http://www.icp-e.org/claves.htm
<CENTER>Carretera de la Vida
Wenceslao Calvo
‘Este mal hay entre todo lo que se hace debajo del sol,
que un mismo suceso acontece a todos,
y también que el corazón de los hijos de los hombres está lleno de mal
y de insensatez en su corazón durante su vida;
y después de esto se van a los muertos.’
(Eclesiastés 9:3) </CENTER>
Un reciente informe del Instituto de Toxicología de Madrid demostraba que el 30 por ciento de los conductores muertos en accidentes de tráfico en España durante el año 2002 había ingerido alcohol y en algunos casos (un 7 por ciento) lo había mezclado con otras sustancias como drogas o fármacos. Realmente los datos de accidentes de tráfico son para poner los pelos de punta a cualquiera, superando las 4.000 muertes anuales en España, sin contar la gente herida que queda con secuelas (algunas gravísimas) de por vida. Aunque hay factores que deberían producir una considerable bajada de estas cifras: notable incremento de los niveles de seguridad de los automóviles, creciente número de kilómetros de autovías y autopistas construidas, racionalización del tráfico con señalizaciones y todo un contingente de fuerzas policiales puestas para nuestra preservación, sin embargo, la realidad es tozuda y la siniestralidad en nuestras carreteras es muy alta. Con razón se ha dicho que las tres causas principales de muerte en el mundo desarrollado son las tres ‘ces’: Cáncer, corazón y carretera.
Pero aparte de los accidentes directamente relacionados con el alcohol, las pruebas indican que un gran número de los mismos tiene como origen las imprudencias y transgresiones cometidas por los conductores: No respetar la distancia de seguridad, conducir a elevada velocidad, no hacer caso de la señalización, adelantamientos indebidos, etc. Periódicamente, la Dirección General de Tráfico (D.G.T.) produce campañas de concienciación lanzadas a través de los medios de comunicación con el fin de reducir esas estadísticas de muerte. Por medio de las mismas se busca impactar, de forma contundente, a los conductores para que sean responsables y prudentes; las escenas son muy crudas, normalmente filmadas en blanco y negro para darle una mayor fuerza de dramatismo, y sin ahorrar medios para que no parezcan un anuncio publicitario y se acerquen lo más posible a la realidad. Las hay de todas las clases: las que apelan a las emociones, las que evocan al raciocinio y las que llaman a la voluntad. Unas tienen un matiz paternalista, otras lo tienen más sentimental y las hay de carácter disuasorio. Son millones de euros gastados con el buen fin de ahorrar vidas humanas y sufrimiento. Y sin embargo, parece que el éxito de estas campañas es relativo, a juzgar por la incidencia terrible que los accidentes siguen teniendo, especialmente en determinadas fechas del año.
Hay algunos pensamientos que todo esto me inspira. En primer lugar, está la escasa capacidad de aprendizaje que los seres humanos tenemos; aunque cada uno de nosotros conoce a alguien, más o menos cercano, que perdió la vida en un accidente de tráfico, con todo, pasados los primeros instantes de conmoción, volvemos a la ‘normalidad’ de suponer que ‘eso’ le ocurre siempre a otros. En segundo lugar, está la paradoja de que tengan que ser otros los que tengan que enseñarnos a apreciar nuestra propia vida, cuando lo lógico sería que cada uno fuera consciente de ello. En tercer lugar, me llama la atención que viviendo en una sociedad donde se supone que el Estado no debe ser el guardián de sus ciudadanos porque se supone que éstos han llegado a una mayoría de edad cívica (¿no es esa la diferencia entre una dictadura y una democracia?), sea el Estado quien tenga que preocuparse de vigilar que nuestro más preciado bien no lo malgastamos inútilmente. En cuarto lugar, me deja perplejo que haya que recurrir a toda una serie de escenas trágicas para hacernos entrar en razón ¡A nosotros, que hemos abominado de la pedagogía asustadiza y de amenazas, como algo del pasado! En quinto lugar, me asombra que todo este sistema terrible de publicidad lo necesite una nación que, a la vez, se burla cuando se le habla del pecado y sus consecuencias, y que tilda tales realidades de historietas para asustar a viejas y a niños. En sexto lugar, como ocurre con la toxicomanía, me da la sensación de que cada vez necesitaremos dosis más altas de impacto publicitario para producir la misma reacción.
En otras palabras, la D. G. T. nos pone en el lugar que nos corresponde. No hace falta ni recurrir a la Biblia para ello: Simplemente algo tan prosaico como esta Institución es más que suficiente para decirnos lo necios, lo poco maduros, lo contradictorios, lo ignorantes, lo miserables y lo ciegos que somos. En cierto sentido, la D. G. T. es el predicador de España: Avisando, exhortando y zarandeando a la gente para que no pierda ni malgaste su vida; un predicador, que por más escenas dantescas que invente para provocar reflexión y cambio de mentalidad, es ignorado sistemáticamente. Un predicador que tiene que devanarse los sesos y poner sus mejores recursos en escena para que la gente eluda la muerte. Un predicador cuyo interés no está en sí mismo sino en los otros, unos otros que precisan de alguien que les enseñe sobre cuestiones básicas y elementales.
Siempre me han impresionado dos cosas cada vez que viajo en avión: Los tensos momentos que experimento instantes antes del despegue y la nula atención que despierta la azafata de turno cuando se pone a gesticular al principio del pasillo tratando de atraer la atención del pasaje. Allí tenemos a esta muchacha tratando de comunicarnos un mensaje de la mayor seriedad; un mensaje que tiene que ver con cuestiones de vida o muerte; y sin embargo, allí tenemos a todo un pasaje prestando atención a cualquier cosa, menos a lo que ella está diciendo: unos mirando por las ventanillas, otros leyendo el periódico, otros bostezando si es un vuelo madrugador y otros siguiendo el vuelo de la mosca que se ha colado.
El texto bíblico arriba citado (procedente de un libro cuyo título en hebreo se podría traducir como El Predicador) nos recuerda una realidad universal siempre presente: La muerte. Pero este Predicador nos dice que lo peor de la vida no es la muerte en sí, sino la vida vivida en un estado de maldad e insensatez, cualidades ambas, dice, de las que participan todos los seres humanos. Morir en tal estado es la verdadera tragedia y la auténtica pérdida. Esa es la muerte en el sentido pleno de la palabra. La D.G.T. te exhorta a que no pierdas la vida física en la carretera, la Biblia te exhorta a que no te pierdas eternamente en la carretera de la vida. Atiende a los dos predicadores, especialmente a este último.
Wenceslao Calvo es conferenciante y pastor en una iglesia de Madrid.
© W. Calvo, I+CP, 2003. I+CP (www.ICP-e.org)