Apostasías

18 Noviembre 1998
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Apostasías

Somos, en gran medida, lo que hemos sido. Si algo no se puede borrar son las acciones realizadas, o las consecuencias que las acciones de otros han tenido en nuestras vidas. El pasado se puede enmendar de algún modo, construyendo un presente distinto o apostando por el futuro. Pero enmendar no es aniquilar, lo sepan o no quienes quieren reconstruir la memoria histórica de los individuos o de los pueblos. Maurice Blondel veía reflejado en la “irreparabilidad” del pasado el principio lógico de no contradicción: las acciones, incluso las que uno no ha previsto ni querido del todo, una vez realizadas, “pesan en toda mi vida y, al parecer, influyen en mí más de lo que yo he influido en ellas. Me encuentro como prisionero suyo. Algunas veces se vuelven contra mí lo mismo que un hijo insumiso contra su padre. Han definido el pasado y afectan también al futuro” (L’Action, IX-X).

Hay una voluntad contradictoria en el afán de negar lo que ha sido. Por más que uno haga no puede dejar de haber sido hijo de quien lo ha sido; no puede dejar de haber nacido donde lo ha hecho; no puede destruir, no ya la huella de ese pasado, sino el pasado en sí mismo. Somos prisioneros, y a lo sumo libertos, del pasado; nunca sus dueños.

Una voluntad de este tipo, un querer lo imposible, manifiestan, al menos en mi opinión, algunos apóstatas. La fe de su bautismo les parece, llegado un momento de sus vidas, un lastre insoportable, una marca maldita. Como la fe no se puede forzar, como la conciencia es ese santuario que no se puede allanar ni siquiera descalzos, hay que respetar a quien, por las razones que sea, decide renegar formalmente de la fe recibida, rechazándola en su integridad. Pero esa decisión de hoy no cambia el ayer. El apóstata es y será siempre alguien que ha sido bautizado, y que jamás podrá dejar de haberlo sido. Y de ese hecho, del que no somos dueños aunque lo pretendamos, deja constancia la inscripción en el libro de bautismo.

Sorprende que una decisión tan íntima, que, de algún modo, equivale a abominar de lo que los propios padres transmitieron como heredad más preciada, se preste al cambalache de campañas organizadas y de recogida de firmas, hasta en la salida de un teatro o de una verbena. La fe, negada o aceptada, amada o repudiada, es algo serio. Y Dios también. Junto a la convicción de los convictos, se intuye en estas campañas, sospecho – quizá de modo infundado - , el tufo de la liviandad, la tentación tan nuestra, tan contemporánea, de banalizar lo que nunca es vano, si es que queremos tomarnos en serio al menos a nosotros mismos.

Guillermo Juan Morado.


Fuente:http://blogs.periodistadigital.com/predicareneldesierto.php/2006/08/10/apostasias