Cristianismo y Tiempo
El cristianismo, como cualquier otra religión monoteísta se caracteriza por la tensión entre lo abstracto y lo concreto, entre la Palabra y el mundo, o entre la Forma y la materia. Es característica del cristianismo, sobre todo primitivo, la esperanza del fin del mundo, la espera de una catarsis apocalíptica es una forma de negación del mundo, se le niega su realidad (en tanto que el mundo, cree el cristianismo) pasajero y contingente, mientras que lo celestial es eterno y necesario.
La negación del mundo implica también la hostilidad hacia el Tiempo, en tanto que el cambio o contingencia del mundo es inexplicable sin el Tiempo, se muestra esta hostilidad mediante el énfasis en la purgación de los pecados, el morir y nacer de nuevo, y en general en todo mito o ritual que implique la muerte y resurrección. Esta muerte y resurrección, sea mediante el bautismo o mediante la conversión, llamada también la “aceptación de Jesús” hace énfasis en la futilidad del Tiempo, pues la purga de los pecados es la purga de la memoria, en última instancia, del Tiempo.
Algo semejante implica el mito del diluvio, la idea de que el mundo es destruido y renovado mediante agua hace referencia a la destrucción de la memoria, la destrucción de los pecados, pero a la vez es una hostilidad hacia el Tiempo al negar su importancia en el mundo, es decir, que el Tiempo puede ser borrado y reiniciado mediante el diluvio, o mediante la conversión, o finalmente, mediante el Apocalipsis.
Es debida a la tensión entre el ser y el deber ser, entre el mundo y la realidad celestial, o entre lo abstracto y lo concreto, que se pueden encontrar dos tipos de cristianismo, o mejor dicho, dos perspectivas con respecto al cristianismo, el que niega al mundo, y el que acepta al mundo al infundirle una cierta dignidad. Por un lado está el protestantismo, cualquier denominación cristiana no-católica que no añada nuevos profetas o nuevas revelaciones, su característica es la ausencia de tiempo, cuando un individuo se convierte al cristianismo, se convierte al mismo cristianismo que ha existido desde siempre, o al menos eso creen, es decir, que no poseen una tradición.
El protestante, en resumen, no posee tradición, y por ende no tiene Tiempo, la versión protestante del cristianismo es carente de Tiempo, negadora de contextos en ese sentido, y es el mismo protestantismo, por ejemplo evangélico, hoy que hace poco menos de dos mil años.
El catolicismo en cambio no posee la misma hostilidad hacia el Tiempo, o hacia el mundo, pues concibe que exista una tradición sagrada, y de hecho todos los rituales católicos descendientes de la tradición poseen una fuerte connotación de “tiempo sagrado”. El que acepte una tradición como fuente de cristianismo indica que no considera al mundo como absolutamente perverso, que es el error de los gnósticos y maniqueos, sino que permite cierta importancia, o necesidad al mundo, y mediante sus rituales, como los de cuaresma y pascua, detrás de esos rituales existe la idea de que ese tiempo es cualitativamente distinto a cualquier otro tiempo, que posee la cualidad de participar de Dios de una manera especial.
Es por esta aceptación del Tiempo, mediante la tradición, que el catolicismo no puede prescindir de sus rituales, instaurados no desde la Biblia, sino desde el Tiempo, desde el mundo, haciendo así al Tiempo parte de la revelación divina, incluyendo al mundo en esta revelación.
Es por esta inclusión del Tiempo dentro del marco de la revelación que el catolicismo no exalta el sentimiento apocalíptico del cristianismo primitivo, y del protestantismo moderno, ya que no concibe a la totalidad del Tiempo (o mundo) como nefasto o contrario a la esfera de lo divino. En cambio el protestantismo moderno es propenso a exagerar el sentimiento apocalíptico, hasta hacer columna dorsal de la fe a un evento que habría de destruir al mundo, la morbosa espera por el “rapto” que existe en algunas esferas del cristianismo contemporáneo, que no es sino la esperanza por un genocidio masivo perpetrado por Dios, se debe a la exclusión del mundo, o Tiempo, de la revelación.
Le negación del mundo es fortalece la alienación que permite la permanencia de una doctrina religiosa, pero a la vez tiende a exagerar hasta el fanatismo, mientras que la inclusión del Tiempo y aceptación del mundo como parte del plan divino no puede sino acelerar la entropía, en tanto que la aceptación del mundo y el Tiempo implica a su vez, no solo la idea de que el Tiempo o mundo cumple un papel dentro del plan divino (más allá de simplemente destruirse), sino también que abre al individuo a otras perspectivas del Tiempo y del mundo, pues no es tan sencillo por un lado informar al creyente que el Tiempo y el Mundo no son en sí mismos perversos, pero a la vez obligarle a aceptar únicamente la perspectiva católica o cristiana del Tiempo. De un modo u otro, la tensión entre la Forma y el contenido, o mejor dicho, la visión dualista de Divino versus mundano no puede sino llevar al nihilismo profetizado ya por Nietzsche, de la mera adoración de la Forma y la negación del contenido.