Hace cuatro años, perdí a un hijo en un accidente de coche con 13 años. Creí que no lo superaría, incluso mi matrimonio se resintió tanto que acavé separándome. Recuerdo una tarde especialmente triste de nochebuena, mientras hacía la cena para mi y mi hermano, lloraba. De repente llamaron a la puerta, y dos personas predicadores, mujer y hombre, me pidieron pasar y hablarme de Dios. Sentí como si eso mismo hubiera pedido yo sin darme cuenta. Fue muy especial. Pues eso, quería compartirlo.