Un año más celebramos la Semana Santa, el acontecimiento siempre actual de la pasión, muerte y resurrección de Jesús.
Se inicia con el domingo de Ramos agitando palmas y ramos de olivo gritando “hosanna” y culmina con su dolorosa pasión donde al final es condenado a muerte a pesar de ser inocente, mientras gritamos “crucíficalo”.
Comienzan estos dias con los mismos espectadores indiferentes con los que se lavan las manos siempre; con los cobardes que afirman no conocer a Cristo; con los verdugos y sus mismos látigos y reglamentos. Y enfrente la misma víctima dolorida, infinitamente paciente y llena de amor y de perdón que dirige a todos su mirada de interrogación, de ternura… de espera.
Y de la misma forma se siguen distribuyendo el resto de los papeles para interpretar esta tragedia de un drama que comienza de nuevo; ¿Quién interpreta a Simón de Cirene? ¿Quién quiere ser Judas? ¿Quién va a interpretar al centurión romano que observa a Jesús cara a cara y en el momento de expirar el crucificado dice “verdaderamente este hombre eral Hijo de Dios? y ¿Quién quiere el papel de Pilato que le condena a muerte
Por todo ello la Pasión, bajo mi humilde manera de pensar, no basta con leerla en el texto evangélico; hay que meditarla, asimilarla y encarnarla en nuestra propia vida intentando comprender las acciones de los principales protagonistas.
Por una parte se encuentra Jesús nacido en un sucio establo. Desafió todas las leyes de la vida y murió desafiando todas las leyes de la muerte y sin embargo ningún milagro fue tan inexplicable como su propia vida.
No poseía campos de trigo ni picisfactorías, pero preparó una mesa para cinco mil personas y aún le sobraron panes y peces. No pisó alfombras pero anduvo sobre las aguas y éstas le sostuvieron.
Su crucifixión fue el mayor delito de la humanidad pero, desde el punto de vista de Dios, no había otro precio para la redención.
Cuando murió, unas pocas personas llevaron luto por Él más Dios cubrió el cielo con un crespon negro.
Los que le mataron no temblaron por lo que habían hecho, pero la tierra misma tembló a sus pies.
Por su resurrección tenemos la seguridad de que si creemos en él, nosostros tendremos vida después de la muerte.
El pecado nunca le tocó. La corrupción no pudo consumir su cuerpo; la tierra que se enrojeció con su sangre no pudo reclamar sus cenizas.
Durante años predicó la buena nueva. No escribió nunca ningún libro, no construyó ningún templo y no tuvo dinero que le respaldara. Sin embargo después de dos mi años, es aún el personaje más importante de la historia humana; el eje alrededor del cual giran los acontecimientos de todos los tiempo y el único redentor de la raza humana.
El era Cristo y hoy su mensaje de vida eterna sigue vigente como hace 2.000 años.
Todo esto me hace recordar a aquel joven que no podía más con sus problemas y un buen día se lamentaba de rodillas en la iglesia rogando: Señor no puedo seguirte porque mi cruz es demasiado pesada.
Al instante oyó en su interior una voz que le decía: “Hijo mio, si no puedes llevar el peso de tu cruz, guárdala dentro de esa habitación situada frente a ti y escoges la cruz que quieras.
El joven suspiró aliviado y entró en ese lugar que la voz interior le había indicado. Allí se encontró muchas cruces, algunas tan grandes que le impedían ver la parte de arriba. A continuación observó una cruz pequeña apoyada en un extremo de la pared. Señor, asintió el joven, desearía llevar esta que se encuentra en este pequeño rincón; la voz interior le contestó: “Hijo mío, esta es la cruz que acabas de dejar”.
Así las cosas lo importante será buscar a ese Jesús crucificado y aceptadle, para que nuestra vida cambie con la seguridad de que le enontraremos en nuestro camino para con todas nuestras fuerzas entonad el “HOSANNA” desechando el “CRUCIFICALO”.
Se inicia con el domingo de Ramos agitando palmas y ramos de olivo gritando “hosanna” y culmina con su dolorosa pasión donde al final es condenado a muerte a pesar de ser inocente, mientras gritamos “crucíficalo”.
Comienzan estos dias con los mismos espectadores indiferentes con los que se lavan las manos siempre; con los cobardes que afirman no conocer a Cristo; con los verdugos y sus mismos látigos y reglamentos. Y enfrente la misma víctima dolorida, infinitamente paciente y llena de amor y de perdón que dirige a todos su mirada de interrogación, de ternura… de espera.
Y de la misma forma se siguen distribuyendo el resto de los papeles para interpretar esta tragedia de un drama que comienza de nuevo; ¿Quién interpreta a Simón de Cirene? ¿Quién quiere ser Judas? ¿Quién va a interpretar al centurión romano que observa a Jesús cara a cara y en el momento de expirar el crucificado dice “verdaderamente este hombre eral Hijo de Dios? y ¿Quién quiere el papel de Pilato que le condena a muerte
Por todo ello la Pasión, bajo mi humilde manera de pensar, no basta con leerla en el texto evangélico; hay que meditarla, asimilarla y encarnarla en nuestra propia vida intentando comprender las acciones de los principales protagonistas.
Por una parte se encuentra Jesús nacido en un sucio establo. Desafió todas las leyes de la vida y murió desafiando todas las leyes de la muerte y sin embargo ningún milagro fue tan inexplicable como su propia vida.
No poseía campos de trigo ni picisfactorías, pero preparó una mesa para cinco mil personas y aún le sobraron panes y peces. No pisó alfombras pero anduvo sobre las aguas y éstas le sostuvieron.
Su crucifixión fue el mayor delito de la humanidad pero, desde el punto de vista de Dios, no había otro precio para la redención.
Cuando murió, unas pocas personas llevaron luto por Él más Dios cubrió el cielo con un crespon negro.
Los que le mataron no temblaron por lo que habían hecho, pero la tierra misma tembló a sus pies.
Por su resurrección tenemos la seguridad de que si creemos en él, nosostros tendremos vida después de la muerte.
El pecado nunca le tocó. La corrupción no pudo consumir su cuerpo; la tierra que se enrojeció con su sangre no pudo reclamar sus cenizas.
Durante años predicó la buena nueva. No escribió nunca ningún libro, no construyó ningún templo y no tuvo dinero que le respaldara. Sin embargo después de dos mi años, es aún el personaje más importante de la historia humana; el eje alrededor del cual giran los acontecimientos de todos los tiempo y el único redentor de la raza humana.
El era Cristo y hoy su mensaje de vida eterna sigue vigente como hace 2.000 años.
Todo esto me hace recordar a aquel joven que no podía más con sus problemas y un buen día se lamentaba de rodillas en la iglesia rogando: Señor no puedo seguirte porque mi cruz es demasiado pesada.
Al instante oyó en su interior una voz que le decía: “Hijo mio, si no puedes llevar el peso de tu cruz, guárdala dentro de esa habitación situada frente a ti y escoges la cruz que quieras.
El joven suspiró aliviado y entró en ese lugar que la voz interior le había indicado. Allí se encontró muchas cruces, algunas tan grandes que le impedían ver la parte de arriba. A continuación observó una cruz pequeña apoyada en un extremo de la pared. Señor, asintió el joven, desearía llevar esta que se encuentra en este pequeño rincón; la voz interior le contestó: “Hijo mío, esta es la cruz que acabas de dejar”.
Así las cosas lo importante será buscar a ese Jesús crucificado y aceptadle, para que nuestra vida cambie con la seguridad de que le enontraremos en nuestro camino para con todas nuestras fuerzas entonad el “HOSANNA” desechando el “CRUCIFICALO”.