En algún momento de la historia, cierto oscuro personaje tras reflexionar en lo pecaminoso de su adoración y servilismo a los santos, le asaltó la necesidad imperiosa de cubrir sus vergüenzas ante Dios y buscar cierta explicación hábil y sofística para su manifiesta idolatría.
Bien sabía este sofista que lo que hacía era dedicar numerosas oras a buscar oídos de santos que le escuchasen, pues el de Dios no le parecía bastar, y aún si podía retener para si alguna costilla, ropaje o cráneo del mártir mejor. Y así se afanaba día tras día en convertir su residencia e Iglesia en un verdadero osario de hombres santos y de sacar a relucir cuando no los fósiles, bellas imágenes de aquellos hombres piadosos e invocarles con oraciones para ver si estos podían ablandar el corazón de su Dios, que era un Dios a quien encajonado en una liturgia oraba todos los días con la misma monótona cadencia, con gran preocupación de si el alba, el cíngulo o la tonsura de sus sagrados vestidos eran canónicamente aceptables a Dios.
Pero veamos que hizo este oscuro personaje, enfermo de necromancia e idolatría:
Pues del mismo modo que cuidaba del buen uso de los vasos sagrados, de las medidas exactas de inciensos, aguas, escupitajos, aceites y demás santos óleos sacramentales; también cuidaba con esmero enfermizo de que las sagradas blasfemias que cometía no fuesen tales a ojos de Dios.
Así que creo el término "doulia" que ya existía en Griego y que significaba "servidumbre" y dijo con solemnidad y buena arte de subterfugio; yo no rindo latría a los santos; eso sólo a Dios; sino que rindo dulía, que es cosa bien diferente y no incorrecta ante Dios.
Y así se defienden ante Dios los que semejantes blasfemias hacen, enmascarando o barnizando con filosofía conceptual, o más bien "artes retóricas" los males que hacen con la misma liberalidad que antes, o con una aún mayor pues ya justificados por la sabia razón ya pueden pecar cuanto se les antoje.
Bien sabía este sofista que lo que hacía era dedicar numerosas oras a buscar oídos de santos que le escuchasen, pues el de Dios no le parecía bastar, y aún si podía retener para si alguna costilla, ropaje o cráneo del mártir mejor. Y así se afanaba día tras día en convertir su residencia e Iglesia en un verdadero osario de hombres santos y de sacar a relucir cuando no los fósiles, bellas imágenes de aquellos hombres piadosos e invocarles con oraciones para ver si estos podían ablandar el corazón de su Dios, que era un Dios a quien encajonado en una liturgia oraba todos los días con la misma monótona cadencia, con gran preocupación de si el alba, el cíngulo o la tonsura de sus sagrados vestidos eran canónicamente aceptables a Dios.
Pero veamos que hizo este oscuro personaje, enfermo de necromancia e idolatría:
Pues del mismo modo que cuidaba del buen uso de los vasos sagrados, de las medidas exactas de inciensos, aguas, escupitajos, aceites y demás santos óleos sacramentales; también cuidaba con esmero enfermizo de que las sagradas blasfemias que cometía no fuesen tales a ojos de Dios.
Así que creo el término "doulia" que ya existía en Griego y que significaba "servidumbre" y dijo con solemnidad y buena arte de subterfugio; yo no rindo latría a los santos; eso sólo a Dios; sino que rindo dulía, que es cosa bien diferente y no incorrecta ante Dios.
Y así se defienden ante Dios los que semejantes blasfemias hacen, enmascarando o barnizando con filosofía conceptual, o más bien "artes retóricas" los males que hacen con la misma liberalidad que antes, o con una aún mayor pues ya justificados por la sabia razón ya pueden pecar cuanto se les antoje.