Dios y el libre albedrío, ¿cual es su objetivo?

16 Mayo 2010
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Dios y el libre albedrío, ¿cual es su objetivo?


Discutir y sacar conclusiones sobre algo o alguien que no conocemos no conduce a nada provechoso. Primero tendríamos que conocer a Dios para determinar si ha hecho bien o mal al conceder a los humanos el libre albedrío, y tendríamos también que saber con exactitud lo que significa el uso del libre albedrío.
Dios es perfecto porque todo cuanto hace, lo hace a la perfección, y es todopoderoso porque puede llevar a cabo todo cuanto se propone. Pero el caso de su creación humana es algo especial: nos ha creado a su propia imagen o semejanza en sentido espiritual, es decir, que podamos pensar y sentir como él mismo, salvando las distancias naturalmente, y sobre todo para que podamos amarle y amarnos los unos a los otro, que es el único medio de poder alcanzar la felicidad más completa. El nos concede el libre albedrío, o la facultad de poder tomar nuestras propias decisiones, pero nos advierte y enseña que si lo usamos mal, esto es, para causarnos mal unos a otros, o a nosotros mismos, esto nos resultará en perjuicio a corto o largo plazo, en vez de ocasionarnos gozo y paz, que es la razón por lo que nos lo ha concedido.
Dios no determina ni sabe de antemano lo que los hombres han de hacer, o el uso que le van a dar al don concedido, pues si no fuera así no tendrían esta libertad. El sí sabe que si lo usamos mal, nos irá peor, y si lo usamos bien, nos irá mejor, por eso se ha preocupado de enseñarnos la mejor forma de vivir, de comportarnos los unos con los otros, pero somos nosotros quienes decidimos si queremos escuchar y seguir su guia o enseñanzas, o no hacerlo. Por lo cual somos los únicos responsables de las consecuencias de nuestras decisiones. Si, por no haceptar la guia e instrucciones divinas, hacemos mal uso de las facultades y medios que Dios nos ha concedido, nos acarreamos toda clase de calamidades, nadie tiene derecho a acusar al Creador de tales males, pues hemos sido nosotros mismos lo que así lo hemos decidido y determinado usando mal nuestro libre albedrío.
Lo ilustraremos con un sencillo ejemplo: Si un buen padre, que ama a sus hijos y desea lo mejor para ellos, decide hacerles un valioso regalo, un coche por ejemplo, porque sabe que les hace mucha ilusión y, además, les puede servir para facilitar su propio trabajo o profesión y obtener el mayor provecho de ello. El lo hace para bien de ellos porque los ama, pero como es hombre prudente y previsor, les advierte de antemano que deben aprender primero a conducirlo convenientemente, y cuidarlo, para que no tengan ningún percance peligroso y puedan conservarlo y disfrutar de él el mayor tiempo posible; pero si ellos no son hijos agradecidos y obedientes, y no aprecian el valor del regalo otorgado, no ponen atención a los consejos recibido, ni piensan en los posibles riesgos que estos representan para ellos, y para otros conductores, si conducen alocadamente sin respetar las señales de tráfico, lo más probable seria que atropallaran a alguien o se salieran de la carretera causándose grandes destrozos, incluso perdiendo su propia vida, o la de cualquier otro, o si no cuidan debidamente regalo tan valioso, poco les durará y el beneficio obtenido será escaso. ¿Sería justo acusar al padre de estas desgracias, o este descuido por haberles hecho tal regalo? ¡de ninguna manera¡ ellos solos serán los únicos responsables por no apreciar el valor de lo otorgado y tampoco escuchar y aplicar cuidadosamente las instrucciones dadas.
Lo mismo sucede con nuestro Dios, El nos ha concedido lo mejor que podemos tener para nuestro bien, presente y futuro, y nos ofrece de antemano las mejores instrucciones que podemos recibir para aprender a utilizar de la forma más ventajosa para nosotros, todas estas amorosas provisiones; si nosotros, o quien sea, no apreciamos tales dones, ni escuchamos y aplicamos debidamente las enseñanzas divinas, nos sobrevienen problemas y sufrimos graves deterioro, Dios no es culpable de nada, sino los mismos que hemos actuado tontamente al no apreciar y seguir estrictamente instrucciones tan valiosas e indispensables para obtener los mejores resultados en su utilización.