias Evangélicas de Italia, el valdense y miembro laico de su Iglesia, Gianni Long.
Los evangélicos italianos han expresado esta esperanza en el recién publicado documento «Volvamos a abrir la puerta del ecumenismo» que, según Long, es una «una señal para la reanudación del diálogo», tras los problemas habidos con la interpretación de algunos recientes documentos vaticanos.

«Aunque hay que decir --precisa-- que el año pasado no ha sido todo negativo: se han registrado también progresos en el camino ecuménico».

--¿Cuáles en especial?

--Gianni Long: Pienso en el acuerdo sobre los matrimonios mixtos interconfesionales. Pero también en todo el trabajo sobre la Biblia: la distribución conjunta realizada. La traducción literaria interconfesional del Evangelio de Juan. La cuestión de la deuda de los países pobres, un objetivo que tanto los católicos como los protestantes han impulsado, aunque en modo diferente. No es casualidad que hayamos señalado en el documento estos puntos como temas desde los que se puede reanudar el diálogo.

Más en general, se puede decir que, cuando nos ponemos ante lo concreto, lo que hay que hacer, el ecumenismo avanza. Los problemas surgen cuando debatimos sobre principios.

--La experiencia de la oración común ¿no puede ser una oportunidad para aprender a hablar también sobre los principios?

--Gianni Long: No partimos de cero. Pensemos en todo el camino realizado sobre el Padre Nuestro o en la exégesis bíblica. En la actualidad, el intercambio entre tradiciones culturales es un hecho consolidado. Es bastante normal que, en una facultad teológica católica, se use un comentario escrito por un protestante y viceversa. Y muchas de las veces uno se da cuenta sólo cuando va a leer la nota sobre el autor, en la contraportada.

--¿Qué se puede esperar entonces de la oración en común?

--Gianni Long: Es una oración de intercesión. Y puede ayudarnos también a individuar juntos los puntos de dificultad. Es una oración genérica por la unidad de los cristianos, en la que es fácil ponerse todos de acuerdo. Pero puede haber también una invocación sobre algunos aspectos especiales del camino ecuménico. Pienso por ejemplo en las parejas mixtas: hasta hace poco años eran para todos la piedra de escándalo. Hoy, en cambio, durante los encuentros ecuménicos se convierten en argumento de oración común. Se invoca la ayuda de Dios sobre estas personas que viven personalmente el sufrimiento de la división entre las Iglesias.

--El 2001 se anuncia como un año importante. Se está debatiendo la «Carta Ecuménica Europea» y, en abril, se celebrará la asamblea de Estrasburgo. ¿Cómo ve estos dos desafíos del ecumenismo?

--Gianni Long: Me parece que sobre la «Carta Ecuménica» no tenemos muchas dificultades para llegar a un texto aceptado por todos.

Por lo que se refiere a la asamblea de las confesiones cristianas europeas, el hecho de que no se celebre en Salónica, como se había programado, es síntoma de los problemas que hay con el mundo ortodoxo. Es una pena que después de una realidad protestante como Basilea y una católica como Graz (1997), no se pueda vivir esta experiencia en un país con mayoría ortodoxa. De todos modos, Estrasburgo ofrece aspectos interesantes: es el lugar del futuro político de Europa, es la ciudad símbolo de los derechos humanos. Lo importante, de todos modos, es que este 2001 sea, en todos los sentidos, un año de apertura. Sobre esto, he encontrado muy interesante el mensaje del Papa del 1 de enero. Y esto es lo que busca también el documento que acabamos de escribir.

--Más allá de las relaciones oficiales, ¿cuál es la situación del ecumenismo hoy en Italia? ¿Se nota aquella experiencia «popular» de diálogo entre cristianos de diversas confesiones que fue impresionante para muchos en la última Asamblea ecuménica de Graz?

--Gianni Long: El Jubileo ha sido un problema por diversas razones. Pero este espíritu permanece. Lo veo también por todo lo que se ha organizado durante esta semana de oración. El ecumenismo es un tema apreciado. Pero no nos hagamos ilusiones: también en el tema de la unidad de los cristianos nos encontramos con el problema de cómo ir más allá de los más «comprometidos». Quizá para hacer crecer esta conciencia se podría pensar en algún encuentro ecuménico más de masa, como por ejemplo el «Kirchentag» en Alemania.
 
Noticia:
El 2001 será un año decisivo para reanudar el camino ecuménico. En el marco de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos lo asegura el presidente de la Federación de Iglesias Evangélicas de Italia, el valdense y miembro laico de su Iglesia, Gianni Long.

Católico:
Más que reaunudar el camino, lo que la Iglesia Católica tiene que hacer es recordar cada dos o tres meses lo escrito en el documento Dominus Iesus para que aquellos que se lanzaron por la puerta ancha del falso irenismo (unidad a costa de cualquier cosa, incluída la verdad) no se hagan ilusiones. Es decir, al señor Gianni Long hay que decirle que la Iglesia Católica no se va mover NI UN MILÍMETRO de las doctrinas proclamadas como dogmas de fe. Así, el señor Long y el resto de protestantes entenderán, por si no se han percatado ya de ello, que si quieren un ecumenismo serio con la Iglesia Católica, han de aceptar la perpetua virginidad de María, su Inmaculada Concepción, su Asunción a los cielos, así como el dogma de la infalibilidad papal (todo lo matizado que quieran, pero dogma) y la canonicidad de los deuterocanónicos. Eso para empezar.
Pero claro, si estamos hablando de un tipo de ecumenismo en el que prime el entendimiento de las posturas de cada cual sin ir más allá en el camino de unión eclesiástica, entonces se puede seguir haciendo lo mismo que años atrás. Ahora bien, en mi opinión eso no es verdadero ecumenismo sino voluntarismo cristiano que no traerá como fruto el que se cumpla la voluntad de Cristo de que su Iglesia estuviera unida. Con esto no digo que haya de abandonarse ese camino ya que es esencial para que en un futuro no se vuelvan a producir guerras de religión entre cristianos. Sólo que no debería llamarse ecumenismo

Noticia:
Los evangélicos italianos han expresado esta esperanza en el recién publicado documento «Volvamos a abrir la puerta del ecumenismo» que, según Long, es una «una señal para la reanudación del diálogo», tras los problemas habidos con la interpretación de algunos recientes documentos vaticanos.

Católico:
Abran todas las puertas que quieran, pero sepan que esos documentos recientes no tienen vuelta atrás. Las cosas son como son y si quieren hacer ecumenismo de verdad con la Iglesia Católica, ahí tienen reflejado la verdad católica sobre la realidad eclesial del protestantismo.

Valdense:
«Aunque hay que decir --precisa-- que el año pasado no ha sido todo negativo: se han registrado también progresos en el camino ecuménico».

Católico:
A mí me parece que el año pasado ha sido positivísimo para el ecumenismo en cuanto que ha cerrado la puerta, creo que de forma definitiva, al falso ecumenismo que tanto agradaba a algunos.

Noticia:
--¿Cuáles en especial?
--Gianni Long: Pienso en el acuerdo sobre los matrimonios mixtos interconfesionales. Pero también en todo el trabajo sobre la Biblia: la distribución conjunta realizada. La traducción literaria interconfesional del Evangelio de Juan. La cuestión de la deuda de los países pobres, un objetivo que tanto los católicos como los protestantes han impulsado, aunque en modo diferente. No es casualidad que hayamos señalado en el documento estos puntos como temas desde los que se puede reanudar el diálogo.

Católico:
Bien, muy bonito y muy conmovedor, pero el único avance verdadero se ha producido con el documento conjunto católico-luterano en el que los luteranos han empezado a darse cuenta que en Trento las cosas quedaron muy bien explicadas para todo aquel que quiera saber la verdad cristiana sobre la justificación. Lo de los matrimonios mixtos es interesante pero me temo que, finalmente, un matrimonio entre un católico y un protestante no da como resultado unos hijos cato-protes sino hijos católicos o hijos protestantes. Pongamos un ejemplo de los problemas en ese tipo de matrimonios:
A es católico
B es protestante
A y B tienen hijos. A quiere educar a sus hijos en la fe católica y enseñarles todos los dogmas de su Iglesia. B quiere educar a sus hijos en la fe protestante y no acepta que sus ellos crean en los dogmas católicos que son rechazados por los protestantes.
Si A o B no enseñan a sus hijos en la fe de sus padres, o A o B no son verdaderamente católicos o protestantes.
Conclusión: los matrimonios mixtos entre católicos y protestantes han de tolerarse pero no deben de ser recomendados.
Claro que, tal y como está hoy el mundo, hay muchas más posibilidades de un matrimonio mixto entre un creyente, sea católico o protestante, y un no creyente. Y ese es el tipo de matrimonio que debería evitarse y no se evita

Valdense:
Más en general, se puede decir que, cuando nos ponemos ante lo concreto, lo que hay que hacer, el ecumenismo avanza. Los problemas surgen cuando debatimos sobre principios.

Católico:
Llámele doctrinas o dogmas, señor Long. Está claro: cuando se debate sobre doctrinas, surgen problemas. Y esos problemas, señor Long, son IMPOSIBLES DE SOLUCIONAR. Y usted lo sabe. Y la Iglesia Católica lo sabe. Y tanto unos como otros sabemos que la otra parte no va a ceder en sus principios doctrinales básicos porque eso sería renunciar a la propia esencia de cada cual. Por tanto, ¿porqué estamos perdiendo el tiempo? Hablemos de orar juntos por las necesidades del mundo, de intentar ofrecer una sola voz ante problemas como el aborto y el desastre familiar al que nos está abocando esta sociedad consumista y hedonista en la que vivimos, pero no pretendamos llegar a una unión en las doctrinas sobre las que sabemos de sobra que no nos vamos a poner de acuerdo. Y no demos falsas ilusiones a la gente pretendiendo que puede haber una verdadera unión eclesial entre ustedes y nosotros pasandonos por alto dichas doctrinas.

Noticia:
--La experiencia de la oración común ¿no puede ser una oportunidad para aprender a hablar también sobre los principios?
--Gianni Long: No partimos de cero. Pensemos en todo el camino realizado sobre el Padre Nuestro o en la exégesis bíblica. En la actualidad, el intercambio entre tradiciones culturales es un hecho consolidado. Es bastante normal que, en una facultad teológica católica, se use un comentario escrito por un protestante y viceversa. Y muchas de las veces uno se da cuenta sólo cuando va a leer la nota sobre el autor, en la contraportada.

Católico:
Depende sobre el tema que trate ese comentario. Es evidente que en un tratado sobre la Trinidad, va a dar igual que el comentario lo haga un protestante o un católico. Tenemos un patrimonio común doctrinal que es sobre lo único que podemos hacer un verdadero trabajo conjunto para luchar en contra de las nuevas sectas que pretenden derribar los fundamentos básicos de la fe trinitaria y cristológica.
Ahora bien, si partimos del hecho de que en la consideración que se le da al papel de la Biblia y de la Iglesia como elementos que marcan las pautas de la Revelación divina hay dos posturas irreconciliables, la suya y la nuestra, creo que es utópico pensar que los avances en el terreno de la exégesis bíblica puedan llegar a ser espectaculares.
Tenga usted en cuenta, señor Long, que la Iglesia Católica tiene en su corpus doctrinal un element exegético de la Palabra de Dios que no puede ser cambiado en su esencia. Es decir, entre ustedes podrá aparecer un teólogo con ideas revolucionarias sobre tal o cual pasaje bíblico. Entre los católicos no. Y entre los ortodoxos, mucho menos.

Noticia:
--¿Qué se puede esperar entonces de la oración en común?
--Gianni Long: Es una oración de intercesión. Y puede ayudarnos también a individuar juntos los puntos de dificultad. Es una oración genérica por la unidad de los cristianos, en la que es fácil ponerse todos de acuerdo. Pero puede haber también una invocación sobre algunos aspectos especiales del camino ecuménico. Pienso por ejemplo en las parejas mixtas: hasta hace poco años eran para todos la piedra de escándalo. Hoy, en cambio, durante los encuentros ecuménicos se convierten en argumento de oración común. Se invoca la ayuda de Dios sobre estas personas que viven personalmente el sufrimiento de la división entre las Iglesias.

Católico:
Sí, seguro que sufren. Y más que van a sufrir cuando entiendan que la única posiblidad real de unión eclesial pasa porque el protestantismo renuncie a su propia naturaleza cismática y se una a la Iglesia Católica aceptando sus dogmas. Y eso no va a ocurrir. Lo demás son cantos celestiales y pueden servir para llenar periódicos y revistas teológicas, pero no para dar una explicación verdadera de cuál es la realidad a la que el cristianismo se enfrenta en el tercer milenio

Noticia:
--El 2001 se anuncia como un año importante. Se está debatiendo la «Carta Ecuménica Europea» y, en abril, se celebrará la asamblea de Estrasburgo. ¿Cómo ve estos dos desafíos del ecumenismo?
--Gianni Long: Me parece que sobre la «Carta Ecuménica» no tenemos muchas dificultades para llegar a un texto aceptado por todos.

Católico:
Claro, para crear un texto lleno de generalidades, no habrá problemas.
Lástima que ni tan siquiera el Credo niceno sirva para dar un texto común ante el mundo. La mayoría de los protestantes no aceptan de ese credo ni la regeneración bautismal, ni la comunión de los santos tal y como la entendía la Iglesia del primer milenio.

Valdense:
Por lo que se refiere a la asamblea de las confesiones cristianas europeas, el hecho de que no se celebre en Salónica, como se había programado, es síntoma de los problemas que hay con el mundo ortodoxo. Es una pena que después de una realidad protestante como Basilea y una católica como Graz (1997), no se pueda vivir esta experiencia en un país con mayoría ortodoxa.

Católico:
Aaaamigo. Es que los ortodoxos ya se han caído del burro. Ya se han dado cuenta de quiénes son ustedes. Su presencia en el Consejo Mundial de Iglesias les ha servido de aprendizaje rápido acerca de la naturaleza real del protestantismo. ¿Acaso piensa usted, amigo valdense, que los ortodoxos van a unirse alguna vez con iglesias que aceptan la homosexualidad o el sacerdocio femenino y que rechazan la Tradición? ¡¡¡JE!!!
No, mire usted, no. Olvídese de que la Iglesia Ortodoxa siga avanzando por el camino ecuménico que ustedes quieren.
El único problema grave es que los ortodoxos han salido tan escaldados del ecumenismo con ustedes que ahora que los católicos no paramos de lanzarles mensajes en pro de la unidad, están a la defensiva. Pero hay una diferencia enooorme entre el diálogo ecuménico entre católicos y ortodoxos y el de ellos con ustedes. Nosotros, los católicos y ortodoxos, tenemos un milenio de unidad en nuestros corazones. Amamos la unidad. Justo al contrario que el protestantismo, que es desunión constante y creciente.
La Iglesia Católica y la Ortodoxa saben que su futuro es la vuelta a la comunión. Tenemos que buscar los mecanismos necesarios para que los aspectos difíciles que nos separan (primacía petrina, evolución dogmática católica, uniatismo, etc) vayan puliéndose poco a poco. Y estoy seguro, porque ya es un hecho, de que la Iglesia Católica dará pasos importantísimos en un futuro inmediato para que los ortodoxos sean una sola Iglesia con nosotros. No en vano, este Papa ha escrito dos encíclias que serán fundamentales en el futuro ecuménico con la Ortodoxia, especialmente la Ut Unum Sint.
Así que ya sabe, amigo valdense. Si quiere aprender lo que es un verdadero ecumenismo, preste atención a lo que va a ocurrir en las dos próximas décadas entre católicos y ortodoxos.

Valdense:
De todos modos, Estrasburgo ofrece aspectos interesantes: es el lugar del futuro político de Europa, es la ciudad símbolo de los derechos humanos. Lo importante, de todos modos, es que este 2001 sea, en todos los sentidos, un año de apertura. Sobre esto, he encontrado muy interesante el mensaje del Papa del 1 de enero. Y esto es lo que busca también el documento que acabamos de escribir.

Católico:
Vale. Hace usted bien en prestar atención a lo que dice el Papa. Es el Vicario de Cristo

Noticia:
--Más allá de las relaciones oficiales, ¿cuál es la situación del ecumenismo hoy en Italia? ¿Se nota aquella experiencia «popular» de diálogo entre cristianos de diversas confesiones que fue impresionante para muchos en la última Asamblea ecuménica de Graz?
--Gianni Long: El Jubileo ha sido un problema por diversas razones. Pero este espíritu permanece. Lo veo también por todo lo que se ha organizado durante esta semana de oración. El ecumenismo es un tema apreciado. Pero no nos hagamos ilusiones: también en el tema de la unidad de los cristianos nos encontramos con el problema de cómo ir más allá de los más «comprometidos». Quizá para hacer crecer esta conciencia se podría pensar en algún encuentro ecuménico más de masa, como por ejemplo el «Kirchentag» en Alemania.

Católico:
Eso, dice usted bien. No nos hagamos ilusiones. Taizé es muy bonito y es una bendición pero no sirve para un ecumenismo eclesial.
Querido Gianni Long, la conciencia que tiene que crecer es la de que no hay posibilidad de unión eclesial entre un sistema que cree en el sola fide y el sola scriptura y las Iglesias Católica y Ortodoxa.
¿Están ustedes dispuestos a renunciar a esos "solas"?
No, ¿verdad?
Pues cada uno en su casa y Dios en la de todos
Bendiciones
 
La Declaración Católico - Luterana acerca de la Justificación
Comentario por José Grau

Aireada por todos los medios de comunicación a finales de 1999 como la antesala de la unidad entre católicos y protestantes, es el resultado de varios años de contactos entre algunos teólogos católicorromanos y un cierto número de teólogos luteranos pertenecientes a la Federación Luterana Mundial.
Como prolegómenos a nuestro examen de dicha Declaración cabe advertir que Roma no delegó a sus representantes más significados ni dio al comunicado oficial el relieve que suele otorgar a lo que el Vaticano considera grandes acontecimientos. Y por parte luterana conviene recordar que la Federación Luterana Mundial no incluye a los luteranos de todo el mundo, ni a muchas iglesias luteranas evangélicas. Por lo que resulta obvio también que dicha Federación no habla en nombre del resto de los protestantes (sean luteranos o reformados, bautistas o de las llamadas "Iglesias libres"), para todos los cuales la doctrina de la justificación por la fe es un artículo fundamental.
En las conclusiones de esta Declaración se afirma que los participantes en el debate han alcanzado un "consenso fundamental en el Evangelio". Si así fuera, se habría llegado al acuerdo en uno de los puntos principales que fue causa de la separación entre Roma y la Reforma. La doctrina de la justificación era para Lutero «el artículo de fe que indica si una iglesia está en pie o cae ("articulus stantis et cadentis ecclesiae")»
¿Es que Roma se ha convertido a los postulados de la Reforma? ¿O han sido los luteranos los que se han deslizado hacia las posiciones de Trento? ¿Están diciendo los dos, luteranos y católicos, las mismas cosas que se dijeron en el siglo XVI? ¿O es que ha surgido un tercer punto de vista sobre el Evangelio, y la justificación del pecador, que es tan diferente de Trento como de la Reforma?
¿Se ha hecho "romano" el luteranismo de la Federación Luterana Mundial? ¿O se ha hecho "protestante" el mensaje del Vaticano? En la p. 67 de un redactado previo en 1993 se dice, sin embargo, que "Roma no toleraría lo que podríamos denominar "protestantes dentro de la Iglesia Católica Romana". ¿Estaban pensando, al escribir así, en el recuerdo de Bayo y Jansen, amén de un buen número de teológos inclasificables surgidos después del Vaticano II?

1. La Finalidad de la Declaración.
"Una de las finalidades de la presente Declaración conjunta -afirma el documento de 1999- es demostrar que a partir de este diálogo, las iglesias luterana y católica romana se encuentran en posición de articular una interpretación común de nuestra justificación por la gracia de Dios mediante la fe en Cristo. Cabe señalar que no engloba todo lo que una y otra iglesia enseñan acerca de la justificación, limitándose a recoger el consenso sobre las verdades básicas de dicha doctrina y demostrando que las diferencias subsistentes en cuanto a su explicación, ya no dan lugar a condenas doctrinales...
"En el siglo XVI, las divergencias en cuanto a la interpretación y aplicación del mensaje bíblico de la justificación -prosigue el documento de 1999- no solo fueron causa principal de la división de la iglesia occidental, también dieron lugar a las condenas doctrinales. Por lo tanto, una interpretación común de la justificación es indispensable para acabar con esa división. Mediante el enfoque apropiado de estudios bíblicos recientes y recurriendo a métodos modernos de investigación sobre la historia de la teología y los dogmas, el diálogo ecuménico entablado después del Concilio Vaticano II ha permitido llegar a una convergencia notable respecto a la justificación, cuyo fruto es la presente declaración conjunta que recoge el consenso sobre los planteamientos básicos de la doctrina de la justificación. A la luz de dicho consenso, las respectivas condenas doctrinales del siglo XVI ya no se aplican a los interlocutores de nuestros días... Las conversaciones teológicas mantenidas en estos últimos años forjaron una interpretación de la justificación que ambas comparten. Dicha interpretación engloba un consenso sobre los planteamientos básicos que, aun cuando difieran, las explicaciones de las respectivas declaraciones no contradicen".
Lo que católicos y luteranos vienen a decirnos es que pueden estar de acuerdo contradiciéndose. Confiesan que han llegado a esta negación del principio de contradicción (una cosa no puede ser verdad y mentira al mismo tiempo) mediante lo que denominan "enfoque apropiado de estudios recientes, métodos modernos de investigación sobre la historia de la teología y los dogmas, el diálogo ecuménico", es decir: la convergencia a que han llegado es la de hacer la vista gorda sobre la totalidad de la problemática en cuestión.
El único acuerdo que merece el nombre de tal es el de no condenarse mutuamente. A pesar de las "diferencias subsistentes" se echa mano de "enfoques apropiados recientes" y "modernos métodos de investigación" cuya clave tiene el "diálogo ecuménico", para contestar a todos sin tener que hablar con claridad necesariamente.
El llamado acuerdo sobre la justificación de 1999, al igual que las conversaciones que sirvieron de prolegómenos en las dos últimas décadas del siglo XX, hacen con la doctrina de la justificación lo mismo que hizo Trento con el agustinianismo: se acercan semánticamente a Lutero (aunque sin condenarlo por nombre, específicamente, ni tampoco levantar la excomunión vaticana que pesa sobre él). Y así como en Trento la iglesia romana descafeinó a Agustín, ahora estos luteranos del brazo de los católicos decafeinan a Lutero.
El resultado práctico no es otro que la inutilización de la "dinamita" del mensaje reformado, luterano, protestante y bíblico sobre todo ("el Evangelio es poder (Dinamita) de Dios para salvación a todo aquel que cree..." Romanos 1:16), anulando la espoleta de las doctrinas de la gracia mediante una terminología teológica que parece del agrado de todos si se lee de corrido, sin profundizar en los conceptos. Unas afirmaciones equilibran a otras de signo diferente, sin entrar casi nunca en el meollo fundamental de la cuestión.
Como escribe Pedro Puigvert, en carta a "La Vanguardia" (5-11-99): "Los católicos no han cedido nada. Porque eso de confesar que la justificación es obra de la gracia de Dios" lo han creído siempre, juntamente con la cooperación humana que ahora resulta que también es fruto de la gracia, aunque lo desmienta la Escritura cuando dice: "Al que obra no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino que cree en Aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia" (Romanos 4:5-6). Roma ha ganado la batalla doctrinal. "¡Si Lutero alzara la cabeza!"

2. La Sombra de Trento
El principio de no contradicción es violado igualmente en todo lo que concierne a Trento. Muchos de los párrafos de estas declaraciones ecuménicas contradicen los decretos tridentinos. No es cierto que Trento puede ser leído en un sentido protestante, como quería creer H. Küng y como le desmintió K. Barth con mucha ironía. Las contradicciones son constantes. Y, para añadir leña al fuego, Juan Pablo II no ha dejado de afirmar en los últimos años que Trento sigue vigente como respuesta de la Iglesia Católico Romana a las inquietudes de los reformadores.
Recordemos algunas de las condenas más claras de la asamblea tridentina:
Canon 9 sobre la justificación:
"Si alguno dijere que el impío se justifica por la sola fe, de modo que entienda no requerirse nada más con que coopere a conseguir la gracia de la justificación... sea anatema"
Canon 11: "Si alguno dijere que los hombres se justifican o por sola imputación de la justicia de Cristo o por la sola remisión de los pecados... o también que la gracia por la que nos justificamos es sólo el favor de Dios, sea anatema".
Canon 12: Si alguno dijere que la fe justificante no es otra cosa que la confianza en la divina misericordia que perdona los pecados por causa de Cristo, o que esa confianza es lo único con que nos justificamos, sea anatema".
Comentando estos cánones, Calvino escribía: "Son cánones muy poco canónicos. El noveno, por ejemplo, une cosas completamente distintas. Imagina que nosotros enseñamos que Dios justifica al hombre sin ningún previo movimiento o inclinación de la voluntad humana, como si no fuera con el corazón que un hombre cree para justificación. Entre ellos y nosotros hay esta diferencia: ellos aseguran que la voluntad de la voluntad procede del hombre mismo, nosotros sostenemos que la fe es, en efecto, un acto voluntario, pero porque Dios ha movido nuestras voluntades atrayéndolas hacia él. Añadamos a ésto que, cuando decimos que el hombre es justificado por la fe solamente, no estamos imaginando una fe vacía de amor, sino que queremos decir que sólo la fe es la causa de nuestra justificación".
En relación con el canon 11, comentaba Calvino: "Quiero que todos entiendan que cuando nosotros hablamos de la fe sola, no pensamos en una fe muerta, que no obra por el amor, sino que nos referimos a la fe como la única causa de nuestra justificación (Gál. 5:6; Ro. 3:22). Es, pues, solamente la fe la que justifica y, con todo, la fe que justifica no va nunca sola ("Fides ergo sola est qua justificat, fides tanem quae justificat, nos est sola")."Así como es el calor del sol únicamente el que calienta la tierra y, sin embargo, en el sol no solamente hay calor sino también luz. Pero son dos cosas distintas. No separamos la gracia de la regeneración de la fe, pero afirmamos que el poder y la facultad de justificarnos delante de Dios residen únicamente en la fe. En realidad no es a nosotros a quienes anatemizan los padres de Trento sino a Pablo, a quien debemos la definición de que la justificación del hombre consiste en la remisión de sus pecados. Sus palabras se hallan en el capítulo cuarto de la epístola a los Romanos, y son tomadas del Salmo 32 de David".
Y refiriéndose al canon 12, decía el reformador de Ginebra: "Los venerables padres no consienten que la fe justificante sea descrita como la confianza con la cual nos acogemos a la misericordia de Dios que nos perdona por causa de Cristo. Pero agradó al Espíritu Santo hablar así por boca del apóstol Pablo: "Siendo justificados gratuitamente por su gracia, por la redención que es en Cristo Jesús..." (Ro. 3:24-26).
Los anatemas del Concilio de Trento son de una claridad meridiana en lo que se refiere a condenar la doctrina de la justificación descubierta por los reformadores en las páginas del Nuevo Testamento. Trento desmintió que el pecador sea salvo por la fe, en el sentido de que solamente la fe es la causa de la justificación. Trento negó que la justificación del pecador viene como resultado, solamente, de haberle sido imputada la justicia de Cristo. Trento se opuso a la afirmación de Lutero y demás reformadores en el sentido de que el justificado no tiene ya deuda alguna de ningún castigo temporal por el que satisfacer bien sea en esta vida o en el purgatorio.
El concilio de Trento coronó sus anatemas con el siguiente:
Canon 33:
"Si alguno dijere que por esta doctrina católica sobre la justificación expresada por el santo concilio en el presente decreto, se rebaja en alguna parte la gloria de Dios o los méritos de Jesucristo Señor Nuestro, y no más bien que se ilustra la verdad de nuestra fe y, en fin, la gloria de Dios y de Cristo Jesús, sea anatema"
"Una preocupación ingeniosa -escribió Calvino-. Nadie debe ver lo que todo el mundo ve: que casi han llegado al extremo de anular tanto la gloria de Dios como la gracia de Jesucristo... Se delatan a sí mismos, al lanzar un anatema "in terrorem contra los que se atrevan a percibir la impiedad de la cual ellos mismos son tan conscientes".
Este es el lenguaje del pasado que la Declaración católico-luterana da por superado y no quiere que se repita más. Lo que se propone ahora es que cada sector interprete la justificación a su manera y aunque difieran el uno del otro, ambos tienen el respeto y la consideración del otro. No importa que los luteranos sigan afirmando que la raíz de la salvación es la justificación por la fe solamente y que la santificación es el fruto o consecuencia de la redención, mientras que los católicos entienden la santificación más como elemento de la salvación que como resultado de ésta, confundiendo como vienen haciendo desde el siglo XVI la santificación con la justificación.
Es interesante como la presencia de Trento se encuentra en múltiples párrafos de la Declaración. Aunque las tesis tridentinas se formulan paralelamente a otras más cercanas a la teología protestante, se pretende hacernos creer que no tiene que haber conflicto entre un testimonio y el otro. Este es un terreno en el que los teólogos católicos (al menos un buen número de ellos) se encuentran a gusto. Pueden hablar, por ejemplo de "merecer la gracia" sin discernir en tal afirmación una contradicción evidente. Y se permiten afirmar por un lado que "la justificación es obra de la sola gracia de Dios" y, al mismo tiempo, enseñar que hemos de ganarnos el cielo con nuestras buenas obras. Pero lo que al católico le resulta fácil de admitir es precisamente lo que la mentalidad protestante y bíblica no puede entender. Sin embargo, por obra y gracia de la llamada teología ecuménica Roma está consiguiendo que algunos protestantes (como los luteranos firmantes de este Documento) prescindan del principio de contradicción y de la teología de la Reforma en nombre de una futura hipotética unidad eclesial. Para ello, los luteranos renuncian sin apenas darse cuenta de la esencia del luteranismo mientras que los católicos no renuncian a su mentalidad tridentina, adornada ahora con los materiales de la modernidad crítica y ecuménica.
Convendría recordar las palabras de Karl Barth en aquel lejano 1937: "Si escuchamos la respuesta que Cristo da al problema de la Iglesia nos daremos cuenta de que hay actitudes incompatibles. Si escuchamos la voz del Señor aprendemos que es totalmente imposible considerar como ramas de un mismo y único árbol los santuarios marianos, Wittenberg y Ginebra, la misa romana y la santa cena evangélica; no podemos entender estas diferencias como ramas distintas de un árbol. Resulta imposible la síntesis de todos estos elementos, el intento de armonizarlos, o el de concederles a todos el mismo valor. Aquí, como en otras esferas donde se plantea la pluralidad de las Iglesias, la única cosa que podemos hacer, si escuchamos verdaderamente a Cristo, es tomar una decisión a favor o en contra. Tenemos que elegir. Si escuchamos a Cristo no podemos creer algo, y al mismo tiempo, considerar que otra cosa opuesta pueda tenerse igualmente por cristiana. No nos hallamos situados por encima de las diferencias que dividen a las iglesias, sino en medio de ellas. Solamente podrían sentirse por encima de la problemática quienes actuaran como meros espectadores de Dios y de ellos mismos; aquellos que finalmente no se escuchan más que a sí mismos" (Karl Barth, L'Eglise el les églises, Labor et Fides, Ginebra 1964, p. 238).
Evidentemente, los autores del Documento católico luterano de 1999 no parecen haber tenido en cuenta las atinadas observaciones del teólogo de Basilea. Mas bien han actuado en el sentido desaconsejado por Barth.
Lo que antaño se calificaba como caricaturas, o errores, hoy se denominan énfasis diferentes o malentendidos. No importa cuanta convergencia se alcance en algunos puntos, los postulados básicos de la Reforma -Sólo la gracia y sólo la fe- se soslayan sistemáticamente mediante afeites semánticos que convierten en relativo lo que para las Iglesias protestantes fue siempre radical. ¿Qué clase de amnesia hace olvidar que ya Trento anatematizó a cuantos negasen que las buenas obras son "dones de Dios... y que no son también los buenos méritos del justificado" (Canon 32 sobre la justificación)" El Evangelio nos obliga a elegir entre "mérito" y "gracia" como raíz de la justificación; la mezcla de ambas cosas como pretendió Trento es inadmisible. ¿Qué miopía oculta a los luteranos que firmaron el Documento la disyuntiva entre mérito y gracia? con los materiales de la modernidad
crítica.
3. Textos de la DeclaraciÓn
Bajo el epígrafe 4 ("Explicación de la interpretación común de la justificación) se recogen formulaciones luteranas y tridentinas, yuxtapuestas y mezcladas, como si dijeran lo mismo a pesar de ser mutuamente contradictorias:
4.1. La impotencia y el pecado humanos respecto a la justificación.
4.1, 19 "Juntos confesamos que en lo que atañe a su salvación, el ser humano depende enteramente de la gracia redentora de Dios. La libertad de la cual dispone respecto a las personas y las cosas de este mundo no es tal respecto a la salvación porque por ser pecador depende del juicio de Dios y es incapaz de volverse hacia él en busca de redención, de merecer su justificación ante Dios o de acceder a la salvación por sus propios medios.
La justificación es obra de la sola gracia de Dios. Puesto que católicos y luteranos lo confesamos juntos, es válido decir que:
4.1,20 "Cuando los católicos afirman que el ser humano "coopera", aceptando la acción justificadora de Dios, consideran que esa aceptación personal es en sí un fruto de la gracia y no una acción que dimana de la innata capacidad humana.
4.1, 21 "Según la enseñanza luterana, el ser humano es incapaz de constribuir a su salvación porque en cuanto pecador se opone activamente a Dios y a su acción redentora. Los luteranos no niegan que una persona pueda rechazar la obra de la gracia, pero aseveran que solo puede recibir la justificación pasivamente, lo que excluye toda posibilidad de contribuir a la propia justificación sin negar que el creyente participa plena y personalmente en su fe, que se realiza por la Palabra de Dios.
4.2. La justificación en cuanto perdón del pecado y fuente de justicia.
4.2,12. "Juntos confesamos que la gracia de Dios perdona el pecado del ser humano y, a la vez, lo libera del poder avasallador del pecado, confiriéndole el don de una nueva vida en Cristo.
Cuando los seres humanos comparten en Cristo por fe, Dios ya no les imputa sus pecados y mediante el Espíritu Santo les transmite un amor activo. Estos dos elementos del obrar de la gracia de Dios no han de separarse porque los seres humanos están unidos por la fe en Cristo que personifica nuestra justificación (1 Co. 1:30): perdón del pecado y presencia redentora de Dios. Puesto que católicos y luteranos lo confesamos juntos, es válido decir que:
4.2,23 "Cuando los luteranos ponen el énfasis en que la justicia de Cristo es justicia nuestra, por ello entienden insistir sobre todo en que la justicia ante Dios en Cristo le es garantizada al pecador mediante la declaración de perdón y tan solo en la unión con Cristo su vida es renovada. Cuando subrayan que la gracia de Dios es amor redentor ("el favor de Dios"), no por ello niegan la renovación de la vida del cristiano. Más bien quieren decir que la justificación está exenta de la cooperación humana y no depende de los efectos renovadores de vida que surte la gracia en el ser humano.
4.2,24 "Cuando los católicos hacen hincapié en la renovación de la persona desde dentro al aceptar la gracia impartida al creyente como un don, quieren insistir en que la gracia del perdón de Dios siempre conlleva un don de vida nueva que en el Espíritu Santo se convierte en verdadero amor activo. Por lo tanto no niegan que el don de la gracia de Dios en la justificación sea independiente de la cooperación humana.
4.3. Justificación por fe y por gracia.
4.3,25 "Juntos confesamos que el pecador es justificado por la fe en la acción salvífica de Dios en Cristo. Por obra del Espíritu Santo en el bautismo, se le concede el don de salvación que sienta las bases de la vida cristiana en su conjunto.
Confian en la promesa de la gracia divina por la fe justificadora que es esperanza en Dios y amor por él. Dicha fe es activa en el amor y, entonces, el cristiano no puede ni debe quedarse sin obras, pero todo lo que en el ser humano antecede o sucede al libre don de la fe no es motivo de justificación ni la merece.
4.3,26 "Según la interpretación luterana, el pecador es justificado sólo por la fe (sola fide). Por fe pone su plena confianza en el Creador y Redentor con quien vive en comunión. Dios mismo insufla esa fe, generando tal confianza en su palabra creativa. Porque la obra de Dios es una nueva creación, incide en todas las dimensiones del ser humano conduciéndolo a una vida de amor y esperanza. En la doctrina de la "justificación por la sola fe" se hace una distinción entre la justificación propiamente dicha y la renovación de la vida que proviene del amor que Dios otorga al ser humano en la justificación. Justificación y renovación son una en Cristo quien está presente en la fe.
4.3, 27 "En la interpretación católica también se considera que la fe es fundamental en la justificación. El ser humano es justificado mediante el bautismo en cuanto oyente y creyente de la palabra. La justificación del pecador es perdón de los pecados y volverse justo por la gracia justificadora que nos hace hijos de Dios. En la justificación, el justo recibe de Cristo la fe, la esperanza y el amor, que lo incorporan a la comunión con él. Esta nueva relación personal con Dios se funda totalmente en la gracia y depende constantemente de la obra salvífica y creativa de Dios misericordioso que es fiel a sí mismo para que se pueda confiar en él. De ahí que la gracia justificadora no sea nunca una posesión humana a la que se pueda apelar ante Dios. La enseñanza católica pone el énfasis en la renovación de la vida por la gracia justificadora; esta renovación en la fe, la esperanza y el amor siempre depende de la gracia insondable de Dios y no contribuye en nada a la justificación de la cual se podría hacer alarde ante él. (Ro. 3:27).
4.4. El pecador justificado.
4.4,28 "Juntos confesamos que en el bautismo, el Espíritu Santo nos hace uno en Cristo, justifica y renueva verdaderamente al ser humano, pero el justificado, a lo largo de toda su vida, debe acudir constantemente a la gracia incondicional y justificada de Dios. Por estar expuesto, también constantemente, al poder del pecado y a sus ataques apremiantes (cf. Ro. 6:12-14), el ser humano no está eximido de luchar durante toda su vida con la oposición a Dios y la codicia egoista del viejo Adán (cf. Gá. 5:16 y Ro. 7:7-10). Asimismo, el justificado debe pedir perdón a Dios todos los días como en el Padrenuestro (Mt. 6:12 y 1 Jn. 1:9), y es llamado incesantemente a la conversión y a la penitencia, y perdonado una y otra vez.
4.4, 29. "Los luteranos entienden que ser cristiano es ser, "al mismo tiempo justo y pecador". El creyente es plenamente justo porque Dios le perdona sus pecados mediante la Palabra y el Sacramento, y le concede la justicia de Cristo que él hace suya en la fe. En Cristo, el creyente se vuelve justo ante Dios, pero viéndose a sí mismo, reconoce que también sigue siendo totalmente pecador; el pecado sigue viviendo en él (1 Jn. 1:18 y Ro. 7:17-20), porque se torna una y otra vez hacia falsos dioses y no ama a Dios con ese amor íntegro que debería profesar a su Creador (Dt. 6:5 y Mt. 22:36-40.) Esta oposición a Dios es en sí un verdadero pecado pero su poder avasallador se quebranta por mérito de Cristo y ya no domina al cristiano porque es dominado por Cristo a quien el justificado está unido por la fe. En esta vida, entonces, el cristiano puede llevar una existencia medianamente justa. A pesar del pecado, el cristiano ya no está separado de Dios porque renace en el diario retorno al bautismo, y a quien ha renacido por el bautismo y el Espíritu Santo, se le perdona ese pecado. De ahí que el pecado ya no conduzca a la condenación y a la muerte eterna. Por lo tanto, cuando los luteranos dicen que el justificado es también pecador y que su oposición a Dios es un pecado en sí, no niegan que, a pesar de ese pecado, no sean separados de Dios y que dicho pecado sea un pecado "dominado". En estas afirmaciones coinciden con los católicos romanos, a pesar de la diferencia en la interpretación del pecado en el justificado.
4.4,30. "Los católicos mantienen que la gracia impartida por Jesucristo en el bautismo lava de todo aquello que es pecado "propiamente dicho y que es pasible de "condenación" (Ro. 8:1). Pero de todos modos, en el ser humano queda una propensión (concupiscencia) que proviene del pecado y compele al pecado. Dado que según la convicción católica, el pecado siempre entraña un elemento personal y dado que este último no interviene en dicha propensión, los católicos no la consideran (la concupiscencia) pecado propiamente dicho. Por lo tanto, no niegan que esta propensión no corresponda al designio inicial de Dios para la humanidad ni que esté en contradicción con Él y sea un enemigo que hay que combatir a lo largo de toda la vida. Agradecidos por la redención en Cristo, subrayan que esta propensión que se opone a Dios no merece el castigo de la muerte eterna ni aparta de Dios al justificado. Ahora bien, una vez que el ser humano se aparta de Dios por voluntad propia, no basta con que vuelva a observar los mandamientos, ya que debe recibir perdón y paz en el Sacramento de la Reconciliación mediante la palabra de perdón que le es dada en virtud de la labor reconciliadora de Dios en Cristo".
4. Primeras Conclusiones desde una Perspectiva Evangélica
Independientemente de la superficialidad con que los medios de comunicación suelen tratar estos temas (alguna prensa llegó a publicar que había sido levantada la excomunión a Lutero), podemos observar ciertas consecuencias a nivel popular y de la calle. Llamarlas consecuencias sociales sería quizá exagerado, pero no obstante es un hecho el impacto que produce en las masas, católicas o no, esta aparente disposición de Roma a "comprender" a los protestantes y facilitarles el camino hacia la unidad de todos los cristianos. Muchos podríamos contar experiencias recientes al respecto, como si la unión estuviese ya al alcance de la mano.
En cuanto a consecuencias teológicas, es evidente que dicho Documento constituye un paso importante en el camino del sincretismo (aupado por el modernimo teológico), el sacramentalismo y la negación del principio de contradicción. Todo ello lleva a la confusión doctrinal sin paliativos. El debate bíblico queda reducido a una cuestión de especialistas "sui generis" que parecen tener los resortes para mantener una constante ambigüedad e imprecisión en una doctrina que el Nuevo Testamento ordena proclamar con toda claridad y nitidez.
La confusión teológica está servida, y bien servida.
En última instancia, el acuerdo básico a que llega el Documento oficial común, emitido por la Federación Luterana y la Iglesia Católica, es de dejar de condenarse mutuamente. "Católico y Luteranos -reza el Documento- continuarán ecuménicamente sus esfuerzos en su testimonio común de interpretar el mensaje de la justificación". Aunque lo interpreten diferentemente.
A partir de ahora, cualquiera que predique la justificación por la sola fe (Sola Fides), sobre la base única de la Escritura (Sola Scriptura) e intente denunciar los errores de la teología romana sobre la gracia, como hicieron todos los reformadores del siglo XVI (Sola Gratia), podrá ser tildado de sectario y enemigo de la paz y unidad eclesiales.
Este documento se suma al coro de voces del relativismo moderno que nos asegura que no hay tal cosa como "verdades absolutas", ni siquiera en aquellos puntos fundamentales del mensaje del Evangelio.
Sorprende que haya luteranos capaces de dar por bueno el sacramentalismo que rezuma toda la Declaración. Aunque no se cite explícitamente, el "ex opere operato" queda implícito en cada mención que se hace del bautismo y de otros sacramentos. Se identifica repetidas veces al "bautizado" con el "justificado" sin más, haciendo del rito bautismal causa de salvación. De hecho, estamos ante la teología sacramentalista característica del catolicismo. Lo sorprendente no es que Roma manifieste lo suyo propio sino que un grupo de luteranos parezca ratificar este sacramentalismo de signo medieval contra el que levantaron su voz los reformadores, incluido Lutero.
En 4.3,27 del Documento se afirma rotundamente que "El ser humano es justificado mediante el bautismo" y así también en otras partes del pretendido acuerdo: "Juntos confesamos que en el bautismo, el Espíritu Santo nos hace uno en Cristo, justifica y renueva verdaderamente al ser humano" (4,4,28; cf. 4.4,30).
De hecho, más que "protestantizar" Trento -como quería Hans Küng- se ha llegado a "romanizar" el luteranismo. Si uno lee bien este escrito pronto se da cuenta de que las tesis de Trento subsisten bien afirmadas aunque sea mediante un lenguaje lleno de sutilezas semánticas y vaguedades teológicas. En cambio, resulta difícil, en buena parte del Documento, discernir el testimonio luterano auténtico es decir: el luteranismo de Lutero.
Como cristiano evangélico me es totalmente imposible dar mi aprobación a este supuesto acuerdo luterano-catolicorromano. Y tengo por cierto que no estoy solo en mi rechazo. Desde perspectivas bíblicas protestantes y luteranas, un acuerdo que vindica el relativismo, el sincretismo y la confusión teológica dentro, eso sí, de coordenadas vaticanas, resulta totalmente inaceptable.
Nos hallamos ante otro ejemplo de la clase de ecumenismo que propugna Roma. Como Lutero ante el emperador, en la dieta de Worms, nosotros también nos vemos obligados a confesar que nuestra conciencia, sometida a la Palabra de Dios, es incapaz de aceptar todo aquello que vulnera la verdad de dicha Palabra divina.
Compruebo después de examinar la Declaración católico-luterana de Augsburgo de 1999, que todo lo que escribí cuando los representantes de los católicos americanos y de la Federación Luterana Mundial se reunieron con motivo de la séptima ronda de discusiones para elaborar el documento sobre la justificación por la fe, en 1983, todo lo que escribí entonces mantiene su vigencia. Los primeros resultados ya anticipaban lo que iba a dar de sí el texto final del "acuerdo" de 1999, de manera que cuanto dejé escrito en la segunda edición de mi obra Catolicismo Romano, Orígenes y Desarrollo (p. 1126, Documento católico luterano sobre la justificación (1983), Ediciones Evangélicas Europeas, Barcelona 1990) continúa siendo una reflexión válida todavía hoy; o mejor dicho: tal vez resulta más válida hoy que hace diez años. Me remito, pues, a la misma y concluyo con la afirmación final (p. 1135): el documento católico luterano (sea el bosquejo de 1983 o el texto de 1999) no brinda nada suficientemente atractivo teológica ni bíblicamente como para dejar la herencia de la Reforma.
Desgraciadamente, el legado de la Reforma dice bien poco a muchos evangélicos en la actualidad, tan poco que no se plantean siquiera el dilema de tener que elegir entre la doctrina reformada, luterana, y bíblica sobre la justificación por la fe, y las nuevas propuestas del diálogo católico y pseudo luterano. Y así nos va.
Se veía venir. La moderna teología ecuménica reemplaza a la teología bíblica, a la teología sistemática y sobre todo a la teología dogmática o histórica.
Sin embargo, yo me siento llamado humildemente a confesar que la Biblia es la fuente de nuestra vida, de nuestro pensamiento y de nuestra piedad. Este principio escriturístico es más que un dogma, más que una tesis teológica, es un hecho predogmático. Porque la Escritura es anterior al dogma, en el sentido de que toda elaboración doctrinal tiene que derivar de ella. La Escritura es el documento del que se sirve Dios para suscitar y alimentar tanto nuestra fe como nuestra teología.

Bibliografía
• Comunicado oficial común emitido por la Federación Luterana Mundial y la Iglesia Católica. Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación. 17-11-99.
• Denzinger, Enchiridion Symbolorum. El magisterio de la iglesia, Manual de símbolos, definiciones y declaraciones de la Iglesia Romana en materia de fe y costumbres. Editorial Herder, 1961.
• Lutero, Obras. Vol. I., Ediciones Sígueme.
• J. Calvino, John Calvin's tracts and Treatises, e Vols. Eerdmans, 1958. En el vol. III John Calvin's Acts of the Council of Trent with the antidote, pp. 75 yss.
• José Grau, Catolicismo Romano, Orígenes y desarrollo, 2 vols. Ediciones Evangélicas Europeas, Barcelona 1990. El Concilio de Trento, en pp. 551-681 en Vol. I. Documento católico luterano sobre la justificación de 1983, en pp. 1126-1135. Carta abierta de los anglicanos evangélicos de 1988, en pp. 1135-1144. El ecumenismo católico y el diálogo con las demás iglesias, en pp. 1144-1152, Las razones permanentes de la división entre el Protestantismo y el Catolicismo Romano, en pp. 1256-1265.
• James Buchanan, The Doctrine of Justification, Edimburgo 1867. Un clásico sobre la justificación. Existe traducción española, abreviada, de Editorial Peregrino.
• Pedro González de Mendoza y Martín Pérez de Ayala, El Concilio de Trento, Buenos Aires, Espasa Calpe, 1947.
• Una perspectiva evangélica contemporánea del catolicismo romano, Alianza Evangélica Mundial. Alianza Evangélica Española, 1986.

En la Revista Idea (Nº 3/1999; Septiembre-Diciembre), publicamos una de las primeras reacciones a la Declaración Conjunta acerca de la doctrina de la Justificación; era la opinión de un teólogo luterano que veía el acuerdo con notable optimismo. Tras un estudio detallado del texto José Grau, conocido teólogo y profesor evangélico nos ofrece una valoración de la mencionada Declaración desde una perspectiva evangélica.
Queremos contribuir así a clarificar y valorar en su justa medida el verdadero alcance de dicha Declaración.
Comisión de Publicaciones.
 
La Respuesta de la Iglesia a los Retos del Siglo XXI

José De Segovia Presidente de la Comisión de Evangelización de la AEE. Ponencia Presentada con motivo de la Asamblea General de la Alianza Evangélica, celebrada en Madrid el 26 de Febrero de 2000.


El año pasado consideramos en Barcelona cuáles son los retos a los que nos enfrentamos como Iglesia al borde ya del siglo XXI. La ponencia de nuestro Presidente, el Dr. Pablo Martínez, describió claramente cómo el subjetivismo, el pluralismo sincretista y el sensacionalismo ha marcado el carácter y la filosofía del mundo de hoy. Vimos cómo esto desafiaba a la Iglesia y su mensaje de verdad en Cristo, su unidad y espiritualidad. Y hoy vamos a empezar a pensar cuál ha de ser la respuesta de la Iglesia ante esos retos al borde de este tercer milenio.
A. La Proclamación de la Verdad
A.1. Respuesta al subjetivismo.
Si algo quedó claro el año pasado es que vivimos en una época de grandes relativismos. Todo depende. Ya no hay blancos, ni negros. ¡Bienvenidos a la postmodernidad! ¿Qué es eso de la Verdad? ¡Será tu verdad! Al "pienso, luego existo", le ha sustituido "siento, luego existo". Cuando se quiere decir que algo está fuera de discusión, decimos que es un hecho. Cada vez son menos los que dicen es verdad. Es como si se dijera "tú dime los hechos, que yo decidiré cuál es la verdad".
Si la Iglesia ha sido llamada a ser columna y baluarte de la verdad (1 Ti. 3:15), ¿qué mensaje vamos a dar a este mundo? Si sustituimos lo absoluto por lo relativo, la unidad por la pluralidad, lo divino por lo humano, la experiencia por la verdad, perdemos lo realmente singular del cristianismo. Porque ¿cuál es al fin y al cabo la misión de la Iglesia?
Yo creo que la principal tarea de la Iglesia y de todo cristiano es la proclamación de la Verdad. La verdad de que Dios está ahí. Está presente y no está callado, como decía Schaeffer. No nos hemos hecho nosotros a nosotros mismos, sino que es Él quien nos ha creado. Él nos da la vida y la mantiene. Por tanto no estamos abandonados en un universo absurdo de vacío y de silencio.
Antes de que el mundo fuera, había ya una Trinidad en la que un Dios personal ha vivido siempre en una íntima comunión de amor y comunicación. Hechos a su imagen y semejanza, somos personas, no cualquier cosa. Hay "muchas cosas maravillosas y terribles que he visto en el mundo", dice Sófocles en Antígona, "pero ninguna más maravillosa y terrible que el hombre mismo". Ya que aunque vivimos separados de Dios por culpa nuestra, y no somos lo que debiéramos ser, tenemos un sentido y una dignidad de la que carece el resto de la creación.
Hemos sido hechos para vivir en relación con Él. "El centro de mí", como dice Bertrand Russell, es siempre y eternamente un extraño dolor salvaje, una búsqueda de algo situado más allí de lo que el mundo contiene, algo transfigurado e infinito". No es cierto lo que dice Saramago en uno de sus Cuadernos de Lanzarote, Dios no es el silencio del universo, ni el hombre el grito que da sentido a ese silencio.
Porque ¿cuál es la mayor necesidad del hombre hoy? No su enfermedad, física o mental, ni siquiera moral. No es su falta de felicidad la que hace al hombre miserable. Nuestro principal problema es nuestra rebelión contra Dios, que nos hace estar bajo su ira. Por eso estamos naturalmente muertos en delitos y pecados (Ef. 2:1). Nuestros males no son sino consecuencias y síntomas de una enfermedad mucho más terrible. Y ante esta situación sólo hay un remedio: venir al conocimiento de la verdad (1 Ti. 2: 4).
La salvación del hombre no está entonces en su educación moral, ni su sanidad física o psicológica. No es cuestión de ser buenos, sino nuevos. No es que sea malo paliar los síntomas. La ayuda temporal es buena y justa, pero a veces no es más que un mero calmante para nuestro dolor. La Iglesia no debe hacer competencia a la Seguridad Social, hablar menos y hacer más. El poder del Evangelio sigue siendo la única solución para el hombre. Nuestro mensaje es que sólo en Cristo hay esperanza. En su muerte en el tiempo, el espacio y la historia, podemos volver a tener relación con Dios. ¡Hay buenas noticias para el hombre del siglo XXI!
a) Hay valores absolutos. La sociedad moderna desde la Ilustración ha creído que se puede encontrar significado y moralidad por el mero uso de nuestra razón natural, sin referencia ninguna a Dios. Pero la realidad es que la razón autónoma no ha producido la libertad que ofrecía. Ha pretendido reemplazar los valores cristianos con virtudes humanistas que no han producido la salvación social y política que prometían. Es por eso que desde los años setenta la crítica postmodernista ataca lo que llama las metanarrativas, todos aquellos sistemas que buscan dar una respuesta total a la existencia, basándose en un orden trascendente. El problema es que en la ausencia ahora de metanarrativas, no hay estructuras que den significado más allí de las preferencias personales de cada uno. Por eso la distinción entre lo bueno y lo malo, lo correcto y lo equivocado, lo decente y lo indecente, no es que se haya perdido, es que se considera innecesaria. Esa es la realidad, lo demás son fantasías.
"En un mundo de fugitivos", escribe el poeta T.S. Eliot, "escoger la dirección contraria puede parecer una evasión." Pero Dios ha venido a esta tierra baldía, de la que habla Eliot. Hay una verdad en este mundo de sueños evanescentes. Y nosotros y nuestras iglesias tenemos que tomarla en serio.
b) Hay una dirección ética. El filósofo español Manuel Cruz ha escrito varios libros sobre el problema de la responsabilidad. La dificultad de imputar a alguien una acción, es hoy uno de los factores que más contribuye a complicar el entramado de las acciones humanas, dice Cruz. Cada vez cuesta más identificar un responsable, puesto que la humanidad se ha convertido en un inmenso rosario de damnificados por las consecuencias de iniciativas cuyos autores permanecen en paradero desconocido.
Nadie se responsabiliza de lo que hace o deja de hacer. Siempre hay alguien a quien echar la culpa. Los no fumadores culpamos a los fumadores, los fumadores a sus padres fumadores, los padres fumadores a las compañías tabacaleras, las compañías tabacaleras a los despachos de abogados, etc... Las acciones humanas parecen depender ahora de misteriosas fuerzas naturales, pero hasta la naturaleza parece que ha aprendido a echarle la culpa a otro. Y ante esta huelga de responsables individuales la Iglesia no ha quedado exenta.
Pero hay una relación entre verdad y moralidad. La verdad de Dios tiene una clara dimensión moral. El que decide rechazarla, no comete un simple error intelectual: hace algo mal. La Verdad es la realidad de Dios mismo (Jn. 7:17; 8:47; 1 Jn. 3:10). Y estar en la verdad es estar unido a Dios, ser libre, tener verdadera vida. Juan insiste que no es suficiente ver, aquellos que han recibido la luz han de andar en la luz. Esa es la razón por la que los apóstoles trataron la herejía como una desviación no sólo doctrinal, sino moral, ya que la verdad de lo que creemos se ha de mostrar éticamente.
c) La Iglesia ha de estar sometida a la verdad. Una fe evangélica sin pasión por la verdad y la justicia es una causa perdida, que vive sólo para mantener su pervivencia. La Iglesia no es un negocio, en el que hayamos de adaptarnos a las demandas del mercado. La gente puede estar interesada en ciertas actividades, experiencias o entretenimiento. El cliente es el que manda, pero el Evangelio exige un compromiso. Es más: es Dios quien define nuestras necesidades.
Nos hemos vuelto a un Dios que podemos utilizar más que obedecer, que viene a satisfacer nuestras necesidades, en vez de un Dios al que tenemos que someternos. Es un Dios para nosotros. Ya no es Dios quien nos hace un favor en su misericordia, somos nosotros los que le hacemos un favor ocupándonos de Él en un mundo en quien nadie le hace caso. Pero es al Dios vivo y soberano al que la Iglesia necesita, su gracia y su verdad, su temor y su presencia.
Pero para eso la Iglesia tiene que vivir, primero, bajo la autoridad de la Palabra de Dios. Debemos recobrar entonces la centralidad de la Biblia en todas las actividades de la Iglesia. Pero para ello hay que confiar en su suficiencia, volver a aprender lo que significa que somos sostenidos, alimentados y displinados por ella.
La predicación ha ocupado siempre el lugar central y predominante en la vida de la Iglesia, especialmente en nuestra tradición protestante. Pero muchos se preguntan ahora si es tan importante al fin y al cabo. Creo que la razón fundamental para la actual crisis de la predicación está en nuestra falta de fe y confianza en la autoridad de las Escrituras.
Si la Palabra está viva, debemos depender de ella, para que ella haga su obra vivificadora. ¿No estaremos sucumbiendo a la tentación de desear algo más irresistible que la Verdad para reivindicar la causa de la verdad misma, como decía Denney?
Para ello debemos buscar, en segundo lugar, la enseñanza bíblica. El énfasis en el mal llamado tiempo de alabanza (ya que todo el culto es un acto de alabanza a Dios, ¡cuando empieza la predicación no acaba la alabanza!) ha relegado la importancia de la predicación en la vida de la Iglesia. La desmesurada atención que se da a la música, participaciones que no aportan nada, gestos ceremoniales y en muchos casos auténticas manipulaciones, han usurpado el lugar que sólo le corresponde a la Palabra de Dios.
Es cierto que igual que la retórica acabó con la filosofía en la antigua Grecia, hay cierto tipo de predicación que parece haber acabado con la enseñanza bíblica. Para algunos la forma se ha convertido en sustancia. La elocuencia y la oratoria se han convertido en un fin en sí mismo, por lo que mucha predicación hoy en día no es más que una forma más de entretenimiento, objeto de chistes y chascarrillos para la exhibición teatral de juglares y titiriteros.
Pero un sermón tampoco es una conferencia o un simple comentario bíblico. Es un desafío, una confrontación, para influir no sólo la mente, sino también las emociones, buscando una respuesta. Y si estudiamos la Biblia en grupo no es para discutir, comentar o compartir lo que se nos ocurra. Es para escuchar la voz de Dios, y no volver a ser los mismos otra vez. Tenemos que ser conscientes de la solemnidad y seriedad que implica sentir el aliento del Dios vivo.
Esto supone, en tercer lugar, el reconocimiento de la autoridad que Dios ha establecido en la Iglesia. Muchos quieren un ministerio cristiano cada vez más profesionalizado. La teología se convierte así en administración, la predicación en entretenimiento, el carácter cristiano en personalidad carismática y la obra del ministerio en una carrera profesional.
Dios ha establecido ancianos y responsables en cada iglesia local (Hch. 14:23) que ejercen una autoridad espiritual bajo la dirección de la Palabra de Dios. La disciplina es una cosa muy seria en la Escritura. No es una opción que tenemos, es un mandato bíblico. Es una tarea dura y dolorosa, pero sin ella la Iglesia carece de autoridad ante el mundo que la observa.
A.2 La Verdad de Cristo:
Respuesta al pluralismo sincretista
a) Lo universal frente a lo cultural.
A la Iglesia no le han de importar tanto estos hechos que cambian con las circunstancias culturales o personales, sino las grandes verdades universales, eternas sobre Dios, el mundo y el hombre. Esa es una de las grandes tragedias de nuestro tiempo, ya que nuestra atención está muchas veces centrada en cualquier cosa menos en aquello que es realmente importante.
Se habla mucho de contextualización, y ciertamente que tenemos que esforzarnos por presentar el Evangelio de una manera comprensible para nuestro entorno. Pero hay una cierta hermenéutica que se ha introducido en círculos evangélicos que relativiza el carácter normativo e intemporal de la Palabra de Dios en su enseñanza sobre aspectos específicos que chocan contra las ideas más populares de nuestro tiempo. Así los principios bíblicos sobre el papel de la mujer, la homosexualidad o el divorcio, parece que carecen de sentido en una sociedad tan plural y compleja como la nuestra.
Hablemos claro, la Palabra de Dios nos viene en un contexto cultural. Cada libro de la Biblia está influido por una época determinada y las peculiaridades de la personalidad del autor. Nuestra doctrina de la inspiración no es mecánica, sino verbal. Pero la Palabra nos presenta verdades eternas que son las mismas aquí como en Madagascar, que no dependen de si las escribe un autor u otro de las Escrituras. Hay estilos literarios y temas particulares en cada libro, pero no hay una diversidad de teologías tal que podamos reducir la autoridad de la Biblia a lo que a mí me parezca, o generalmente mejor me convenga.
b) La exclusividad de Cristo frente a todo sincretismo.
El sincretismo ha sido siempre la amenaza más grave que ha tenido que afrontar la Iglesia. Pero nuestro único Salvador es Jesucristo de Nazaret. No cualquier Jesús, sino un Jesús en particular. La salvación no se encuentra en la historia, la filosofía o el misticismo, sino en una Persona en especial. No un ser cósmico, una deidad inefable que respetemos como el Altísimo Dios Creador. Porque así como no hay un Cristo aparte de Jesús, así no hay Dios aparte del que se ha revelado en Jesús el Cristo.
Dios es sólo conocido personal y salvíficamente por medio de Jesucristo. El dice: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino es por mí, dice Jesús (Jn. 14:6). Él es el único camino que nos lleva a Dios. En su enseñanza está la única verdad segura en la que podemos creer y confiar. En Él está la vida por la que Dios nos resucita a una experiencia plena en su Espíritu. Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos (Hch. 4:12).
c) La libertad de Cristo nos libera de todo absolutismo ideológico.
El corazón del hombre es una fábrica de ídolos, como decía Calvino. Hay un sentido por lo tanto en que todo hombre es religioso. Porque si no sirves a Dios, tienes que servir a alguien, como cantaba Bob Dylan. Puede ser una idea, una persona u otras cosas, depende para lo que vives, pero todos servimos a algo o alguien. No hay campo neutral. Es por eso que tal y como Schaeffer nos decía, la Iglesia puede ser cobeligerante con aquellos grupos sociales que luchan por una causa que creemos de interés común para la sociedad en ciertos terrenos. Pero no debemos nunca aliarnos a ninguna ideología, conservadora o liberal, tradicional o progresista.
La actual sociedad postmoderna presume de liberal por su aceptación del pluralismo. La realidad es que su tolerancia se acaba cuando uno se muestra intolerante con su tolerancia. Aparece entonces la descalificación del fundamentalismo, el mayor insulto que hoy puedes dar a una iglesia, aparte de llamarla secta. Pero no en vano decía Joseph Conrad que "no hay nada más fácil para ser tildado de exageración que el lenguaje de la verdad desnuda".
La religión sólo se acepta cuando es algo privado e interno, que parte de la identidad o la psicología de una persona. El derecho a tener tus propias ideas se considera algo axiomático e inviolable. La cultura postmoderna me da libertad para creer lo que quiera, mientras no moleste con mis creencias la conciencia o la conducta de los otros. Como dice Fernando Arrabal en un diálogo de una de sus obras: "Sólo los fanáticos no dudan / ¿Está seguro? / Totalmente."
A.3. La Práctica de la Verdad:
Respuesta al sensacionalismo
La imagen y la apariencia han asumido las funciones que el carácter y la moralidad tuvieron en el pasado. Es más importante hoy parecer bueno que serlo, la fachada es más importante que la sustancia, que prácticamente ha desaparecido del discurso público, que ha quedado realmente vacío. La realidad de la vida se esconde a nuestra vista. Malcolm Muggeridge decía que la Madre Teresa no tenía radio, ni televisión, y nunca leía un periódico, por eso tenía bastante idea de lo que pasaba en este mundo.
Tenemos más, pero somos menos. Por eso nuestro mundo intenta vivir de espaldas a la muerte. El médico e intelectual gallego Domingo García Sabell ha escrito un interesante libro sobre la muerte. A su avanzada edad dice que en todos sus años como médico apenas ha visto muertes serenas. Las cuenta con los dedos de la mano, la mayoría mueren desesperados. Por eso defiende la eutanasia, a la que prefiere llamar distasia, para dulcificar al máximo la muerte. Toda muerte es una tortura inmerecida, dice Sabell.
Como la historia que cuenta el personaje de Woody Allen al principio de Annie Hall: "Dos ancianas están en un hotel de montaña y dice una: Vaya la comida aquí es realmente terrible. Y dice la otra: Sí y además las raciones son tan pequeñas... Básicamente así me parece la vida", dice Alvin. "Llena de soledad, sufrimiento y tristeza, y sin embargo se acaba demasiado pronto." Al hombre de hoy no le da miedo morir, pero como Woody Allen, preferiría no estar presente cuando ocurriera.
Si percibiéramos tan sólo una pequeña parte de lo que es la santidad de Dios, entenderíamos cuán grave ofensa es el pecado, cuyo salario es la muerte, y qué maravillosa es su gracia. Sin la santidad de Dios, somos simplemente fracasados. No hay culpa, ni retribución, pero tampoco significado moral para nuestra vida. Schaeffer solía decir que hay dos formas de intentar escapar al juicio de Dios: rebajar su santidad o quitar significado a la vida del hombre.
El escritor y economista José Luis Sampedro dice a propósito de su útima novela, El Amante Lesbiano: "El Dios ese que hace culpables, ya no me lo creo. Se puede creer en Dios, pero en otro. El que hace culpables no. La idea del pecado me parece una estupidez total. Creer que el hombre puede ofender a Dios es tener una idea tan grande del hombre como pequeña de Dios. Porque como decía mi abuela: no ofende quien quiere, sino quien puede. Si el Creador de las galaxias y de todo lo demás se siente ofendido por algo que yo haga, en primer lugar la culpa es suya por haberme hecho así. Y en segundo lugar que es de una susceptibilidad exagerada, vamos. La culpa es de Dios. La fe nos impide ver", dice Sampedro.
Sin la santidad de Dios, la gracia ya no es gracia. ¿Cómo ha podido reconciliarnos Dios en Cristo? Ha cargado con todo nuestro pecado en la Cruz. Porque Jesús no es un botones celestial al que llamas para llevar la carga del equipaje de tus problemas. Es el Salvador del pecado, no de los accidentes de la vida. ¡Qué misterio el del Calvario! Porque sin justificación no hay evangelio. Y ante semejante obra nuestra fe no puede ser sino una vida de adoración en gratitud.
B. El Mensaje de la Iglesia al Mundo
B.1. La Verdad en Cristo
a) Ante una sociedad postmoderna. La gente hoy en día dice no creer en nada, pero es como el chiste de Woody Allen del hombre que va al psiquiatra y dice: "Doctor mi hermano está loco. Cree que es una gallina." Y el médico le dice: "¿Y por qué no le manda a un manicomio?" Y le contesta: "Lo haría, pero necesitamos los huevos". La vida tiene poco sentido para la mayoría, pero al fin y al cabo creen que es lo único que tienen. Hay sensación sin sustancia, movimiento sin propósito todo es fluido y abierto.
Dios es el gran ausente de nuestra cultura. "Einstein dijo que Dios no juega a los dados con el universo", dice Woody Allen en Maridos y mujeres, "Es cierto, sólo juega al escondite". Como dice otro de sus personajes en Delitos y faltas: "Mi padre se parecía a su tía Mary. Rechazaba la Biblia porque decía que su protagonista era totalmente inverosímil." Sin la obra del Espíritu de Dios, la realidad de Dios y su verdad son palabras incomprensibles. Cuando le preguntan a Max Kleinman, el alter ego de Allen en Sombras y niebla si es un judío prácticante, contesta: "No, porque mi gente reza en una lengua distinta y nunca entendí lo que decía. Quizá pedían más desgracias."
Es cierto que hay personas en nuestra sociedad con un ansia de trascendencia. La llamada nueva era refleja las inquietudes de muchos de los que buscaron una nueva espiritualidad en los años 60 que combinará la ecología y la mística en un nuevo esoterismo. Pero como dice el heterónimo de Pessoa, Alberto Cairo: "Si Dios es los árboles y las flores / y los montes y la luz de la luna y el sol, / ¿para qué llamarle Dios?".
b) La esencia del mensaje
Los evangélicos han sido mucho tiempo una minoría insignificante, pero ahora son una mayoría en muchos países, por ejemplo latinoamericanos. Los evangélicos dominan de hecho las principales denominaciones protestantes en todo el mundo. Las instituciones que eran hasta hace muy poco emporios del liberalismo están ahora en las manos de neo-evangélicos. En algunos países podemos decir que hemos ganado el mundo religioso, pero la cuestión es si no hemos perdido nuestra alma. No es mera nostalgia por tiempos pasados, pero antes uno entraba en una iglesia evangélica en cualquier lugar del mundo y sabía que iba a escuchar el Evangelio. Pero ¿qué oímos hoy?
Hemos sucumbido al síndrome de Cristo y.... Como escribe C.S. Lewis en una de sus Cartas del diablo a su sobrino: "Lo que nos conviene, si es que los hombres se hacen cristianos, es mantenerles en el estado de ánimo que yo llamo el cristianismo y... Ya sabes: el cristianismo y la crisis, el cristianismo y el nuevo orden, el cristianismo y la fe curadora, el cristianismo y la investigación psíquica, el cristianismo y el vegetarianismo, el cristianismo y la reforma ortográfica. Si han de ser cristianos, que al menos sean cristianos con una diferencia. Sustituir la fe misma por alguna moda de tonalidad cristiana." (XXV). No es difícil de actualizar las palabras de Lewis: Cristianismo y prosperidad, cristianismo y autoestima, cristianismo y profecías, cristianismo y sanidad...
Si nuestro mensaje no se centra en Cristo, no importa lo bueno o útil que digamos, no estamos comunicando lo esencial de nuestro mensaje. Somos embajadores de Dios (1 Co. 2:1-5). Un embajador no trae sus propios pensamientos, deseos y opiniones. Anunciamos la Palabra de Dios, predicando a Cristo crucificado. No es cuestión de milagros, ni profundidad, sino del escándalo de la cruz. Allí está la demostración del Espíritu y el poder (1 Co. 1:24-25).
B.2. La unidad de la Iglesia
Ante la imponente construcción de instituciones como la Iglesia Católico-Romana, el cristianismo protestante se esforzó el siglo XX en reunir a todos aquellos que se llaman cristianos en una especie de Concilio Mundial de las Iglesias, en el que los diferentes puntos de vista de la fe pudieran ser discutidos, dando la oportunidad de presentar sus ideas, esperando llegar como resultado de esto a un común acuerdo. La convicción entonces es que todo se conseguiría por el diálogo. Diálogo entre las iglesias, con otras religiones, el marxismo o el ateísmo. Pero el Evangelio es logos, Palabra, no dialogos, diálogo. Es la Palabra de Dios la que tiene poder para transformarnos. Por lo que cuando el ecumenismo dejó de ser un movimiento bíblico, su unidad ya no está basada en la verdad.
El mundo evangélico sin embargo ha buscado formas más prácticas de ecumenismo. El punto de vista más popular todavía hoy sostiene que la manera de lograr la unidad no es discutir o considerar nada, sino unirse para orar y trabajar juntos. La Iglesia dividida es una ofensa para el mundo, así que mientras estemos divididos, el mundo no nos escuchará, por tanto debemos unirnos para evangelizar.
Las palabras del Señor en su oración sumosacerdotal (Jn. 17) se citan una y otra vez, pero lo sorprendente es que la Palabra de Dios presenta repetidamente la unidad como algo ya existente. Es dada por Dios, no creada por el hombre, y preservada por el Espíritu. Ya que aquellos que han creído la verdad de Cristo están ya unidos por la obra del Espíritu Santo. Lo que nos insta la Palabra es a mantener esa unidad, pero nunca como un fin en si mismo. Es la verdad la que produce esa unidad. No es la unidad entre nosotros la que tiene poder redentor, sino nuestra incorporación a la Vid verdadera, como decía William Temple. Y no hay nada que ahuyente más al mundo que la incertidumbre o la confusión de la Iglesia respecto a su mensaje. Al mundo no le impresiona una mera unión externa, que interpreta como una tentativa de salvar una institución, como unas empresas que se fusionan para salvar un negocio. Por lo que no puede haber discusión posible sobre el fundamento de nuestra fe. En cosas esenciales, debe haber unidad; en secundarias, libertad; y en todo caridad. Debemos proclamar la verdad en amor.
B.3. La Verdadera Espiritualidad
La verdadera espiritualidad es teocéntrica, no antropocéntrica. Celebra la gloria de Dios, no a la criatura. Jonathan Edwards decía que "los santos son arrebatados por la hermosura de Dios, los otros religiosos por la belleza de sus experiencias de Dios". La comunión con Dios no está basada en nuestro progreso personal de santidad, sino en el perdón de los pecados.
Nuestra misión no es elevarnos ni perfeccionarnos, sino exaltar a Aquel que murió y resucitó por nosotros.
a) Integral. La espiritualidad cristiana supone un compromiso de vida. No es ascetismo, ni divinización. Porque ¿cómo actúa Dios en nuestra vida? No por éxtasis místicos que nos hacen caer al suelo, contagiados por una risa histérica, sino en la vida de cada día. El poder de Dios no es electricidad, se experimenta tanto fregando como en el culto. En la obediencia a Dios y la relación con Él por la Palabra y la oración.
b) Comunitaria La salvación es individual, pero no individualista. El pueblo de Dios está llamado a vivir en comunidad. Nuestras iglesias han de ser verdaderas comunidades, que integran personas de todas las edades, clases sociales, razas y culturas. El número de extranjeros no va a hacer más que aumentar, y la población española está envejeciendo a grados alarmantes. Nuestros cultos no pueden estar dirigidos sólo a jóvenes, ni nuestro testimonio puede limitarse sólo a españoles.
No hay comunidad sin servicio, por eso la Iglesia desde el Nuevo Testamento se ha ocupado no sólo de la enseñanza bíblica y el pastorado, sino también de la diaconía. Ésta se practicaba incluso a distancia, como muestran los donativos de los creyentes en Macedonia para los cristianos de Jerusalén que estaban en necesidad. Así que si nuestro amor cristiano no significa compartir lo que tenemos con nuestros hermanos, poco o nada significa.
c) Equilibrada. Necesitamos una espiritualidad equilibrada, evitando el legalismo y la permisividad. Hemos de reconocer al Dios soberano y actuar responsablemente. Vivir confiados en su poder, pero perseverantes en la obediencia. Descansar en él y rogarle sin descanso. Al fin y al cabo nos esforzamos por una salvación, que ya hemos recibido.
Conclusiones
La Iglesia tiene un futuro glorioso por delante. Ahora vivimos bajo la sombra de la cruz, pero un día conoceremos plenamente el poder de su resurrección. Cuando la Cabeza se una al Cuerpo, y la Novia sea recibida por el Esposo, la Iglesia será irreconocible. Ya no será causa de escándalo o vergüenza, sino la realidad gloriosa de lo que debemos ser, transformados a la imagen de Cristo. Ya lavados, pero entonces purificados totalmente por el río de vida que lleva a ese mar de cristal, donde alabaremos por una eternidad al Cordero inmolado por nuestros pecados. A él sea la gloria por siempre. Y ante esa enorme salvación, ¿qué podemos decir? sino ¡gracias, bendito Señor!
 
Como quiera que en los mensajes anteriores se ha hablado de la justificación según Trento, he aquí el texto Tridentino:

SACROSANTO, ECUMÉNICO Y GENERAL
CONCILIO DE TRENTO

Esta es la fe del bienaventurado san Pedro, y de los Apóstoles;
esta es la fe de los Padres; esta es la fe de los Católicos


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LA JUSTIFICACIÓN

DECRETO SOBRE LA JUSTIFICACIÓN
DECRETO SOBRE LA REFORMA


PROEMIO
CAP. I. Que la naturaleza y la ley no pueden justificar a los hombres.
CAP. II. De la misión y misterio de la venida de Cristo.
CAP. III. Quiénes se justifican por Jesucristo.
CAP. IV. Se da idea de la justificación del pecador, y del modo con que se hace en la
ley de gracia.
CAP. V. De la necesidad que tienen los adultos de prepararse a la justificación, y de dónde provenga.
CAP. VI. Modo de esta preparación.
CAP. VII. Que sea la justificación del pecador, y cuáles sus causas.
CAP. VIII. Cómo se entiende que el pecador se justifica por la fe, y gratuitamente.
CAP. IX. Contra la vana confianza de los herejes.
CAP. X. Del aumento de la justificación ya obtenida.
CAP. XI. De la observancia de los mandamientos, y de cómo es necesario y posible observarlos.
CAP. XII. Debe evitarse la presunción de creer temerariamente su propia predestinación.
CAP. XIII. Del don de la perseverancia.
CAP. XIV. De los justos que caen en pecado, y de su reparación.
CAP. XV. Con cualquier pecado mortal se pierde la gracia, pero no la fe.
CAP. XVI. Del fruto de la justificación; esto es, del mérito de las buenas obras, y de la esencia de este mismo mérito.
Cánones sobre la justificación


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PROEMIO

Habiéndose difundido en estos tiempos, no sin pérdida de muchas almas, y grave detrimento de la unidad de la Iglesia, ciertas doctrinas erróneas sobre la Justificación; el sacrosanto, ecuménico y general Concilio de Trento, congregado legítimamente en el Espíritu Santo, y presidido a nombre de nuestro santísimo Padre y señor en Cristo, Paulo por la divina providencia Papa III de este nombre, por los reverendísimos señores Juan María de Monte, Obispo de Palestina, y Marcelo, Presbítero del título de santa Cruz en Jerusalén, Cardenales de la santa Iglesia Romana, y Legados Apostólicos a latere, se propone declarar a todos los fieles cristianos, a honra y gloria de Dios omnipotente, tranquilidad de la Iglesia, y salvación de las almas, la verdadera y sana doctrina de la Justificación, que el sol de justicia Jesucristo, autor y consumador de nuestra fe enseñó, comunicaron sus Apóstoles, y perpetuamente ha retenido la Iglesia católica inspirada por el Espíritu Santo; prohibiendo con el mayor rigor, que ninguno en adelante se atreva a creer, predicar o enseñar de otro modo que el que se establece y declara en el presente decreto.

CAP. I. Que la naturaleza y la ley no pueden justificar a los hombres.

Ante todas estas cosas declara el santo Concilio, que para entender bien y sinceramente la doctrina de la Justificación, es necesario conozcan todos y confiesen, que habiendo perdido todos los hombres la inocencia en la prevaricación de Adán, hechos inmundos, y como el Apóstol dice, hijos de ira por naturaleza, según se expuso en el decreto del pecado original; en tanto grado eran esclavos del pecado, y estaban bajo el imperio del demonio, y de la muerte, que no sólo los gentiles por las fuerzas de la naturaleza, pero ni aun los Judíos por la misma letra de la ley de Moisés, podrían levantarse, o lograr su libertad; no obstante que el libre albedrío no estaba extinguido en ellos, aunque sí debilitadas sus fuerzas, e inclinado al mal.

CAP. II. De la misión y misterio de la venida de Cristo.

Con este motivo el Padre celestial, Padre de misericordias, y Dios de todo consuelo, envió a los hombres, cuando llegó aquella dichosa plenitud de tiempo, a Jesucristo, su hijo, manifestado, y prometido a muchos santos Padres antes de la ley, y en el tiempo de ella, para que redimiese los Judíos que vivían en la ley, y los gentiles que no aspiraban a la santidad, la lograsen, y todos recibiesen la adopción de hijos. A este mismo propuso Dios por reconciliador de nuestros pecados, mediante la fe en su pasión, y no sólo de nuestros pecados, sino de los de todo el mundo.

CAP. III. Quiénes se justifican por Jesucristo.

No obstante, aunque Jesucristo murió por todos, no todos participan del beneficio de su muerte, sino sólo aquellos a quienes se comunican los méritos de su pasión. Porque así como no nacerían los hombres efectivamente injustos, si no naciesen propagados de Adan; pues siendo concebidos por él mismo, contraen por esta propagación su propia injusticia; del mismo modo, si no renaciesen en Jesucristo, jamás serían justificados; pues en esta regeneración se les confiere por el mérito de la pasión de Cristo, la gracia con que se hacen justos. Por este beneficio nos exhorta el Apóstol a dar siempre gracias al Padre Eterno, que nos hizo dignos de entrar a la parte de la suerte de los santos en la gloria, nos sacó del poder de las tinieblas, y nos transfirió al reino de su hijo muy amado, en el que logramos la redención, y el perdón de los pecados.

CAP. IV. Se da idea de la justificación del pecador, y del modo con que se hace en la ley de gracia.

En las palabras mencionadas se insinúa la descripción de la justificación del pecador: de suerte que es tránsito del estado en que nace el hombre hijo del primer Adan, al estado de gracia y de adopción de los hijos de Dios por el segundo Adan Jesucristo nuestro Salvador. Esta traslación, o tránsito no se puede lograr, después de promulgado el Evangelio, sin el bautismo, o sin el deseo de él; según está escrito: No puede entrar en el reino de los cielos sino el que haya renacido del agua, y del Espíritu Santo.

CAP. V. De la necesidad que tienen los adultos de prepararse a la justificación, y de dónde provenga.

Declara además, que el principio de la misma justificación de los adultos se debe tomar de la gracia divina, que se les anticipa por Jesucristo: esto es, de su llamamiento, por el que son llamados sin mérito ninguno suyo; de suerte que los que eran enemigos de Dios por sus pecados, se dispongan por su gracia, que los excita y ayuda para convertirse a su propia justificación, asintiendo y cooperando libremente a la misma gracia; de modo que tocando Dios el corazón del hombre por la iluminación del Espíritu Santo, ni el mismo hombre deje de obrar alguna cosa, admitiendo aquella inspiración, pues puede desecharla; ni sin embargo pueda moverse sin la gracia divina a la justificación en la presencia de Dios por sola su libre voluntad. De aquí es, que cuando se dice en las sagradas letras: Convertíos a mí, y me convertiré a vosotros; se nos avisa de nuestra libertad; y cuando respondemos: Conviértenos a ti, Señor, y seremos convertidos; confesamos que somos prevenidos por la divina gracia.

CAP. VI. Modo de esta preparación.

Dispónense, pues, para la justificación, cuando movidos y ayudados por la gracia divina, y concibiendo la fe por el oído, se inclinan libremente a Dios, creyendo ser verdad lo que sobrenaturalmente ha revelado y prometido; y en primer lugar, que Dios justifica al pecador por su gracia adquirida en la redención por Jesucristo; y en cuanto reconociéndose por pecadores, y pasando del temor de la divina justicia, que últimamente los contrista, a considerar la misericordia de Dios, conciben esperanzas, de que Dios los mirará con misericordia por la gracia de Jesucristo, y comienzan a amarle como fuente de toda justicia; y por lo mismo se mueven contra sus pecados con cierto odio y detestación; esto es, con aquel arrepentimiento que deben tener antes del bautismo; y en fin, cuando proponen recibir este sacramento, empezar una vida nueva, y observar los mandamientos de Dios. De esta disposición es de la que habla la Escritura, cuando dice: El que se acerca a Dios debe creer que le hay, y que es remunerador de los que le buscan. Confía, hijo, tus pecados te son perdonados. Y, el temor de Dios ahuyenta al pecado. Y también: Haced penitencia, y reciba cada uno de vosotros el bautismo en el nombre de Jesucristo para la remisión de vuestros pecados, y lograréis el don del Espíritu Santo. Igualmente: Id pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándolas a observar cuanto os he encomendado. En fin: Preparad vuestros corazones para el Señor.

CAP. VII. Que sea la justificación del pecador, y cuáles sus causas.

A esta disposición o preparación se sigue la justificación en sí misma: que no sólo es el perdón de los pecados, sino también la santificación y renovación del hombre interior por la admisión voluntaria de la gracia y dones que la siguen; de donde resulta que el hombre de injusto pasa a ser justo, y de enemigo a amigo, para ser heredero en esperanza de la vida eterna. Las causas de esta justificación son: la final, la gloria de Dios, y de Jesucristo, y la vida eterna. La eficiente, es Dios misericordioso, que gratuitamente nos limpia y santifica, sellados y ungidos con el Espíritu Santo, que nos está prometido, y que es prenda de la herencia que hemos de recibir. La causa meritoria, es su muy amado unigénito Jesucristo, nuestro Señor, quien por la excesiva caridad con que nos amó, siendo nosotros enemigos, nos mereció con su santísima pasión en el árbol de la cruz la justificación, y satisfizo por nosotros a Dios Padre. La instrumental, además de estas, es el sacramento del bautismo, que es sacramento de fe, sin la cual ninguno jamás ha logrado la justificación. Ultimamente la única causa formal es la santidad de Dios, no aquella con que él mismo es santo, sino con la que nos hace santos; es a saber, con la que dotados por él, somos renovados en lo interior de nuestras almas, y no sólo quedamos reputados justos, sino que con verdad se nos llama así, y lo somos, participando cada uno de nosotros la santidad según la medida que le reparte el Espíritu Santo, como quiere, y según la propia disposición y cooperación de cada uno. Pues aunque nadie se puede justificar, sino aquel a quien se comunican los méritos de la pasión de nuestro Señor Jesucristo; esto, no obstante, se logra en la justificación del pecador, cuando por el mérito de la misma santísima pasión se difunde el amor de Dios por medio del Espíritu Santo en los corazones de los que se justifican, y queda inherente en ellos. Resulta de aquí que en la misma justificación, además de la remisión de los pecados, se difunden al mismo tiempo en el hombre por Jesucristo, con quien se une, la fe, la esperanza y la caridad; pues la fe, a no agregársele la esperanza y caridad, ni lo une perfectamente con Cristo, ni lo hace miembro vivo de su cuerpo. Por esta razón se dice con suma verdad: que la fe sin obras es muerta y ociosa; y también: que para con Jesucristo nada vale la circuncisión, ni la falta de ella, sino la fe que obra por la caridad. Esta es aquella fe que por tradición de los Apóstoles, piden los Catecúmenos a la Iglesia antes de recibir el sacramento del bautismo, cuando piden la fe que da vida eterna; la cual no puede provenir de la fe sola, sin la esperanza ni la caridad. De aquí es, que inmediatamente se les dan por respuesta las palabras de Jesucristo: Si quieres entrar en el cielo, observa los mandamientos. En consecuencia de esto, cuando reciben los renacidos o bautizados la verdadera y cristiana santidad, se les manda inmediatamente que la conserven en toda su pureza y candor como la primera estola, que en lugar de la que perdió Adan por su inobediencia, para sí y sus hijos, les ha dado Jesucrito con el fin de que se presenten con ella ante su tribunal, y logren la salvación eterna.

CAP. VIII. Cómo se entiende que el pecador se justifica por la fe, y gratuitamente.

Cuando dice el Apóstol que el hombre se justifica por la fe, y gratuitamente; se deben entender sus palabras en aquel sentido que adoptó, y ha expresado el perpetuo consentimiento de la Iglesia católicaa; es a saber, que en tanto se dice que somos justificados por la fe, en cuanto esta es principio de la salvación del hombre, fundamento y raíz de toda justificación, y sin la cual es imposible hacerse agradables a Dios, ni llegar a participar de la suerte de hijos suyos. En tanto también se dice que somos justificados gratuitamente, en cuanto ninguna de las cosas que preceden a la justificación, sea la fe, o sean las obras, merece la gracia de la justificación: porque si es gracia, ya no proviene de las obras: de otro modo, como dice el Apóstol, la gracia no sería gracia.

CAP. IX. Contra la vana confianza de los herejes.

Mas aunque sea necesario creer que los pecados ni se perdonan, ni jamás se han perdonado, sino gratuitamente por la misericordia divina, y méritos de Jesucristo; sin embargo no se puede decir que se perdonan, o se han perdonado a ninguno que haga ostentación de su confianza, y de la certidumbre de que sus pecados le están perdonados, y se fíe sólo en esta: pues puede hallarse entre los herejes y cismáticos, o por mejor decir, se halla en nuestros tiempos, y se preconiza con grande empeño contra la Iglesia católica, esta confianza vana, y muy ajena de toda piedad. Ni tampoco se puede afirmar que los verdaderamente justificados deben tener por cierto en su interior, sin el menor género de duda, que están justificados; ni que nadie queda absuelto de sus pecados, y se justifica, sino el que crea con certidumbre que está absuelto y justificado; ni que con sola esta creencia logra toda su perfección el perdón y justificación; como dando a entender, que el que no creyese esto, dudaría de las promesas de Dios, y de la eficacia de la muerte y resurrección de Jesucristo. Porque así como ninguna persona piadosa debe dudar de la misericordia divina, de los méritos de Jesucristo, ni de la virtud y eficacia de los sacramentos: del mismo modo todos pueden recelarse y temer respecto de su estado en gracia, si vuelven la consideración a sí mismos, y a su propia debilidad e indisposición; pues nadie puede saber con la certidumbre de su fe, en que no cabe engaño, que ha conseguido la gracia de Dios.

CAP. X. Del aumento de la justificación ya obtenida.

Justificados pues así, hechos amigos y domésticos de Dios, y caminando de virtud en virtud, se renuevan, como dice el Apóstol, de día en día; esto es, que mortificando su carne, y sirviéndose de ella como de instrumento para justificarse y santificarse, mediante la observancia de los mandamientos de Dios, y de la Iglesia, crecen en la misma santidad que por la gracia de Cristo han recibido, y cooperando la fe con las buenas obras, se justifican más; según está escrito: El que es justo, continúe justificándose. Y en otra parte: No te receles de justificarte hasta la muerte. Y además: Bien veis que el hombre se justifica por sus obras, y no solo por la fe. Este es el aumento de santidad que pide la Iglesia cuando ruega: Danos, Señor, aumento de fe, esperanza y caridad.

CAP. XI. De la observancia de los mandamientos, y de cómo es necesario y posible observarlos.

Pero nadie, aunque esté justificado, debe persuadirse que está exento de la observancia de los mandamientos, ni valerse tampoco de aquellas voces temerarias, y prohibidas con anatema por los Padres, es a saber: que la observancia de los preceptos divinos es imposible al hombre justificado. Porque Dios no manda imposibles; sino mandando, amonesta a que hagas lo que puedas, y a que pidas lo que no puedas; ayudando al mismo tiempo con sus auxilios para que puedas; pues no son pesados los mandamientos de aquel, cuyo yugo es suave, y su carga ligera. Los que son hijos de Dios, aman a Cristo; y los que le aman, como él mismo testifica, observan sus mandamientos. Esto por cierto, lo pueden ejecutar con la divina gracia; porque aunque en esta vida mortal caigan tal vez los hombres, por santos y justos que sean, a lo menos en pecados leves y cotidianos, que también se llaman veniales; no por esto dejan de ser justos; porque de los justos es aquella voz tan humilde como verdadera: Perdónanos nuestras deudas. Por lo que tanto más deben tenerse los mismos justos por obligados a andar en el camino de la santidad, cuanto ya libres del pecado, pero alistados entre los siervos de Dios, pueden, viviendo sobria, justa y piadosamente, adelantar en su aprovechamiento con la gracia de Jesucristo, qu fue quien les abrió la puerta para entrar en esta gracia. Dios por cierto, no abandona a los que una vez llegaron a justificarse con su gracia, como estos no le abandonen primero. En consecuencia, ninguno debe engreírse porque posea sola la fe, persuadiéndose de que sólo por ella está destinado a ser heredero, y que ha de conseguir la herencia, aunque no sea partícipe con Cristo de su pasión, para serlo también de su gloria; pues aun el mismo Cristo, como dice el Apóstol: Siendo hijo de Dios aprendió a ser obediente en las mismas cosas que padeció, y consumada su pasión, pasó a ser la causa de la salvación eterna de todos los que le obedecen. Por esta razón amonesta el mismo Apóstol a los justificados, diciendo: ¿Ignoráis que los que corren en el circo, aunque todos corren, uno solo es el que recibe el premio? Corred, pues, de modo que lo alcancéis. Yo en efecto corro, no como a objeto incierto; y peleo, no como quien descarga golpes en el aire; sino mortifico mi cuerpo, y lo sujeto; no sea que predicando a otros, yo me condene. Además de esto, el Príncipe de los Apóstoles san Pedro dice: Anhelad siempre por asegurar con vuestras buenas obras vuestra vocación y elección; pues procediendo así, nunca pecaréis. De aquí consta que se oponen a la doctrina de la religión católica los que dicen que el justo peca en toda obra buena, a lo menos venialmente, o lo que es más intolerable, que merece las penas del infierno; así como los que afirman que los justos pecan en todas sus obras, si alentando en la ejecución de ellas su flojedad, y exhortándose a correr en la palestra de esta vida, se proponen por premio la bienaventuranza, con el objeto de que principalmente Dios sea glorificado; pues la Escritura dice: Por la recompensa incliné mi corazón a cumplir tus mandamientos que justifican. Y de Moisés dice el Apóstol, que tenía presente, o aspiraba a la remuneración.

CAP. XII. Debe evitarse la presunción de creer temerariamente su propia predestinación.

Ninguno tampoco, mientras se mantiene en esta vida mortal, debe estar tan presuntuosamente persuadido del profundo misterio de la predestinación divina, que crea por cierto es seguramente del número de los predestinados; como si fuese constante que el justificado, o no puede ya pecar, o deba prometerse, si pecare, el arrepentimiento seguro; pues sin especial revelación, no se puede sabe quiénes son los que Dios tiene escogidos para sí.

CAP. XIII. Del don de la perseverancia.

Lo mismo se ha de creer acerca del don de la perseverancia, del que dice la Escritura: El que perseverare hasta el fin, se salvará: lo cual no se puede obtener de otra mano que de la de aquel que tiene virtud de asegurar al que está en pie para que continúe así hasta el fin, y de levantar al que cae. Ninguno se prometa cosa alguna cierta con seguridad absoluta; no obstante que todos deben poner, y asegurar en los auxilios divinos la más firme esperanza de su salvación. Dios por cierto, a no ser que los hombres dejen de corresponder a su gracia, así como principió la obra buena, la llevará a su perfección, pues es el que causa en el hombre la voluntad de hacerla, y la ejecución y perfección de ella. No obstante, los que se persuaden estar seguros, miren no caigan; y procuren su salvación con temor y temblor, por medio de trabajos, vigilias, limosnas, oraciones, oblaciones, ayunos y castidad: pues deben estar poseídos de temor, sabiendo que han renacido a la esperanza de la gloria, mas todavía no han llegado a su posesión saliendo de los combates que les restan contra la carne, contra el mundo y contra el demonio; en los que no pueden quedar vencedores sino obedeciendo con la gracia de Dios al Apóstol san Pablo, que dice: Somos deudores, no a la carne para que vivamos según ella: pues si viviéreis según la carne, moriréis; mas si mortificareis con el espíritu las acciones de la carne, viviréis.

CAP. XIV. De los justos que caen en pecado, y de su reparación.

Los que habiendo recibido la gracia de la justificación, la perdieron por el pecado, podrán otra vez justificarse por los méritos de Jesucristo, procurando, excitados con el auxilio divino, recobrar la gracia perdida, mediante el sacramento de la Penitencia. Este modo pues de justificación, es la reparación o restablecimiento del que ha caído en pecado; la misma que con mucha propiedad han llamado los santos Padres segunda tabla después del naufragio de la gracia que perdió. En efecto, por los que después del bautismo caen en el pecado, es por los que estableció Jesucristo el sacramento de la Penitencia, cuando dijo: Recibid el Espíritu Santo: a los que perdonáreis los pecados, les quedan perdonados; y quedan ligados los de aquellos que dejeis sin perdonar. Por esta causa se debe enseñar, que es mucha la diferencia que hay entre la penitencia del hombre cristiano después de su caída, y la del bautismo; pues aquella no sólo incluye la separación del pecado, y su detestación, o el corazón contrito y humillado; sino también la confesión sacramental de ellos, a lo menos en deseo para hacerla a su tiempo, y la absolución del sacerdote; y además de estas, la satisfacción por medio de ayunos, limosnas, oraciones y otros piadosos ejercicios de la vida espiritual: no de la pena eterna, pues esta se perdona juntamente con la culpa o por el sacramento, o por el deseo de él; sino de la pena temporal, que según enseña la sagrada Escritura, no siempre, como sucede en el bautismo, se perdona toda a los que ingratos a la divina gracia que recibieron, contristaron al Espíritu Santo, y no se avergonzaron de profanar el templo de Dios. De esta penitencia es de la que dice la Escritura: Ten presente de qué estado has caído: haz penitencia, y ejecuta las obras que antes. Y en otra parte: La tristeza que es según Dios, produce una penitencia permanente para conseguir la salvación. Y además: Haced penitencia, y haced frutos dignos de penitencia.

CAP. XV. Con cualquier pecado mortal se pierde la gracia, pero no la fe.

Se ha de tener también por cierto, contra los astutos ingenios de algunos que seducen con dulces palabras y bendiciones los corazones inocentes, que la gracia que se ha recibido en la justificación, se pierde no solamente con la infidelidad, por la que perece aún la misma fe, sino también con cualquiera otro pecado mortal, aunque la fe se conserve: defendiendo en esto la doctrina de la divina ley, que excluye del reino de Dios, no sólo los infieles, sino también los fieles que caen en la fornicación, los adúlteros, afeminados, sodomitas, ladrones, avaros, vinosos, maldicientes, arrebatadores, y todos los demás que caen en pecados mortales; pues pueden abstenerse de ellos con el auxilio de la divina gracia, y quedan por ellos separados de la gracia de Cristo.

CAP. XVI. Del fruto de la justificación; esto es, del mérito de las buenas obras, y de la esencia de este mismo mérito.

A las personas que se hayan justificado de este modo, ya conserven perpetuamente la gracia que recibieron, ya recobren la que perdieron, se deben hacer presentes las palabras del Apóstol san Pablo: Abundad en toda especie de obras buenas; bien entendidos de que vuestro trabajo no es en vano para con Dios; pues no es Dios injusto de suerte que se olvide de vuestras obras, ni del amor que manifestásteis en su nombre. Y: No perdáis vuestra confianza, que tiene un gran galardón. Y esta es la causa porque a los que obran bien hasta la muerte, y esperan en Dios, se les debe proponer la vida eterna, ya como gracia prometida misericordiosamente por Jesucristo a los hijos de Dios, ya como premio con que se han de recompensar fielmente, según la promesa de Dios, los méritos y buenas obras. Esta es, pues, aquella corona de justicia que decía el Apóstol le estaba reservada para obtenerla después de su contienda y carrera, la misma que le había de adjudicar el justo Juez, no solo a él, sino también a todos los que desean su santo advenimiento. Pues como el mismo Jesucristo difunda perennemente su virtud en los justificados, como la cabeza en los miembros, y la cepa en los sarmientos; y constante que su virtud siempre antecede, acompaña y sigue a las buenas obras, y sin ella no podrían ser de modo alguno aceptas ni meritorias ante Dios; se debe tener por cierto, que ninguna otra cosa falta a los mismos justificados para creer que han satisfecho plenamente a la ley de Dios con aquellas mismas obras que han ejecutado, según Dios, con proporción al estado de la vida presente; ni para que verdaderamente hayan merecido la vida eterna (que conseguirán a su tiempo, si murieren en gracia): pues Cristo nuestro Salvador dice: Si alguno bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed por toda la eternidad, sino logrará en sí mismo una fuente de agua que corra por toda la vida eterna. En consecuencia de esto, ni se establece nuestra justificación como tomada de nosotros mismos, ni se desconoce, ni desecha la santidad que viene de Dios; pues la santidad que llamamos nuestra, porque estando inherente en nosotros nos justifica, esa misma es de Dios: porque Dios nos la infunde por los méritos de Cristo. Ni tampoco debe omitirse, que aunque en la sagrada Escritura se de a las buenas obras tanta estimación, que promete Jesucristo no carecerá de su premio el que de a uno de sus pequeñuelos de beber agua fría; y testifique el Apóstol, que el peso de la tribulación que en este mundo es momentáneo y ligero, nos da en el cielo un excesivo y eterno peso de gloria; sin embargo no permita Dios que el cristiano confíe, o se gloríe en sí mismo, y no en el Señor; cuya bondad es tan grande para con todos los hombres, que quiere sean méritos de estos los que son dones suyos. Y por cuanto todos caemos en muchas ofensas, debe cada uno tener a la vista así como la misericordia y bondad, la severidad y el juicio: sin que nadie sea capaz de calificarse a sí mismo, aunque en nada le remuerda la conciencia; pues no se ha de examinar ni juzgar toda la vida de los hombres en tribunal humano, sino en el de Dios, quien iluminará los secretos de las tinieblas, y manifestará los designios del corazón y entonces logrará cada uno la alabanza y recompensa de Dios, quien, como está escrito, les retribuirá según sus obras.

Después de explicada esta católica doctrina de la justificación, tan necesaria, que si alguno no la admitiere fiel y firmemente, no se podrá justificar, ha decretado el santo Concilio agregar los siguientes cánones, para que todos sepan no sólo lo que deben adoptar y seguir, sino también lo que han de evitar y huir.

Cánones sobre la justificación

CAN. I. Si alguno dijere, que el hombre se puede justificar para con Dios por sus propias obras, hechas o con solas las fuerzas de la naturaleza, o por la doctrina de la ley, sin la divina gracia adquirida por Jesucristo; sea excomulgado.

CAN. II. Si alguno dijere, que la divina gracia, adquirida por Jesucristo, se confiere únicamente para que el hombre pueda con mayor facilidad vivir en justicia, y merecer la vida eterna; como si por su libre albedrío, y sin la gracia pudiese adquirir uno y otro, aunque con trabajo y dificultad; sea excomulgado.

CAN. III. Si alguno dijere, que el hombre, sin que se le anticipe la inspiración del Espíritu Santo, y sin su auxilio, puede creer, esperar, amar, o arrepentirse según conviene, para que se le confiera la gracia de la justificación; sea excomulgado.

CAN. IV. Si alguno dijere, que el libre albedrío del hombre movido y excitado por Dios, nada coopera asintiendo a Dios que le excita y llama para que se disponga y prepare a lograr la gracia de la justificación; y que no puede disentir, aunque quiera, sino que como un ser inanimado, nada absolutamente obra, y solo se ha como sujeto pasivo; sea excomulgado.

CAN. V. Si alguno dijere, que el libre albedrío del hombre está perdido y extinguido después del pecado de Adan; o que es cosa de solo nombre, o más bien nombre sin objeto, y en fin ficción introducida por el demonio en la Iglesia; sea excomulgado.

CAN. VI. Si alguno dijere, que no está en poder del hombre dirigir mal su vida, sino que Dios hace tanto las malas obras, como las buenas, no sólo permitiéndolas, sino ejecutándolas con toda propiedad, y por sí mismo; de suerte que no es menos propia obra suya la traición de Judas, que la vocación de san Pablo; sea excomulgado.

CAN. VII. Si alguno dijere, que todas las obras ejecutadas antes de la justificación, de cualquier modo que se hagan, son verdaderamente pecados, o merecen el odio de Dios; o que con cuanto mayor ahinco procura alguno disponerse a recibir la gracia, tanto más gravemente peca; sea excomulgado.

CAN. VIII. Si alguno dijere, que el temor del infierno, por el cual doliéndonos de los pecados, nos acogemos a la misericordia de Dios, o nos abstenemos de pecar, es pecado, o hace peores a los pecadores; sea excomulgado.

CAN. IX. Si alguno dijere, que el pecador se justifica con sola la fe, entendiendo que no se requiere otra cosa alguna que coopere a conseguir la gracia de la justificación; y que de ningún modo es necesario que se prepare y disponga con el movimiento de su voluntad; sea excomulgado.

CAN. X. Si alguno dijere, que los hombres son justos sin aquella justicia de Jesucristo, por la que nos mereció ser justificados, o que son formalmente justos por aquella misma; sea excomulgado.

CAN. XI. Si alguno dijere que los hombres se justifican o con sola la imputación de la justicia de Jesucristo, o con solo el perdón de los pecados, excluida la gracia y caridad que se difunde en sus corazones, y queda inherente en ellos por el Espíritu Santo; o también que la gracia que nos justifica, no es otra cosa que el favor de Dios; sea excomulgado.

CAN. XII. Si alguno dijere, que la fe justificante no es otra cosa que la confianza en la divina misericordia, que perdona los pecados por Jesucristo; o que sola aquella confianza es la que nos justifica; sea excomulgado.

CAN. XIII. Si alguno dijere, que es necesario a todos los hombres para alcanzar el perdón de los pecados creer con toda certidumbre, y sin la menor desconfianza de su propia debilidad e indisposición, que les están perdonados los pecados; sea excomulgado.

CAN. XIV. Si alguno dijere, que el hombre queda absuelto de los pecados, y se justifica precisamente porque cree con certidumbre que está absuelto y justificado; o que ninguno lo está verdaderamente sino el que cree que lo está; y que con sola esta creencia queda perfecta la absolución y justificación; sea excomulgado.

CAN. XV. Si alguno dijere, que el hombre renacido y justificado está obligado a creer de fe que él es ciertamente del número de los predestinados; sea excomulgado.

CAN. XVI. Si alguno dijere con absoluta e infalible certidumbre, que ciertamente ha de tener hasta el fin el gran don de la perseverancia, a no saber esto por especial revelación; sea excomulgado.

CAN. XVII. Si alguno dijere, que no participan de la gracia de la justificación sino los predestinados a la vida eterna; y que todos los demás que son llamados, lo son en efecto, pero no reciben gracia, pues están predestinados al mal por el poder divino; sea excomulgado.

CAN. XVIII. Si alguno dijere, que es imposible al hombre aun justificado y constituido en gracia, observar los mandamientos de Dios; sea excomulgado.

CAN. XIX. Si alguno dijere, que el Evangelio no intima precepto alguno más que el de la fe, que todo lo demás es indiferente, que ni está mandado, ni está prohibido, sino que es libre; o que los diez mandamientos no hablan con los cristianos; sea excomulgado.

CAN. XX. Si alguno dijere, que el hombre justificado, por perfecto que sea, no está obligado a observar los mandamientos de Dios y de la Iglesia, sino sólo a creer; como si el Evangelio fuese una mera y absoluta promesa de la salvación eterna sin la condición de guardar los mandamientos; sea excomulgado.

CAN. XXI. Si alguno dijere, que Jesucristo fue enviado por Dios a los hombres como redentor en quien confíen, pero no como legislador a quien obedezcan; sea excomulgado.

CAN. XXII. Si alguno dijere, que el hombre justificado puede perseverar en la santidad recibida sin especial auxilio de Dios, o que no puede perseverar con él; sea excomulgado.

CAN. XXIII. Si alguno dijere, que el hombre una vez justificado no puede ya más pecar, ni perder la gracia, y que por esta causa el que cae y peca nunca fue verdaderamente justificado; o por el contrario que puede evitar todos los pecados en el discurso de su vida, aun los veniales, a no ser por especial privilegio divino, como lo cree la Iglesia de la bienaventurada virgen María; sea excomulgado.

CAN. XXIV. Si alguno dijere, que la santidad recibida no se conserva, ni tampoco se aumenta en la presencia de Dios, por las buenas obras; sino que estas son únicamente frutos y señales de la justificación que se alcanzó, pero no causa de que se aumente; sea excomulgado.

CAN. XXV. Si alguno dijere, que el justo peca en cualquiera obra buena por lo menos venialmente, o lo que es más intolerable, mortalmente, y que merece por esto las penas del infierno; y que si no se condena por ellas, es precisamente porque Dios no le imputa aquellas obras para su condenación; sea excomulgado.

CAN. XXVI. Si alguno dijere, que los justos por las buenas obras que hayan hecho según Dios, no deben aguardar ni esperar de Dios retribución eterna por su misericordia, y méritos de Jesucristo, si perseveraren hasta la muerte obrando bien, y observando los mandamientos divinos; sea excomulgado.

CAN. XXVII. Si alguno dijere, que no hay más pecado mortal que el de la infidelidad, o que, a no ser por este, con ningún otro, por grave y enorme que sea, se pierde la gracia que una vez se adquirió; sea excomulgado.

CAN. XXVIII. Si alguno dijere, que perdida la gracia por el pecado, se pierde siempre, y al mismo tiempo la fe; o que la fe que permanece no es verdadera fe, bien que no sea fe viva; o que el que tiene fe sin caridad no es cristiano; sea excomulgado.

CAN. XXIX. Si alguno dijere, que el que peca después del bautismo no puede levantarse con la gracia de Dios; o que ciertamente puede, pero que recobra la santidad perdida con sola la fe, y sin el sacramento de la penitencia, contra lo que ha profesado, observado y enseñado hasta el presente la santa Romana, y universal Iglesia instruida por nuestro Señor Jesucristo y sus Apóstoles; sea excomulgado.

CAN. XXX. Si alguno dijere, que recibida la gracia de la justificación, de tal modo se le perdona a todo pecador arrepentido la culpa, y se le borra el reato de la pena eterna, que no le queda reato de pena alguna temporal que pagar, o en este siglo, o en el futuro en el purgatorio, antes que se le pueda franquear la entrada en el reino de los cielos; sea excomulgado.

CAN. XXXI. Si alguno dijere, que el hombre justificado peca cuando obra bien con respecto a remuneración eterna; sea excomulgado.

CAN. XXXII. Si alguno dijere, que las buenas obras del hombre justificado de tal modo son dones de Dios, que no son también méritos buenos del mismo justo; o que este mismo justificado por las buenas obras que hace con la gracia de Dios, y méritos de Jesucristo, de quien es miembro vivo, no merece en realidad aumento de gracia, la vida eterna, ni la consecución de la gloria si muere en gracia, como ni tampoco el aumento de la gloria; sea excomulgado.

CAN. XXXIII. Si alguno dijere, que la doctrina católica sobre la justificación expresada en el presente decreto por el santo Concilio, deroga en alguna parte a la gloria de Dios, o a los méritos de Jesucristo nuestro Señor; y no más bien que se ilustra con ella la verdad de nuestra fe, y finalmente la gloria de Dios, y de Jesucristo; sea excomulgado.
 
Paso a paso se puede llegar de nuevo a la unión. Por ahora no me pareceria poco si consiguiesemos un mutuo respeto hacia nuestras creencias y el no condenarnos los unos a los otros. La justificacion por la fe no es valida para nosotros y la aceptación de los dogmas catolicos no es valida para vosotros. Respetemos esta separación y tratemos de no incrementarla. Pero quiza en las cosas que nos unen y que son muchas mas, podamos dar esos primeros pasos. Se me ocurren la oración,la defensa de nuestra fe comun, el estudio biblico y en general donde no hay una situación distante.
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Marsuar:
Paso a paso se puede llegar de nuevo a la unión.

CyP:
Según mi opinión es absolutamente imposible una unión real entre el catolicismo y el protestantismo

Marsuar:
Por ahora no me pareceria poco si consiguiesemos un mutuo respeto hacia nuestras creencias y el no condenarnos los unos a los otros.

CyP:
Muy acertada su observación acerca del mutuo respeto. Lo de no condenarse unos a otros dependerá de lo que se entienda por condenar.
Como bien dice el pastor protestante José de Segovia "Es la verdad la que produce esa unidad. No es la unidad entre nosotros la que tiene poder redentor, sino nuestra incorporación a la Vid verdadera..... Por lo que no puede haber discusión posible sobre el fundamento de nuestra fe"; por tanto, si una parte, sea la católica o la protestante, ya ha definido lo que es la verdad, en buena lógica "condenará" como falsa a la postura contraria. Y la verdad doctrinal no se defiende sólo con declaraciones positivas de dicha verdad sino también, y usted como católico debería ver el ejemplo de Trento, definiendo lo que es herejía opuesta a dicha verdad. Por tanto, respeto sí, pero condena de la doctrina opuesta a la verdad también.

Marsuar:
La justificacion por la fe no es valida para nosotros y la aceptación de los dogmas catolicos no es valida para vosotros. Respetemos esta separación y tratemos de no incrementarla.

CyP:
Esa separación no tiene solución posible y el día que el movimiento ecuménico reconozca públicamente esa realidad, empezarán a plantearse otro tipo de relaciones inter-eclesiales que quizás sirvan para apuntalar el respeto, desde la diferencia, del que hablaba usted antes

Marsuar:
Pero quiza en las cosas que nos unen y que son muchas mas, podamos dar esos primeros pasos. Se me ocurren la oración,la defensa de nuestra fe comun, el estudio biblico y en general donde no hay una situación distante.

CyP:
La fe común entre católicos y protestantes está prácticamente reducida a las cuestiones trinitarias y cristológicas. El estudio bíblico común es quimérico ya que las formas de acercarse a la Biblia de un protestante y de un católico son muy distintas. El protestante acepta el libre examen. El católico acepta la autoridad del Magisterio de la Iglesia Católica.
 
Tenemos en claro que el ecumenismo en antibíblico y es una de las señales del último tiempo que anuncia la venida del Señor Jesucristo?.

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CRISTO VIENE
Emiliano J. Horcada
 
Hemiliano, para algunos podría ser una señal si ese ecumenismo tuviera alguna posibilidad de triunfar, pero creo que eso es imposible
 
<BLOCKQUOTE><font size="1" face="Arial, Helvetica, Verdana">Comentario:</font><HR>Originalmente enviado por CyP:
Hemiliano, para algunos podría ser una señal si ese ecumenismo tuviera alguna posibilidad de triunfar, pero creo que eso es imposible[/quote]

Lamento desepcionarte pero el ecumenismo es una señal de los últimos tiempos y está en la Biblia, palabra de Dios, y lo que dice Dios se cumple a si que el ecumenismo no solo que tiene posibilidades de triunfar si no que lo hará, refiriendonos a que se consolidará.



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CRISTO VIENE
Emiliano J. Horcada
 
A los protestantes ecuménicos la ICR les dio a comer excretas que se las merecían.

No es posible un ecumenismo con las tinieblas. Gracias a Dios que el catolicismo se puso tan rígido en sus mentiras asegurando que no hay otra iglesia más que ellos. Enhora Buena.

Así que a los evangélicos solo nos queda un camino Creerle a la Biblia y saber que de Jesucristo es la Unica Iglesia, la que está fundamentada en El y en su Palabra, la Biblia.

Todo eso Dios lo ha permitido para avergonzar a los ecuménicos "evangélicos" y para que todo el mundo sepa que clase de leche es la que da el Vaticano. Los mismos que se sentaron en el Concilio Vaticano II en el 62 y se sonreian porque el Papa y sus secuaces les llamaban "hermanos separados" y no herejes, hoy son los mismos que están en la puerta del Vaticano como pordioceros pidiendo que esa Secta Política reconsidere sus afirmaciones en ese satánico documento.

Que no reconcideren nada. Así está bien y mejor. Todo se acerca para la separación del trigo y la cizaña.