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Arrepentirse o perecer
Wenceslao Calvo
‘En este mismo tiempo estaban allí algunos que le contaban acerca de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con los sacrificios de ellos. Respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre en Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. Dijo también esta parábola: Tenía un hombre una higuera plantada en su viña, y vino a buscar fruto en ella, y no lo halló. Y dijo al viñador: He aquí, hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo hallo; córtala; ¿para qué inutiliza también la tierra? Él entonces, respondiendo, le dijo: Señor, déjala todavía este año, hasta que yo cave alrededor de ella, y la abone. Y si diere fruto, bien; y si no, la cortarás después.’ (Lucas 11:1-9)
El desarrollo de la tecnología ha convertido a nuestro planeta en una aldea global de manera que al instante podemos saber lo que está ocurriendo en la otra esquina del mundo. Pero del inmenso caudal de noticias que diariamente recibimos la mayoría tienen un sesgo trágico, salvo algunas puntuales y contadas con los dedos de la mano. Las hay de todo tipo: Catástrofes naturales y catástrofes provocadas por la mano del hombre, de toda envergadura: Las que envuelven a unos pocos individuos y las que involucran a colectivos enteros, de toda repercusión: Las que tienen ámbito local o nacional y las que tienen ámbito internacional. Pero todas ellas son capaces de producir una fuerte conmoción al ser noticias impactantes. De hecho, para que una noticia sea una noticia que se precie tiene que producir impacto, por eso la cotidianeidad no es noticia porque por su propia definición queda excluida como tal. Esto supone dos amenazas inmediatas: La primera provocar una especie de ‘síndrome de tolerancia’ similar al que ocurre en la toxicomanía y que consiste en la necesidad de incrementar la dosis para sentir los mismos efectos y la segunda la depreciación de lo cotidiano. En el primer sentido, y tras haber visto las imágenes del 11-S, se han puesto muy altas las cotas de lo que debe ser una noticia de impacto aunque parece que la guerra de Irak le va a hacer la competencia. En el segundo sentido, el escamotear las pequeñas y buenas cosas de la vida es una deformación de la realidad porque esas cosas verdaderamente son grandes; por ejemplo, que el sol salga diariamente no es noticia de impacto; lo fue el primer día que salió y durante el primer mes, luego la repetición del hecho hizo caer en el olvido el asunto.
Sin embargo, hoy como el primer día la salida del sol sigue teniendo la misma belleza, sigue transmitiendo el mismo mensaje y continúa siendo tan imprescindible para la existencia como entonces. La grandeza del asunto en esencia es la misma que el primer día o incluso mayor, porque aquí se produce un hecho puntual a su cita desde tiempo inmemorial, lo cual habla elocuentemente de la fidelidad e inmutabilidad del Creador que no se cansa de su obra ni busca la novedad pasajera. El problema no reside en la reiteración del hecho, que más bien enaltece la cuestión, sino en nuestra pobre capacidad de apreciación y agradecimiento.
Pero volviendo a las malas noticias, también las hubo en el tiempo de Jesús. El texto bíblico arriba citado nos presenta dos: Una provocada por la acción humana y otra por agentes naturales; la primera es la atrocidad cometida por Pilato hacia unos galileos al ordenar su asesinato mientras sacrificaban en el templo, la segunda es la catástrofe provocada por el hundimiento de una torre. Fueron dos noticias de impacto que sacudieron a los oyentes y provocaron una conmoción popular. Ahora bien, la pregunta inmediata es ¿Por qué? ¿Por qué suceden estas cosas? ¿Y por qué les sucedieron a esos y no a otros? También hoy nos hacemos las mismas preguntas al ver el telediario. Creo que a grandes rasgos hay tres posturas que tratan de dar una respuesta:
- La pagana clásica. Que dice que todo obedece al hado, al destino de cada uno. Hay un azar, una suerte que controla.
- La pagana ilustrada. Que dice que los humanos no merecemos tal cosa y si Dios existiera o fuera justo no lo permitiría.
- La religiosa clásica. Que dice que hay una relación específica causa-efecto entre pecado y desgracia.
La respuesta de Jesús va dirigida a corregir la tercera postura (que es la de sus oyentes) pero implícitamente descalifica a las dos primeras. La tercera postura tiene un elemento de verdad y otro de error; el de verdad consiste en apreciar una relación genérica entre el pecado y la desgracia; de no haber entrado el pecado en el mundo no habría habido sufrimiento, eso es incontestable; pero el elemento de error consiste en asociar cada desgracia personal con un pecado personal. Eso, llevado a sus últimas consecuencias significa que hay algunos que son pecadores (las víctimas de las desgracias) y otros que son inocentes (los que no son víctimas), dividiendo a la humanidad en dos grupos: Los culpables y los justos (o los muy culpables y los menos culpables). Pero la corrección de Jesús es la siguiente: Estáis equivocados de perspectiva, porque no hay dos grupos sino un solo grupo (todos culpables) y estáis equivocados de posición (al situaros a vosotros mismos fuera del grupo de los culpables). Por lo tanto la conclusión de Jesús es la siguiente: Lo que le ha sucedido a esas personas es un anticipo de lo que os va a suceder a todos.
Esto a primera vista esto suena duro y parece que Dios es implacable y rígido. Sin embargo, es todo lo contrario y para demostrarlo Jesús va relatar la parábola de la higuera estéril. La culpabilidad de la higuera procede de su esterilidad, pues es una negación de sí misma y de su propósito: Dar fruto; la culpabilidad de la higuera procede de la usurpación de un terreno privilegiado (una viña) que está ocupando; la culpabilidad de la higuera procede de su obstinada inutilidad frente a la perseverante bondad y paciencia del dueño que año tras año la trabaja, la abona y la cuida, esperando el fruto. Es decir, el dueño no es rígido ni exigente sino razonable, bondadoso y paciente. Pues bien, esa higuera somos cada uno de nosotros y ese dueño es como Dios es. Por lo tanto, lo sorprendente no es que ocurran desgracias sino que no pasen más cosas de las que pasan; lo pasmoso no es que haya sufrimiento sino que en vista de la iniquidad general este planeta no haya sido borrado ya del mapa. Hay una sentencia justa y razonable, tras haber menospreciado la bondad de Dios, que pende sobre nuestras cabezas: ‘Córtala’. Pero esa categórica sentencia no es inevitable; es evitable mediante una sola fórmula válida para todos: El arrepentimiento. Está muy bien querer vivir en paz pero hay que poner por obra la condición sine qua non para ello: ‘Si no os arrepentís todos pereceréis igualmente’.
Wenceslao Calvo es conferenciante y pastor en una iglesia de Madrid.
© W. Calvo, I+CP, 2003. I+CP (www.ICP-e.org)