Cuando Dios se esconde

18 Noviembre 1998
12.218
23
blogs.periodistadigital.com
Cuando Dios se esconde

La revelación es manifestación y ocultamiento. Acercándose a nosotros, Dios se esconde: “Pastor o mago, nadie puede alcanzar a Dios aquí abajo sino arrodillándose ante el pesebre de Belén y adorando a Dios escondido en la debilidad de un niño” (Catecismo de la Iglesia Católica, 563).

Esta discreción divina a veces nos desconcierta e irrita. ¿No mora, acaso, un ateo, agazapado en algún rincón del alma? Nos gustaría que Dios compareciese, llamado a juicio por nosotros mismos. Como Hanson, quisiéramos a veces que, en lugar de la revelación oculta del Niño de Belén, irrumpiese públicamente un Júpiter tonante, que, con la ciega evidencia de su visibilidad, nos dispensase de la fe, de la ardua obediencia de creer.

¿No hay un resto de ese “empirismo a lo divino” en el gusto excesivo por lo extraordinario, por las apariciones, por el “ver y tocar” en detrimento de la escucha? Es verdad que Dios no se ha olvidado de nuestros sentidos. Nos ha dejado – y nos deja – oír y ver, contemplar y palpar (cf 1 Juan 1, 1), pero esta convocatoria de los sentidos no exime de creer ni anula nuestra libertad; todos, como Tomás, hemos de cumplir en primera persona el tránsito de la fe (cf Juan 20, 29).

Arrodillarse y adorar a Dios escondido. De entre las vías que llevan a Dios, emerge el camino de la humildad; ese conocimiento tan razonable y realista que nos hace saber lo que somos, lejos de toda máscara y artificio. Después de todas las preguntas, o incluso antes de ellas, arrodillarse y adorar, sin pretender sonsacar, con el celo de un fiscal, los secretos de Dios, sino enmudeciendo nosotros ante la presencia escondida de Aquel que es siempre mayor.

Los pastores y los magos no precisaron de nada más que de la debilidad de aquel Niño. Allí, en el pesebre, estaba la Luz, la Verdad, la Vida. Allí estaba María, la Inmaculada que no mancha el silencio, y José, el hombre de los sueños que dejan hablar a Dios.

La debilidad de Belén es la debilidad del Calvario, la de Getsemaní, la del Cenáculo; la de los treinta años en el anonimato de Nazaret; la poderosa impotencia del acatamiento. Es la debilidad del creyente, casi indefenso ante el asedio de quienes, hasta agazapados en los rincones del alma, no quieren conformarse con Jesús y añoran a Júpiter.

Guillermo Juan Morado.


Fuente: http://blogs.periodistadigital.com/predicareneldesierto.php/2006/08/24/title_926
 
Re: Cuando Dios se esconde

Luís Fernando: en lo que compartes en esta ocasión, se puede entrever lo que supone la obra profunda de la cruz. Una de los estados que más cuesta aceptar y entregar ante Dios, es decir, el vacío, el sin nada, el presentarse ante él por nada a cambio, sin un estado dado.

No quiero expresar más, aquí lo dejo, pero en verdad te digo, que cuando uno y por la gracia de Dios, empieza a entender y aceptar que ante Él, nada sirve, sino todo lo contrario, que la verdadera adoración llega cuando se logra un estado tal, que sin condición alguna y por nada a cambio, se está en su presencia en amor verdadero, el Suyo, el que Él nos ha dado por nada a cambio.

A día de hoy, y con infinidad de aspectos de mi vida que aun necesitan de ser entregados a Dios para poderle gloriar, el que más aprecio, el que más le pido, el que en verdad me está suponiendo verdadera entrega y esfuerzo, es el estar en su presencia sin nada, tan siquiera lo puesto, por nada...

En fin, que Dios nos bendiga en su Santa presencia.