ANDAR POR EL MUNDO SIN ESPERANZA

11 Diciembre 2007
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Cuando allá por los años sesenta, me trasladé de mi pequeña Provincia a la gran ciudad de Madrid para iniciar mi labor profesional en unos importantes laboratorios farmacéuticos, conocí a Santiago.
Desde el primer momento me brindó su apoyo incondicional, ayudándome tanto en el campo profesional como en el personal.
Santiago es una de esas personas amables y sencillas que siempre deseas encontrarte en cualquier lugar. Desde entonces somos muy amigos. Nos llevamos muy bien tanto a nivel particular como familiar y nos vemos con mucha frecuencia.
Hace unos días tomamos café juntos y le encontré un tanto alterado en contraste con su habitual carácter tranquilo y relajado.
Me comenta, muy disgustado, que el mundo está podrido, que no se puede oír la radio ni ver la televisión. Que todo lo que transmiten son noticias de muertes, asesinatos, violaciones o naufragios de pateras con cientos de emigrantes en estado lastimoso, llegando a nuestras costas. Y encima, por añadidura y a diario nos “obsequian” informándonos sobre divorcios, separaciones, mujeres maltratadas o asesinadas y niños sufriendo el azote de la barbarie de sus propios padres.
Pero lo más triste del caso, se lamenta mi amigo, es que para desgracia nuestra, estas noticias al ser tan usuales no suelen dejar huella en nuestras conciencias, más allá del minuto en el que las escuchamos, limitándonos a comentar entre la familia, que ¡a eso no hay derecho¡. Después viene la sección deportiva u otra cualquiera y nos hace olvidar lo realmente importante.
Todo esto, unido a los problemas de mi matrimonio, motiva que me encuentre sumido en la más triste de las depresiones y con ello mi estado casi permanente de falta de alegría y sobre todo de ánimo.
Apurando la taza de café, le pregunto que le ocurre a ese matrimonio que siempre para mí, ha sido modelo de amor y de vida cristiana, sirviéndome de espejo y modelo.
Lamentablemente, me responde, ahora mi vida conyugal no anda por los senderos de paz de otros tiempos cercanos. Y una de las causas importantes de haber llegado a este estado, lo ha producido el que mi hija haya sufrido el azote moderno de la separación, con el fruto de un hijo de su matrimonio con tan solo diez años de vida.
He implorado, continua Santiago mientras escucho en silencio, al Todopoderoso para que ayudara a mi hija a rehacer su vida y para que mi nieto no llevara sobre sus espaldas la separación de sus padres. Pero tristemente, pienso que Dios se ha vuelto sordo ante mis rezos y mis peticiones y apenas recibo la ayuda que necesito para seguir adelante, cuando ante mí existe un muro en medio de ese camino que tengo que recorrer, que me impide seguir la marcha.
Sin embargo, entiendo que tampoco puedo tirar la toalla y abandonar mi fe, para hundirme en un cruel pesimismo, pensando que me encuentro cerrado a la esperanza.
Cuando apenas puede continuar su relato, mientras esperamos que nos sirvan un nuevo café, intento entender la situación por la que atraviesa mi amigo, que para mí no es una crisis de fe la que padece, sino más bien una crisis de esperanza.
Y así las cosas, creo que tengo que ser completamente honesto con mi amigo Santiago, para comentarle que aún entendiendo que todavía no se haya repuesto del golpe recibido, debe tener claro e incluso por propia experiencia, que Dios se da a conocer en las pruebas importantes que nos envía, pero que siempre devuelve la esperanza en ese momento en que todo parecía perdido. Y es precisamente su Hijo, Jesús de Nazareth, modelo de hombre, el que supo aceptar el sufrimiento humano, antes de llegar a la Gloria de su Resurrección.
El mismo Juan en su Evangelio nos dice: “El que cree y tiene esperanza, habrá vencido al mundo”. Esto significa, que el que tiene fe, habrá vencido también el temor que cada uno de nosotros siente, cuando hay que arriesgarse a caminar por lugares desconocidos o cuando hay que desechar las luces de nuestra razón, para ponernos en manos de Dios.
Lo importante es no rebelarse ni protestar y convencerse de que a veces, aunque resulte difícil entenderlo, perder es ganar, sobre todo si se lo ofrecemos con total convencimiento a Dios.
Finalmente Santiago, hemos de tener en cuenta que Dios siempre es Misericordioso. No solo en la medida en que nos conceda todo lo que le pidamos, sino también, cuando nos marque un camino a seguir y nuestra falta de fe, nos haga dudar de tener las suficientes fuerzas para conseguirlo, entendiendo que Dios, nos pongamos como nos pongamos, siempre nos concederá lo que El considere sea mejor para nuestra salvación.
Al final de nuestra conversación, ambos amigos presentíamos que Alguien, a quien nos habíamos invitado, nos acompañaba ese mañana a tomar café.