Te comunico que, faltándome la paciencia para esperar tu respuesta, que no sé si llegará, y habiendo leído tus intervenciones sobre este asunto, me dispongo ahora a contestarte sistemáticamente.
En todo tu alegato contra la vida célibe se observa un modo tendencioso de argumentar que hace que la excepción parezca tener más peso que la regla, cuando es justo al revés. Por ejemplo, parece que en la vida monástica la fornicación estuviera al orden del día (obviando el voto de castidad profesado por el monje), y que, en un alarde usurero, mediante argucias jurídicas basadas en el derecho hereditario, los monasterios se apropiaran de las grandes sumas de bienes de sus miembros (obviando el voto de pobreza de éstos). Algo así no lo afirmó ni el mismo Erasmo, quien, desengañado por la maquinal práctica de la virtud en los cenobios, pero en ningún momento escandalizado por las abominaciones y fraudes que tú denuncias, espetó aquello de "monachatus non est pietas". No se trata pues, de una profesión forzosamente piadosa, mas tampoco es necesariamente impía.
Pero, menudencias retóricas al margen, aportaré, al fin, las autoridades que tanto reclamas. Con ellas espero cerrarte la boca definitivamente y hacer ver a todos, sin posibilidad de duda, hasta qué punto tu feroz ataque está cimentado en la ignorancia y en la desvergüenza. Mucho te hemos tolerado.
SAN PABLO, cuya antigüedad y dignidad esgrimes en favor de tu sucia causa, escribe, en efecto, en la Epístola a Tito (Tit. 1, 5-6):
"Te dejé en Creta para que acabases de ordenar lo que faltaba y constituyeses por las ciudades presbíteros en la forma que te ordené. Que sean irreprochables, maridos de una sola mujer, etc."
Ahora bien, no has reparado en que, muy lejos de reprobar el celibato en el sacerdocio, y muy lejos también, como tú pretendes, de querer establecer la vida conyugal a modo de norma para los obispos, Pablo fija *un mínimo* en el quantum de virtud que se espera de la profesión eclesiástica. Así, el ser "irreprochables, maridos de una sola mujer" no se opone al celibato, sino -a sensu contrario- a ser "REPROBABLES, MARIDOS DE VARIAS MUJERES".
Para que no dé la impresión de que interpreto torcidamente a Pablo, léase su propio testimonio en 1 Cor 7, 33-38:
"El casado ha de cuidarse de las cosas del mundo de cómo agradar a su mujer, y asi está dividido. La mujer no casada y la doncella sólo tienen que preocuparse de las cosas del Señor, de ser santas en cuerpo y en espíritu. Pero la casada ha de preocuparse de las cosas del mundo, de agradar al marido. Esto os lo digo para vuestra conveniencia, no para tenderos un lazo, sino mirando a lo que es decoroso y fomenta el trato asiduo con el Señor sin distracción. Si alguno estima indecoroso para su hija doncella dejar pasar la flor de la edad y que así deba ocurrir, haga lo que quiera; no peca; que la case. Pero el que, firme en su corazón, no necesitado, sino libre y de voluntad, determina guardar virgen a su hija, hace bien. Quien, pues, casa a su hija doncella hace bien, y quien no la casa hace mejor".
Pero, por si esto fuera poco, es una constante en toda la patrística (de la que dudo que seas un buen conocedor, y te hablo como simple aficionado) el situar la virginidad por encima del matrimonio, sin llegar a condenar a éste. A resultas de esta actitud, la Iglesia Católica se colocaba en un justo y sabio medio frente al libertinaje de ciertas herejías gnósticas (carpocratianos, adamitas) y el ascetismo radical de otras (encratitas). El libro III de los Stromata de SAN CLEMENTE DE ALEJANDRÍA es paradigmático en este sentido.
Procedo a continuación a sepultarte en autoridades, dado que pareces reconocer su fuerza y las pides, además, con gran vehemencia.
Escribe SAN JUAN en Apoc. 14,1-5:
"Vi, y he aquí el Cordero, que estaba sobre el monte de Sión, y con El ciento cuarenta y cuatro mil, que llevaban su nombre y el nombre de su Padre escrito en sus frentes, y oí una voz del cielo, como voz de grandes aguas, como voz de gran trueno; y la voz que oí era de citaristas que tocaban sus citaras y cantaban un cántico nuevo delante del trono y de los cuatro vivientes y de los ancianos; y nadie podía aprender el cántico sino los ciento cuarenta y cuatro mil, los que fueron rescatados de la tierra. Estos son los que no se mancharon con mujeres y son vírgenes. Estos son los que siguen al cordero adondequiera que va. Estos fueron rescatados de entre los hombres, como primicias para Dios y para el Cordero, y en su boca no se halló mentira: son inmaculados".
SAN CIPRIANO DE CARTAGO, gloria de la Iglesia primitiva, ordena en Sobre el modo de proceder de las vírgenes (4):
"Quienes se hayan dedicado a Cristo, apartándose de la concupiscencia carnal, se entreguen a Dios tanto en el espíritu como en la carne [...], y que no traten de adornarse ni de agradar a nadie más que a su Señor".
SAN JUAN CRISÓSTOMO, magnífico orador y anacoreta, al que difamas en tu página por declaraciones, sin duda, poco afortunadas, pero abstrayéndolas del resto de su obra y eludiendo la circunstancia histórica en que fueron escritas (propiciando, por consiguiente, falsas asociaciones), sostiene en su Tratado sobre la virginidad (10):
"Quien condena al matrimonio, priva también a la virginidad de su gloria; en cambio, quien lo alaba, hace la virginidad más admirable y luminosa. Lo que parece un bien solamente cuando es comparado con un mal, no es un bien demasiado grande; pero lo que es considerado como algo más excelente que los bienes considerados por todos como tales, es, ciertamente, un gran bien".
SAN AMBROSIO DE MILÁN, uno de los cuatro grandes Padres de Occidente, hombre de acrisolada santidad, escritor inspirado y así reconocido por católicos y protestantes, nos lega lo siguiente en su Tratado sobre las vírgenes (1):
"Su condenación (del matrimonio) llevaría aparejada la de nuestro nacimiento, que no podría ser cosa buena siendo malo su origen. Por eso no van contra él mis alabanzas a la santa virginidad, ni pretendo con ellas alejar del matrimonio a los hombres, sino mostrarles un don precioso, que por ser desconocido de muchas almas tiene pocos devotos en el mundo, al revés del matrimonio, que nadie ignora, buscan muchos y a todos es lícito".
"Buena obra hace la que se casa; pero la que no se casa, hace mejor. Aquélla no peca escogiendo matrimonio, mas la virgen gozará de la eternidad, brillando perpetuamente en la gloria [...]. No condeno a la casada, pero alabo fervorosamente a la virgen".
"Porque sé de no pocas jóvenes que, deseosas de consagrar a Dios su virginidad, no lo consiguieron por estorbárselo sus madres (...), a tales madres dirijo ahora mi discurso y pregunto: ¿no son libres vuestras hijas para amar a los hombres y elegir marido entre ellos, amparándolas la ley en su derecho aun contra vuestra voluntad? Y las que pueden libremente desposarse con un hombre, ¿no han de ser libres para desposarse con Dios?".
"(Dios) amó tanto a esta virtud, que no quiso venir al mundo sino acompañado de ella, naciendo de Madre virgen".
SAN AGUSTÍN DE HIPONA, martillo de herejes, genio de Europa, tercer vértice de la patrística, junto con San Ireneo de Lyon y Orígenes, rubrica en Sobre la santa virginidad (33, 8):
"Puesto que la perpetua continencia, y más aún la virginidad, es un espléndido don de Dios en los santos, preciso es velar con suma vigilancia, no sea que se corrompa con la soberbia. Y cuanto mayor me parece este bien, tanto más temo que traidoramente lo arrebate la soberbia. Ese don de la virginidad nadie lo guarda mejor que Dios, pues El mismo la concedió; y Dios es caridad. Por lo tanto, la guardiana de la virginidad es la caridad, pero el castillo de tal guardia es la humildad".
"La virginidad misma no merece honores por ser virginidad, sino por estar dedicada al Señor [...]. Ni tampoco nosotros elogiamos en las vírgenes el que sean vírgenes, sino el que lo sean con pía continencia por estar consagradas a Dios".
SAN BERNARDO DE CLARAVAL, genio predicador y místico, considerado anacrónicamente por algunos como el último de los Padres, pues le tocaron vivir tiempos de incipiente escolástica, suscribe en sus Homilías sobre la Virgen Madre (1):
"Hermosa es la unión de la virginidad y de la humildad; y no poco agrada a Dios aquella alma en quien la humildad engrandece a la virginidad y la virginidad adorna a la humildad".
Para terminar, reservo las aseveraciones algo más extensas de SAN GREGORIO DE NISA, defensor de la fe ortodoxa y eximio Padre Capadocio, quien en su Tratado sobre la virginidad (3, 22) expone, a propósito del celibato y la condición sacerdotal:
"¡Ojalá me fuese posible también a mí entregarme de este empeño! Con cuánto más entusiasmo me hubiese afanado en este trabajo si, conforme a lo que está escrito, en mi discurso me estuviese esforzando 'con la esperanza de participar de lo arado y de lo trillado'. Ahora, sin embargo, el conocimiento de la belleza de la virginidad resulta, en cierto modo, vano e inútil para mí, como resultan inútiles las mieses para el buey que trilla con bozal, o como, al que tiene sed, el agua que fluye en un lugar escarpado, si es inaccesible".
Y más adelante:
"Dichosos aquéllos en cuyo poder está todavía elegir las cosas mejores y no están separados de ellas como por un muro al haber optado por la vida común como es nuestro caso: estamos separados de la gloria de la virginidad como por un abismo, ya que no se puede volver de nuevo a ella una vez que se ha puesto el pie en la vida mundana. Únicamente somos espectadores de bienes ajenos y testigos de la felicidad de otros. Y si tenemos algún pensamiento acertado sobre la virginidad, nos sucede como a los cocineros y criados: preparan para otros, cuidadosamente, los goces de la mesa de los ricos, sin que ellos tengan parte en las cosas que han preparado. ¡Cuánto mejor sería que esto no fuese así, y no hubiésemos reconocido el bien en una reflexión tardía!".
Para acabar concluyendo:
"Y si alguien quiere investigar con exactitud la diferencia entre esta vida y la virginidad, encontrará que esta diferencia es como la que existe entre las cosas terrenas y las cosas celestiales. Se puede comprobar la verdad de mi afirmación examinando los hechos en sí mismos".
Amigo (Pseudo-)Ireneo, quedas convicto por tus palabras, faltas de toda caridad y decencia, merced a las mismas autoridades en que dices apoyarte. Desde aquí te conmino a contestarme y a aclarar tu posición o, en su defecto, a guardar silencio en lo sucesivo sobre este particular. Descarto, sin embargo, que vayas a disculparte por tus omisiones y adulteraciones de la verdad, pues, como dice el poeta, nadie se hace malísimo -ni buenísimo, podríamos añadir- de golpe.
Daniel.
Foro de filosofía:
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En todo tu alegato contra la vida célibe se observa un modo tendencioso de argumentar que hace que la excepción parezca tener más peso que la regla, cuando es justo al revés. Por ejemplo, parece que en la vida monástica la fornicación estuviera al orden del día (obviando el voto de castidad profesado por el monje), y que, en un alarde usurero, mediante argucias jurídicas basadas en el derecho hereditario, los monasterios se apropiaran de las grandes sumas de bienes de sus miembros (obviando el voto de pobreza de éstos). Algo así no lo afirmó ni el mismo Erasmo, quien, desengañado por la maquinal práctica de la virtud en los cenobios, pero en ningún momento escandalizado por las abominaciones y fraudes que tú denuncias, espetó aquello de "monachatus non est pietas". No se trata pues, de una profesión forzosamente piadosa, mas tampoco es necesariamente impía.
Pero, menudencias retóricas al margen, aportaré, al fin, las autoridades que tanto reclamas. Con ellas espero cerrarte la boca definitivamente y hacer ver a todos, sin posibilidad de duda, hasta qué punto tu feroz ataque está cimentado en la ignorancia y en la desvergüenza. Mucho te hemos tolerado.
SAN PABLO, cuya antigüedad y dignidad esgrimes en favor de tu sucia causa, escribe, en efecto, en la Epístola a Tito (Tit. 1, 5-6):
"Te dejé en Creta para que acabases de ordenar lo que faltaba y constituyeses por las ciudades presbíteros en la forma que te ordené. Que sean irreprochables, maridos de una sola mujer, etc."
Ahora bien, no has reparado en que, muy lejos de reprobar el celibato en el sacerdocio, y muy lejos también, como tú pretendes, de querer establecer la vida conyugal a modo de norma para los obispos, Pablo fija *un mínimo* en el quantum de virtud que se espera de la profesión eclesiástica. Así, el ser "irreprochables, maridos de una sola mujer" no se opone al celibato, sino -a sensu contrario- a ser "REPROBABLES, MARIDOS DE VARIAS MUJERES".
Para que no dé la impresión de que interpreto torcidamente a Pablo, léase su propio testimonio en 1 Cor 7, 33-38:
"El casado ha de cuidarse de las cosas del mundo de cómo agradar a su mujer, y asi está dividido. La mujer no casada y la doncella sólo tienen que preocuparse de las cosas del Señor, de ser santas en cuerpo y en espíritu. Pero la casada ha de preocuparse de las cosas del mundo, de agradar al marido. Esto os lo digo para vuestra conveniencia, no para tenderos un lazo, sino mirando a lo que es decoroso y fomenta el trato asiduo con el Señor sin distracción. Si alguno estima indecoroso para su hija doncella dejar pasar la flor de la edad y que así deba ocurrir, haga lo que quiera; no peca; que la case. Pero el que, firme en su corazón, no necesitado, sino libre y de voluntad, determina guardar virgen a su hija, hace bien. Quien, pues, casa a su hija doncella hace bien, y quien no la casa hace mejor".
Pero, por si esto fuera poco, es una constante en toda la patrística (de la que dudo que seas un buen conocedor, y te hablo como simple aficionado) el situar la virginidad por encima del matrimonio, sin llegar a condenar a éste. A resultas de esta actitud, la Iglesia Católica se colocaba en un justo y sabio medio frente al libertinaje de ciertas herejías gnósticas (carpocratianos, adamitas) y el ascetismo radical de otras (encratitas). El libro III de los Stromata de SAN CLEMENTE DE ALEJANDRÍA es paradigmático en este sentido.
Procedo a continuación a sepultarte en autoridades, dado que pareces reconocer su fuerza y las pides, además, con gran vehemencia.
Escribe SAN JUAN en Apoc. 14,1-5:
"Vi, y he aquí el Cordero, que estaba sobre el monte de Sión, y con El ciento cuarenta y cuatro mil, que llevaban su nombre y el nombre de su Padre escrito en sus frentes, y oí una voz del cielo, como voz de grandes aguas, como voz de gran trueno; y la voz que oí era de citaristas que tocaban sus citaras y cantaban un cántico nuevo delante del trono y de los cuatro vivientes y de los ancianos; y nadie podía aprender el cántico sino los ciento cuarenta y cuatro mil, los que fueron rescatados de la tierra. Estos son los que no se mancharon con mujeres y son vírgenes. Estos son los que siguen al cordero adondequiera que va. Estos fueron rescatados de entre los hombres, como primicias para Dios y para el Cordero, y en su boca no se halló mentira: son inmaculados".
SAN CIPRIANO DE CARTAGO, gloria de la Iglesia primitiva, ordena en Sobre el modo de proceder de las vírgenes (4):
"Quienes se hayan dedicado a Cristo, apartándose de la concupiscencia carnal, se entreguen a Dios tanto en el espíritu como en la carne [...], y que no traten de adornarse ni de agradar a nadie más que a su Señor".
SAN JUAN CRISÓSTOMO, magnífico orador y anacoreta, al que difamas en tu página por declaraciones, sin duda, poco afortunadas, pero abstrayéndolas del resto de su obra y eludiendo la circunstancia histórica en que fueron escritas (propiciando, por consiguiente, falsas asociaciones), sostiene en su Tratado sobre la virginidad (10):
"Quien condena al matrimonio, priva también a la virginidad de su gloria; en cambio, quien lo alaba, hace la virginidad más admirable y luminosa. Lo que parece un bien solamente cuando es comparado con un mal, no es un bien demasiado grande; pero lo que es considerado como algo más excelente que los bienes considerados por todos como tales, es, ciertamente, un gran bien".
SAN AMBROSIO DE MILÁN, uno de los cuatro grandes Padres de Occidente, hombre de acrisolada santidad, escritor inspirado y así reconocido por católicos y protestantes, nos lega lo siguiente en su Tratado sobre las vírgenes (1):
"Su condenación (del matrimonio) llevaría aparejada la de nuestro nacimiento, que no podría ser cosa buena siendo malo su origen. Por eso no van contra él mis alabanzas a la santa virginidad, ni pretendo con ellas alejar del matrimonio a los hombres, sino mostrarles un don precioso, que por ser desconocido de muchas almas tiene pocos devotos en el mundo, al revés del matrimonio, que nadie ignora, buscan muchos y a todos es lícito".
"Buena obra hace la que se casa; pero la que no se casa, hace mejor. Aquélla no peca escogiendo matrimonio, mas la virgen gozará de la eternidad, brillando perpetuamente en la gloria [...]. No condeno a la casada, pero alabo fervorosamente a la virgen".
"Porque sé de no pocas jóvenes que, deseosas de consagrar a Dios su virginidad, no lo consiguieron por estorbárselo sus madres (...), a tales madres dirijo ahora mi discurso y pregunto: ¿no son libres vuestras hijas para amar a los hombres y elegir marido entre ellos, amparándolas la ley en su derecho aun contra vuestra voluntad? Y las que pueden libremente desposarse con un hombre, ¿no han de ser libres para desposarse con Dios?".
"(Dios) amó tanto a esta virtud, que no quiso venir al mundo sino acompañado de ella, naciendo de Madre virgen".
SAN AGUSTÍN DE HIPONA, martillo de herejes, genio de Europa, tercer vértice de la patrística, junto con San Ireneo de Lyon y Orígenes, rubrica en Sobre la santa virginidad (33, 8):
"Puesto que la perpetua continencia, y más aún la virginidad, es un espléndido don de Dios en los santos, preciso es velar con suma vigilancia, no sea que se corrompa con la soberbia. Y cuanto mayor me parece este bien, tanto más temo que traidoramente lo arrebate la soberbia. Ese don de la virginidad nadie lo guarda mejor que Dios, pues El mismo la concedió; y Dios es caridad. Por lo tanto, la guardiana de la virginidad es la caridad, pero el castillo de tal guardia es la humildad".
"La virginidad misma no merece honores por ser virginidad, sino por estar dedicada al Señor [...]. Ni tampoco nosotros elogiamos en las vírgenes el que sean vírgenes, sino el que lo sean con pía continencia por estar consagradas a Dios".
SAN BERNARDO DE CLARAVAL, genio predicador y místico, considerado anacrónicamente por algunos como el último de los Padres, pues le tocaron vivir tiempos de incipiente escolástica, suscribe en sus Homilías sobre la Virgen Madre (1):
"Hermosa es la unión de la virginidad y de la humildad; y no poco agrada a Dios aquella alma en quien la humildad engrandece a la virginidad y la virginidad adorna a la humildad".
Para terminar, reservo las aseveraciones algo más extensas de SAN GREGORIO DE NISA, defensor de la fe ortodoxa y eximio Padre Capadocio, quien en su Tratado sobre la virginidad (3, 22) expone, a propósito del celibato y la condición sacerdotal:
"¡Ojalá me fuese posible también a mí entregarme de este empeño! Con cuánto más entusiasmo me hubiese afanado en este trabajo si, conforme a lo que está escrito, en mi discurso me estuviese esforzando 'con la esperanza de participar de lo arado y de lo trillado'. Ahora, sin embargo, el conocimiento de la belleza de la virginidad resulta, en cierto modo, vano e inútil para mí, como resultan inútiles las mieses para el buey que trilla con bozal, o como, al que tiene sed, el agua que fluye en un lugar escarpado, si es inaccesible".
Y más adelante:
"Dichosos aquéllos en cuyo poder está todavía elegir las cosas mejores y no están separados de ellas como por un muro al haber optado por la vida común como es nuestro caso: estamos separados de la gloria de la virginidad como por un abismo, ya que no se puede volver de nuevo a ella una vez que se ha puesto el pie en la vida mundana. Únicamente somos espectadores de bienes ajenos y testigos de la felicidad de otros. Y si tenemos algún pensamiento acertado sobre la virginidad, nos sucede como a los cocineros y criados: preparan para otros, cuidadosamente, los goces de la mesa de los ricos, sin que ellos tengan parte en las cosas que han preparado. ¡Cuánto mejor sería que esto no fuese así, y no hubiésemos reconocido el bien en una reflexión tardía!".
Para acabar concluyendo:
"Y si alguien quiere investigar con exactitud la diferencia entre esta vida y la virginidad, encontrará que esta diferencia es como la que existe entre las cosas terrenas y las cosas celestiales. Se puede comprobar la verdad de mi afirmación examinando los hechos en sí mismos".
Amigo (Pseudo-)Ireneo, quedas convicto por tus palabras, faltas de toda caridad y decencia, merced a las mismas autoridades en que dices apoyarte. Desde aquí te conmino a contestarme y a aclarar tu posición o, en su defecto, a guardar silencio en lo sucesivo sobre este particular. Descarto, sin embargo, que vayas a disculparte por tus omisiones y adulteraciones de la verdad, pues, como dice el poeta, nadie se hace malísimo -ni buenísimo, podríamos añadir- de golpe.
Daniel.
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