COMO ENTENDEMOS EL TERCER MANDAMIENTO

11 Diciembre 2007
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Con este tercer Mandamiento, llegamos al final de la tabla, que según San Agustín, fue entregada a Moisés en el monte Sinaí, en la que figuraban los tres Mandamientos dedicados al amor a Dios. En la segunda tabla, iban señalados los siete restantes, aplicados al amor al prójimo.
Y ante este punto, de nuevo, hemos intentado documentarnos en el Libro Sagrado.
Atentamente, hemos leído citas muy importantes en el Antiguo Testamento, que nos señalan el porqué, debemos dedicar ese día para santificar y dar culto a Dios.
En el libro del Éxodo (20,11) leemos: “El séptimo día, Yavé descansó y por Ello, bendijo el sábado y lo hizo sagrado”. El Deuteronomio (5,12.15) claramente nos explica, que debemos cuidar de guardar y santificar el día sábado, por que Yavé, nuestro Dios, nos lo manda. Pues tiene, nos dice, seis días para trabajar y hacer tus quehaceres, y has de dedicar el séptimo para tu descanso en su honor.
Y, es, en el Nuevo Testamento, donde aprendemos a través de los evangelistas, a santificar este día al que los judíos llamaron “día del Señor”, porque según Jesús, el sábado fue instituido para el hombre y no el hombre para el sábado. Por esto el Hijo del hombre, que es Señor, también es dueño del sábado.
No obstante, el Evangelio relata numerosos incidentes, en los que Jesús fue acusado de quebrantar la ley del sábado. Pero Jesús que nunca faltó a la santidad de este día, con compasión proclama que “es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal o salvar una vida en lugar de destruirla”.
Y finalmente, el Catecismo de la Iglesia Católica, recuerda a sus fieles la obligación de participar en la Santa Misa el Domingo, por ser fiesta primordial.
Además, tanto el Domingo como el resto de fiestas denominadas de precepto, los fieles deberán abstenerse, de realizar actividades que no ofrezcan descanso a la mente y al cuerpo, ya que la Iglesia instituye el Domingo para que todos, disfruten de reposo y ocio, y de esta manera, puedan cultivar, la vida familiar, cultural, social y religiosa.
Pero tristemente nosotros, no hemos entendido el sentido de santificar las fiestas y olvidamos con demasiada frecuencia, que este dia hemos de ofrecérselo a Dios, con total generosidad.
Que lejos, queda nuestro amor a Dios, cuando preguntamos a los hombres de Iglesia, si tal o cual día es de precepto, para descargar nuestra frágil conciencia, y liberarnos de asistir a la Eucaristía.
Que raquítica, queda nuestro fe, cuando pretendemos que nuestros confesores nos hagan una especie de “seguro a todo riesgo” solicitándoles “recetas” que nos garanticen, salvar nuestra alma para poder iniciar en su día, con total seguridad, nuestro viaje a la ansiada vida eterna.
Pero Dios, en su infinita misericordia y conociendo las debilidades humanas, siempre perdona y nos envía el propio testimonio de Jesús, en el Evangelio de Marcos, cuando afirma que también se santifican las fiestas devolviendo bien por mal.
Y, uno piensa que santificar las fiestas, es reflexionar profundamente sobre nuestro ejemplo de vida personal en relación con los demás. Es pedir perdón y reconciliarse con aquel que nos haya ofendido, ofreciéndole nuestra mano como signo de paz, para validar lo que de una manera más o menos mecánica, realizamos mediante la misa, con aquel que está a nuestro lado.
Y, creo que también se santifican las fiestas, ayudando a nuestros hermanos que nos necesitan, como es el caso de Enrique Figaredo, joven jesuita que fue nombrado Obispo de Battambang, que trabajaba en los campos de refugiados de Tailandia, con jóvenes afectados por minas antipersonal, y que declaraba, que la comunión en cualquier día de la semana, se limitaba a entregar una silla de ruedas a un discapacitado, ya que consideraba que esta silla, era como un Sacramento de Dios, para esa clase de personas, porque transformaba la vida de un inválido
Y, por supuesto santificar las fiestas y dedicar el día a Dios, es ayudando a todos aquellos que nos necesitan: Inmigrantes, pobres, débiles, marginados, angustiados, deprimidos .... que nos lo están pidiendo, aunque apenas nos damos cuenta de ello. Y también, concediendo unos minutos para acercarnos a un enfermo proporcionándole compañía y estímulo, que casi siempre resultan más beneficiosos, que algunas medicinas y sobre todo más hermoso, que pasar de largo o sentir simple o llanamente, pena sin más.
En definitiva, asistiendo a la Santa Misa y por todo ésto, entre otras cosas, creo sinceramente, se pueden santificar las fiestas y ofrecer a Dios su día.