AQUELLA SEMANA SANTA

11 Diciembre 2007
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Cuando el calendario señala, “miércoles de ceniza”, inevitablemente me viene a la memoria, aquel mismo día, de hace varios años, en el que me encontraba, desarrollando mi labor profesional, en una bella ciudad española.
Alrededor de las ocho de la tarde, me acerqué a la Iglesia Catedral, para oír la Santa Misa y recibir la ceniza, para de este modo comenzar cristianamente el tiempo de Cuaresma.
Mi sorpresa fue enorme, cuando observé que el celebrante, era mi paisano, D. José Delicado Baeza, por entonces Arzobispo de aquella bella ciudad castellana, buen amigo y consejero de mi familia.
Al acercarme al altar, para recibir la ceniza, nuestras miradas se cruzaron con cierta sonrisa, sobre todo por mi parte, al sentirme reconocido por Monseñor Delicado, al que hacía varios años, que no veía.
Finalizada la celebración eucarística, pasé a la sacristía, para saludar a Monseñor Delicado, con un efusivo apretón de manos. Durante unos minutos, hablamos sobre nuestras respectivas familias y recordamos con añoranza, nuestra querida Semana Santa. Al despedirnos, besé respetuosamente su anillo pastoral, emplazándonos para volver a vernos en ulterior ocasión, no sin antes, recomendarme vivir la Semana Santa, que hoy se iniciaba, con el recogimiento y el fervor de siempre.
Y uno, apenas sin poder evitarlo, subido en el vehículo de la nostalgia, quiere recordar aquellos días lejanos, de la Semana Santa de los años cincuenta/sesenta, que se vivían con extrema sencillez, recordando que Jesús, había muerto para que nosotros, tuviéramos Vida.
Eran días de recogimiento de penitencia y de silencio. Días dedicados a participar en los actos litúrgicos, en Iglesias repletas de fieles. Días, en los acompañábamos con total devoción a Cristo Crucificado y a su Madre Dolorosa, en las distintas procesiones organizadas. Días, en definitiva, dedicados a recordar la Pasión y Muerte de Jesús.
Y también recuerda, de aquellos inolvidables tristes y Santos días, el paso existente entre la austeridad del ayuno y abstinencia del Miércoles de Ceniza y el Viernes de Dolores, a la alegría del Sábado de Gloria, con la Resurrección del Señor y el repique de campanas. Habíamos comido potajes y rellenos en dulce, los días de abstinencia y ahora celebrábamos la Pascua con alegría y comilonas a placer.
Han pasado los años, y el concepto de Semana Santa, a mi entender, ha cambiado. No digo yo que ahora, no existan días de recogimiento, de oración y de penitencia.
Sin embargo en la actualidad, generalmente la Semana Santa, se ha convertido en tiempo de esparcimiento. En tiempo, que se dedica a salir a las carreteras, alejándose de la rutina diaria, buscando el sol de las playas, los buenos restaurantes y los bares de copas, para disfrutar a tope de unas pequeñas vacaciones, hecho, que por supuesto es totalmente razonable e incluso merecido.
Quizás, todo aquello, transportado a la vida que actualmente nos ha tocado vivir, sea declarado como excesivo, por parte de personas, que por su situación laboral, apenas le quede tiempo libre.
No obstante, uno piensa, que no es necesariamente incompatible, los días de vacación y disfrute, con los de recogimiento y oración.
Que, se puede intentar descubrir allá donde vayamos, en la carretera, en el restaurante, en el bar de copas, en la playa tomando el Sol, paseando con la familia o acudiendo a cualquier manifestación religiosa, a ese Cristo y a esa Dolorosa, que siempre nos acompañan a cualquier lugar donde vayamos, con la seguridad de que lo encontraremos siempre a nuestro lado.
Con el Evangelio a la calle, desea a sus lectores, que junto con el Crucificado, nazca en nosotros, el Jesús triunfante y glorioso que venga a iluminar nuestra vida.