Ahora, cuando dejamos atrás los calores del largo y cálido verano, deseas que lo más pronto posible llegue el mes de Octubre, estación suave que nos regala bonitas mañanas que te invitan a pisar esas hojas amarillas recién caídas de los árboles que nos anuncian la llegada del otoño.
Y es precisamente hoy día 7 denoviembre cuando hace dos años Dios nos envió como un rayo de sol, otro tesoro convertido en niño que de nuevo inundó los corazones de toda la familia.
He de confesar que ahora contemplando a mi nuevo nieto sonreír rebosante de salud y de cariño y sosteniéndolo en mis brazos o jugando con él, me vienen a la memoria esos otros niños que un día nacieron con la misma alegría, con el mismo cariño y con la misma salud y actualmente no se encuentran en los brazos de sus padres o abuelos, sino pasando hambre y sufriendo toda clase de carencias fundamentales.
Me atormenta mi conciencia adormilada ante noticias que a diario nos hablan de niños que son abandonados, maltratados y asesinados.
Niños que mueren de hambre, de frío, de infinidad de enfermedades por falta de medios y solo por haber cometido “el pecado” de nacer en países pobres.
Criaturas nacidas en mundos subdesarrollados que son abandonados en hospitales por sus propias madres biológicas a la espera de que éstas, decidan recogerlos o darlos en adopción.
Niños sin amor que pasan todos los días solos, sin nadie que les hable ni les cojan en brazos. Sin nadie que les acune o que les acaricie. Niños que a veces mueren de pena, en el más grande de los silencios.
Y esto es terrible. Si la muerte siempre es terrible la de un niño es todavía mucho más terrible.
Por todo esto junto a mi tercer nieto, ha nacido en mi corazón nuevos sentimientos hacia esos angelicos que Dios nos envía desde el cielo, llenos de alegría, de amor y de pureza.
Angelicos inocentes portadores de un mensaje de paz para construir un mundo mejor en el que estemos todos unidos. Un mundo sin guerras en el que cediendo de nuestros derechos podamos compartirlo con el de los demás. Un mundo que luche contra el hambre, la discriminación, el odio, la envidia y el rencor.
Angelicos que vienen a un mundo en definitiva, en el que todos podamos vivir con alegría y con paz, para lograr que el reino de Dios sea cada vez mayor.
Pero para ello, es evidente que al menos los padres y abuelos de vez en cuando al mirar a nuestros hijos y nietos, volviéramos la cara para convencernos de que detrás de nosotros existen niños que carecen de todo lo que les sobra a los nuestros e intentáramos enviárselo junto con nuestro fraternal abrazo.
Y es precisamente hoy día 7 denoviembre cuando hace dos años Dios nos envió como un rayo de sol, otro tesoro convertido en niño que de nuevo inundó los corazones de toda la familia.
He de confesar que ahora contemplando a mi nuevo nieto sonreír rebosante de salud y de cariño y sosteniéndolo en mis brazos o jugando con él, me vienen a la memoria esos otros niños que un día nacieron con la misma alegría, con el mismo cariño y con la misma salud y actualmente no se encuentran en los brazos de sus padres o abuelos, sino pasando hambre y sufriendo toda clase de carencias fundamentales.
Me atormenta mi conciencia adormilada ante noticias que a diario nos hablan de niños que son abandonados, maltratados y asesinados.
Niños que mueren de hambre, de frío, de infinidad de enfermedades por falta de medios y solo por haber cometido “el pecado” de nacer en países pobres.
Criaturas nacidas en mundos subdesarrollados que son abandonados en hospitales por sus propias madres biológicas a la espera de que éstas, decidan recogerlos o darlos en adopción.
Niños sin amor que pasan todos los días solos, sin nadie que les hable ni les cojan en brazos. Sin nadie que les acune o que les acaricie. Niños que a veces mueren de pena, en el más grande de los silencios.
Y esto es terrible. Si la muerte siempre es terrible la de un niño es todavía mucho más terrible.
Por todo esto junto a mi tercer nieto, ha nacido en mi corazón nuevos sentimientos hacia esos angelicos que Dios nos envía desde el cielo, llenos de alegría, de amor y de pureza.
Angelicos inocentes portadores de un mensaje de paz para construir un mundo mejor en el que estemos todos unidos. Un mundo sin guerras en el que cediendo de nuestros derechos podamos compartirlo con el de los demás. Un mundo que luche contra el hambre, la discriminación, el odio, la envidia y el rencor.
Angelicos que vienen a un mundo en definitiva, en el que todos podamos vivir con alegría y con paz, para lograr que el reino de Dios sea cada vez mayor.
Pero para ello, es evidente que al menos los padres y abuelos de vez en cuando al mirar a nuestros hijos y nietos, volviéramos la cara para convencernos de que detrás de nosotros existen niños que carecen de todo lo que les sobra a los nuestros e intentáramos enviárselo junto con nuestro fraternal abrazo.