Con el Tercer milenio una Nueva Era comienza...

30 Noviembre 1998
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Hemos venido escuchando diversas voces frente al nuevo milenio durante los cinco últimos años. Sin duda se agudizarán en este penúltimo año de nuestro siglo veinte. Algunos auguran un futuro prometedor para la humanidad, gracias a los avances de la tecnología y a los acuerdos alcanzados sobre el respeto a los derechos humanos. Otros, por el contrario, se sumergen en actitudes pesimistas y aguardan con pavor la irrupción de algún evento catastrófico. Para unos pocos, el nuevo milenio no trae nada de importante, simplemente es otro cambio de fecha.
A los cristianos el nuevo milenio no nos puede dejar indiferentes. No es una celebración triunfalista que conmemore la victoria de la religión de la Iglesia primitiva sobre las religiones paganas de los pueblos de occidente. Tampoco es una fecha que nos revele el misterio contenido en las cábalas del Apocalipsis. Es, sencillamente, una oportunidad para mirar al pasado, comprender el presente e intuir caminos para el futuro.
Frente a la fecha no hay que hacer grandes disquisiciones. Desde hace mucho tiempo se sabe que hay un pequeño error en los cálculos que se hicieron en el siglo VI d.C. para establecer la fecha del nacimiento de Jesús de Nazaret. De modo que nunca se sabrá con certeza matemática cual fue el día en que nació Jesús, como no se saben con exactitud otros datos históricos. Lo importante es el significado que Jesús tiene para la humanidad.
Estamos casi al comienzo de una nueva era para la humanidad. La historia del siglo XX ha cambiado tan radicalmente la totalidad de la historia humana, como no lo había hecho ninguna época precedente. Esta es la primera vez en la historia de la humanidad en que el ser humano tiene capacidad para destruir la vida de todo el planeta y, también, para construir un nuevo orden mundial. Dos caminos opuestos que sin embargo corren ahora paralelos. Mientras una parte de la humanidad se empeña en defender la naturaleza, en racionalizar los recursos, en defender los derechos de los individuos y de los pueblos, la otra se empeña en desarrollar armas de destrucción masiva, en comerciar con la guerra y en hacer de la violencia y el genocidio un negocio rentable.
Los cristianos y el cristianismo en general no pueden permanecer callados e inmóviles frente a la historia y sus conflictos. Si seguimos a Jesús de Nazaret y creemos en él, nos debe importar de qué lado de la balanza estamos. Si estamos, por acción u omisión, del lado de la historia que niega el futuro y conduce a la muerte, estamos viviendo una historia de pecado y perdición. Si estamos activamente comprometidos con todas las personas que sin importar religión, raza o cultura luchan por la defensa de la vida humana, la protección de la naturaleza, el uso adecuado de los recursos y la equitativa distribución de las riquezas, estaremos del lado de la historia de salvación y de gracia. Porque la muerte y la injusticia no son cosas abstractas e indiscernibles, sino opciones concretas que toman los individuos, los grupos, las instituciones, las iglesias y las naciones. Quien opta por un camino, niega y rechaza el otro. El camino de la violencia y la muerte niega el futuro, porque lo convierte en un eterno retorno de las mismas desgracias. El camino de la vida se abre al futuro porque proclama la capacidad de las criaturas para crecer y manifestar lo mejor de sí, lo nuevo e insospechado.

El 1 de enero se celebró en todo el mundo la jornada mundial por la paz. Es un momento fundamental que nos permite hacer memoria de nuestra experiencia personal y de la historia del cristianismo. Es un momento, igualmente, para recordar el misterio de la encarnación. Jesús es el mensajero de la paz. Su propuesta, a veces mal entendida, busca la creación de un nuevo modo de vivir en el que sea posible convertir la paz en una bendición cotidiana.
La propuesta de Jesús consiste en que las personas y las comunidades hagan de la vida social un espacio donde cada individuo se construya en armonía y equidad. De este modo, cada individuo podrá ser cada día un mejor ser humano. La vida se podrá ver y experimentar como un camino hacia la plenitud. Esto lo expresa en su propósito de convertir la comunidad humana dividida por la rivalidad en una nueva familia unida por la solidaridad. El futuro, de este modo, rompe con la repetición de un pasado de violencia y fracaso e inaugura una nueva era, un nuevo tiempo. Como bien lo dice Pablo, todos nos sentiremos hijos de un mismo Padre y, como hijos, herederos del don de la vida que Dios ha puesto en nuestros corazones.

La nueva era de la historia que Cristo inauguró está aún por comenzar.
Pero, no va a comenzar con juegos pirotécnicos ni con grandes anuncios publicitarios, sino en la sencillez y simplicidad de la vida cotidiana que es el lugar donde ocurren los grandes cambios de la historia. Como ocurrió hace dos mil años en Palestina con el nacimiento de Jesús. Sólo los pastores tuvieron ojos para descubrir en un suceso ordinario como el nacimiento de un niño, el anuncio de la esperanza y la realización de las promesas. Con cada ser humano que viene a la vida se renueva la esperanza y se hace posible el cumplimiento de las promesas.

Nota final:
Desde tiempos antiguos se ha pensado que la paz es la ausencia de guerra. Sin embargo, la tranquilidad no es suficiente ni es causa de la paz. En muchos países no hay guerra declarada, pero sí existe mucha violencia. Violencia en el hogar porque lo padres reprimen con dureza a sus hijos y éstos responden con violencia a la agresión. Violencia porque los individuos no encuentran trabajo y deben llevar una existencia miserable y angustiada. Violencia que genera movimientos religiosos sectarios y fanáticos que están dispuestos a eliminar a quien no encaje en los parámetros de su doctrina. Violencia producida por la intolerancia en la vida cotidiana: la gente está dispuesta a asesinar ante el mínimo gesto. En fin, tantas formas de violencia que hacen imposible la paz.


Extraído de:
Servicio Bíblico Latinoamericano http://www.uca.edu.ni/koinonia/biblico


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Ev. San Mateo cap. 28,18-20
Acercándose, Jesús les dijo: "Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra.
Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,
y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré
siempre con ustedes hasta el fin del mundo".

Juan Manuel