Ser cristiano no es asistir a un evento en un edificio; es pertenecer a una familia viva llamada cuerpo de Cristo, donde cada miembro tiene un lugar y una función. “Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular” 1 Corintios 12:27.
No se trata de admirar a un personaje histórico, sino de reconocer que Jesús es Dios hecho hombre, que tomó nuestro lugar y venció la muerte para darnos vida eterna. “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados” Isaías 53:5 y “Yo soy la resurrección y la vida” Juan 11:25.
Un verdadero seguidor no solo busca un “Salvador” para momentos de crisis, sino que se encuentra a Jesús como Señor sobre todas las áreas de su vida.
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz cada día, y sígame” Lucas 9:23.
En el proceso de discipulado, muchos empiezan a ver la Biblia como un simple código de ética o un libro antiguo sin relevancia. Viven cansados, tratando de “ser buenos” en sus fuerzas, sin experimentar el descanso que Jesús ofrece.
Hasta que, al comprender la obra del Espíritu Santo, dejan de luchar solos y empiezan a ver un cambio real en su carácter. “Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” Filipenses 2:13.
La Biblia deja de ser un libro cerrado y se convierte en un espejo que muestra quiénes son y hacia dónde Dios quiere llevarlos Santiago 1:23–24.
“Al observar tu vida durante la última semana, ¿hubo alguna acción concreta que demostrara que realmente crees lo que dices, o tu fe se quedó solo en el conocimiento intelectual?”. “La fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma” Santiago 2:17.
Así también, el creyente necesita estar conectado a la Iglesia y depender del Espíritu Santo para vivir la fe de forma práctica.