

PRÓLOGO: CUANDO LOS REYES SALEN A GUERRA... PERO UNO SE QUEDA
Era primavera.
La estación en que los reyes se ajustan la armadura, enfilan a su ejército y marchan con honor al frente de batalla. Pero esta vez, David no fue.
Envió a Joab, a sus valientes, y a todo Israel.
Él... se quedó en Jerusalén.
No fue el cansancio lo que lo detuvo, sino una pausa peligrosa en el alma de un guerrero. Porque cuando el cuerpo está en reposo, pero el corazón se adormece, el enemigo no necesita espadas para vencer.
CAPÍTULO I: EL VIGÍA QUE MIRÓ DEMÁS
Una tarde tibia y tardía, David se levantó de su cama.
Caminó por el terrado del palacio, como quien busca aire… pero encuentra tentación.
Allí, la vio.
Una mujer hermosa. Desnuda. Inocente, bañándose.
Su nombre: Betsabé, hija de Eliam.
Pero había un detalle que no debía ignorar: era esposa de Urías, el heteo.
David no preguntó más. Mandó por ella.
La tomó. Durmió con ella.
Y luego… ella volvió a casa, pensando quizás que todo había terminado.
No lo estaba.
Días después, un mensaje llegó al palacio:

CAPÍTULO II: EL REY, EL SOLDADO Y LA CULPA QUE NO DUERME
David tenía un plan.
Llamó a Urías desde el campo de batalla.
Lo recibió cordialmente, le habló de la guerra, de Joab, de todo… menos de lo que debía.
Luego lo animó a ir a su casa, a descansar, a lavar sus pies.
Hasta le envió comida real.
Pero Urías… no fue.
Durmió a la puerta del palacio.
Cuando David preguntó por qué, su respuesta fue más recta que una espada:
“El arca, Israel y Judá están en tiendas; mis compañeros en el campo...
¿Y yo habría de dormir con mi esposa?
¡Vive tu alma que no haré tal cosa!”
David insistió.
Lo invitó a cenar. Le dio de beber. Lo embriagó.
Pero ni borracho perdió el honor: no bajó a su casa.
CAPÍTULO III: LA CARTA QUE LLEVABA LA MUERTE
Al amanecer, David escribió una carta.

Y abandonadlo para que muera."
La cerró.
La selló.
Y la entregó a Urías... quien la llevó sin saber que cargaba su propia sentencia de muerte.
Joab obedeció.
Puso a Urías en el lugar más peligroso, donde sabía que los enemigos no perdonaban.
Y sucedió lo inevitable:
Urías cayó.
Y con él, cayó también parte del alma de David.
CAPÍTULO IV: LA NOTICIA, LA MENTIRA Y EL LUTO
Joab envió un mensajero.
David escuchó que la batalla había sido dura, que murieron soldados...
Y que entre ellos estaba “su siervo Urías”.
Sin pestañear, David respondió:
“No tengas pesar de esto. Así es la guerra...”
Betsabé lloró. Hizo duelo.
Pero cuando terminó el luto, David la llevó a su casa y la hizo su esposa.
Le dio un hijo.
Y así, parecía que todo quedaba bajo control.
EPÍLOGO: PERO DIOS VIO...
El texto no termina con una nota gloriosa.
No dice que el reino prosperó.
No dice que David se sintió feliz.
Solo dice:
“Mas esto que David había hecho, fue desagradable a los ojos del SEÑOR.”

Pero no puedes ocultarte del Dios que mira los corazones.
REFLEXIÓN FINAL: EL PRECIO DEL DESEO

cometió uno de los actos más oscuros de su vida...
no con espada, sino con poder, silencio y conveniencia.
Esta crónica de una muerte anunciada no solo expone la caída de un hombre justo,
sino también la misericordia futura de un Dios que no desecha a los que caen...
pero sí confronta a quienes ocultan su culpa tras el trono.
Preguntas para el alma:
- ¿En qué momentos te has quedado en Jerusalén cuando debías estar en batalla?
- ¿Qué decisiones has tomado desde la comodidad que podrían tener consecuencias eternas?
- ¿Qué carta escrita en secreto necesita ser confesada ante Dios hoy?