No sé, pero me parece a mí que en el amor desgraciadamente, ya solo creen los santos, los locos o ingenuos y los niños. Y si un día también todos estos dejaran de creer en ello habríamos entrado en un lugar sin puerta de salida.
Sin embargo, es bonito descubrir que cuando las cosas se hacen por verdadero amor, no cuesta absolutamente nada hacerlas y ello me hace recordar a Lucia la buena y fiel esposa de mi buen amigo Juan Antonio.
Juan Antonio era un hombre bueno, cordial, dinámico y optimista. Cumplía escrupulosamente todas las reglas de la Iglesia, como si temiera que el Todopoderoso le castigara a la hora de llevárselo con Él.
Regentaba una farmacia en la que pasábamos largos ratos charlando sobre ese mundo sumido en el dolor al que él dedicaba gran parte de su tiempo. A veces no llegaba a entender el optimisto exagerado de sus pacientes cuando les oía comentar, sonriendo, que el dolor era algo que afectaba especialmente a “los otros” y que la muerte les llegaría algún dia lejano, como si solo fueran mortales, los vecinos. En fín como decía mi amigo… vivir para ver.
Este pasada primavera, tuvo que ser ingresado en un hospital para someterse a unas pruebas médicas en su corazón y aunque los médicos lo encontraron bien, le dijeron que había tenido algo parecido a un principio de infarto de miocardio por lo que le aconsejaron que periódicamente se hiciera revisiones.
Pasados unos días cuando en casa iba superando su principio de infarto, en una de sus revisiones desgraciadamente le diagnosticaron un tumor en el riñón, causa por la tuvo que ser ingresado de nuevo en el hospital.
Tristemente, aquel amigo con el que tanto me agradaba charlar sentados en la barra de cualquier cafetería o en el despacho de su farmacia; aquel amigo servicial, cariñoso y buen cristiano que su principal deseo consistía en poner su profesión al servicio de los que necesitaran su ayuda; aquel amigo, cuando nos íbamos olvidando de los frios del invierno y llegaba la primavera, fallecía después de no haber podido superar el deterioro de sus órganos más vitales y con ello la batalla contra esa terrible enfermedad llamada cáncer.
Y es entonces cuando Dios se lleva a su reino a Juan Antonio, envia su Luz a su esposa Celia que sufría la realidad sangrante del fallecimiento de su esposo, para que continuara la maravillosa labor iniciada por Juan Antonio ayudando a ese mundo que sumido en el dolor, busca nuevos horizontes para solucionar los grandes problemas que padecen.
Celia actualmente se está dedicando en cuerpo y alma a visitar, acompañar y cuidar a enfermos especialmente afectados por el cancer. No regatea esfuerzos para ayudarles y animarles procurando embriagarles con su alegre optimismo llevándoles un ilusionante aliento de esperanza.
Sufre con pena las consecuencias de todas esas personas maltratadas por tantas enfermedades irreversibles y por esos niños con caras tristes, ausentes de alegría a consecuencia de los tumores que padecen o de jóvenes con enfermedades crónicas cerebrales, pero llenos de planes de futuro.
Todo ello con la tranquilidad de conciencia que supone no abandonar a sus dos hijas casadas y viviendo felizmente sus vidas y con el recuerdo siempre permanente de su amado esposo.
Y cuando parece que se encuentra al límite de sus esfuerzos decidiendo abandonar, piensa de nuevo en su Juan Antonio y se encomienda a Jesús de Nazaret que le ha puesto en ese lugar para llenar su propia vida pidiéndole fuerzas para seguir adelante.
Yo, que siempre recordaré a mi buen amigo farmacéutico, siento una sana envidia del camino elegido por Celia y estoy completamente convencido de que ha sido el mejor modo de vivir para santificarse ayudando a los que tanto amor necesitan.
Lo importante y así se lo comento con frecuencia cuando nos vemos, es llegar a la conclusión de que realizar grandes gestos, importantes entregas heróicas y sacrificios espectaculares no es lo mejor, se diga lo que se diga, sino la entrega del verdadero amor y servicio a los que lo necesitan.
Sin olvidar que Juan Antonio, su amado esposo, buen cristiano y buen y católico al entregar su alma a Dios no podía llegar a otro lugar que a ese cielo que tanto anhelaba para recibir la prometida Vida Eterna.
No obstante hace unos dias cuando visitaba a Celia y recordábamos a su marido, sin saber como, los dos nos hemos puesto a llorar.