¿Cuánto tiempo debo capacitarme?

9 Enero 2007
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¿Cuánto tiempo debo capacitarme?

Muchos hoy creen lo siguiente: “El regreso de Cristo está pronto, por lo tanto no debo perder mucho tiempo capacitándome”. Lo cierto es que esta creencia estuvo presente en todas las épocas de la iglesia cristiana.

En los tiempos de Pablo, en especial, cuando leemos sus cartas a los Tesalonicenses, podemos ver que muchos cristianos ya no querían trabajar porque creían que el regreso de Cristo era inminente.
La verdad del asunto es que los siglos transcurrieron y Jesús todavía no ha regresado. El hecho de que como cristianos creamos en la segunda venida de Cristo, no debe justificar nuestra pereza de trabajar, estudiar y hacer todo lo que está a nuestro alcance en todos los aspectos de nuestra vida, con excelencia.
Recordemos que toda ofrenda en el Antiguo Testamento a Jehová debía ser sin defecto (Números 6:14).
Dios invirtió mucho tiempo en preparar a su gente.
Por ejemplo, Dios invirtió veinte años en la vida de José, luego que fue vendido como esclavo en Egipto, para capacitarlo, hasta que finalmente llegó a ser el gobernador de Egipto. En el caso de Moisés, Dios invirtió ochenta años para usarlo solamente otros cuarenta.
En los primeros cuarenta años Moisés recibió la mejor educación posible sobre liderazgo, y en los siguientes cuarenta años Moisés aprendió todo lo relacionado a la supervivencia en el desierto y al cuidado de un rebaño.
En el caso de David, Dios invirtió casi cuarenta años para luego utilizarlo como rey. En el caso de Pablo, además de sus años a los pies de Gamaliel, Dios lo preparó luego de su conversión por varios años –algunos piensan que fueron catorce hasta que llegó a ser el gran apóstol. Juan el Bautista tuvo treinta años de formación para ser usado únicamente durante seis meses. Y de esa manera podríamos citar a muchas personas más que pasaron por la escuela de Dios.

Una de las mejores cosas que podemos hacer con nuestros niños y adolescentes, es proyectar en ellos sueños grandes para la gloria de Dios, en todas las áreas de la vida, y hacerles entender que el costo de algo que vale es grande y que por la gracia de Dios pueden alcanzarlo.
Necesitamos estar convencidos y transmitir esa convicción de que no son meramente sueños los sueños que se sueñan de rodillas. Necesitamos impregnar en ellos que traten de alcanzar las estrellas, aunque luego solo lleguen a la Luna. Pero de no haberse apuntado a las estrellas no habrían llegado a la Luna.

La sociedad hoy día presiona para lograr cambios en poco tiempo y, lamentablemente, en el ambiente cristiano seguimos los mismos principios. Hoy podemos encontrar iglesias o instituciones que entregan diplomas hasta casi por asistir a las reuniones. Hemos llegado a un nivel en donde algunos líderes llegan a decir: “Basta de doctrina, lo que importa es la experiencia”, cuando en la perspectiva de Dios ambas cosas son válidas. Si leemos las Cartas Pastorales veremos un fuerte énfasis en enseñar la buena doctrina y la práctica de la fe como elementos complementarios pero inseparables.
De modo entonces que, ¿cuanto tiempo debemos capacitarnos? La respuesta es que toda nuestra vida debe ser una experiencia de capacitación. Nunca terminaremos de aprender todo lo que vivimos.
Es bueno que luego de unos años de estudio formal trabajemos en el ministerio y que luego de unos años de ministerio volvamos a las aulas para un estudio formal, para actualizarnos, para despertar nuestras neuronas y adquirir nuevas herramientas que nos servirán en el desarrollo de nuestro ministerio.

Tiempo atrás en un noticiero de Buenos Aires entrevistaron a un hombre de ochenta años, quien a esa edad se graduó de abogado, sumando a sus ya tres títulos universitarios, un cuarto.
Ahora, si la gente del mundo está dispuesta a invertir sus años en una buena capacitación, ¡cuánto más nosotros los cristianos deberíamos hacerlo! Los libros no muerden, el estudio no apaga la fe, sino que establece nuestra fe sobre bases sólidas. Necesitamos, como dice uno de los cánticos del siervo sufriente, tener oídos de discípulos para cada día ser instruidos (ver Isaías 50:4-7).
La peor cosa que puede hacer un líder cristiano es creer que ya se las sabe todas y que no necesita aprender más. La vida cristiana es la única carrera en la cual, o crecemos o decrecemos, no hay posibilidades de estancamiento.

Si tiene a su alcance cursar materias, lograr metas, no importa su edad, debe hacerlo. La iglesia de Cristo, hoy más que nunca, necesita de hombres y mujeres capaces para esta batalla final.
Tenemos dos maneras de servir a Dios: con excelencia o con mediocridad, pero la verdad es que Dios ama y exige la excelencia y siempre ha detestado los animales enfermos que el pueblo le ofrecía en sacrificio.
Él esperaba y sigue esperando lo mejor de nosotros y lo mejor no siempre viene enlatado ni es instantáneo.
Dios te Bendiga Hermano [a]