Conocí a Santiago hace muchos años cuando ambos colaborábamos en la industria farmacéutica y desde entonces mantenemos una amistad muy entrañable que lógicamente se ha extendido a nuestras familias.
Hace unos días tomando café le encontré un tanto alterado en contraste con su habitual carácter tranquilo y relajado.
Me comentaba, muy disgustado, que el mundo está podrido, que no se puede oír la radio ni ver la televisión. Que todo lo que transmiten son noticias de muertes, asesinatos, violaciones o naufragios de pateras con cientos de emigrantes en estado lastimoso llegando a nuestras costas. Y por añadidura y a diario nos “obsequian” informándonos sobre divorcios, separaciones, mujeres maltratadas o asesinadas y niños sufriendo el azote de la barbarie de sus propios padres.
Pero lo más triste del caso, se lamentaba mi amigo, es que por desgracia estas noticias al ser tan usuales no suelen dejar huella en nuestras conciencias, más allá del minuto en el que las escuchamos.
Todo esto, unido a los problemas que actualmente se están produciendo en mi matrimonio, motiva que actualmente me encuentre sumido en la más triste de las depresiones y con ello mi estado casi permanente de falta de alegría y sobre todo de ánimo.
Apurando la taza de café, le pregunto que le ocurre a ese matrimonio que siempre para mí ha sido modelo de amor y de vida cristiana, sirviéndome de espejo y modelo.
Lamentablemente, me responde, ahora mi vida conyugal no anda por los senderos de paz de otros tiempos cercanos. Y una de las causas importantes de haber llegado a este estado, lo ha producido el hecho de que mi hija haya sufrido el azote de la separación matrimonial, con el fruto de un hijo con tan solo cinco años de vida
He implorado, continuaba Santiago mientras le escuchaba en silencio, al Todopoderoso para que ayudara a mi hija a rehacer su vida y para que mi nieto no llevara sobre sus espaldas la separación de sus padres.
Sin embargo, entiendo que tampoco puedo tirar la toalla y abandonar mi fe, para hundirme en un cruel pesimismo, pensando que me encuentro ante un muro en medio de ese camino hacia la esperanza que tengo que recorrer paso a paso.
Cuando apenas podía continuar su relato, mientras esperamos que nos sirvan un nuevo café, intento entender la situación por la que atraviesa mi amigo, que para mí, no se trata de una crisis de fe la que padece, sino más bien una crisis de esperanza.
Y así las cosas, creo que tengo que ser completamente honesto con mi amigo Santiago, para decirle que Dios a veces prueba nuestra fe enviándonos problemas que pensamos son irremediables aunque siempre nos devuelva la esperanza en ese momento en que todo parecía perdido.
El mismo Juan en su Evangelio nos dice: “El que cree y tiene esperanza, habrá vencido al mundo”. Esto significa, que el que tiene fe, habrá vencido también el temor que cada uno de nosotros siente, cuando hay que arriesgarse a caminar por lugares desconocidos o cuando hay que desechar las luces de nuestra razón para ponernos en manos de Dios.
Lo importante, y así se lo hago saber a mi amigo, es pensar que Dios nunca nos abandona, aunque a veces no entendamos el motivo de los problemas que podamos sufrir en este mundo. Si todas las contrariedades que nos suceden tuvieran respuesta inmediata, yo me pregunto ¿dónde está nuestra fe?
Finalmente Santiago, hemos de tener en cuenta que Dios siempre es Misericordioso. No solo en la medida en que nos conceda lo que le pidamos, sino también, cuando nos marque un camino a seguir y nuestra falta de fe, nos haga dudar de tener las suficientes fuerzas para conseguirlo, entendiendo que Dios, nos pongamos como nos pongamos, siempre nos concederá lo que El considere sea mejor para nuestra salvación.
Al final de nuestra conversación, ambos amigos presentíamos que Alguien, a quien nos habíamos invitado, nos acompañaba esa mañana a tomar café.
Hace unos días tomando café le encontré un tanto alterado en contraste con su habitual carácter tranquilo y relajado.
Me comentaba, muy disgustado, que el mundo está podrido, que no se puede oír la radio ni ver la televisión. Que todo lo que transmiten son noticias de muertes, asesinatos, violaciones o naufragios de pateras con cientos de emigrantes en estado lastimoso llegando a nuestras costas. Y por añadidura y a diario nos “obsequian” informándonos sobre divorcios, separaciones, mujeres maltratadas o asesinadas y niños sufriendo el azote de la barbarie de sus propios padres.
Pero lo más triste del caso, se lamentaba mi amigo, es que por desgracia estas noticias al ser tan usuales no suelen dejar huella en nuestras conciencias, más allá del minuto en el que las escuchamos.
Todo esto, unido a los problemas que actualmente se están produciendo en mi matrimonio, motiva que actualmente me encuentre sumido en la más triste de las depresiones y con ello mi estado casi permanente de falta de alegría y sobre todo de ánimo.
Apurando la taza de café, le pregunto que le ocurre a ese matrimonio que siempre para mí ha sido modelo de amor y de vida cristiana, sirviéndome de espejo y modelo.
Lamentablemente, me responde, ahora mi vida conyugal no anda por los senderos de paz de otros tiempos cercanos. Y una de las causas importantes de haber llegado a este estado, lo ha producido el hecho de que mi hija haya sufrido el azote de la separación matrimonial, con el fruto de un hijo con tan solo cinco años de vida
He implorado, continuaba Santiago mientras le escuchaba en silencio, al Todopoderoso para que ayudara a mi hija a rehacer su vida y para que mi nieto no llevara sobre sus espaldas la separación de sus padres.
Sin embargo, entiendo que tampoco puedo tirar la toalla y abandonar mi fe, para hundirme en un cruel pesimismo, pensando que me encuentro ante un muro en medio de ese camino hacia la esperanza que tengo que recorrer paso a paso.
Cuando apenas podía continuar su relato, mientras esperamos que nos sirvan un nuevo café, intento entender la situación por la que atraviesa mi amigo, que para mí, no se trata de una crisis de fe la que padece, sino más bien una crisis de esperanza.
Y así las cosas, creo que tengo que ser completamente honesto con mi amigo Santiago, para decirle que Dios a veces prueba nuestra fe enviándonos problemas que pensamos son irremediables aunque siempre nos devuelva la esperanza en ese momento en que todo parecía perdido.
El mismo Juan en su Evangelio nos dice: “El que cree y tiene esperanza, habrá vencido al mundo”. Esto significa, que el que tiene fe, habrá vencido también el temor que cada uno de nosotros siente, cuando hay que arriesgarse a caminar por lugares desconocidos o cuando hay que desechar las luces de nuestra razón para ponernos en manos de Dios.
Lo importante, y así se lo hago saber a mi amigo, es pensar que Dios nunca nos abandona, aunque a veces no entendamos el motivo de los problemas que podamos sufrir en este mundo. Si todas las contrariedades que nos suceden tuvieran respuesta inmediata, yo me pregunto ¿dónde está nuestra fe?
Finalmente Santiago, hemos de tener en cuenta que Dios siempre es Misericordioso. No solo en la medida en que nos conceda lo que le pidamos, sino también, cuando nos marque un camino a seguir y nuestra falta de fe, nos haga dudar de tener las suficientes fuerzas para conseguirlo, entendiendo que Dios, nos pongamos como nos pongamos, siempre nos concederá lo que El considere sea mejor para nuestra salvación.
Al final de nuestra conversación, ambos amigos presentíamos que Alguien, a quien nos habíamos invitado, nos acompañaba esa mañana a tomar café.