AMOR SOLIDARIO

11 Diciembre 2007
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No sé, pero me parece a mí, que en el amor, desgraciadamente, ya solo creen los santos, los locos o ingenuos y los niños y si un día también todos estos dejaran de creer en ello, habríamos entrado en un lugar sin puerta de salida.
Sin embargo, es bonito descubrir que cuando las cosas se hacen por verdadero amor, no cuesta absolutamente nada hacerlas y ello me ha recordar a Lucia, la buena y fiel esposa de mi amigo Juan Antonio, farmacéutico de profesión con el que pasaba largos ratos charlando sobre ese mundo sumido en el dolor y al que dedicaba gran parte de su tiempo, aunque a veces no llegaba a entender el optimismo exagerado de sus pacientes cuando les oía decir, sonriendo, que el dolor era algo que afectaba especialmente a “los otros” y que la muerte les llegaría algún día lejano, como si solo fueran mortales, los vecinos. En fin como decía mi amigo, vivir para ver.
Mi buen amigo Juan Antonio, era un hombre bueno, cordial, dinámico y optimista. Cumplía escrupulosamente todas las reglas de la Iglesia, como si temiera que al llegar la muerte propia el Todopoderoso le fuera a castigar a la hora de llevárselo con El.
Este pasado otoño, tuvo que ser ingresado en un hospital para someterse a unas pruebas médicas en su corazón y aunque los médicos lo encontraron bien, le dijeron que había tenido algo parecido a un principio de infarto de miocardio, por lo que le aconsejaron que periódicamente se hiciera revisiones.
Luego, cuando ya iba superando su principio de infarto, éste se le complicaría casi al mismo tiempo que le diagnosticarían un tumor en el riñón, causa por la cual de nuevo tuvo que ser ingresado en el hospital.
Tristemente, aquel amigo con el que tanto me agradaba hablar, sentados en la barra de cualquier cafetería o en el despacho de su Farmacia. Aquel amigo servicial, cariñoso y buen cristiano, que su deseo más importante consistía en poner su profesión al servicio de los que necesitaran de su ayuda.
Aquel amigo, cuando nos íbamos olvidando de los fríos del invierno y llegaba la primavera, fallecía después de haber perdido la guerra contra esa terrible enfermedad llamada cáncer y no haber podido superar el deterioro de sus órganos más vitales.
Pero Dios, que no abandona a sus Hijos, al llevarse con El a Juan Antonio, envió su Luz a su esposa Celia que sufría la realidad sangrante del fallecimiento de su compañero, para que en la tierra continuara la maravillosa labor iniciada por su esposo, ayudando a ese mundo que sumido en el dolor, busca nuevos horizontes para solucionar los grandes problemas que padecen.
Celia, con la tranquilidad de conciencia que supone no abandonar a sus dos hijas casadas y viviendo felizmente su vidas y con el recuerdo siempre permanente de Juan Antonio, en su corazón se está dedicando en cuerpo y alma a visitar, acompañar y cuidar enfermo, especialmente afectados por el cáncer. No regatea esfuerzos para ayudarles y animarles, procurando embriagarles con su alegre optimismo, llevándoles un ilusionante aliento de esperanza.
De cualquier forma, en su interior y con el recuerdo siempre presente de su amado esposo, siente una gran pena de esas personas maltratadas por tantas enfermedades irreversibles y sobre todo por esos niños con caras tristes, ausentes de alegría a consecuencia de los tumores que padecen o de jóvenes con enfermedades cerebrales sin solución, pero llenos de planes de futuro.
Y cuando parece que se encuentra al límite de sus esfuerzos, decidiendo abandonar, piensa de nuevo en su Juan Antonio y se encomienda a Jesús de Nazaret que le ha puesto en ese lugar para llenar su propia vida, pidiéndole fuerzas para seguir adelante.
Yo, que siempre recordaré a mi buen amigo farmacéutico, siento una sana envidia del camino elegido por Celia y estoy completamente convencido de que ha elegido el mejor modo de vivir para santificarse, ayudando a aquellos que tanto amor necesitan. Y así, se lo digo cuando con frecuencia nos vemos, por que en definitiva lo importante, es llegar a la conclusión de que el verdadero amor y servicio a los demás, se diga lo que se diga, se expresa entre otras cosas, en grandes gestos, en entregas heroicas y en sacrificios espectaculares.
Sin olvidar que Juan Antonio, su amado esposo, buen creyente y buen cristiano, al entregar su alma a Dios no podía llegar a otro lugar que a ese cielo que tanto anhelaba, para recibir la prometida Vida Eterna.
No obstante Celia y yo, sin saber como, nos hemos puesto a llorar.