Se cuenta la historia de una persona crítica que se acercó al fundador del metodismo, John Wesley, durante un servicio religioso y le dijo:
—«Mi talento es decir lo que pienso».
Wesley respondió con agudeza:
—«¡Ese es un talento que al Señor no le importaría en lo más mínimo que enterraras!».
Aunque la anécdota resulta graciosa, el problema que revela es serio: las palabras malsanas, hirientes y poco constructivas siguen saliendo con demasiada facilidad de nuestras bocas, y la Escritura no las trata como un asunto menor.
"No salga de la boca de ustedes ninguna palabra mala, sino solo la que sea buena para edificación, según la necesidad del momento, para que imparta gracia a los que escuchan.
Y no entristezcan al Espíritu Santo de Dios, por el cual fueron sellados para el día de la redención.
Sea quitada de ustedes toda amargura, enojo, ira, gritos, insultos, así como toda malicia.
Sean más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándose unos a otros, así como también Dios los perdonó en Cristo.”
—Efesios 4:29–32 (NBLA)
La Biblia no propone autocontrol superficial, sino una transformación interior que alcanza el corazón y, desde allí, la manera en que hablamos.
El evangelio exige algo más profundo: arrepentimiento, es decir, un cambio real de dirección con la ayuda de Dios, evidenciado en un nuevo estilo de vida.
El Espíritu Santo:
—Juan 16:8 (NBLA)
La respuesta correcta a esta obra del Espíritu es dar fruto acorde con ese arrepentimiento, también en la forma en que usamos nuestras palabras.
“SEÑOR, pon guarda a mi boca;
vigila la puerta de mis labios”.
—Salmo 141:3 (NBLA)
El creyente que se arrepiente de verdad no solo pide perdón por lo que dijo, sino que se deja moldear por Dios para hablar de manera diferente en adelante.
Tome un momento para:
El arrepentimiento genuino no solo limpia el pasado, sino que abre el camino a una vida transformada, donde nuestras palabras dejan de ser armas que destruyen para convertirse en instrumentos que imparten gracia a quienes las oyen.
Pregunta desafiante:
Si Dios pusiera hoy en altavoz todas tus últimas conversaciones, mensajes y publicaciones, ¿serían un testimonio de un corazón arrepentido que edifica, o la evidencia de un corazón que aún se resiste a cambiar delante de Él?
—«Mi talento es decir lo que pienso».
Wesley respondió con agudeza:
—«¡Ese es un talento que al Señor no le importaría en lo más mínimo que enterraras!».
Aunque la anécdota resulta graciosa, el problema que revela es serio: las palabras malsanas, hirientes y poco constructivas siguen saliendo con demasiada facilidad de nuestras bocas, y la Escritura no las trata como un asunto menor.
La exhortación bíblica
El apóstol Pablo enseña que el creyente no solo debe abandonar ciertas actitudes, sino reemplazarlas por otras que reflejen la obra del Espíritu Santo."No salga de la boca de ustedes ninguna palabra mala, sino solo la que sea buena para edificación, según la necesidad del momento, para que imparta gracia a los que escuchan.
Y no entristezcan al Espíritu Santo de Dios, por el cual fueron sellados para el día de la redención.
Sea quitada de ustedes toda amargura, enojo, ira, gritos, insultos, así como toda malicia.
Sean más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándose unos a otros, así como también Dios los perdonó en Cristo.”
—Efesios 4:29–32 (NBLA)
La Biblia no propone autocontrol superficial, sino una transformación interior que alcanza el corazón y, desde allí, la manera en que hablamos.
Arrepentimiento: más que pedir perdón
No es suficiente simplemente ser perdonados, aunque eso es esencial.El evangelio exige algo más profundo: arrepentimiento, es decir, un cambio real de dirección con la ayuda de Dios, evidenciado en un nuevo estilo de vida.
El Espíritu Santo:
- Confronta el pecado
- Convención del error
- Guía hacia una vida renovada
—Juan 16:8 (NBLA)
La respuesta correcta a esta obra del Espíritu es dar fruto acorde con ese arrepentimiento, también en la forma en que usamos nuestras palabras.
Un proceso espiritual activo
El arrepentimiento implica:- Deshacernos de la amargura, la ira y la malicia
- Reemplazarlas por bondad, compasión, perdón y amor.
- Reconocer que este proceso es una obra continua del Espíritu Santo, no un esfuerzo meramente humano.
“SEÑOR, pon guarda a mi boca;
vigila la puerta de mis labios”.
—Salmo 141:3 (NBLA)
El creyente que se arrepiente de verdad no solo pide perdón por lo que dijo, sino que se deja moldear por Dios para hablar de manera diferente en adelante.
No podemos cambiar el pasado, pero sí podemos arrepentirnos de él y permitir que Dios escriba un futuro distinto con nuestra boca y nuestro corazón.
Tome un momento para:
- Confesar delante del Señor las palabras y actitudes que no le agradan.
- Recibir Su perdón en Cristo con gratitud y fe.
- Buscar, si es necesario, el perdón de alguna persona a la que haya ofendido.
El arrepentimiento genuino no solo limpia el pasado, sino que abre el camino a una vida transformada, donde nuestras palabras dejan de ser armas que destruyen para convertirse en instrumentos que imparten gracia a quienes las oyen.
Pregunta desafiante:
Si Dios pusiera hoy en altavoz todas tus últimas conversaciones, mensajes y publicaciones, ¿serían un testimonio de un corazón arrepentido que edifica, o la evidencia de un corazón que aún se resiste a cambiar delante de Él?