¿Dios se ha dado de baja de todas las religiones?

2 Junio 1999
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¿Dios se ha dado de baja de todas las religiones?
JOSÉ MARÍA GONZÁLEZ RUIZ


El genial humorista Roto hacía con cierta candidez esta pregunta ante las múltiples interpelaciones a las que hoy nos vemos sometidos. Ni los teólogos ni los fieles cristianos nos escandalizamos cuando el tema religioso es tratado con humor; pero eso sí, con un humor serio y exento de todo morbo porque a decir verdad, en los últimos tiempos los medios de comunicación social les han dado una demesurada atención a ciertas noticias de tipo religioso, que en realidad no merecían tanto interés. Aún más, frecuentemente había en ello un indiscutible morbo de mal gusto.

La última explicación de este tipo de información religiosa quizá se halle en el subconsciente. Sinceramente, entre nosotros se ha superado aquel viejo anticlericalismo que se manifestaba en un humor de muy mal gusto, que contribuía a perpetuar esas dos Españas, de las que hablaba Antonio Machado. Y ambas, cada una por su parte, nos helaban el corazón.

Recientemente la prensa y demás medios de comunicación aireaban un manifiesto firmado por 71 sacerdotes de la diócesis catalana de Gerona, en el que, con serenidad pero con firmeza, exponen su pensamiento sobre temas todavía tan discutidos como el celibato exigido a los sacerdotes y la ordenación de las mujeres.

Los primero que hay que decir es que no se trata de un tema por así decirlo «dogmático», sino puramente disciplinar. Y en cuanto al celibato, sólo se refiere a una parte del clero católico romano. Hay, en efecto, sacerdotes de estricta obediencia romana que están canónicamente casados y ejercen legalmente su ministerio. El celibato se exigió, y ya muy tardíamente, a los presbíteros católicos de rito latino.

Los de otros ritos no están obligados al celibato, como son los orientales de rito griego, los maronitas, los coptos, los etíopes, etc.

A este propósito recuerdo que, a mediados de los años cincuenta, durante mi estancia en Jerusalén, tuve la ocasión de visitar, en la República de El Líbano, un pueblecito del interior del país, llamado Jarisa. Estaba escondido entre los típicos cedros de la región. Allí me recibió muy amablemente el cura del pueblo, de rito maronita, que estaba casado canónicamente y tenía.. once hijos. Me pude entender fácilmente con él porque hablaba francés con soltura, ya que había estudiado en la Universidad Católica de Beirut, regentada por jesuítas franceses.

La introducción del celibato clerical en el Derecho eclesiástico latino se debió, en último lugar, a motivos económicos. Y es que, dado que la Iglesia poseía muchos bienes, si los clérigos tenían hijos legítimos, éstos heredarían esos bienes y la Iglesia como tal los perdería. Y así vemos algo que hoy nos parece paradójico. Y es que a los clérigos se les «toleraba» más o menos tener «amantes», ya que sus hijos, al no ser legítimos, no tenían derecho a la herencia. Y así en la misma ciudad de Trento el guía, después de haber enseñado la catedral, donde se celebró el famoso Concilio, muestra un palacio adjunto, donde se hospedaban las «amantes» de los obispos.

Remontándonos más arriba, vemos cómo los cristianos de la comunidad de Corinto, al observar que su «ministro», Pablo de Tarso, era célibe, le preguntan si para ejercer el ministerio de evangelizador había que ser célibe. Pablo contesta rotundamente que no «ya que el Señor no dejó dicho nada sobre esto». Eso sí, un celibato libremente asumido sería muy conveniente para la vida difícil de un predicador itinerante como eran aquello primeros apóstoles.

Pero en todo caso también los casados pueden ser ministros, aunque tendrán que superar muchos «conflictos». La palabra que usa Pablo en griego (zlipsis) no significa propiamente «tribulación», sino más bien «lucha».

Por lo que se refiere a la reivindicación de los curas de Gerona sobre la ordenación sacerdotal de las mujeres, tenemos que partir de una afirmación formal que hizo San Pablo dentro del entramado esencial de su teología. Escribiendo a los cristianos de Galacia y en otras ocasiones declaró solemnemente: «En Cristo no hay varón ni hembra ni esclavo ni libre ni judío ni griego».

Se trataba ciertamente de una aspiración, pero que contenía lo más esencial de su evangelio. Pero apoyadas, sin duda, en esta predicación, claramente feminista, algunas mujeres de la comunidad de Corinto, a imitación de las mil sacerdotisas del templo de Venus en Corinto, querían también ejercer un ministerio sagrado en la Iglesia. Pablo se ve en un tremendo apuro frente a estas pretensiones. En el fondo, aquellas mujeres no hacían más que sacar las últimas consecuencias del feminismo paulino; pero, por otra parte, estaba allí la realidad sociológica de una humanidad anclada todavía en un estadio evolutivo que no permitía la inmediata puesta en práctica del eslogan paulino. Por eso, Pablo responde lleno de nerviosismo, buscando argumentos de su buena época rabínica, que en el fondo no le satisfacen a él mismo. Pablo, se deshace finalmente de ellos y da la verdadera razón: «Entre nosotros no se da esa costumbre, ni en las demás comunidades». Se trataba de un freno sociohistórico que había que aguantar por el momento.

Así hay que plantear hoy este problema de la ordenación femenina de la mujer: atendiendo a 'los signos de los tiempos', como decía Juan XXIII. Y estos signos apuntan claramente a la apremiante integración de la mujer en los ministerios eclesiales. Las afirmaciones de las jerarquias de la Iglesia hay que situarlas en el contexto histórico de la sociedad en que vivimos.

En una palabra: el informe de los curas catalanes es teológicamente ortodoxo y social e históricamente correcto y oportuno, aunque, como es natural, a muchos les cueste trabajo su asimilación.


Abril 2002


http://perso.wanadoo.es/laicos/2002/912T-GonzalezRuiz.htm
 
¿Quién es el Vaticano?


JOSÉ MARÍA GONZÁLEZ RUIZ

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José María González Ruiz es Canónigo de Málaga.

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La noticia, ofrecida en este mismo diario, de que "el Vaticano" condena al teólogo Juan José Tamayo después de tres años de investigación nos ha producido a muchos católicos el amargo sabor de lo anacrónico. Yo mismo, que hace cuarenta años sufrí ese tipo de condena y poco después fui incorporado a la redacción de diversos documentos del concilio Vaticano II, he quedado sorprendido de que después de tanto tiempo aún puedan seguir vigentes unos métodos que no sólo son completamente antidemocráticos, sino que se oponen a esos derechos humanos que este Papa proclama y defiende con valentía en todos los foros de las diversas sociedades humanas que ha visitado y a las que se sigue dirigiendo con absoluta claridad a pesar de sus dificultades físicas para pronunciar su pregón de libertad.

Los católicos de a pie y los simples lectores de noticias,apartados de todo confesionalismo, no saben explicarse esta actitud.

Por un lado están unas magníficas encíclicas de Juan Pablo II, sus numerosos discursos de proclamación de la libertad cristiana, sus gestos valientes de acercamiento a todas las religiones e incluso al diálogo con toda clase de pensamiento humano, y, por otro, esta vetusta rigidez de algo que se hace pasar como última e inapelable decisión de un tribunal exento de sujeción a unas leyes que moderen sus posibles y probables inexactitudes o errores.

En un primer momento, esta actitud "del Vaticano", además de provocar sorpresas entre los católicos, los induce a fomentar dudas y quizá a tomar decisiones frente a la Iglesia que no son necesarias ni mucho menos. Este Papa ha tenido el valor de pedir perdón por los anatemas que en tiempos pasados lanzó la Iglesia contra unos creyentes sinceros, que únicamente cometieron el "error" de desvincular a la ciencia de una especie de contubernio con la Iglesia, la cual se había arrogado el dominio en un campo que no le correspondía.

Con ello, el Papa ejecutaba algo muy esencial que el Concilio Vaticano II proclamó en su principal documento, Gaudium et spes (La Iglesia y el mundo), o sea, la autonomía de las realidades terrenas. A raíz del Concilio floreció ampliamente el diálogo entre los creyentes cristianos y la ciencia, sobre todo la de tipo económico y social. Los que estuvimos comprometidos en estos diálogos íbamos, sin embargo, viendo que, a pesar de la claridad expresiva del Concilio, quedaron rezagados muchos que no se resignaban a su derrota. Y se produjo una especie de "hibernación" del Concilio, que frenó notablemente su dinámica creativa.

En este proceso retroactivo tuvo un papel principal el cardenal Joseph Ratzinger, que fue nombrado presidente de la Congregación Vaticana de la Doctrina de la Fe (antiguo Santo Oficio). A Ratzinger lo conocí en Roma durante el Concilio y allí funcionó como un teólogo avanzado y progresista. Cuando era profesor de Teologia en Alemania, publicó un libro magnífico titulado El nuevo Reino de Dios, traducido al español por la editorial Herder. Pero, siendo ya presidente del ex Santo Oficio, firmó un documento desconcertante que de alguna manera contradecía a aquel libro de antaño.

Por eso, le escribí una carta abierta señalando sus contradicciones entre el antiguo libro del teólogo y el nuevo documento de la "autoridad" vaticana. Esta carta se publicó en la revista de Barcelona El Ciervo y en la agencia italiana Adista. Él no me contestó, pero un amigo de Roma me telefoneó diciéndome que el cardenal había leído mi carta y que está "molto addolorato". Pero yo no era quién para recetarle nada para el dolor, ni siquiera un analgésico.

Recientemente, un grupo de prelados anónimos, que se denominan Los Discípulos de la Verdad, han publicado un libro impresionante en donde, con una documentación exhaustiva, refieren las luchas de poder internas, la corrupción y los negocios ilegales que se han producido en la Santa Sede.

A muchos se nos hace difícil, si no imposible, atribuirle directamente al Papa la responsabilidad clara y absoluta de estos excesos. Él mismo, en su encíclica Ut unum sint, declara la insuficiencia del ejercicio del papado y pide consejos para mejorar su estructura, de suerte que no se produzcan ya más estas dolorosas anomalías.

A esto respondió monseñor Quinn, antiguo arzobispo de Los Ángeles y presidente de la Conferencia Episcopal católica de los Estados Unidós, con un libro de alta calidad teológica, haciendo unas sustanciosas sugerencias a este respecto. Me consta que este libro molestó mucho a los sectores conservadores y anticonciliares de la Curia vaticana.

A decir verdad, desconozco el entramado del episcopado español a este respecto. Sí puedo afirmar que varios obispos que conozco bien, lejos de condenar a Tamayo y a su teología, lo animan a seguir adelante, sin que por ello "canonicen" su pensamiento, ya que lo propio de un teólogo es buscar esa libertad con que Dios y la misma Iglesia han dotado a los creyentes que piensan sobre su fe.

Para terminar, quiero recordar haber leído en un cuento de Bocaccio este simpático relato. Un católico quería "convertir" al catolicismo a un hereje, y para ello lo invitó a vistar nada menos que a la misma Roma papal. Un amigo le recriminó este consejo, ya que el descubrimiento de la indudable corrupción que en aquel tiempo reinaba en la cumbre del catolicismo, lejos de convertirlo, lo apartaría definitivamente de una opción favorable a aquel mundo. Sin embargo, cuando el hereje regresó, se apresuró a visitar a su amigo católico, abrazándole cordialmente, diciéndole que se había convertido a la Iglesia católica. El católico se mostró sorprendido y le preguntó si la corrupción que había visto en Roma no lo había apartado de una reconciliación con ella. El ex hereje contestó: "Todo lo contrario; pues si la Iglesia de Roma no estuviera regida por el Espíritu Santo, no hubiera podido sobrevivir a tanta iniquidad".

A pesar de todo, la Iglesia católica de hoy está mucho más cerca del Evangelio que en aquellos tiempos del narrador italiano. Y así, por ejemplo, los teólogos actuales no son ya, como entonces, meros repetidores escolásticos de unos catecismos caducos y superados, sino, además de poseedores de un saber religioso y de una cultura profana superiores, son más creyentes y más evangélicos que sus antecesores.

Sin miedo a equivocarme,puedo decir que Juan José Tamayo pertenece de lleno a esta especie de "teólogos creyentes".

Esto, desde luego, sin canonizar ni ésta ni ninguna teología; pero sí deseando que los consejos del Concilio Vaticano II no se encierren con siete llaves en el arca de oro de un "depósito de la fe" al que sólo tengan acceso unos privilegiados mediante nombramientos canónicos muy discutibles.

http://www.gbasesores.com/observatorio/opinion21.html
 
¡Viva el Papa rey!


por JOSÉ MARÍA GONZÁLEZ RUIZ

Cuando en mi condición de párvulo asistía a las clases de un colegio de monjas en la sevillana calle de San José, recuerdo que con frecuencia nos hacían cantar algo que empezaba y terminaba con esta encendida entonación: "¡Viva el Papa rey! ¡Viva el Papa rey!" Era aquello así como una parte casi esencial del credo católico. Más tarde pude darme cuenta de la significación de todo ello. Hasta 1870, cuando los patriotas italianos, por una brecha abierta en la Porta Pia, irrumpieron en Roma, el papa era el rey de la mayor región de Italia: los Estados Pontificios. El último rey "pontificio" fue Pío IX. A partir de entonces los papas se enclaustraron en el Vaticano, considerándose cautivos y prohibiendo a los católicos tomar parte activa en la Administración del Estado Italiano. Éste fue el decreto Non expedit.



Ahora nos enteramos de que en el próximo otoño van a ser beatificados dos papas muy distintos, y hasta en cierto punto, contradictorios: Pío IX y Juan XXIII. Esto está provocando tremendas extrañezas, no sólo a los católicos, sino a todos los cristianos, a los judíos y a tantas personas cultas que siguen con interés los avatares de la expansión y evolución del catolicismo.

Obviamente no es posible examinar detalladamente las "pruebas" archivadas por la Congregación para la canonización de los santos, con el fin de mostrar las "virtudes" personales de Pío IX. El padre Martina, un valioso historiador de la Iglesia, se atreve a expresar sus dudas sobre la prudencia pastoral de aquel pontífice; y lo hace narrando cómo, por razones institucionales dífícilmente sostenibles, el papa elevó a la púrpura catedralicia a monseñor Matteucci, un prelado -así lo describe el historiador jesuita- "de una inmoralidad muy conocida en toda Roma". También Martina hace alusión al cardenal Giacomo Antonelli, secretario de Estado de Pío IX. Según el profesor Adriano Prosperi, catedrático de Historia Moderna en la Universidad de Pisa, una determinada razón empuja a Wojtyla a beatificar a Pío IX. En efecto, la operación vaticana del mea culpa sigue una lógica propia, reduciendo a cuestiones privadas las virtudes o las culpas de un papa.

A juicio de algunos historiadores, pero también de eclesiásticos de valía reconocida, Pío IX fue un personaje controvertido, y aún más controvertido resulta hoy su largo pontificado. Por tanto -preguntan muchos laicos, hebreos, evangélicos y aun católicos- ¿"puede" el Papa reinante beatificar a Pío IX? ¿Puede Wojtyla lamentarse de los "métodos de intolerancia" del pasado, y proponer hoy como ejemplo a los propios fieles un modelo emblemático de los trasnochados métodos de intolerancia? A esta objeción, por lo que parece, el Vaticano responde diciendo que Pío IX "no" es beatificado por estos "métodos" (por lo demás, defendidos por él con buena fe, como con buena fe -aunque la vida "siempre" es sagrada- hizo ejecutar a dos patriotas italianos, que caían bajo su jurisdicción "pontificia"), sino por "su piedad, por su amor a la Virgen, por su celo por las almas".



Otros sospechan que la beatificación de Pío IX es el precio que Wojtyla tiene que pagar para contrarrestar la concomitante beatificación de Juan XXIII, el profeta del Concilio Vaticano II todavía sin digerir por una parte importante del establishment eclesiástico. Hay también quien sostiene que el "emparejamiento" Pío-Juan se debe a otro motivo fundamental: la voluntad de Wojtyla de demostrar, a pesar de todo, la "continuidad" del magisterio papal. Y, por tanto, la continuidad sustancial -con "adaptaciones" a los tiempos- entre el Syllabus y la Dignitatis humanae, o sea la declaración del Concilio Vaticano II sobre la libertad religiosa. Pero -advierten estos críticos- si hay "continuidad" sustancial entre afirmar que los acatólicos (en este caso los hebreos) no tienen los mismos derechos morales, jurídicos y políticos que los católicos para profesar y vivir su fe y, por el contrario, afirmar que sí los tienen; y si hay "continuidad" entre reivindicar el "derecho divino" de secuestrar a un niño hebreo bautizado contra la voluntad de sus padres y decir que "la verdad no se impone más que con la fuerza de la misma verdad" (Declaración sobre la libertad religiosa, 1), entonces ¿de qué "métodos de violencia" se queja hoy el papado? ¿Y dónde está el objeto real del "mea culpa"?



Todavía hoy Elena Mortara relata la historia de la que fue objeto el hermano de su bisabuelo Edgardo Mortara. Era una familia hebrea, residente en Bolonia y, por tanto, súbdita del Papa. Tenían una criada católica, que, al ver que unos de los hijos, de poca edad, se estaba muriendo, lo bautizó secretamente. Pero, cuando esto se supo, el Papa envió a su policía para que "secuestraran" legalmente al niño, ya que, al ser cristiano, le pertenecía más que a su propia familia. El niño fue acogido por Pío IX, fue educado en un seminario, ordenado sacerdote, y no pudo relacionarse con su verdadera familia, a la que apenas conocía. Esto provocó un clamor universal, pero el Papa no cejó ni un momento; antes bien, se reafirmó diciendo: "Soy consciente de mi deber, y me haría cortar las manos antes de faltar a él". Elena Mortara añade: "No nos toca a nosotros los hebreos decir a la Iglesia católica a quién debe proclamar o no beato o santo. Pero como quiera que se trata de una persona que ha pisoteado con protervia los derechos civiles del individuo y de las minorías y el derecho natural de la familia, nos preguntamos qué sentido tiene proponer como ejemplo a sus fieles a un papa que cometió los errores de los que la Iglesia se arrepiente hoy".



Finalmente, podemos escoger algunos de los "graves errores" condenados por Pío IX en el famoso Syllabus: "El que los hijos de la Iglesia discutan entre sí sobre la compatibilidad del reino temporal con el espiritual". "La supresión del principado civil, que la sede apostólica posee, ayudaría muchísimo a la libertad y felicidad de la Iglesia". "El pontífice romano puede y debe reconciliarse y hacerse amigo con el progreso, el liberalismo y la civilización moderna".



En los escritos del último rey de los Estados Pontificios se repite y se amplía varias veces lo que ya había proclamado Gregorio XVI: que "la libertad religiosa es un delirio de la mente".



Todo esto ha levantado un revuelo entre los católicos, no sólo de base, sino también entre teólogos e incluso no pocos obispos. Y a muchos se nos hace difícil aceptar la oficialidad de una declaración que deja abiertos tantos interrogantes. Yo mismo no puedo alegrarme del todo porque mi tío Manuel González García, obispo que fue de Málaga y de Palencia, esté a las puertas de la beatificación. Él me bautizó y me ordenó, y yo sé que era un santo. Con esto me basta.

http://www.chile-hoy.de/politica_actual/000810_beatificacion.htm
 
Por cierto...he abierto este epígrafe, no por estar de acuerdo con todo lo que defiende este autor...obviamente él es católico y yo no lo soy, y el defiende ideas modernistas con las que no estoy de acuerdo, siempre que éstas violen los principios de la Palabra de Dios.



El motivo principal de este epígrafe, es demostrar la enorme brecha que hay en el catolicismo romano, y como la pretendida unidad católica que tantos defienden en este y otros foros, es una falacia....por no decir, el sueño de muchos tridentinos.