COMO EL PAPEL ARRUGADO
«Esta es la historia de un niño que tenia carácter impulsivo. Cuando se encendía en cólera, ofendía y provocaba a los demás, hiriéndoles con palabras. La mayoría de veces, después de estos incidentes, se sentía avergonzado por lo dicho y hecho y se esforzaba por consolar a aquellos que había dañado, tratando de reparar lo hecho, sin pedir perdón.
Un día mientras estaba en clase tuvo un arranque de explosión contra un compañero, desencadenando su ira. El maestro lo observo, y acercándosele, lo tomó de la mano lo llevo al salón, contiguo, y sentándolo en un pupitre, le entrego una hoja de papel lisa y le dijo «¡estrújalo!». El niño asombrado obedeció a su maestro, e hizo con el papel una bolita, arrugándolo. Después el maestro mirándolo fijamente le dijo: «Ahora como estaba antes». Por supuesto que el niño no pudo dejarlo como estaba, por mas que trato de que el papel quedara sin pliegues y arrugas, le fue imposible, pues tenia las huellas del estrujón.
Entonces el maestro tomando el papel le replico: «El corazón de las personas es como este papel, una vez herido por las palabras ofensivas, las huellas quedarán por mucho tiempo. La impresión que en ellos dejas, será tan difícil de borrar, como esas arrugas y esos pliegues en el papel». El niño se quedó asombrado, y aprendió así a ser comprensivo y paciente, midiendo mas sus reacciones y sus palabras. Cuando sientas ganas de estallar, recuerda eses papel arrugado. La impresión que dejamos en los demás es imposible de borrarla fácilmente, máxime cuando lastimamos con nuestras reacciones o palabras a las personas que amamos. Muchas veces cuando queremos enmendar esos errores ya es tarde. Alguien dijo una vez que «hay que hablar con palabras tan suaves como el silencio». Cuando nuestro carácter impulsivo no es controlado, sin pensarlo, arrojamos en la cara de otros palabras llenas de odio o rencor, y luego, cuando pensamos en ello, nos arrepentimos, pero ya no podemos dar marcha atrás, el daño esta hecho y no podemos borrar lo que quedo grabado en el corazón del otro.
Muchas persona dicen: «Aunque le duela, le voy a decir la verdad, pero porque la verdad siempre duele». A nadie le gusta escuchar la verdad, pero debemos aprender a decirla de forma edificativa, como dice la palabra: «Seguir la verdad con amor» (Efe. 4:15). Si expresamos algo al decirlo va a doler, o a lastimar, detente y piensa cómo decirlo. Imagínate por un instante cómo podríamos sentirnos nosotros si alguien nos hablara o actuara así, posiblemente nuestra actitud sería diferente.
Muchas personas dicen que debemos ser frontales y sinceros, y de esa forma justifican las palabras hirientes que lastiman. Algunos afirman: «Se lo diré al fin y al cabo para qué le voy a mentir, yo siempre digo la verdad aunque duela». Qué distinto sería todo si pensáramos antes de actuar. Si frente estuviéramos sólo nosotros, y todo lo que sale de nosotros lo recibiéramos nosotros mismos. Entonces si nos esforzaríamos por dar lo mejor, por analizar la calidad de lo que vamos a entregar. Aprenderíamos a ser comprensivos y pacientes. Pensemos antes de hablar y de actuar. Midamos nuestras palabras, y si alguna vez hay que decir la verdad, hagámoslo con amor, para que el que nos escuche no sea destruido, sino edificado. Recuerda la historia del papel arrugado, y piensa bien aquellas palabras de Jesús que dijo: «De toda palabra ociosa tendríamos que dar cuenta a Dios», y sazonemos nuestras palabras de gracias, amor y misericordia, porque sólo así trasmitiremos palabras que edifiquen.
Nota: Autor desconocido
Saludos,
Modri
«Esta es la historia de un niño que tenia carácter impulsivo. Cuando se encendía en cólera, ofendía y provocaba a los demás, hiriéndoles con palabras. La mayoría de veces, después de estos incidentes, se sentía avergonzado por lo dicho y hecho y se esforzaba por consolar a aquellos que había dañado, tratando de reparar lo hecho, sin pedir perdón.
Un día mientras estaba en clase tuvo un arranque de explosión contra un compañero, desencadenando su ira. El maestro lo observo, y acercándosele, lo tomó de la mano lo llevo al salón, contiguo, y sentándolo en un pupitre, le entrego una hoja de papel lisa y le dijo «¡estrújalo!». El niño asombrado obedeció a su maestro, e hizo con el papel una bolita, arrugándolo. Después el maestro mirándolo fijamente le dijo: «Ahora como estaba antes». Por supuesto que el niño no pudo dejarlo como estaba, por mas que trato de que el papel quedara sin pliegues y arrugas, le fue imposible, pues tenia las huellas del estrujón.
Entonces el maestro tomando el papel le replico: «El corazón de las personas es como este papel, una vez herido por las palabras ofensivas, las huellas quedarán por mucho tiempo. La impresión que en ellos dejas, será tan difícil de borrar, como esas arrugas y esos pliegues en el papel». El niño se quedó asombrado, y aprendió así a ser comprensivo y paciente, midiendo mas sus reacciones y sus palabras. Cuando sientas ganas de estallar, recuerda eses papel arrugado. La impresión que dejamos en los demás es imposible de borrarla fácilmente, máxime cuando lastimamos con nuestras reacciones o palabras a las personas que amamos. Muchas veces cuando queremos enmendar esos errores ya es tarde. Alguien dijo una vez que «hay que hablar con palabras tan suaves como el silencio». Cuando nuestro carácter impulsivo no es controlado, sin pensarlo, arrojamos en la cara de otros palabras llenas de odio o rencor, y luego, cuando pensamos en ello, nos arrepentimos, pero ya no podemos dar marcha atrás, el daño esta hecho y no podemos borrar lo que quedo grabado en el corazón del otro.
Muchas persona dicen: «Aunque le duela, le voy a decir la verdad, pero porque la verdad siempre duele». A nadie le gusta escuchar la verdad, pero debemos aprender a decirla de forma edificativa, como dice la palabra: «Seguir la verdad con amor» (Efe. 4:15). Si expresamos algo al decirlo va a doler, o a lastimar, detente y piensa cómo decirlo. Imagínate por un instante cómo podríamos sentirnos nosotros si alguien nos hablara o actuara así, posiblemente nuestra actitud sería diferente.
Muchas personas dicen que debemos ser frontales y sinceros, y de esa forma justifican las palabras hirientes que lastiman. Algunos afirman: «Se lo diré al fin y al cabo para qué le voy a mentir, yo siempre digo la verdad aunque duela». Qué distinto sería todo si pensáramos antes de actuar. Si frente estuviéramos sólo nosotros, y todo lo que sale de nosotros lo recibiéramos nosotros mismos. Entonces si nos esforzaríamos por dar lo mejor, por analizar la calidad de lo que vamos a entregar. Aprenderíamos a ser comprensivos y pacientes. Pensemos antes de hablar y de actuar. Midamos nuestras palabras, y si alguna vez hay que decir la verdad, hagámoslo con amor, para que el que nos escuche no sea destruido, sino edificado. Recuerda la historia del papel arrugado, y piensa bien aquellas palabras de Jesús que dijo: «De toda palabra ociosa tendríamos que dar cuenta a Dios», y sazonemos nuestras palabras de gracias, amor y misericordia, porque sólo así trasmitiremos palabras que edifiquen.
Nota: Autor desconocido
Saludos,
Modri