Hace unos días recibí una llamada telefónica que me produjo una gran alegría. Mi viejo amigo de la infancia Rafael Pastor me comunicaba que con motivo de sus bodas de oro sacerdotales, el día 25 de Enero celebraría una Eucaristía especial y que por supuesto contaba con mi asistencia.
Rafael y yo nos conocemos desde niños. Siempre ha sido, y es, uno de mis mejores amigos. Nos queríamos como hermanos. Teníamos el domicilio muy cercano y nuestras familias mantenían una entrañable amistad.
Siempre estuvo rodeado de una familia que además de creyente, cristiana y católica eran fervorosamente apostólicos. Este hecho le sirvió para cultivar una vocación muy meditada que le hizo ingresar en un seminario para ordenarse sacerdote y dedicar su vida a Dios sirviendo a los demás.
La ceremonia religiosa que estuvo concelebrada por varios sacerdotes resultó tremendamente emotiva. Familiares, amigos y feligreses de su parroquia ofrecíamos a Rafael nuestro sincero cariño
En su sencilla pero brillante homilía, nos recordaba aquel importante día en su vida al recibir el sacramento de su ordenación por el Sr. Obispo, cuando éste sobre su cabeza impuso sus manos pidiendo al Espíritu Santo le otorgara los necesarios poderes para ejercer su ministerio.
Emocionado hacia presente las palabras del prelado… “Quedas instruido para poder instruir. Eres luz para iluminar a los demás. Tendrás cerca de ti a Dios para servir de ejemplo a los que anden lejos de Él. Y finalmente amarás y servirás a los que te necesiten porque de este modo… amarás y servirás a Dios.
Ante todos estos emotivos recuerdos, uno en silencio, siente la necesidad de dar gracias a Dios por haber mantenido durante cincuenta años a su viejo amigo en constante ayuda a todos aquellos que se la solicitaban.
Y de igual modo enviándole su más cariñosa felicitación unida a la de todos aquellos feligreses que fueron bautizados por él, recibiendo la luz de Cristo.
Adherirme a los niños que por su mano recibieron por vez primera a Jesús en su corazón. A los matrimonios que por su bendición iniciaron un camino de amor y de esperanza. A todos aquellos enfermos que sintieron la ayuda y el calor necesario para aceptar y ofrecer a Dios sus enfermedades.
Unir mi felicitación con la de las familias de aquellos que partieron hacia la Vida Eterna y fueron consolados. A la de tantos cristianos que brindó su consejo y ayuda espiritual en momentos difíciles pensando que para ellos Dios quedaba demasiado lejos y demasiado alto.
En definitiva compartir la fe y la esperanza con todos aquellos que viviendo un sueño imposible han despertado encontrando paz y sosiego en su alma.
Por todo ello, pediremos a Dios que Rafael siga dando testimonio de amor y de servicio hasta el final de su vida, teniendo siempre presente a San Agustín cuando proclamaba “seréis felices todos aquellos que hayan buscado y encontrado la forma de servir”.